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Cultura 13 de septiembre de 2025

Postales poéticas de Mar del Plata: Tentativa de agotar la diagonal Pueyrredon

Un momento en silencio y a solas en la diagonal Pueyrredon dispara algunas reflexiones sobre los colectivos y la vida.

El siguiente texto fue elaborado en el Taller de Oralidad y Escritura, materia de Letras de la UNMdP, dictada por el docente Matías Moscardi. Después de leer y analizar “Tentativa de agotar un lugar parisino” (1975) de Georges Perec, se propuso a los estudiantes imitar los procedimientos usados en este texto: ir a un punto fijo de la ciudad (ya sea céntrico o periférico, turístico o local) y tomar nota de todo lo visto. El resultado, un listado de personas, objetos y situaciones de la vida cotidiana, de todo aquello que suele pasar desapercibido por la mirada automatizada y rutinaria, pero que demuestra, como dice Moscardi, “todos los datos históricos, culturales, sociológicos y estéticos que aparecen cuando nos sentamos un par de horas a mirar con atención cualquier lugar de la ciudad”. LA CAPITAL publica en la sección Postales Poéticas de Mar del Plata una selección de las “Tentativas de agotar un lugar marplatense”, mediante las cuales los alumnos invitan a redescubrir nuestro territorio con ojos de poeta.


Para más información sobre este ejercicio y la historia del taller, leer la nota de LA CAPITAL en la que el docente a cargo, Matías Moscardi, cuenta cómo nació la propuesta de salir a recorrer la ciudad con ojos de poeta:

Estudiantes de Letras recorren Mar del Plata para describirla con ojos de poeta


Por Juan Daruch 

“Demoliendo y construyendo
por la diagonal”
Suárez, “Excursiones”

“No soy el primero del camino que he encontrado
Muchos otros han pasado, dejaron algo tirado
Voy a ver qué puedo hacer, qué puedo hacer”
Suárez, “El primitivo”

Aunque este trabajo se trate sobre caminar, el lugar en el que vivo, que queda lejos de todo el resto de Mar del Plata, me predispone a ir a cualquier lado en colectivo. Para hacer este trabajo, que se trata más sobre caminar que sobre el transporte público, efectivamente tuve que tomarme el colectivo. Es importante para mí, y le quiero dedicar unas palabras.

Y es que el caminar, aunque esté pasado de moda, tiene su mystique, su cool. Caminar es retro, y lo retro tiene encanto y se puede cobrar caro. No así el colectivo. El colectivo es insoportablemente actual: globalista y multicultural (repleto de gente), posmoderno (cíclico y a la vez aleatorio, absurdo, directamente vinculado al trabajo), conflictivo (repleto de gente y directamente vinculado al trabajo). David Le Breton no escribe el Elogio a tomarse el bondi por buenos motivos.

El colectivo es como un pogo. Muchos cuerpos en contacto, una sola mente grupal en estado de locura. Un termómetro social y emocional, una editorial periodística sensorial, el silencioso mental breakdown de un Frankenstein hecho de marplatenses. El músico y poeta El Nota habla mejor que yo: “Y los extraños no se miran, / no se miran al pasar, / y es que los ojos ajenos / muestran el dolor a pleno que se siente como / si fuera tuyo”.

Por sobre las demás cosas, el bondi también es una experiencia estética única, que no existe en ningún otro lugar que en Argentina: banderas de Boca, “siempre mono nunca sapo”, un stencil de Jim Morrison, “simplemente la joyita”, “#FanáticosDelBondi”, Alcohólicos Anónimos, “sin subsidio el boleto pasará a costar 800 millones de dólares”, remeras de Los Redondos, carteras de Louis Vuitton truchas, rubias, pelados, abuelos, bebés, el chofer que pone bachata, amigos que hablan a los gritos, hinchas de Alvarado golpeando el techo, TikToks reproduciéndose a todo volumen, alguien armando una historia de Instagram y dejando que la música que le va a poner se reproduzca en loop once veces seguidas. No existe feed de red social que pueda competir con la sobrecarga de contenido que produce esa fábrica industrial de cosas ocurriendo que llamamos colectivo. Yo no la cambio por nada del mundo. Pero esa es otra tentativa.

