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Opinión 26 de septiembre de 2018

Peñarol y Quilmes y el estado “coyote”

Por Sebastián Arana

Alguna vez, en uno de sus tantos recitales, el inolvidable Facundo Cabral contó una historia. Según ella, en un acto protocolar, presentó a su madre a un Presidente de la Nación. El mandatario en cuestión, gentilmente, después de saludarla con amabilidad, le dijo: “Sara, ¿qué puedo hacer por usted?”. La respuesta casi lo hizo caer de espaldas: “Con que no me joda, es suficiente”.
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Los clubes marplatenses que compiten fronteras hacia afuera, después de discutir durante muchos años con el Estado municipal sobre la utilización de sus escenarios, lograron en 2013 un reconocimiento que en cualquier otro punto del país sería natural y aquí se tomó como un gran triunfo. Nada menos que la cesión gratuita, por ordenanza, del Estadio “José María Minella” y del Polideportivo “Islas Malvinas” cada vez que actuaran como locales. Hasta entonces, con mayor o menor cumplimiento, habían pagado alquiler para utilizarlo.

Esa ordenanza hizo justicia a los esfuerzos de Aldosivi, Alvarado, Peñarol y Quilmes para darle a todos los marplatenses durante muchos años un espectáculo deportivo de calidad. Y a muchas décadas de buenos y leales servicios de los clubes, convertidos en colaboradores inestimables de un Estado que muchas veces hace agua para cumplir la función social que debería.

Los clubes, entonces, recibieron una justa retribución. Por fin, después de años de discusión, habían alcanzado el “no me joda” de Doña Sara. Peñarol y Quilmes, por caso, siguen estando en franca relación de desigualdad con los equipos de provincia, cuyos presupuestos se sostienen, en gran medida, con aportes estatales. Pero esa es otra historia. Los nuestros se conforman con que no les cobren los estadios para jugar. Con que no los jodan.

Sin embargo, con la llegada del nuevo gobierno y, fundamentalmente, desde el desembarco en la ciudad de Hernán Mourelle, el resistido Secretario de Hacienda, desde el gobierno municipal se intentó regresar al estado de situación previo al 2013.

Uno puede comprender las dificultades económicas del municipio. Hasta cierto punto, también que intenten sortearlas con los recursos que tienen a mano. Aunque la mano en el bolsillo se las metan siempre a los mismos. La falta de luces, y de sensibilidad, muchos ya la naturalizamos.

Uno puede comprender el error. Hay quienes piensan que, como Peñarol y Quilmes, así como Alvarado y Aldosivi, hacen deporte profesional, tienen que pagar. Cualquiera que intente empaparse un poco sobre el tema sabe que esos clubes no ganan dinero poniendo para todos los marplatenses un espectáculo de nivel. Muchas veces pierden. Y mucho. Hay una pila de dirigentes que pueden dar fe de cómo sus patrimonios personales se redujeron enormemente por ver mejor a sus clubes. Pensar otra cosa es una burrada.

La mala fe, en cambio, es inadmisible. Porque después de la polémica generada por las declaraciones agraviantes de Hernán Mourelle y de las disculpas públicas del intendente, había quedado claro que los clubes iban a utilizar los estadios.

Este miércoles a las 15, en una nota de tres líneas firmada por Santiago Camilión, Director General de Infraestructura del EMDER, se informó a la Jefatura del Polideportivo la prohibición de la colocación de todo tipo de publicidad en el campo de juego del Polideportivo “Islas Malvinas”. Faltaban apenas seis horas para que Peñarol dispute su primer partido oficial de la temporada.

Si el estadio se da gratis, pero los clubes no pueden percibir el dinero de la publicidad sobre el parquet, el perjuicio para los clubes es todavía peor que si tuvieran que abonar el alquiler. Peñarol y Quilmes ya hacen Liga Nacional en condiciones suficientemente adversas. Tantas que su futuro en la competencia nacional es totalmente borroso e incierto. Pronosticar que Mar del Plata tendrá de aquí a tres años básquetbol profesional, en las condiciones de hoy, es muy aventurado.

Ahora bien, si el Estado le tiende trampas a los clubes como el Coyote al Correcaminos, jugando sus cartas solapadamente y cuando ya no hay tiempo material para reaccionar, como si fuera una emboscada, llegó la hora de bajar la persiana. Así es imposible. A menos que ACME, como en el viejo “dibujito”, vuelva a fallar.