Uno empató afuera y el otro ganó adentro, sería exagerado sostener que sufrieron demasiado, pero también que les dio para administrar energías que necesitarán a pleno cuando la semana próxima llegue la hora de los 90 minutos decisivos: la mejor noticia, entonces, es que Boca y Rosario Central conservan lozanas sus esperanzas de avanzar y en caso de que sea juntos afrontar un gran mano a mano que garantizaría un finalista argentino en la 57 edición de la Copa Libertadores.

El primer examen de cuartos de final le tocó a Boca en el añejo escenario del Parque Central montevideano, ahí donde se suponía que a salvo de cierta aséptica lejanía que porta el Estadio Centenario, Nacional podría imponer condiciones.

Nada de eso sucedió, puesto que salvo un puñado de minutos del primer tiempo y otro puñado en el segundo, sobre todo después del empate establecido por Sebastián Fernández, ni el equipo uruguayo desbordó a Boca ni el arquero de Boca se vio forzado a conjurar situaciones de alto riesgo.

Y más aún: hasta se podría hacer notar que Agustín Orión no tuvo una noche destacada, ni siquiera correcta (pagó en varios centros cruzados que lo sorprendieron fuera de distancia) y sin embargo Boca se las arregló con bastante poco, en dosis homeopáticas, para merodear la victoria y aprobar un nuevo examen de oficio copero.

El polifuncional correntino Leonardo Jara resultó a la postre el jugador más rendidor de un Boca expeditivo en el fondo, combativo sin luces en el medio campo y corredor con poca tenencia y pólvora en el ataque, ahí donde Carlos Tevez pagó los platos rotos de las incompletas tareas de su equipo.

Incompletas pero no infecundas, desde luego, toda vez que, si se trataba de no perder, no perdió, y si se trataba de convertir al menos un gol, lo convirtió.

La pregunta del millón es hasta dónde Boca podrá sacar más jugo del gol del colombiano Frank Fabra, cada vez un poco mejor en la gestión defensiva y más determinado a pasar al ataque.

El punto de alerta estriba en el hecho de que, permeable, terrenal y todo, Nacional se siente más cómodo fuera del Uruguay y justamente fuera del Uruguay ha alcanzado mejores rendimientos y resultados positivos, por ejemplo con Corinthians, en San Pablo.

De todos modos, si una particularidad tiene este tramo de la Libertadores es que ningún equipo tiene resuelta la vida y ninguno ha sido desalojado de la antesala al Paraíso.

En ese contexto, para Rosario Central, ¿es un buen resultado haber ganado 1-0?

Por supuesto que es un buen resultado y no “apenas 1-0”, desde el momento que enfrentó al empinado Atlético Nacional de Medellín, que sufrió la seria lesión de un puntal como el defensor Javier Pinola, que fue dominado por momentos de forma abrumadora y que no tuvo respiro hasta el mismo momento que el juez mandó a todo el mundo a las duchas.

Ganar, sea por tres, dos o por uno, es siempre una muy buena noticia; ganarle a uno de los adversarios más fuertes, es un adicional que invita a la satisfacción por el deber cumplido y el no haber recibido un gol en condición de local va a parar a una olla que se insinúa sabrosa.

Sabrosa incluso cuando el rival se llame Atlético Nacional, que juega lindo y a veces bien, tiene un flor de arquero como Franco Armani (la triple atajada del segundo tiempo fue fabulosa) y en Medellín se sienta el Barcelona de Lio Messi.

Ojo con Central: siempre encuentra un héroe providencial (anoche fue el chaqueño Walter Montoya, cuyo golazo acalló buena parte de la desconfianza de las tribunas), siempre renueva su stock de figuras (anoche fue el endiablado Franco Cervi, próximo a incorporarse al Benfica de Portugal) y siempre clava la bandera de un equipo que juega sin complejos en todas las canchas, que no se siente menos que nadie y aspira a ser mejor que todos.

Télam.