Mi recorrido habitual en transporte público es por las avenidas Peralta Ramos e Independencia, y en casos extremos, Félix U. Camet y Estrada, a bordo del 555. Se debe a que, hasta hace poco, era el único colectivo que pasaba por mi barrio (Lomas del Golf), terminando su recorrido en la entrada. Sin embargo, en esta ocasión estoy saliendo de la facultad, y me subo al colectivo que más universitarios concentra en toda la ciudad, el 531. Seguramente también sea uno de los colectivos cuyos pasajeros se suben desde la menor cantidad de paradas (las aledañas a la Universidad).

Me cruzo a una amiga, sentada en el asiento central de los del fondo. La saludo y me dispongo a sentarme junto a ella, pero me frena y me señala que el asiento está mojado. Casi. Me quedo parado a su lado. No hablamos. Al rato se libera un poco de espacio en donde se supone que van las sillas de ruedas (aunque nunca vi a nadie en silla de ruedas en colectivo), así que me coloco ahí.

No miro el recorrido, me concentro en mis auriculares, que reproducen Keep It Like a Secret, de Built to Spill. Pienso en un amigo al que le recomendé este disco. Le gustó mucho.

Una chica se sienta en el lugar mojado. Mi amiga le habla, seguramente diciéndole lo que la chica ya debe saber. Tiene cara de haber mordido un limón. Se queda ahí un rato, luego se levanta (la situación debe haber sido indisimulable, insostenible). Mi amiga se muerde el labio.

Mi amiga no me ve cuando me bajo en Diagonal Alberdi. Camino, paso por enfrente de donde planeo terminar mi recorrido, la peatonal San Martín. Mi idea es comenzar el recorrido en Independencia y Pueyrredon, donde me habría bajado si hubiese venido en el 555.

Error metodológico: estoy pensando en hacer este trabajo, y no estoy haciendo este trabajo. No estoy yendo por diagonal Pueyrredon, pero tampoco pasaría nada por prestar más atención, percibir algo, ¿no? Sigo escuchando Built to Spill atentamente. En todo caso podría hablar de eso: tentativa de agotar un disco de rock.

Otro efecto cognitivo en mi experiencia ciudadana particular es que, cuando era chico, para mí diagonal Pueyrredon era “El Centro”. No sé si efectivamente lo es, no sé qué significa “El Centro” de Mar del Plata –es algo que me he preguntado y que me pregunto cada vez que alguien me dice que va “al centro”– pero, para mí, era Las Vegas. Hoy, veo que no es tan interesante. Sobre todo en la parte que más me gustaba a mí, la que atraviesa Bolívar, Catamarca y Moreno, ni siquiera hay tantos restaurantes ni nada especial. Por esa diferencia de opiniones en el tiempo, la volví mi objeto de estudio.

Camino unos pocos metros en busca de un lugar donde sentarme. Veo el Parador Pueyrredón. Fallo en abrir una de sus puertas, así que una mesera se acerca a abrirla por mí. Me siento en una mesa de dos personas, al lado de un ventanal que da a la calle.

A mi lado, sentados a una mesa, cuatro hombres y un infante. Los hombres discuten la muerte del Papa, el infante no. No estoy del todo seguro de que les entristezca. Percibí apenas lo que parecía el final de un tópico. Sus palabras pueden ser malinterpretadas en tales condiciones. Es lo más común del mundo: oír lo que queremos oír, oír lo que más tenemos ganas, lo que más nos va a hacer querer oír. A partir de ahora, en mi mente, serán fieros sedevacantistas, incluso satánicos, aunque prefiero sedevacantistas, es más interesante. Satánicos hay muchos: bandas de metal, ateos en Internet, anarquistas. Dice Nicolas Bourriad (2009): “Todo itinerario o recorrido supone un diálogo entre el sujeto y las superficies que atraviesa, en que se efectúan actos de traducción. En la errancia el sujeto se transforma en un nómada recolector de signos.” (p. 83). Yo no los convierto, pero sí que los traduzco al sedevacantismo. ¿Cómo se llama hoy, que la sede está vacante, un sedevacantista?

