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Deportes 25 de junio de 2023

Ramella, desde bien abajo a campeón de Liga Nacional: “Pensé mucho en el camino recorrido”

Leandro Ramella es el primer entrenador marplatense en ganar un título en la máxima categoría del básquetbol argentino. Se lo ganó con su dedicación y su empeño. Pero es consciente de todo lo que demanda su profesión y la importancia capital del apoyo de la familia.

Por Marcelo Solari

Nunca se olvida de sus orígenes, Leandro Ramella. Es una persona sencilla, generosa y, también, el entrenador campeón de la Liga Nacional de Básquetbol, tras guiar a Quimsa de Santiago del Estero a su segunda corona. Por él, de acuerdo a numerosos testimonios posteriores, mucha gente del básquet quería que los santiagueños ganaran el título. No por nada, evidentemente, todos destacaron su calidad como director técnico, pero mucho más, sus cualidades humanas. Eso también quedó expuesto en esta extensa entrevista con LA CAPITAL:

-Apenas terminado el último partido de la serie final y con el título asegurado, enseguida te acordaste de tu tío, Osvaldo Echevarría, de tu familia, de todo el camino recorrido. ¿Eso fue lo primero que se te vino a la mente?
-Sí, sí. Un poco eso. El camino recorrido desde el principio, totalmente. En serio ¡eh! No sé por qué. Uno se debe poner más sensible y vienen solos esos recuerdos. Para mí era muy importante jugar la final. Y mientras se desarrollaba la serie, todo el tiempo me acordaba muchísimo de Kimberley. Yo empecé a trabajar con Nicolás “Bidú” Spidallieri, quien hoy es mi amigo y el padrino de una de mis hijas. Me venían a la mente él y todos los del club. Marcelino (Sangrilli), el Ruso (José Bonfiglio), obviamente mi tío, todas las etapas. Y también mucho de Quilmes. Pasé muy buenos momentos en las inferiores, con Luis Fernández, Javier Bianchelli, Mariano Rodríguez. Evidentemente, he sido feliz en esos lugares porque tengo todo eso muy presente. Y también de la época de Alvear de Villa Ángela. Tengo un sentimiento especial por ellos porque apostaron por mí para el profesionalismo cuando no me conocía nadie.

-¿Y no te pasó de verte ahí, siendo campeón de la Liga y sin poder creerlo?
-Sí, la verdad que sí. Tal vez no caía en lo que estaba pasando. También me pasó que estuve muy concentrado en el día a día. De hecho, faltaban dos minutos y yo seguía preocupado. Y me doy vuelta y lo veo a (Juan) Brussino arriba de una silla, festejando. El partido ya estaba liquidado y yo no me había dado cuenta. Eso de pensar todo el tiempo en el próximo juego, en cómo ajustar, en evitar que (Dar) Tucker apareciera, y que Marcos (Mata) no nos lastimara, me parece que no me permitía pensar que podía pasar algo bueno. Y cuando pasó, tal vez no caí del todo.

-Quimsa dominó la serie final pero perdió el único partido de todos los play-offs en casa, precisamente contra Boca. ¿En algún momento les entró la duda y pensaron “si no ganamos en La Bombonerita, estamos fritos”?
-Sí, obvio, porque de verdad pasaba eso. Ir ganar a La Bombonerita era algo muy difícil. Venían invictos y, para mi, Boca tenía mucha jerarquía. Nadie se quería cruzar con Boca porque era un equipo de play-off. Sin embargo, cuando miramos varias veces el video de ese partido que perdimos, con el cuerpo técnico sentimos que no nos habían dominado nosotros. Nosotros tiramos 20 tiros más que ellos. Es mucho. Y cuando lo analizamos a (Eric) Anderson, quien durante el partido había parecido estar controlado por Marcos Mata, lo cierto es que tomó muchos tiros solo, en ventaja. Pero no los había metido. Se lo hicimos saber a él, también. Entonces, después de todo ese análisis, fuimos mucho más tranquilos a Buenos Aires. Sentía que podíamos ganar un juego de visitantes y recuperar la ventaja de la localía.

