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Cultura 5 de diciembre de 2016

Para matar la poesía: Poesía a la carta

Por Odda Shummann

Así fue durante un buen tiempo. Cuatro meses. Después la moda lo arruinó, como a todas las cosas buenas. Y eso sí que fue bueno. Casi todo el barrio y algunas viejas del trabajo estaban contentas. La vida era más fácil, sobre todo para solteronas.

¿Ahora quién las aguanta? A las viejas no les podés dar una cosa y sacárselas al día siguiente. El resentimiento pesa. Ahora no me confían nada. Antes preguntaban con qué vino acompañar unos espaguetis con salsa de camarones. Ahora prefieren esperar a que sobre un plato en la mesa de al lado antes de dirigirme la palabra. Así son las viejas, y tienen razón. No les discuto. Yo también fui parte de eso.

Sentarme, pedir un cóctel y repasar con el dedo esos nombres… todas las poesías tenían nombres de países. Una entrada de pulpo, un trago anaranjado y una poesía Rumania. Antes de la comida te venía la modelo vestida de rumana (o algo así, tampoco es que conocía las costumbres rumanas, pero uno entraba en el juego) y se paraba a recitar la poesía. También se la podías mandar a otra mesa y regalársela a alguien. Pero había que ser cuidadoso, el delivery poético siempre era lo más caro de la cuenta.

Así repuntó el restaurante. Fue una idea brillante. Y como a la gente le encantan las excusas para poder vincularse sexualmente con otra persona, hacían cola en la puerta para entrar. Yo me interesé cuando me llegó la poesía Laos, vino de una mesa con cuatro mujeres. Caí como un caballo, pero tuve la ilusión por un momento. Eso nadie te lo decía.

Podías encontrar a la mujer de tu vida o que te agarren de boludo. Lo primero nunca pasó. Lo de boludo duró casi los cuatro meses. Estaba dispuesto a aguantármela por varios meses más, pero así era la política del lugar… se podía repetir hasta tres veces cada país. Luego, como todo lo bueno, se acabaría. Y así fue, cerró hace un buen tiempo.