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Policiales 13 de noviembre de 2016

Sangre, locura y muerte

Conocido como el Vampiro de las ventanas, Florencio Roque Fernández, es una rareza de la historia policial argentina, y por lo cruel de sus acciones puso a Tucumán en el mapa criminal de nuestro país.

por Hernán Gabriel Marty

LA PLATA (Corresponsal).- La historia policial de nuestro país tiene algunos casos a los que podríamos llamar “curiosos”. Uno de ellos es precisamente el de Florencio Roque Fernández, asesino serial de mujeres oriundo de Tucumán, al que se lo conoció como “El Vampiro Argentino” o “El Vampiro de la Ventana”.

Fernández fue apresado en el Día de los Enamorados de 1960, 63 años después que el irlandés Bram Stoker revolucionara la literatura introduciendo el tema vampírico, novelando una historia inspirada en el príncipe rumano conocido como Vlad el empalador.

Pero nuestro Drácula argento no peleaba contra el expansionismo otomano, ni castigaba a sus enemigos o a quienes lo traicionaban, su problema residía en una esquizofrenia que le provocaba delirios y alucinaciones, y en una atracción sexual hacia la sangre, que lo llevó a matar a 15 mujeres antes de ser aprehendido por las fuerzas policiales en lo que la prensa consideró “un operativo pintoresco”.

Al momento de ser capturado, este tucumano oriundo de Monteros tenía 25 años, pero su afección mental nunca había sido tratada a pesar de haber sido diagnosticada en su niñez, debido a la condición humilde de su familia, por lo que se trataba de un personaje peligroso que encarnaba un riesgo para la sociedad.

Sus delirios quizás fueron inducidos por interpretación fílmica que Bela Lugosi hizo de la novela Drácula, que se estrenaría exactamente 29 años antes de su captura, un 14 de febrero de 1931, marcando un antes y un después en las producciones cinematográficas de terror y dejando una huella en la psique de Fernández, que él mismo se encargó de horadar con sus horrendos asesinatos.

Florencio Fernández

Ya entrada su adolescencia, su esquizofrenia lo empieza a alejar de la realidad y tan solo con 18 años de edad, comete su primer crimen. Aprovechando el calor de las noches tucumanas, ingresó a una vivienda en la que las ventanas estaban abiertas. Una vez adentro, golpeó con un garrote a la mujer que allí residía y luego mordió su cuello de manera de provocarle una hemorragia y poder saciar, literalmente, su sed de sangre.

El placer que le provocaba beber el líquido que emanaba de los cuerpos de sus víctimas, lo llevaba al orgasmo, por lo cual tras ello, las abandonaba para que muriesen desangradas sin sentir remordimiento alguno por el cruel acto que había cometido.

Un mes después volvió a asesinar, morder, arrancar la tráquea y reeditar su rito vampírico, en total lo realizó con 13 mujeres más en el lapso de 7 años, sin discriminar para ello edad, raza o clase social de las víctimas.

El hilo conductor en todos los casos era el modus operandi de Fernández, que marcaba que siempre actuaba protegido por la oscuridad de la noche y tras acechar a sus blancos durante varios días, se cercioraba de que se encontraran solas, para luego entrar por las ventanas y provocarles la muerte con una fuerte mordida en el cuello. Esta acción (que era su marca registrada) en muchos casos diseccionaba la tráquea, pero en todos dejaba como saldo la hemorragia con la que podía saborear su sangre y sentir el placer que buscaba.

A finales de 1959 la policía tucumana empezó a notar que las casas de sus víctimas estaban a una distancia similar a una cueva ubicada en las afueras de Monteros, lugar en el que vivía Fernández y del que salía solo por las noches a causa de su fotofobia.

Esta rara condición produce en quien la padece una intolerancia anormal a la luz provocando dolor y si bien en la mayoría de los casos es producto de alguna afección ocular, en otros (como en este) es síntoma de afecciones neurológicas graves.

Al ser capturado, tres meses después de su último asesinato, el vampiro de las ventanas no opuso resistencia al arresto, pero su mansedumbre se volvió furia cuando los efectivos policiales lo hicieron salir a la luz del sol. Tras confesar todos sus crímenes, no pudo ser condenado por ellos al ser declarado inimputable, aunque fue encerrado por el resto de sus noches en una institución psiquiátrica, en la que murió 8 años más tarde.