Pablo Castañón, psiquiatra marplatense: “No necesitás serotonina para ser feliz”
En su libro "La falacia de la química cerebral", el especialista analiza los peligros de los "influencers del bienestar" y las recetas "mágicas" para el abordaje de cuestiones tan complejas y multicausales como las de la salud mental, en un contexto en el que la depresión es considerada una "pandemia silenciosa".
"Los discursos de la falta de serotonina son peligrosos porque rondan lo mágico", advierte Pablo Castañón.
Por Claudia Roldós
“La falacia de la química cerebral: por qué no necesitás serotonina para ser feliz” (VR Editoras) del doctor Pablo Castañón irrumpió en el mundo editorial para hacer frente a la polémica de la difusión de explicaciones reduccionistas y recetas mágicas que ofrecen “una pastillita” para solucionar problemas complejos, en un contexto en que la depresión ha sido considerada una “pandemia silenciosa”.
En un mundo cada vez más complejo, desigual, en el que proliferan mensajes contradictorios junto a “soluciones simplistas” para resolver cualquier tipo de problema y los algoritmos mandan, el psiquiatra marplatense se plantó.

El libro aborda las cuestiones para las cuales esta compleja ciencia, en constante evolución, aún no tiene respuestas, pero desmontando ideas erróneas.
Castañón se dedicó a desmantelar un mito muy extendido y que considera peligroso en el abordaje de la salud mental: el de la serotonina como clave para la felicidad o para combatir la depresión. Pero además fue más profundo: elaboró un trabajo de divulgación sobre la psiquiatría, con un lenguaje claro y una mirada honesta y seria.
En ese marco, su libro es una aproximación a la complejidad de la temática que aborda la interrelación de factores sociales, ambientales, de alimentación, descanso y funcionamiento de los neurotransmisores con la salud mental, como la interconexión entre el intestino y el cerebro, la importancia de los hábitos saludables y el rol de las emociones, abogando por un enfoque integral.
Además, con honestidad, aborda las cuestiones para las cuales esta compleja ciencia, en constante evolución, aún no tiene respuestas, pero desmontando ideas erróneas, arraigadas profundamente en el imaginario colectivo.
El psiquiatra, entonces, cuenta la historia de la psiquiatría y la evolución de la comprensión humana del cerebro, desde los primeros descubrimientos de neurotransmisores hasta la actual era de los “influencers de la dopamina”, con un lenguaje accesible.
“Para mí la paradoja es una sociedad saturada de mensajes de autoayuda, de cursos, de mentoría para estar mejor o soluciones mágicas para ser felices, pero que no termina de alojar nunca el sufrimiento real de las personas”.
La felicidad no cabe en una pastilla
Castañón critica, pero también propone una reevaluación de los enfoques. Destaca que los psicofármacos, si bien son herramientas valiosas, no son la única solución, ni la solución universal. Y enfatiza la necesidad de una psiquiatría más conectada con la experiencia clínica directa, con las personas, en la cual el sufrimiento no es teórico sino real.
Sobre sus motivaciones, preocupaciones y visión, el especialista habló con LA CAPITAL, señalando que el libro es su reacción “al abordaje reduccionista de los trastornos depresivos y a otros, a cierta manera simplificada de comunicar lo que es la psiquiatría y también al sufrimiento de los que quedan atrapados en estos relatos”.
Nacido y radicado en Mar del Plata, Pablo Castañón es médico graduado en la UNLP, especialista en Psiquiatría, con formación en Neuropsiquiatría. Realizó la residencia en el Hospital de Melchor Romero y posee una amplia experiencia clínica, habiendo dedicado una importante cantidad de tiempo a la atención de pacientes en consultorio. Desde Mar del Plata se dedica a investigar, difundir información médica y liderar un proyecto relacionado con residencias para adultos mayores, otro tema que también lo preocupa, ocupa y que, seguramente tendrá que ver con un próximo libro.
-Hablás de una “pandemia” silenciosa de salud mental, en un contexto en el que, entre muchos otros problemas, se cae en simplificaciones, reduccionismos. ¿Fue el peligro de tomar atajos cuando se trata de temas de salud mental lo que te llevó a la idea del libro? ¿Vino antes que tu trabajo de divulgación en redes o como consecuencia?
-Cuando hablo de pandemia silenciosa, me refiero a que nunca hubo tantos trastornos de ansiedad, depresión, insomnio, consumo de sustancias, problemas relacionados a la soledad, a la autoestima, y al mismo tiempo eso convive con que nunca se habló tanto de bienestar como hoy. Para mí la paradoja es esa, es una sociedad saturada de mensajes de autoayuda, de cursos, de mentoría para estar mejor o soluciones mágicas para ser felices, pero que no se termina de alojar nunca el sufrimiento real de las personas y todo esto no da resultados que sean positivos.
-¿Qué te planteaste que el lector saque en limpio del libro: una postura crítica, una mayor autonomía, un cambio en la manera de entender la salud mental?
