Cultura

Postales poéticas de Mar del Plata: Tentativa de agotar una esquina de la ciudad

A la manera de Georges Perec, Fabricio Niz observa y anota todo lo que ve en la esquina de Vértiz y Edison, incluso lo más trivial o lo que suele pasar inadvertido, hasta agotarlo. En esa descripción minuciosa, y desde una mirada extrañada y poética, aparecen reflexiones sobre nuestro territorio y quienes lo habitamos.

El siguiente texto fue elaborado en el Taller de Oralidad y Escritura, materia de Letras de la UNMdP, dictada por el docente Matías Moscardi. Después de leer y analizar “Tentativa de agotar un lugar parisino” (1975) de Georges Perec, se propuso a los estudiantes imitar los procedimientos usados en este texto: ir a un punto fijo de la ciudad (ya sea céntrico o periférico, turístico o local) y tomar nota de todo lo visto. El resultado, un listado de personas, objetos y situaciones de la vida cotidiana, de todo aquello que suele pasar desapercibido por la mirada automatizada y rutinaria, pero que demuestra, como dice Moscardi, “todos los datos históricos, culturales, sociológicos y estéticos que aparecen cuando nos sentamos un par de horas a mirar con atención cualquier lugar de la ciudad”. LA CAPITAL publica en la sección Postales Poéticas de Mar del Plata una selección de las “Tentativas de agotar un lugar marplatense”, mediante las cuales los alumnos invitan a redescubrir nuestro territorio con ojos de poeta.


Para más información sobre este ejercicio y la historia del taller, leer la nota de LA CAPITAL en la que el docente a cargo, Matías Moscardi, cuenta cómo nació la propuesta de salir a recorrer la ciudad con ojos de poeta:

Estudiantes de Letras recorren Mar del Plata para describirla con ojos de poeta


Por Fabricio Niz (*)

Sábado 12 de abril.

9:30 am.

La línea 552 llega a la avenida Vértiz y avenida Edison. Tres pasajeros suben y cinco bajan.

El 552 se va.

Llega el 554. Bajan dos mujeres.

Una señora y su nieto caminan por la vereda y hablan sobre la fiesta de cumpleaños del niño.

Un hombre en bicicleta frena junto a la farmacia. Mira su reloj. Luego, mira hacia el cielo. Se rasca la cabeza. Vuelve a subirse a la bicicleta y se aleja por Rondeau.

Un perro pequeño, marrón, ladra a una bolsa que flota en el aire. La bolsa da vueltas. Se enreda en una rama.

El semáforo cambia a verde. Ningún auto cruza.

Un niño suelta un globo rojo. El globo sube. El niño lo sigue con la mirada hasta que desaparece detrás de una casa. Seguramente, el globo era de alguna fiesta.

Una mujer pasa caminando, hablando sola. Lleva auriculares, pero no se ve el celular.

El 553 no se detiene. Está vacío.

En la esquina, un señor en jogging estira la pierna sobre el cordón de la vereda. Respira hondo. Mira hacia el horizonte como si esperara algo.

Una pareja discute en voz baja. Él señala su reloj. Ella cruza los brazos.

Una paloma camina entre los adoquines. Luego, otra. Luego, muchas más. Alguien tira migas de pan desde un banco.

Una moto pasa haciendo ruido. Muy rápido.

Un chico en uniforme escolar corre. Lleva la mochila abierta. Se le cae una cartuchera. No se da cuenta.

Una señora empuja un carrito del supermercado VEA. Está lleno solo hasta la mitad. Lleva papel higiénico, una botella de detergente y una bolsa de manzanas.

El 552 pasa de largo porque está lleno y una mujer no puede subirse. La mujer hace un gesto con los brazos y consulta su reloj. Luego, se sienta en el cordón de la vereda.

El 553 frena. Bajan cinco personas: un hombre con una bolsa de pan, dos adolescentes con auriculares, una mujer con un bebé dormido y un anciano con bastón. Sube una mujer mayor con un bolso de tela y se acomoda junto al chofer.

Un grupo de chicos camina con ropa de equipos de fútbol. Uno patea una botella vacía. Otro lleva colgada una pelota desinflada. Discuten si Messi es mejor que Maradona.

Un auto gris se detiene en doble fila. Alguien baja rápidamente. El auto arranca antes de que se ponga en rojo el semáforo.

Una mujer joven se maquilla usando la cámara del celular. No nota que el colectivo se aproxima. Corre, pero no llega.