-Hiciste buena parte de tu carrera en Quilmes, te identificaste con el “tricolor” y terminaste dirigiendo a Peñarol, con todo lo eso significa. Te fue muy bien y te querían contratar de nuevo. ¿Llegaron a hablarte sobre esa posibilidad?
-Tengo muy buena relación con la gente de Peñarol y hablo con varias personas, dirigentes, allegados durante todo el año. Por ahí en algún momento me dijeron “ojalá que vuelvas” o algo así. Pero no lo llegamos a hablar desde lo formal. Por lo menos, mi representante no me informó de un ofrecimiento oficial. Pero lo digo siempre. La gente de Peñarol siempre me ha tratado muy bien y me sigue tratando muy bien. Sabía que había un interés pero como yo estaba trabajando en otro club, no se concretó ninguna negociación.

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-¿Por qué aceptaste seguir en Quimsa? La vara quedó muy alta para la próxima temporada y ya se sabe que algunos jugadores campeones no van a estar…
-Me parece que aspirar a algún logro internacional está muy difícil. Yo sé que algunos dirigentes tienen esas intenciones, pero yo lo veo muy complicado. No tenemos presupuesto para poder competir con los equipos de Brasil. Y la próxima Liga Nacional va a ser realmente difícil. Yo creo que va a haber como mínimo 6 equipos que van a querer luchar por el título. No es poca cosa y bueno, es un nuevo desafío.

-Esos candidatos van a ser los cuatro semifinalistas de esta temporada y ¿quiénes más?
-Riachuelo va a tener un presupuesto altísimo y está armando un gran equipo. Oberá se va querer meter otra vez en la discusión y todos dicen que Regatas quiere festejar el centenario del club metiéndose en la pelea también.

-¿Ese contexto también actúa como una motivación adicional?
-Yo sentí, desde que llegué, no la presión, pero sí la sensación de que el objetivo de Quimsa era ser campeón. Lo sentí desde el primer día porque también me lo dijeron. Y enseguida me di cuenta de que teníamos las herramientas, al menos para llegar a la final. Eso me dio cierta tranquilidad, porque teníamos el material. Era un desafío nuevo para mí, porque nunca había estado al frente de un equipo que, en la previa, tuviera el plantel como para aspirar a llegar lejos. Pero yo llegué en la mitad de la temporada y ya estaba todo armado. Ahora me encantaría poder volver a una final después de haber formado y moldeado el equipo desde cero. Ojalá se pueda dar.

-Ya se sabe que Franco Baralle se va a Brasil y que algún otro jugador también puede emigrar. ¿A quiénes te gustaría retener?
-La idea de lo que hablamos en principio con Diego (Logrippo, el director deportivo), es por lo menos sostener a Brussino, (Fabián) Ramírez Barrios y los dos extranjeros (Eric Anderson y Brandon Robinson) y con otro referente como (Sebastián) Acevedo o (Mauro) Cosolito. Igual vamos a tener un problema que no lo vamos a poder solucionar. El año pasado había dos U23 de muchísima calidad: Agustín Pérez Tapia y Baralle y este año no van a estar. Pérez Tapia tiene contrato, pero ya como ficha mayor. Ahí teníamos una marcada diferencia con el resto, porque nuestros U23 eran de un nivel muy alto.

-¿Con qué Quimsa te encontraste cuando llegaste en febrero? Porque dijiste que tenía el material, pero el equipo no funcionaba. ¿Era un problema mental?, ¿de falta de orden?, ¿defensivo?
-Cuando se va otro entrenador y llega uno nuevo, éste siempre tiene un margen. Y además, el jugador tiene que ponerse a disposición. Eso pasa siempre. Yo tuve eso a favor. La predisposición de todos los jugadores para poder llevarlos para el lado que yo iba a querer. Le tuve que poner mucha energía, y me llevó un tiempo y algunos conflictos, definir y hacerle entender a cada uno el rol que yo pretendía de ellos. En ese sentido, era un plantel muy demandante. Uno quería minutos, otro quería sus tiros, otro quería protagonismo. Todos demandaban cosas. Yo tenía que definir esas cuestiones lo antes posible. A quiénes darles, a quiénes quitarles y convencer a todos de que era lo mejor para el equipo. Cuando logramos convencerlos, recién ahí me parece que empezamos a mejorar lo táctico, lo conceptual. Y a partir de allí, los jugadores tuvieron mucha determinación como para hacer lo que era necesaria con tal de conseguir el objetivo.

