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Opinión 30 de junio de 2019

Que vivan como quieran pero no acá

El "beso fraternal" entre dos líderes comunistas de la Guerra Fría, Leonidas Brezhnev (URSS) y Erich Honecker (RDA). Foto: Archivo | Régis Bossu.

por Nino Ramella

En junio de 2013 la Duma y la Cámara Alta de la Asamblea Federal de Rusia aprobaron una ley (promulgada por el presidente Vladimir Putin ese mismo mes) que prohíbe la difusión de “relaciones sexuales no tradicionales”.

La ley es tan laxa que habilita la censura que quiera imponerse a la mínima visibilidad del movimiento LGBT. Cualquier información sobre la homosexualidad que alguien suba a internet puede ser multada con montos que van desde los 50 a los 100 mil rublos.

Muchos gays rusos directamente se exilian, como el activista Alexei Kiselev, refugiado en España, el pintor Konstantin Altunin, huido a Francia, o la periodista Masha Gessen, trasladada a Estados Unidos. La persecusión es tan intensa que algunas organizaciones hablan de “pogromos” contra la comunidad LGBT.

He vuelto hace pocos días de Rusia, donde pasé 9 días en Moscú y trece cruzando Siberia. Desde bastante tiempo antes de emprender mi viaje, y luego de varios intentos frustrados, logré contactar a Anton Krasovsky, periodista y presentador en televisión que el 25 de enero de 2013 dijo al aire: “Soy gay y soy un ser humano, igual que Putin y Mevdvédev (presidente de la Federación Rusa en aquel momento)”, lo que le causó el inmediato despido de su trabajo.

Obtuve de él una respuesta parca, diciéndome que cuando se acercara la fecha de mi llegada a Moscú volviera a contactarlo. Le mandé preguntas. Nunca más me contestó.

Intenté con otros integrantes de la comunidad LGBT de Rusia, algunos conocidos y otros no. Ninguno me concedió una entrevista ni personal ni via email.

Hablé con otras personas, algunos con expresiones que evidenciaban apertura mental y miradas “progresistas”, e inclusive con varios críticos de Putin. Cuando les blanqueaba el tema quedaban mudos. Ni siquiera un mínimo o intrascendente cometario. Nada.

En los lugares del mundo que he visitado, aun en aquellos en los que hay una expresa y “legal” condena a la homosexualidad, siempre hay expresiones visibles de la comunidad LGBT, como pueden ser banderas arcoiris o indicadores en bares que aunque puedan ser apenas sugerentes dan cuenta de ser “gay friendly”.

En Rusia son directamente inexistentes. Nada absolutamente nada se percibe en esa sociedad como vinculado al mundo gay. Tampoco es posible ver en las calles actitudes de personas que puedan percibirse como pertenecientes a minorías sexuales. Ni en conductas o gestos, ni en vestimentas… ¡en nada!.

La enorme influencia que la Iglesia Ortodoxa Rusa ha cobrado en los últimos tiempos en las esferas del poder tampoco ayudan para calmar los ánimos discriminatorios. Los disparates llegan al colmo de que una película sobre Tchaikovsky financiada por el gobierno en 2015 no podía mencionar la homosexualidad del músico -que se vio forzado a suicidarse por amor a un joven-, porque al decir de las autoridades “no hay evidencia de que Tchaikosky fuera homosexual”, cuando esa condición está ampliamente documentada en sus papeles y correpsondencia.

En realidad no fue ese el colmo. Lo más desopilante ocurrió en 2016 cuando Alexei Krestianov, un abogado ruso, denunció ante la Fiscalía de la Región de Primorsky que en el Safari Park Primorsky convivían un tigre, llamado Amur y una cabra macho llamado Timur. “Los animales están teniendo relaciones que van en detrimento de la ley contra la propaganda gay”, afirmó el alienado.

Por estas horas el presidente Putin, ante la requisitoria periodística sobre el tema, defendió su postura contraria a los derechos de las minorías sexuales y dijo que en este sentido “el progresismo quedó obsoleto”.

“Queremos que todos vivan felices. Pero no podemos permitir que este tipo de pensamiento se imponga a nuestra tradición cultural y los valores familiares de las millones de personas que componen el núcleo de la población”, agregó.

Es una afirmacion digna de análisis. Es cierto que la opinión pública rusa está entre las más hostiles contra la homosexualidad, si no se tiene en cuenta los países musulmanes.

Las denuncias contra la persecusión de homosexuales en Chechenia, república integrante de la Federación Rusa, son gravísimas, al punto que se difundió la existencia de cárceles secretas donde se confina a la gente gay, además de constatarse varios asesinatos. En su momento, Alvi Karimov, portavoz del líder checheno Ramzan Kadirov desestimó las denuncias argumentando que “en Chechenia no hay gays”.

Hace 102 años, más precisamente en 1917, la revolución bolchevique abolió el castigo a la homosexualidad, que retornó con Stalin en 1933.

A Rusia ha logrado penetrarla el capitalismo con sus McDonald’s y shoppings sofisticados. Pero hasta eso llegan. Parece que consideran mucho más doloroso dar libertad a sus ciudadanos de querer a quien se les cante.