Cultura

Postales poéticas de Mar del Plata: tentantiva de agotar una peluquería

Lucía Verónica Barrial observa y anota todo lo que ve en una peluquería local, incluso lo más trivial o lo que suele pasar inadvertido, hasta agotarlo. En esa descripción minuciosa, y desde una mirada extrañada y poética, aparecen reflexiones sobre nuestro territorio y quienes lo habitamos.

El siguiente texto fue elaborado en el Taller de Oralidad y Escritura, materia de Letras de la UNMdP, dictada por el docente Matías Moscardi. Después de leer y analizar “Tentativa de agotar un lugar parisino” (1975) de Georges Perec, se propuso a los estudiantes imitar los procedimientos usados en este texto: ir a un punto fijo de Mar del Plata o de otras ciudades aledañas (ya sea céntrico o periférico, turístico o local) y tomar nota de todo lo visto. El resultado, un listado de personas, objetos y situaciones de la vida cotidiana, de todo aquello que suele pasar desapercibido por la mirada automatizada y rutinaria, pero que demuestra, como dice Moscardi, “todos los datos históricos, culturales, sociológicos y estéticos que aparecen cuando nos sentamos un par de horas a mirar con atención cualquier lugar de la ciudad”. LA CAPITAL publica en la sección Postales Poéticas de Mar del Plata una selección de las “Tentativas de agotar un lugar marplatense”, mediante las cuales los alumnos invitan a redescubrir nuestro territorio con ojos de poeta.


Estudiantes de Letras recorren Mar del Plata para describirla con ojos de poeta


Por Lucía Verónica Barrial (*)

Viernes 11 de abril, 11:33.

Lugar: Peluquería Fabián Barral.

Me encuentro sentada en una banqueta, apoyada en el mueble de la pecera. Mi padre está cortando el pelo de un hombre. Siento cómo me transpiran las manos. En este momento, mi visión se basa directamente en la puerta de entrada (la cual se encuentra abierta ya que el clima lo permite) y el ventanal que da a la calle. Del lado de adentro, apoyado en el ventanal se encuentra un sillón verde (muy cómodo, según mis vagos recuerdos) y al lado de este sillón una mesita ratona con revistas Rolling Stone. La pared de la peluquería está llena de vinilos y (si contamos el sillón y la silla del cliente) hay un total de siete posibles lugares para sentarse.

Escucho el ruido de afuera, el motor de una moto, la brisa que mueve las hojas de los árboles y la tijera de mi viejo que asesina los pequeños pelos de uno de sus tantos clientes.

La gran planta que se encontraba al costado del mueble donde me apoyo ya no está, ahora solo la representa una simple maceta con una tierra pobre y unas piñas que intentan enmascarar la falta de vida en esa esquina.

Intento distinguir algún olor característico del lugar pero solo logro reconocer un leve aroma a talco.

Pasa una mujer en bicicleta.

Pasan tres personas algo entristecidas.

Pasa un hombre con auriculares (no logro descifrar si estará escuchando un tango o una canción de heavy metal).

Sobre la calle hay un contenedor medio lleno. La ventana de la casa de enfrente está abierta, tal vez alguien me está observando y analizando lo que hago.

Los autos siguen pasando, la tijera sigue cometiendo su crimen.

Un hombre en bicicleta con el ceño fruncido.

Los discos de mi padre siguen colgados en la pared, mudos. Algunos son regalados, la mayoría los heredó de mi abuelo, probablemente sean lo más preciado de este lugar.

Escucho el sonido avasallante del secador, mi oído se desconcentra.

Me duele la mano de escribir con tanta rapidez.

Una señora pasa con unas bolsas de compras y otra cruza la vereda mientras observa de forma muy sospechosa a un hombre con pelo largo (el cual necesitaría un corte).

Más autos (uno rojo).

Arriba del ventanal hay dos parlantes que pasan todo tipo de música (gustos de mi viejo) y una tele vieja que se encuentra algo abandonada. En la pared de la esquina hay un perchero que tiene un pequeño parlante en forma de Mike Wazowski, quitándole toda posible seriedad al espacio.

Auto y más autos.

Tengo sed.

Mientras tomo agua y escribo con dificultad, veo que en la esquina pasa un colectivo rojo. No logro distinguir qué número es ya que solo veo la parte trasera.

Por los parlantes se escucha la propaganda de la librería Oxford y mi papá habla con su cliente mientras la tijera es reemplazada por la máquina eléctrica. Me gusta pensar que esa herramienta es una pequeña motosierra.

Un señor entra, saluda a mi papá y se sienta en el sillón verde (que envidia). El señor observa las Rolling Stone, las toca pero no las agarra. En cambio, busca en su bolsillo y saca un celular, la mejor elección parece ser la producción de dopamina por la virtualidad.

Comienzan a pasar más personas, algunas del barrio. Me doy cuenta porque saludan a mi viejo o simplemente se nota que pertenecen a estas cuadras. Según Le Breton, “la relación del caminante con su ciudad, con sus calles, con sus barrios, ya le sean estos conocidos o los descubra al hilo de sus pasos, es primeramente una relación afectiva y una experiencia corporal”. Hace un tiempo entendí que la peluquería forma parte de esa relación afectiva, los 26 años de estadía hicieron que no sea solo un comercio, es parte de la vecindad.

Mi papá termina con el cliente y le cobra con una billetera virtual, es decir, palata intangible.

El señor del sillón se levanta y va hacia la silla de cliente. Mientras camina le dice a mi viejo “se alinearon los planetas” entre risas, supongo que no viene desde hace mucho.

En el mundo exterior sigue el ruido, por ahora solo proveniente de autos.

Un muchacho mira el contenedor y saca algunas cosas, hacemos contacto visual pero yo aparto la mirada y se va.

Mi viejo limpia los instrumentos para el próximo crimen y le pregunta al cliente si quiere hacer “lo de siempre” (qué memoria). Luego de una afirmación por parte del hombre, comienzan a conversar sobre la marcha del miércoles.

Pasan otros autos y otras motos, la mayoría muy rápidos y otros pocos muy lentos.

En el rectángulo de la puerta se asoma un perro seguido de varios perros que son paseados por un hombre (o el hombre es paseado por los perros).

La tijera sigue cortando, los autos siguen pasando.

La pecera de mi izquierda está tranquila, la mojarrita solitaria que vive ahí debe aburrirse en su espacio independiente. Tal vez su aislamiento la haga reflexionar en que comerse a sus compañeras de vivienda no está bien.

Me aburro, necesito moverme.

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