Suena reggae. Se escucha agua a presión (café), ruido de fritura, de algo asándose, tazas o vasos entrechocando, murmullo.

“CAVANI ERRÓ, LA GENTE LO BANCÓ” en TyCSports, encima de la puerta por la que entré, que más parece una puerta trasera que un lugar por donde hay que entrar. El lugar es lo suficientemente grande como para ameritar más de una puerta.

Cuento nueve lámparas encima de una barra. De los comensales, nueve son hombres, cinco son mujeres. Hay seis trabajadores entre mozos, baristas y bartenders, aunque no es tan fácil distinguir qué rol cumplen porque casi todos visten casual.

La gente me mira, incluido un trabajador. Vergüenza. Idea para él: tentativa de agotar un estudiante universitario.
El lugar tiene plantas por doquier, con hojas anchas y tallos gruesos. Encima de largas barras y en mesas en las que no se come. En macetas enormes de piedra y en pequeñas macetas de plástico negro.

Me atienden rápido (recesión). Pido un café afogato por primera vez en mi vida. No me acuerdo qué es exactamente, pero sé que tiene café y helado y se bebe. Al rato se me acerca un muchacho (¿barista?) a decirme que no les alcanza el helado para prepararlo, pero que ya van a comprar para hacérmelo. Me dice si no quiero pedir algo (la implicancia es que van a tardar). Pido un vaso de agua. Yo había pensado que se me acercaban a preguntarme qué estaba haciendo escribiendo. Vergüenza.

Una mesa exhibe ensaladas. Otra, más bajita, botellas y frascos (¿de especias? Estoy lejos). A unos metros, otra con budines sin TACC. Al lado de la máquina de café, sodas.

El niño sedevacantista intenta agarrar un vaso. Su padre (u otro tutor) se lo impide y juega a gruñirle como un perro (u otro ser que gruñe y que no es tan feroz como para asustar a un niño).

Detrás de la barra, botellas de Martini, Absolut Vodka, vinos varios, gin Beefeater y otro que recuerdo haber probado pero cuyo nombre no recuerdo, Cinzano, entre otros alcoholes que no conozco. La barra y las botellas se curvan en semicírculo para dar la cara a otro sector del parador.

Huele a comida pero no muy rica.

Afuera, un ciclista. Un hombre con mochila. Una planta muy parecida a las de adentro no para de temblar de frío (pobrecita). Autos negros, grises, blancos, uno azul, uno rojo, uno naranja-marrón, estacionados.
Se levanta de su mesa una pareja de cincuentones.

Los sedevacantistas miran sus celulares (¿conspiran?). Uno graba un audio de WhatsApp (o quizás finge, porque es un infiltrado del Vaticano). “Una acción con Cinzano o Chandon para las chicas”. Hace énfasis en la palabra “para”. Cinzano se lleva el premio al alcohol más nombrado en este trabajo.

Un hombre de camisa saluda a los sedevacantistas. Mencionan cantidades de dinero. Se va.

Olor a pescado (puaj).

Se me acerca otro trabajador y me dice que no consiguieron helado (y a mí, hace un rato, me había parecido escuchar a alguien decir esa palabra). Me pregunta si quiero otra cosa entre disculpas y pregunto qué tiene el café tonic (aparte de…). Me dice que es solamente café con tónica, y que él lo probó y le pareció “una cagada”. Prueba suficiente. Pido un ice latte, aunque en realidad ya no quiero algo frío. No registré que no quería eso, que había cambiado de parecer. Uno imagina que en un trabajo de percepción, cometerá errores de percepción (y sin duda se han cometido), pero no necesariamente errores de autopercepción.

Por Whatsapp, un descubrimiento: el papa Francisco de joven se parece a Draco Malfoy.

Llega el ice latte. El barista me dice si quiero una medialuna. No entendí si era un regalo o no, pero no tenía hambre así que me negué. Muchas disculpas. El ice latte está tibio, pero está bien porque hace frío y yo ya no quiero algo frío, antes sí pero ahora no. Tal vez se apuraron en hacerlo.