Una bicicleta con canasto cruza en contramano. El ciclista lleva una bolsa de pan colgando del manubrio. Silba una melodía.

Una pareja espera el colectivo, quizás el 552.

Un barrendero recoge una botella rota y la guarda con cuidado en su carrito. Se detiene un momento a mirar el cielo. Sigue barriendo.

Quizás, como dice Henry David Thoreau, elegir qué senda tomar no sea una decisión liviana. Cada paso dibuja un rumbo, aunque uno crea estar simplemente esperando.

Una niña salta sobre las líneas de la vereda. Cuenta en voz baja. Su madre le pide que no se aleje.

Llega el 553 y el 554, pero el 554 frena.

Una mujer habla por teléfono mientras se sienta en el banco de la parada. Agita las manos en el aire, como intentando hacerse entender. Su tono de voz sube por momentos. Parece estar discutiendo, aunque de vez en cuando suelta una risa breve, nerviosa.

Un colectivo blanco con franjas naranjas pasa lento. Está lleno de niños, casi todos menores de diez años. Algunos apoyan la frente contra el vidrio. Al frente del colectivo, un cartel digital dice: “Escolar”.

Un Renault negro acelera y pasa justo antes de que el semáforo cambie a rojo. Lleva una abolladura encima de la rueda trasera derecha. El modo en que dobla, brusco y apurado, sugiere que probablemente el golpe fue por su propia imprudencia.

Un perro olfatea alrededor de la parada del colectivo. Nadie lo ahuyenta, pero tampoco nadie lo acaricia.

Un ciclista, con casco y anteojos de sol, discute a los gritos con un taxista. Ninguno de los dos escucha al otro: uno tiene los auriculares puestos, el otro la ventanilla cerrada.

Una mujer joven revisa compulsivamente su smartwatch. Mira el colectivo que viene. Mira el reloj. Mira el colectivo otra vez.

Un joven vestido de negro (creo que) escucha música con auriculares inalámbricos. Marca el ritmo golpeando el piso con la punta del pie. Cada tanto mira su celular y sonríe.

Una moto de delivery pasa zigzagueando entre los autos. La mochila cuadrada lleva pegada una calcomanía nueva: “PedidosYa”.

Dos adolescentes con uniformes escolares se sacan una selfie en la esquina. Uno de ellos repite varias veces: “¡Dale, una más, esta sí sale bien!”.

Una patineta eléctrica pasa rozando a una señora. Ella protesta con un gesto, pero no dice nada.

El viento se vuelve más frío; es normal, estoy cerca del puerto.

Desde la panadería de la esquina llega el olor a facturas recién horneadas. Es una panadería bastante concurrida; no es raro, hacen muy buenas medialunas.

En el caminar, como señala David Le Breton, “las percepciones sensoriales se limpian de su rutina, se inventan otro uso del mundo”.

Aquí, ahora, incluso el olor del pan parece distinto.

Un niño juega con el celular mientras espera el colectivo, quizás el 553. Mueve los dedos con rapidez, concentrado. De vez en cuando levanta la vista para ver si el colectivo aparece. Luego vuelve a mirar la pantalla, más rápido, como si tuviera poco tiempo.

A su lado, un joven lee un libro. “Renegados”, de Marissa Meyer. Gran coincidencia: también lo tengo, aunque no pasé del prólogo. Él ya va por la mitad. Sostiene el libro con una mano y con la otra se acomoda los lentes. Parece absorto. El niño con el celular lo mira un segundo, como si no entendiera qué puede tener de divertido leer algo sin luces ni sonidos.

Una señora saca un tupper con galletitas de su bolso y le ofrece una al niño. El niño no responde, sigue con el juego. La señora sonríe igual, como si no le importara.

El semáforo cambia. Pasa un camión con cajas de verdura. Huele a lechuga y a tierra húmeda.

Un hombre cruza la calle con paso firme, camiseta azul oscuro y jeans. Tiene el pelo corto, la mandíbula marcada, camina con los hombros rectos. Por un segundo, pienso que es Martín Palermo. Idéntico. De no ser porque llevo puestos los anteojos –y porque dudo que Palermo espere el colectivo en Edison y Vértiz– le hubiera pedido una foto. La confusión me dura unos segundos. Me río solo. El hombre saca el celular del bolsillo y se lo lleva al oído. Dice algo que no llego a escuchar y sigue caminando.

Llega el 554. Subo.

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