Cultura

Postales poéticas de Mar del Plata: tentativa de agotar la Banquina de los Pescadores

A la manera de Georges Perec, este texto de Pedro Conde describe un lugar turístico por excelencia de nuestra ciudad. El narrador observa y anota todo lo que ve, incluso lo más trivial o lo que suele pasar inadvertido, hasta agotarlo. En esa descripción minuciosa, y desde una mirada extrañada y poética, aparecen reflexiones sobre nuestro territorio y quienes lo habitamos.

El siguiente texto fue elaborado en el Taller de Oralidad y Escritura, materia de Letras de la UNMdP, dictada por el docente Matías Moscardi. Después de leer y analizar “Tentativa de agotar un lugar parisino” (1975) de Georges Perec, se propuso a los estudiantes imitar los procedimientos usados en este texto: ir a un punto fijo de la ciudad (ya sea céntrico o periférico, turístico o local) y tomar nota de todo lo visto. El resultado, un listado de personas, objetos y situaciones de la vida cotidiana, de todo aquello que suele pasar desapercibido por la mirada automatizada y rutinaria, pero que demuestra, como dice Moscardi, “todos los datos históricos, culturales, sociológicos y estéticos que aparecen cuando nos sentamos un par de horas a mirar con atención cualquier lugar de la ciudad”. LA CAPITAL publica en la sección Postales Poéticas de Mar del Plata una selección de las “Tentativas de agotar un lugar marplatense”, mediante las cuales los alumnos invitan a redescubrir nuestro territorio con ojos de poeta.


Para más información sobre este ejercicio y la historia del taller, leer la nota de LA CAPITAL en la que el docente a cargo, Matías Moscardi, cuenta cómo nació la propuesta de salir a recorrer la ciudad con ojos de poeta:

Estudiantes de Letras recorren Mar del Plata para describirla con ojos de poeta


Por Pedro Conde

Fecha: 17 de abril de 2025.

Hora: 1:11 P.M.

Lugar: Paseo Artesanal. Banquina de los Pescadores, Mar del Plata.

La Banquina de los Pescadores se encuentra emplazada en la zona portuaria de Mar del Plata. El puerto es una zona particularmente pintoresca de la ciudad, en la que se pueden cruzar durante un paseo tanto a trabajadores portuarios y marineros como a bohemios, artesanos y turistas. En otras palabras, gente de todas las clases.

Las calles de esta zona recuerdan en sus nombres a aquellos barcos que zarparon un día y que se perdieron en el mar.

Por Mariluz 2, pasaban los autos. Pasaban las personas. Tal vez turistas de otra ciudad argentina o de fuera del país. O del continente. Gente que se acercó al puerto para conocerlo durante aquellas minivacaciones de Semana Santa.

En esta calle, había una mujer sentada vendiendo pan casero. O al menos pan comprado y revendido en la calle. Los panes estaban cubiertos por un nylon para protegerlos de los insectos, y de aquellos que quieren robarlos. La acompañaba un joven (¿su hijo?) sentado a su lado. La mujer ofrecía sus productos gritando al aire: ‘¡Pan!’, ‘¡Pan!’, ‘¡Pan!’.

Junto al chiringuito, cerca de la vendedora de pan, se podía ver una pequeña pizarra, escrita en tiza, en las que se presentaban las ofertas del almuerzo. ‘¡Pase y pruebe!’, decía el tablero, escrito en letra imprenta, invitando a quien quisiera probar las especiales de la casa. ‘La Banquina (Restaurante)’. Rabas. Empanadas. Cornalitos. Picadas. Marinera. Tallarines. Mariscos.

Se ofrecían estos muchos platillos a los turistas, locales, a cualquiera que paseara ese comienzo de tarde soleado, que invitaba a disfrutar de algo rico.

La gente estaba comiendo en el restaurante, algunos con mariscos, otros con pescados como merluza. También aquellos que disfrutaban simples pastas con bolognesa, en lugar de pescados, o había quien comía una pizza de muzzarella.

Algunos comensales estaban levantados para pagar la cuenta y marcharse; otros, ¿para rajar sin pagar? Parecían sospechosos.

