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Arte y Espectáculos 17 de enero de 2021

Rolón: “Toda dicha se construye sobre las ruinas de un dolor”

El psicoanalista pasó por el ciclo Verano Planeta. Habló de su último libro, en el que aborda el duelo, "uno de los tres grandes temas de la vida". Y lo define como "la batalla que da una persona que no quiere morirse con lo que ha perdido".

Por Claudia Roldós

Psicoanalista, escritor, músico, actor, Gabriel Rolón fue uno de los autores que participó del Ciclo Verano Planeta 2021, que se está desarrollando de manera virtual. Presentó su libro “El duelo, cuando el dolor se hace carne”, en el que profundiza sobre este proceso, ineludible, necesario, para transformar la angustia por lo perdido -porque duela quien ha perdido algo o alguien muy significativo- en un recuerdo. Y porque, como aseguró en una charla con LA CAPITAL, “toda dicha se construye sobre las ruinas de un dolor”.

La muerte -propia y de los que amamos-, pero también la pérdida de un trabajo, una pareja, un hogar, el reconocimiento de un otro, la juventud, todo lo que nos ancla en la vida, sumerge en ese territorio “oscuro y misterioso” que es el duelo.

Con gran claridad y a la vez con empatía, Rolón se vale del cine, la literatura, la música y la mitología, pero también en la teoría analítica y en ejemplos de casos clínicos para profundizar en las diferentes etapas de esta “guerra íntima”, sus costados más oscuros, sus peligros y las herramientas para volver a conectarse con el deseo, con la vida.

-¿Qué lo llevó a abordar específica y profundamente el tema del duelo en un libro?

-El duelo es una visita permanente en el consultorio. Nadie consulta si no está atravesando un duelo, si no ha perdido algo, o al menos si no teme perderlo. Por eso, desde siempre tuve la idea de escribir acerca del tema. Comencé mis ensayos por el lado del amor. Así nació Encuentros (El lado B del amor). Luego abordé la pasión (El precio de la pasión). Y ahora le tocaba el turno al duelo. Son los tres grandes temas que recorren la vida de todo ser humano. Los que nos cuestionan y movilizan. Aunque en realidad podríamos acotarlos a dos: la sexualidad y la muerte. El amor es una variante, un color dentro del tema central que es la sexualidad, y las pérdidas son matices diferentes de la muerte.

-¿Cuál es el rol del deseo en el camino de superar el duelo? ¿Cómo reactivar el deseo?

-El deseo es la única energía que nos relaciona con la vida. Por eso es fundamental sostenerlo. En el momento del duelo, la tristeza, la soledad, la impotencia y la sensación de injusticia opacan al deseo. Por eso nos sentimos vacíos, como si nada tuviera sentido. Estamos oscurecidos y sólo podemos hablar de lo perdido. Algunos piensan que el duelo se relaciona sólo con la muerte. Por el contrario, el duelo es la manifestación más potente de la vida. Es la batalla que da una persona que no quiere morirse con lo que ha perdido. Un ser que quiere salir del infierno para recuperar sus sueños. Algo que sólo se consigue después de haber recorrido el camino doloroso, pero indispensable, del duelo.

-En el libro hace referencia a las religiones (“nos guste o no, todos llevamos en la mochila a Dios”) y cómo condicionan los duelos. ¿La esperanza, la fe, ayudan o complican?

-La esperanza lo complica, la fe ayuda. La esperanza nos detiene a la espera de que ocurra algo, un milagro, un retorno, un ofrecimiento de trabajo, no importa qué, pero sí sabemos que ese algo no depende de nosotros. No me gusta la esperanza, prefiero el deseo. Porque el deseo, lejos de detenernos nos empuja a ir en busca de lo deseado. La esperanza se liga a la anulación, de algún modo a la muerte. El deseo en cambio es la energía que nos permite darle sentido a la vida. Si sufrimos una pérdida la esperanza es una enemiga porque, ilusionados con el retorno de lo perdido, no comenzamos el trabajo de duelo. Nadie duela lo que no ha perdido, y la esperanza nos dice que aguardemos, que a lo mejor esa persona que ya no nos ama está confundida y va a volver. De esa manera, en lugar de dar los pasos que nos llevan a la aceptación y posterior superación de la pérdida, nos quedamos esperando. Lo que no sabemos es que en esa espera acechan dos enemigas fatales: la melancolía y la depresión.
La fe, en cambio, puede ayudar porque intenta aportar algún sentido a algo que no tiene ninguno: la muerte. Quien tiene fe cuenta con una herramienta para enfrentar lo perdido que el resto de los mortales no tenemos. No sé si ayuda al duelo sí o sí, porque también es posible que obnubilado por la esperanza del reencuentro con el ser querido que ha muerto alguien quede apresado por la esperanza de ese reencuentro y renuncie a avanzar en esta vida. En definitiva, la única que tenemos.

