Cultura

Rodrigo Fresán: “No me interesa contar la verdad ni dar testimonio de mi tiempo”

Con “La parte recordada“, el novelista Rodrigo Fresán pone fin a un tríptico que indaga en la invención, el sueño y el recuerdo -los insumos básicos de la escritura-, mediante una trama que entrelaza las cavilaciones de un narrador acechado por la sequía creativa y confrontado a ana memoria que abastece a su labor al mismo tiempo que compromete su conciencia.

Diez años le llevó al autor de “Mantra” y “El fondo del cielo” ensamblar este trío de novelas oceánicas que requieren de un lector paciente y ajeno a los modos del multitasking para sumergirse en este exoplaneta que pone en circulación todos las afinidades artísticas de Fresán desde Stanley Kubrick hasta los Beatles y Bob Dylan con escalas reincidentes en el ruso Vladimir Nabovok, acaso su máximo referente.

Después de “La parte inventada” y “La parte soñada” llega esta novela publicada por Penguin Random House, como sus antecesoras, que desarma los mecanismos de la ficción para explicar -y acaso explicarse- el andamiaje que sostiene la operación de transcripción de los recuerdos, esa zona difusa que Fresán sitúa entre el sueño y la invención.

– Esta tercera parte del tríptico orbita en torno a cómo recuerda un escritor, según tus palabras “un profesional de algo donde el resto es amateur” ¿Cuál sería ese plus que tiene el recuerdo para quien se dedica a escribir?

– Todos recordamos igual, la diferencia está en que tal vez los escritores tenemos una percepción más clara, cruel e interesada de lo que puede llegar a hacerse con un recuerdo. La idea de hacer memoria está ya implícita en el proceso de la escritura, porque cuando ponemos por escrito algo que nos pudo haber ocurrido diez minutos antes, ya es pasado y está incluso deformado por el modo en que lo trascribimos. Recordar es paradójicamente reinventar o soñar. Por eso los ejes de los tres libros -la invención, el sueño y el recuerdo aluden a los tres combutibles o elementos con los que un escritor puede ecualizar el acto de escritura.

– La singularidad de tu libro es que el protagonista tiene una relación problemática con la memoria por un episodio en el que denuncia a sus padres…

– Sí, el personaje tiene un trauma muy profunda que vive la contradicción de ser un escritor cuyo material principal es la memoria pero al mismo tiempo no quiere recordar. Y sabe también que no se puede inscribir en la tendencia de la literatura del yo, autobiográfica y testimonial, porque si lo hace sería directamente repudiado.

– ¿Cómo se reconfigura el rol de la memoria ahora que la gente ya no se preocupa por memorizar porque, como sostenés en la novela, “siempre está a un par de clicks de recordarlo” ¿Estos nuevos dispositivos pueden contribuir a optimizar el ro de la memoria o, por el contrario, la atrofian?

– Vivimos un tiempo paradojal, porque ahora tenemos el don de la memoria absoluta a partir de los dispositivos externos. pero cada vez memorizamos o recordamos menos. Antes nos sabíamos treinta teléfonos o direcciones de memoria: todo ese material que constituye nuestra historia ahora está alojado en los dispositivos tecnológicos y podemos acceder a él sin el riesgo del olvido. No voy a caer en la posición de decir que todo era mucho mejor antes cuando pintábamos bisontes en las cavernas pero sí creo que el gozar de una memoria imprecisa nos volvía más creativos. Se acabó la duda, incluso la duda tonta. Recuerdo conversaciones con amigos a la madrugada discutiendo sobre si en determinada película aparecía Bill Murray, por ejemplo. Por entonces no había modo de cerciorarse en lo inmediato, mientras que hoy con Google la duda se acaba en un segundo. Se acabó el problema pero no creo que la solución sea la más creativa.

– La novela pone en juego una idea compleja de memoria en la que intervienen la ficción y la adulteración ¿Son más interesantes la experiencias literarias que juegan en la frontera entre realidad y ficción?

– El hacer memoria es un pacto como mefistofélico. Hay grandes libros autobiográficos, como el de Vladimir Nabokov -que para mí es tal vez el más admirable-donde se ve que la realidad es algo bastante relativo. El propio Nabokov decía que la realidad estaba sobrevalorada. A mí por ejemplo no me interesa en absoluto contar la verdad o dar testimonio de mi tiempo o de la problemática de mi sociedad. Si uno elige hacer ficción es justamente para no estar tan metido en la no ficción de la realidad. Muchas veces la ficción ha explicado cosas que la realidad no puede explicar. Y lo que se entiende por la gran novela realista es lo más irrealista que hay. La vida no está estucturada dramáticamente como “Ana Karenina” o “Madame Bovary”. Por el contrario, está llena de agujeros negros, zonas grises donde no pasa nada y donde todo al final adquiere un cierto sentido o lo pierde por completo.