-Todo tu ciclo fue buenísimo, con récord de 24-4, incluido un 10-1 en play-offs. ¿Cuándo se vio el mejor Quimsa?
-Considero que a partir de las semifinales. La serie de cuartos de final con Regatas nos costó muchísimo, pero muchísimo. Nos costó más que contra Gimnasia. No sé si porque Regatas nos resultaba incómodo, porque ellos jugaban mejor, porque nos castigaron más o porque nosotros veníamos de un parate y ellos no. Eso no lo puedo saber. Pero de los tres juegos que ganamos, dos fueron en la última pelota. Y los podríamos haber perdido tranquilamente. Desde ese momento, empezamos a jugar mucho mejor. Y para mí, nuestro mejor juego de todos los play-offs fue el tercero de la serie con Gimnasia, en Comodoro Rivadavia. Jugamos bárbaro. Les llegamos a sacar 22 puntos de ventaja, en esa cancha que siempre es muy difícil, frente a un gran rival que venía de ser campeón en el Súper 4. Ese partido fue tremendo.

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-Volviendo a tus comienzos, ¿te mirás ahora en retrospectiva y reconocés algo de aquel joven entrenador?
-Me parece que he cambiado muchísimo, me he serenado muchísimo. La edad y el recorrido te hacen serenar. Antes era mucho más impulsivo y me enojaba mucho más. Ahora siento que estoy más tranquilo. Y también, me parece, que cuando uno es más joven, piensa que sabe más, que puede más. Y cuando va pasando el tiempo es al revés. Y pensás qué lejos estás o cuánto te falta por aprender. Será porque se ven las cosas con más tranquilidad y te da la sensación de que sabés menos. Acaso la inconsciencia de la juventud te lleva a no darte cuenta de algunas cosas.

-Más allá de lo deportivo, de la táctica, de la estrategia, ¿qué es lo más difícil de ser entrenador de básquetbol? ¿El desarraigo?
-Sí, sin dudas, eso es lo peor. Siempre digo esto. Pongo dos ejemplos y hay más. El “Gallego” Norberto De Paz y Juan Lofrano no son entrenadores profesionales porque no agarraron el bolso para irse. Nada más que por eso. Yo no estudié más que ellos ni sé más que ellos. Pero decidieron no armarse el bolso y yo sí hice. Lógicamente, en el camino me he perdido mil cosas. Actos del colegio de mis hijas, días en que mis hijas me han llamado por teléfono llorando y yo tenía que tratar de estar presente a la distancia. Es una decisión de vida. Sin esa decisión, es imposible ser entrenador de básquetbol. Otro caso. Mariano Rodríguez es, desde hace tiempo, el mejor asistente de la Liga Nacional. Pasa que nunca movió de acá. No porque no pudo, sino porque no quiso. Es entendible, también. Hoy me río, pero suelo contar que yo pasé Año Nuevo en una habitación de hotel, mirando televisión. Cuando mi familia me llamó, eran las 10 de la noche en México y acá ya eran las 12, estaban todos festejando. Una vez que corté la comunicación, me fui a dormir. Soy un hombre familiero, me gusta juntarme para las fiestas, disfrutar con la familia. Es el costo que hay que pagar. No digo ni que esté bien ni que esté mal. Es el costo por intentarlo, porque nadie te garantiza nada. A veces pensás que estás en lo correcto y a veces te preguntás ¿qué hago acá?