-¿Y si no tenemos fe?

-La fe no es algo que se elija. Algunos la tienen, otros en cambio debemos enfrentar el sentimiento trágico de saber que antes y después de esta vida no hubo ni habrá nada para nosotros.

-Somos más los que hemos perdido que lo que hemos ganado ¿por eso le damos más importancia a los logros?

-Me parece muy bien darle importancia a los logros. Que todo no se pueda no quiere decir que de vez en cuando no podamos disfrutar de lo que se consigue. Vivir es perder cosas constantemente. La infancia, la adolescencia, un amor, los abuelos, un trabajo o los padres. Vivir es haber perdido. Por lo tanto, en un universo tan cruel, siempre es un gesto de inteligencia y hasta una necesidad descansar en el placer de lo logrado. Sólo así se toma oxígeno para volver a sumergirnos en la vida.

-Ha dicho también que la tecnología presenta dificultades para la elaboración del duelo. ¿por qué? ¿y cómo tratarlo?

-Es una idea que me da vueltas hace tiempo. No podría suscribirlo con fuerza de teoría, pero tengo para mí que la tecnología puede presentarnos circunstancias que compliquen el trabajo de duelo. Parte del recorrido consiste en comprender que no vamos a volver a ver a quien amábamos, que ya no escucharemos su voz. Es durísimo, pero imprescindible porque, como hemos dicho, nadie duela lo que no ha perdido.

-¿Es parte de su experiencia en el consultorio?

-Tuve un paciente que guardaba en su celular cada saludo de buenos días y buenas noches de su hermana. También sus palabras de aliento, sus reclamos, incluso algunas conversaciones. Cuando la hermana murió (se suicidó), durante mucho tiempo él comenzaba el día con ese saludo matutino que le deseaba un buen día y se dormía con esa voz amada que le deseaba dulces sueños. En un momento comprendí que el duelo se había detenido. ¿Cómo no iba a ocurrir eso si cada mañana la voz y la imagen de esa hermana querida y complicada le recordaba cuánto lo amaba y le deseaba un buen día, si cada noche lo despedía como si estuviera viva o le hacía reclamos que lo angustiaban. Entonces tomé la decisión de indicarle que no volviera a ver esos videos hasta nuevo aviso. A partir de ese momento se abrió un territorio nuevo y comenzó a transitar el duelo de verdad, sin negaciones, con dolor, pero con la verdad en la mano. En lo personal creo que hay que cuidarse mucho de esta virtualidad que parece sostener con vida lo perdido. Los muertos están muertos y todo aquello que nos genere el conflicto psíquico de creerlos vivos nos introduce a un territorio siniestro donde el duelo se complica. Y la vida también.

-¿Cuánto nos determina en la vida que a veces, la felicidad de uno, implica la infelicidad del otro?

-Es muy común que la felicidad de uno implique la infelicidad de otro. Imaginemos esta situación. Alguien está casado y se enamora de otra persona. Esa persona le da tiempo y espera hasta que el amado resuelve su situación. Cuando esto ocurre, alguien hace las valijas y se va a vivir a otro lugar. Esa noche dos personas duermen juntas y felices. En otro hogar, más lejos o más cerca, alguien llora solo porque ha sido abandonado. Pongamos un ejemplo mucho más mundano. Una definición por penales. Un equipo llorará de felicidad, otro de tristeza. Todos debemos aceptar que toda dicha se construye sobre las ruinas de un dolor. Lo importante es no hacerlo con maldad, con disfrute. Pero en la vida todo tiene un precio. Cuando nos toca pagarlo, debemos hacerlo sin maldecir a los felices. Cuando nos toca ser felices tenemos que disfrutarlo sin sentir culpa. Nadie lo dijo como Silvio Rodriguez: Soy feliz… soy un hombre feliz y quiero que me perdonen en este día los muertos de mi felicidad.

-¿Cómo se logra poner en palabras ese dolor que, quizás, muchas veces, no se entiende?

-Justamente, cuando aparece la palabra se retira la angustia. No es un camino fácil. Lleva su tiempo. Al principio el dolor es todo carne. Con el tiempo, si hacemos las cosas bien, se abre el espacio por el que entran las palabras. A veces bajo la forma del silencio, porque el silencio, muchas veces, es otra de las formas de las palabras. Hay que esperar, caminar por el territorio insensato de la pérdida, por el mundo de la incomprensión y la injusticia, hasta que esa injusticia y esa insensatez pueden ponerse en palabras. Al principio de un modo torpe, más tarde de manera más elaborada. No hay que desesperarse por el tiempo. Todo dolor merece su espacio. Si el duelo sucede la palabra aparecerá. Si esto no ocurre, la depresión o la melancolía se instalan bajo la forma de la patología. Ese es el momento en que los analistas cobramos sentido. Para eso estamos. Para acompañar a quien está sufriendo y solo no puede.