Se podían ver niños que corrían por el lugar, disfrutando del día, sin pensar en el concepto llamado ‘responsabilidad’ que tendrían que vivir en su vida adulta.

Pasando el restaurante, estaban los negocios, variados, con productos igual de diversos, relacionados con Mar del Plata. Pescaderías, lugares de souvenirs, con muñequitos que indican si lloverá, puestos que ofrecen información sobre paseos marítimos, con fotos de dichos paseos, bolsas con caracoles marinos, y muchas otras rarezas.

Aquel jueves, había una feria con artesanos que vendían sus creaciones. Cervezas artesanales, alfajores, percheros tallados en madera, ropa, plantas, había un puesto de perfumes por ahí, los aromas mezclados con el de sal de mar.

Los dueños de los puestos hacían todo para atraer la atención de los posibles compradores de sus productos, de múltiples formas, llamando, o con música.

En la banquina, había un hombre mayor, tocando música con bellas melodías italianas en su acordeón, haciendo más amena la vista de los barcos, mientras esperaba que la generosidad de los transeúntes le dejara algún dinero en su valija. ¿Es italiano?, según se dice los italianos son buenos músicos.

Y, bajando los escalones de la Banquina, se podían ver los lobos marinos.

Algunos dormían profundamente, panza arriba, de costado, encima unos de otros. Otros se quejaban, rugiendo a todo pulmón, porque les invadían el espacio. Uno más pequeño intentaba subir a la Banquina, saltando desde el mar. Falló 6 veces en sus intentos, y cuando lo logró, se vio un lobo más grande y gordo (y BASTANTE malhumorado) que lo ahuyentó.

Ahí, si se miraba a la derecha, pasando los lobos marinos en su siesta (aunque, por su abundancia, podían verse por prácticamente toda dirección), estaban dos empleados del astillero, dándole mantenimiento a un pequeño barco pesquero.

Menos mantenimiento (porque a simple vista estaba bastante bien) y más dándole una cubierta de pintura fresca al estribor del barco.

Un supervisor de remera verde parado en el piso, observando al obrero (¿pintor?) que estaba en una escalera pintando el barco. Una cubierta nueva de color naranja.

A la izquierda, pasando los lobos marinos y al italiano, se podían ver algunos barcos pesqueros, unos preparándose para zarpar a la búsqueda de peces para la venta y consumo. Se veía a un marinero en uno de los barcos, preparándolo para el trabajo.

Y pasando aquellos pesqueros, estaban los barcos para el turismo. Uno, amarrado entre otros dos, estaba preparándose para zarpar, con múltiples personas en su cubierta. Era uno de esos barcos con una cubierta sin techo, y otra parte más elevada, a la que se subía con una pequeña escalera. Puede suponerse que era para los V.I.P. dicho piso. Muchas de esas personas, ya sean locales marplatenses que querían ir en barco o turistas, estaban entusiasmadas. No hasta el punto de gritar como en los circos, pero sí emocionadas. La voz del guía sonaba por los parlantes, diciendo las medidas de seguridad a seguir durante el paseo, y el recorrido a hacerse. Los paseantes conocerán el interior del puerto, la reserva de los lobos, la escollera sur, y llegarían hasta las playas céntricas de Mar del Plata, para luego regresar al puerto.

Si se regresa a unos metros de la zona de desembarco de los barcos para turismo, puede verse un hueso blanco de algún animal grande. Tal vez de ballena. ¿Alguna vértebra de ballena?, ¿de ballena azul debido a lo descomunal qué es?

Caminar nos lleva a sentir lo que tiene el mundo. Y no se trata solo de lo que se ve, como en paseos en tren o auto, que nos llevan a aislarnos y alejarnos de todo. Se camina para entender lo que nos rodea. Un método tranquilo y paciente que nos lleva a reconectarnos con el mundo.

“Caminar pone en suspenso temporalmente las preocupaciones que abruman la existencia apresurada e inquieta de nuestras sociedades contemporáneas. Nos devuelve la emoción de las cosas, restableciendo una escala de valores que las rutinas colectivas tienden a recortar”.

Te puede interesar

Cargando...
Cargando...
Cargando...