-Todo eso forma parte del “combo”. Es el costado que no es visible para el público pero también influye en forma determinante…
-Por supuesto. Una vez estaba trabajando fuera del país y estaba muy fastidioso. Hablaba con mi mujer y un día me dijo “¡Basta! ¡Te volvés o te quedás y te la aguantás!”. Y tenía razón. Me la aguanté. Si tu familia no te banca… Para la gente parece una frase hecha cuando decís “le agradezco a mi mujer”. No es una formalidad. A ella yo la conocí cuando estaba en Villa Ángela. Es de ahí pero estudió en Corrientes. Y cuando fui a dirigir a San Martín, empezamos nuestra relación. Más adelante, yo ya estaba en Quilmes y tomamos la decisión de que se viniera para Mar del Plata. Cuando se instaló, a la temporada siguiente me fui a Villa Ángela y ¡ella se tuvo que quedar acá! Sin familia, sin amigos. Le habíamos conseguido un muy buen trabajo y no queríamos que lo dejara, así que se tuvo que quedar. Mi esposa y mis hijas forman parte de mi carrera. Las nenas vivían en Mar del Plata y una vez pasaron todo enero en Villa Ángela, en una Pelopincho en el patio de casa, en lugar de estar en la playa metiéndose al mar. Otra vez les tocó pasar 25 días de enero en Formosa. Siempre le digo a algún amigo, medio en broma medio en serio, que yo juego a ser entrenador porque mi mujer me deja hacerlo. El día que no me deje…

-Claro que la profesión también tiene su lado bueno…
-(Se toma un tiempo para pensar) Desde luego que sí. Uno no se puede victimizar porque vivimos en un país donde hay gente que la pasa muy mal. Entonces uno tiene que ser coherente. Ser entrenador te brinda muchas satisfacciones. Te permite vivir bien pero, aunque mucha gente lo cree, no estás salvado económicamente. Yo tengo mi casa y nada más. No es el fútbol. Pero en un país como el nuestro, en las condiciones que está, suena hasta ingrato decir que la profesión es difícil y todo eso. No suena bien. Pero la realidad te marca que no es fácil, si bien desde afuera seguramente se ve mucho más brillante. No me quejo, porque es una decisión que he tomado convencido. Pero tmapcoo todo es color de rosa como parece.

-¿Te costó adaptarte a la Liga Uruguaya?
-Yo vivía en una lugar hermoso, en una ciudad hermosa como Montevideo, ganaba muy bien, al equipo le iba bien y yo la pasé realmente mal. Nunca pude estar cómodo en el club (Aguada), en el equipo. No pude. A veces no estás incómodo sólo cuando te toca perder.

-¿Esa incomodidad era una cuestión personal tuya o algo relacionado con lo profesional?
-Me costó todo y nunca pude disfrutarlo. Los dirigentes me trataban muy bien, no tengo nada que decir. Pero, para mí, la Liga no es profesional en el sentido que le damos nosotros a esa palabra, el medio es difícil, el público es muy hostil. No podía entender un montón de cosas que pasaban y no conseguía destrabarme. Lo sentí, no sé si como un fracaso, sí como un obstáculo que no puede pasar. Porque lo considero un problema mío. El entrenador se tiene que adaptar al medio. Por ejemplo, fui a México y me adapté sin mayores problemas. La Liga era otra cosa a lo que estamos acostumbrados, pero estuve cómodo, aún viviendo solo. En Uruguay, mi familia iba cada 15 días. Está claro que eran muchas más las cosas positivas, pero nunca me pude adaptar. Lo intenté, puse empeño pero ya para noviembre me quería volver. Y eso que yo seguro, ¡eh! Con ganas, convencido. Quería ir.