– En la época en que más se escribe y se toman más fotografías que en toda la historia previa, ambas disciplinas parecen haber perdido algo de su potencia crítica y discursiva ¿La masividad derivó en anestesiamiento de la mirada?

– Creo que toda facilidad acaba generando una dificultad que va a ser interesante. Quiero pensar que esto no va a seguir indiscriminadamente, que la gente no se la va a pasar toda la vida sacando la foto de la hamburguesa que come y subiéndola a las redes pensando que eso tiene alguna importancia para la humanidad. Me parece que eso va a generar en algún momento alguna reacción interesante. Me imagino que en algún momento va a surgir algún contramovimiento de oposición a esta suerte de ligereza autotestimonial constante y de exhibición de la vida privada. El efecto más raro y más tóxico es que se acabó la privacidad. Yo no tengo ni whatsapp, ni Facebook ni Instagram. Viví toda mi vida sin eso. Creo que no soporto la idea de estar a disposición de los demás las 24 horas. Eso no me parece una gran ventaja, a contramano de los que dicen que esas aplicaciones te simplifican la vida.

“La alegría de ser argentino”

Radicado en Barcelona desde 1999, Fresán siente que su relación con la Argentina ha sido enriquecida por la distancia, a la vez que reivindica “la alegría de ser argentino” a contramano de las tradiciones que asocian al país con “lo melancólico, lo trágico y lo tanguero”.

“Sé que ocupo un lugar raro en la literatura argentina pero a mí me gusta eso de no ser de ninguna parte, como un extraterrestre. Es algo que he conseguido tal vez de una manera no planificada pero que me gusta. Y de hecho los escritores que admiro tienen una posición parecida: Nabokov, por ejemplo, que es una mezcla quede ruso, norteamericano, suizo…”, destaca Fresán en entrevista con Télam.

– Hay algunas referencias en “La parte soñada” a la idea del escritor como influencer, una categoría que lo coloca en un lugar más condescendiente con el lector. ¿Como vivís esta transición entre el intelectual crítico que señalaba el malestar o las contradicciones sociales y esta veta actual más narcisista y complaciente?

– Tengo conciencia de que hubo una época, a mediados del siglo pasado, donde los escritores tenían una función social importante: eran figuras a considerar. Ahora ya no cumplen esa función, aunque de todas maneras no me interesa ese rol para el escritor. Personalmente, no me gustaría convertirme en alguien que opina todo el tiempo sobre lo que sucede. Creo más bien que tener una función social es proponerle historias alternativas a la gente para que pueda vivir cosas que de otro modo no viviría.

La idea de que los escritores están para arreglar los problemas de la humanidad me parece un poco infantil. Cuando los escritores deciden politizarse empiezan a escribir peor. El supuesto compromiso social de la literatura no existe porque la literatura como oficio es básicamente burguesa, solipcista y tiene una dosis importante de narcisismo.

– En la novela citás a Borges cuando sostiene algo así como “puesto que tenemos que resignarnos a la fatalidad de ser argentinos, alegrémonos de que nuestro tema sea el universo” ¿Creés que la distancia ha enriquecido tu literatura porque te permite salir como de cierto microclima?

– Cortázar al respecto decía algo que me interesa mucho: “Ser argentino es estar lejos”. Creo que el verdadero argentino no es el que está en Argentina sino el que desarrolla su mirada a larga distancia. A diferencia del reflejo automático que se hace de lo argentino ligado a lo melancólico, lo trágico y lo tanguero, para mí hay especie de alegría en la idea de ser argentino, que es la alegría de Cortázar, de Piglia y de Borges cuando escribían. Toda gente que te das cuenta de que era feliz escribiendo, a diferencia de lo que ocurría con Sábato. Otro escritor que admiro mucho es Manuel Puig, que escribió un libro en inglés, otro en portugués… Y entonces, ¿es argentino o qué es? Me causa gracia cuando dicen que soy un escritor pop como si fuera una novedad… Puig fue escritor pop muchos años antes que yo con el cine, la música y las comedias musicales. Me gusta eso de que aceptarte como argentino equivalga a poder hacer cualquier cosa en el plano literario.

Te puede interesar

Cargando...
Cargando...
Cargando...