Bastante más gente en las mesas. (13:29hs)

Un sedevacantista le dice a un hombre que hace frío, y este le responde que va a prender “la calefa” (códigos secretos entre espías…)

De las mesas de afuera, ninguna está ocupada. Prueba contundente de que hace frío.

Pasa un hombre con su celular y un vaso de café de plástico (de plástico el vaso, de microplásticos el café).
Hombre con buzo verde feo y chaleco estrecha las manos de los sedevacantistas. Hablan de euros…

Los sedevacantistas, noto, son los únicos clientes (¿clientes, realmente?) hombres (¿hombres, realmente?) sin problemas de calvicie o el pelo totalmente gris (vampiros del Nuevo Orden Mundial).

Termino el ice latte. Estaba bien.

Escucho “la calefa” otra vez. ¿Qué información de alto riesgo comunicarán estos malignos significantes? I want to believe.

Una soga que atraviesa unos pilares pequeños de madera rodea la mesa de ensaladas. Es lo más kinky que se puede ver en el establecimiento porque los sedevacantistas tienen cero sex appeal, a pesar de su posible vinculación con orgías a lo Eyes Wide Shut.

Los sedevacantistas se van.

Yo también me voy (¿otro espía más?). Pago y dejo propina. El mesero me dice “muy amable”. Jiji. Me voy.

Entre Moreno, Catamarca y la Diagonal se genera un espacio triangular con cuatro asientos y dos bancos. ¿Es una plazoleta? Nadie la usa como tal. ¿Cómo se usa una plazoleta? Creo que en realidad es la manzana más pequeña del mundo. ¿Tiene que ser residencial para ser una manzana?

Tres árboles. Un bicicletero minimalista. Un monumento de ladrillo a Luis Lázaro Zamenhoff, creador del esperanto.

Un ciclista, y luego otros dos. Un skater. Un ciclista de PedidosYa.

Un chico pasa escuchando música desde el parlante de su celular, pero a un volumen muy respetuoso.
Un ciclista.

Un hombre de traje más un hombre con una cartuchera turquesa en su mano.

Una mujer avispa: una mujer en una moto tipo Vespa. Es una moto que me gusta mucho, y eso que me dan miedo.
Ciclista de PedidosYa… ¡mirando el teléfono! PeligrosYa.

Hombre encorvado.

Dos cajas en el suelo, al lado de un tacho de basura. Quizás quisieron hacer un triple de básquet y erraron.

Mujer junto a hombre al que “el dedo gordo ya no le molesta”. Lleva un trípode.

Moto de PedidosYa (cosificación, porque le dije moto, no motociclista, pobre).

Hombre con mano enyesada espera a cruzar la calle. Hombre en silla de ruedas al que he visto antes.
Un ciclista albino (¡de la suerte!). Me muevo.

Dos ciclistas de PedidosYa sentados. Uno fuma. Por al lado pasa otra ciclista de PedidosYa. La gig economy.
Un puestecito dice “CONOZCA LA BIBLIA”, imagino que debe tener biblias pero está de espaldas a mí. Si tuviese otra cosa sería un buen chiste.

Ciclista de PedidosYa.

Los ciclistas de PedidosYa detenidos se levantan y se encaminan en direcciones contrarias. ¿Se volverán a ver?
Una vieja amiga pasa sin verme.

Ciclista de Glovo.

No sé descifrar lo que dicen los grafitis pero no hay duda de que dicen cosas interesantes.
Un cartel antifascista persevera en su mensaje a pesar de haber sido roto, o quizás un cartel fascista se dispara en el pie: “EL FASCISMO UNA ENFERMEDAD CURA CON VERDAD”.

En el suelo, una plegaria de tiza:
“ANGEL DE LA
GUARDA
DULCE COMPAÑIA
PROTEJE
A MI HIJA
ALMA
DE NOCHE
Y DE DIA
AMEN”.

El encabalgamiento es un arte difícil. Todo caminante inventa una segunda poética, dice De Certeau. Aunque, para mí, no debe existir otra poética más importante, primordial y urgente para este poeta anónimo.
Correa con perro y mujer de rulos.