-En cambio, ¿la experiencia con la Selección de Uruguay fue otra cosa muy distinta? Aunque vos ya era entrenador jefe y fuiste como asistente…
-Sí, y después volví a ser asistente en San Lorenzo. Mi experiencia en la Selección de Uruguay al lado de Rubén Magnano fue una de las mejores cosas que me pasaron. Sigo pensándolo. Me pareció una excelente persona y un tremendo entrenador. Tal vez como me sentí tan cómodo ahí, cuando me salió la posibilidad por ahí ir a San Lorenzo, me animé a tomarlo porque había un montón de cosas que valía la pena vivir: fuimos a jugar contra un equipo de la NBA, fuimos a un torneo Uruguay con Bayern Munich, con Flamengo, con un equipo de la G-League, y no clasificamos, pero estaba la chance de la Copa Intercontinental. Ahí también aprendí un montón, especialmente a estar rodeado de 10 jugadores de primer nivel. Y todos demandaban sus cosas. Me sirvió muchísimo.

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-Te ha tocado vivir en diferentes lugares y no vamos a descubrir que Mar del Plata es una de la mejores y más lindas ciudades. Durante mucho tiempo, desde el básquetbol, se cuestionaba que no surgían productos genuinos marplatenses. ¿Te sorprende lo mucho que ha cambiado esa perspectiva?
-Estoy orgulloso de eso, de ser marplatense y no me sorprende. En una época chicaneábamos a la gente de Peñarol o Quilmes con que Guillermo Narvarte, Marcos Mata, Selem Safar o yo habíamos surgido de Kimberley, que ahí estaba la calidad. Me siento recontra marplatense y me crié con el “cuco” de los bahienses atrás. Que de allá surgían jugadores y entrenadores y de acá, no. Y la verdad es que desde hace un buen tiempo, acá se trabaja con ocho o diez clubes de muy buena manera. Del Premini de Mar del Plata, por caso, Patricio Garino y Luca Vildoza llegaron a Europa y pasaron por la NBA; y un montón de jugadores en la Liga: Pablo Alderete, Salvador Giletto, Tiziano Prome. Y muchos que se formaron acá aunque llegaron de otros lugares: los hermanos Cequeira, Tayavek Gallizzi, Facundo Campazzo, Joaquín Valinotti, Emiliano Basabe, Franco Maeso. Ahora es algo normal, cotidiano. Antes, Eduardo Dominé, Fernando y Tato Rodríguez y Diego Cavaco eran las excepciones. O Gustavo Fortete, que lo venían a buscar de Tandil y era un acontecimiento.

-Por suerte también pasó lo mismo con los entrenadores…
-Ni hablar. También con los entrenadores: Javier Bianchelli, Ezequiel Santiago Medina, Jerónimo Trezza, Alejandro Mangone, Mariano Rodríguez, Luis Fernández, Manuel Gelpi, o Nicolás Bastarrica como preparador físico. Todos salieron de acá. Y la lista sigue, es enorme. Hace 30 años, era impensado porque no teníamos a nadie. Eso habla bien de la competencia interna nuestra, de la preocupación de los entrenadores por prepararse y obviamente que la Liga Nacional fue fundamental. Los marplatenses tenemos que estar recontra contentos y orgullosos. Me encanta que pase eso. Y siempre que pude, traté de abrir puertas. Me lo llevé a Jerónimo Trezza a Chaco, a Juan Pablo Tuminello a Corrientes, a Hernán Vázquez a Formosa. Ojalá que siga sosteniéndose eso, que sigan apareciendo chicos con ganas de ser entrenadores.

-¿Notaste que la ciudad extraña demasiado el clásico? ¿O ya no, ese momento pasó?
-Para mí, sí. En esta temporada se jugó un clásico amistoso y fue algo muy, muy lindo. Nosotros llegamos a jugar clásicos en play-offs. Era un acontecimiento para la ciudad y también era una gran ayuda económica para los dos clubes. Y era, con todo el respeto, el clásico más importante de la Liga Nacional. Todavía no hay, ni hubo, ningún clásico que lo haya superado. Se jugaba en un estadio espectacular, se generaba un gran clima en la semana previa. Al principio era otra cosa, más efervescente. Y con el tiempo fuimos más inteligentes todos al darnos cuenta de que había que cuidar ese producto, porque ese clásico de la ciudad se transformó en el producto más importante de Liga Nacional.