-La idea del libro nace justamente del peligro de esta combinación donde de repente los pacientes que vienen a consultar ya llegan con un diagnóstico armado, googleado o escuchado por un influencer y que es inexacto y uno tiene que desandar esos caminos. La gente cree que la psiquiatría es un recetario, es un dispenser de psicofármacos más que una conversación sobre la vida de una persona. Primero, apareció esa incomodidad en mí y después empecé a hacer divulgación en redes como una forma de ampliar esas simplificaciones. El libro fue una consecuencia natural para ordenar todo eso en un texto más profundo y más específico que un ‘reel’, que algo fugaz de las redes sociales, sino materializarlo.
-¿”La falacia de la química cerebral” fue una reacción a cierta forma de comunicar la psiquiatría –o la comunicación de la psiquiatría por voces que no son del ámbito– o una inquietud que venías observando en el consultorio?
-Hay varias preocupaciones que uno tiene como profesional. Una es la depresión, que es una de las principales causas de discapacidad en el mundo y está subdiagnosticada y mal tratada.
Otra es la forma en la que se comunica la psiquiatría y en la que se comunicó la psiquiatría durante décadas. Se instaló la idea de que casi todo se puede explicar por cuestiones psicofarmacológicas, que es algo muy reduccionista y frío.
Y la tercera también viene del consultorio, personas que llegan convencidas de tener una enfermedad mental o algo más leve o lo que fuere, como si el diagnóstico fuera una condena y no una herramienta.
-¿Qué consecuencias observás en los pacientes cuando se quedan con esa explicación simplificada de “falta de serotonina” o “desequilibrio químico” o cuando se dan cuenta de que solo una pastilla no resuelve su cuadro?
-Los discursos de la falta de serotonina son peligrosos porque rondan lo mágico, como “si estás triste, serotonina”, “si estás ansioso, también”. Y la verdad que científicamente, las últimas actualizaciones y las revisiones de grandes estudios muestran que no hay evidencia sólida de que la depresión se deba simplemente a niveles bajos de serotonina, o sea, no se sostiene.
Y cuando además a un paciente se le comunica esto de manera tergiversada, se resigna y piensa que es así y listo, porque tiene un problema, un déficit suponte.
En cambio, yo creo que cuando complejizamos la explicación y metemos un montón de variables en el medio y lo hacemos un poco más sincero y más científico a la vez, aparece algo muy valioso que es que hay muchas puertas para tratar el mismo cuadro, no solamente la pastilla, o sea, no hay un monopolio de la medicación en la salud mental.
“Hay que correr el foco del mandato del bienestar performático a algo más humilde y más revolucionario a la vez, que es garantizar cuerpos que puedan descansar, mentes que puedan mostrarse desconectadas un rato sin culpa y vidas que no estén organizadas en función de lo que es mostrable”.
Modelos integrativos
-¿Qué factores además del desequilibro de funcionamiento de neurotransmisores, mala alimentación, presencia de bacterias no tan deseadas en el intestino, situaciones ambientales, sociales, determinan que una persona sufra depresión?
-Es así, son múltiples. También hay que analizar, además de factores, quién es la persona, qué historia tiene, si ha pasado adversidades en la infancia, violencia, abuso, discriminación, soledad, o si actualmente no tiene un trabajo digno, o está viviendo una situación de inseguridad, desigualdad económica… Hay un montón de determinantes en salud mental que no son solamente bioquímicos, ni solamente sociales, ni solamente económicos, pero sí la suma de todos.
-¿Se puede determinar por qué, en similares circunstancias sociales y biológicas, una persona desarrolla depresión y otra no?
-Uno analiza sobre qué personalidad sucede esto, qué recursos tiene para afrontar esto, duelos no elaborados, consumo de sustancias, presencia de otras enfermedades médicas, toma de otros medicamentos. Por eso, en contextos aparentemente similares, una misma persona puede desarrollar depresión y otra no, porque no hay una sola causa, hay redes de vulnerabilidad, hay interacción, hay genética. Hoy la investigación va justamente en esa línea, la de los modelos integrativos.
-¿Qué mensaje podés dar a la gente que tiene a su alrededor un familiar o un amigo/a que está atravesando ansiedad o depresión? ¿Cómo ayudar sin meter la pata?
-Lo primero que tengo para decir es que hay que escuchar más y aconsejar menos. En realidad, frases como “ponele ganas” o “salí a caminar un poco y se te pasa”, “juntate con tus amigos”, “tenés todo, ¿cómo puede ser que te vaya mal?” la verdad que no suman nada. En cambio, escuchar ayuda a que el otro diga lo que siente y se sienta acompañado o, en todo caso, te abre la puerta para poder tener una consulta, que es lo más útil y lo más sano que podés hacer.
-Decís en el libro: “El presente es como una picadora de carne que se traga el futuro” y también hacés mucho hincapié en la importancia de la buena alimentación y el descanso. ¿Cuáles son los desafíos en esta actualidad en la que proliferan los mensajes contradictorios: hay que comer rico y disfrutar, pero hay que estar saludable, en un peso adecuado; hay que ser exitoso y productivo y tener una linda vida para mostrar y aventuras, pero no parecer “vago”, y a la vez no se llega a fin de mes y hay que trabajar más y si tenés ansiedad o depresión los tratamientos son caros… y la rueda sigue?