Muchos árboles. Una magia. Una nostalgia. Hojas en el suelo y en el cielo de mi estación favorita.
Un chico con una mano en el bolsillo trasero del jean. Nos miramos. ¿Se estaba rascando?
Ladridos agudos del lado izquierdo de la calle, ladridos agudos del lado derecho. Como una guerra con drones: a distancia, fría, impersonal, anónima, automática.

Un skater. Un ciclista de PedidosYa.

Moviéndome: una chica bizca que no recuerdo de dónde conozco.

Cinco hombres (imagino que taxistas) histéricos al lado de un taxi, ríen y hablan a los gritos.
Un hombre pasa hablando solo y grita “quiero falopa, quiero falopa”. Mi mamá me dijo hace mucho tiempo que le gustaría llevar un cuaderno a un bar de mala muerte y anotar lo que veía, lo que escuchaba, lo que le contaban los regulares. Me lo volvió a decir cuando le conté sobre esta actividad. Roberto Bolaño se sintió halagado cuando Cristián Warnken le dijo que sus cuentos parecían anécdotas de bar, aunque difirió. En Diagonal Pueyrredón también hay bastante locura y alcoholismo. Otro ejemplo: un trapito hincha de River Plate se esconde atrás de un árbol y les aúlla como un lobo a los cinco taxistas, que no lo escuchan.

En el suelo: colillas de cigarro, vaso estrujado de McDonalds (que está enfrente), servilletas, envoltorio de chicle, de turrón, restos de bolsas, tapa de botella, y hojas y semillas, claro.
Uno de los taxistas dice “no te hagas el boludo porque yo lo vi, ¡yo lo vi!
Una pareja en un banco muy abrazada. Ella, arriba de él.

En el cine: Pecadores, Blancanieves, Minecraft, El amateur, Mazel Tov, El contador, Thunderbolts. “Festejá tu cumpleaños en el cine”.

Se acerca un perro. Su dueño lo llama: “¡Aika! ¿Qué estás comiendo?”. Yo transcribo Aika, pero podría llamarse Aica, Ayca, Ayka, Haica, Hayka, Ay Ka, Ai Ka, Ay Ca, Ai Ca, Hay-K… No nos atrevamos a sugerir la posibilidad de que yo haya escuchado mal porque no terminamos. “You never did the Kenosha, kid”, dice Thomas Pynchon.

La pareja en el banquito chapa lento. Frenan para decir algo y siguen chapando, lento.

Un puesto de flores, un shopping con McDonalds, Le Utthe, cine, cafetería.

Pareja pasa de la mano. Escribí “pareja pasa abrazada” y me tuve que corregir. ¿Por qué me habré confundido? Todas las parejas felices se parecen; cada pareja infeliz lo es a su manera.

Me muevo. Cuando paso por al lado de la pareja en su banquito, él le manosea con fuerza y sin disimulo el culo a ella. Cerca, Aika y su dueño, por quienes desarrollé un extraño afecto al pensar que no volvería a ver. (También porque me gusta mucho el nombre Aika, pero no Ayka, Aica, Haica…).

Un cartel señala la Plaza del Milenio, a la que nunca oí mencionar a pesar de haber vivido dieciocho años en esta ciudad.

Puestos de feria. Todos conocemos la peatonal. Me acuerdo de al menos dos personas que puede que no.
Un hombre cuya entrepierna del pantalón está a la altura de sus rodillas busca algo en su bolsillo derecho.
Una vecina. Me saluda y pregunta “¿tomando fresco?”.

Un chico se ríe en voz alta, se saca la gorra y sacude enérgicamente sus cabellos. Parece el tipo de cosa que uno hace sí y solo sí no hay ningún imbécil para anotarlo en su cuaderno.

Una pareja con mochilas (una de Yellow Submarine) camina despacio con un bebé envuelto en mantas rosadas. Escucho la voz de ella pero no sé qué dice. Me causaron una ternura particular, y eso que no me gustan los bebés.
Dibu Martínez me dice “YOU GOT THIS” desde más allá de los límites de la Diagonal Pueyrredón. Cerca, la Catedral.
La Diagonal Pueyrredón se extingue en un farol del que cuelga un cartel turquesa de letras rojas que reza “dejá tu trabajo”. Le hago caso.