-Vivimos en una realidad que necesita que consumamos hoy, que produzcamos hoy, que mostremos hoy, incluso a costa de postergar nuestros sueños, nuestra salud, nuestros vínculos. Y somos bombardeados por mensajes que nos invitan a disfrutar sin culpa por un lado y a tener un rendimiento constante. Hay un conflicto de interés ahí, porque hay que comer rico, pero estar en cierto peso; trabajar más, pero ser padres presentes; viajar, pero entrenar; estudiar, pero mostrar que tenés una vida interesante. Y encima con una sonrisa. Y si a eso lo metés en una sociedad desigual como la nuestra, se pone muy cruel la cosa, porque hay personas que no duermen bien, porque hacen horas extras, que comen mal porque es lo que pueden pagar, y después se les reprocha no tener hábitos saludables. Yo creo que el desafío ahí es, por lo menos en mi caso, no sumarme a ese coro y al mismo tiempo no resignarme.
El sueño, la alimentación, el descanso, el tiempo fuera de la pantalla tienen un impacto real en la ansiedad, la depresión y el deterioro cognitivo. Y hay que trabajar ahí, en esos puntos. Reconociendo que hay condiciones, pero también defendiendo márgenes de decisión donde todavía uno puede intervenir: en la autoexigencia individual, es donde se empieza a ver una verdadera política de salud mental.
Tratando de correr el foco del mandato del bienestar performático a algo más humilde y más revolucionario a la vez, que es garantizar cuerpos que puedan descansar, mentes que puedan mostrarse desconectadas un rato sin culpa y vidas que no estén organizadas únicamente en función de lo que es mostrable.

“La gente cree que la psiquiatría es un recetario, un dispenser de psicofármacos”, subraya Castañón.
¿Queremos realmente lo que creemos querer?
-Justamente, también hablás en el libro del placer y la felicidad. ¿Cómo abordás desde la psiquiatría esas expectativas, qué tanto influyen en las personas?
-El placer es del orden de la sensación y la felicidad del relato. Y hoy convivimos con un cuerpo que está diseñado para buscar alivios inmediatos y a la vez un imaginario social que cree que va a tener una felicidad estable, permanente y siempre en alza.
Desde la psiquiatría yo no me ubico como alguien que reparte secretos para la felicidad, sino como alguien que ayuda a revisar justamente esos conceptos, por entender que muchas veces, uno rasca y analiza y se pregunta de dónde salieron esas expectativas, a quién le sirven, si pertenecen a sus propios anhelos, tienen que ver con su historia y con su realización personal o en realidad están repitiendo mandatos de otro o están siendo coaccionados a responder a cosas que vienen desde afuera, cosas que se consumen desde la publicidad o desde el grupo social al que pertenecen y no entran en coherencia con esa persona. Por eso uno a veces está obligado a revisar exactamente eso. Y después detectar cuándo una búsqueda de placer en realidad más que una búsqueda de placer, es una compulsión disfrazada de búsqueda de placer, con un ideal de felicidad, que se transformó en un tirano con un látigo gigante que está exigiendo cosas que la persona nunca se planteó tener.
-¿Hay un camino a seguir para lograr un equilibrio?
-El equilibrio es un estado al que es difícil llegar y conservar y la verdad que hay que tener en cuenta un montón de cosas. A veces implicará medicar, a veces no, pero en principio hay que organizar todo este lío.
-¿Cómo es el feedback que estás teniendo con el libro? ¿Es el que esperabas? ¿Te sorprendió?
-No es el que esperaba, pero para bien, porque no me imaginé que iba a tener tanta divulgación, se expandió, está buenísimo eso. Algo que escribí con tantas ganas, con ese objetivo, ver que me han escrito de todos lados, o me mandaron fotos con el libro, yo creo que me gustó, me gustó el feedback. Algunas personas me escribieron y me dijeron ‘pude hablar distinto con mi psiquiatra después de leerlo’, como si esa vuelta, ese 360º, por detrás del telón de la psiquiatría, de ver un poquito los diagnósticos narrados desde adentro y de repente volver vos a la consulta, aportó algo, que era la idea.
-¿Hay otros mitos o simplificaciones o falacias que te preocupen hoy dentro de tu campo de actividad? Por ejemplo, hablás un poco en este libro de la vejez –de lo significativo que fue para vos observar el deterioro cognitivo, el Alzheimer–. ¿Podría ser tema de otro libro?
-En Mar del Plata, en mi experiencia con el Alzheimer y el deterioro cognitivo, la verdad que creo que es el próximo desafío para comunicar, toda la cuestión del envejecimiento, de las prestaciones y de la oferta y demanda que hay en lo que es el cuidado del adulto mayor, ese es el nuevo desafío. Tratar de desmontar creencias, mitos de que a cierta edad ya no hay nada para hacer, o del geriátrico como un depósito de gente abandonada. Claramente, el próximo proyecto va por ahí.
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