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Interés general 6 de octubre de 2021

Sebastián Lacunza: “El Buenos Aires Herald vivió años de contradicciones durante la dictadura”

El último director del Buenos Aires Herald acaba de publicar un libro, “El testigo inglés”, sobre la historia de este medio en un trabajo indispensable para sumergirse en el mundo de ese prestigioso matutino. En una extensa entrevista con LA CAPITAL analiza las contradicciones del Herald durante la dictadura, habla de Robert Cox, Andrew Graham-Yooll y James Neilson y se refiere a la actualidad del periodismo argentino.

Por Marcelo Pasetti
@marcelopasetti

“El Buenos Aires Herald vivió años de enormes tensiones y contradicciones durante la dictadura, porque al tiempo que Robert Cox fue tomando nota del accionar del terrorismo de Estado, seguía creyendo en Videla. El director tuvo actitudes muy valientes y lúcidas para salvar vidas; los casos tienen una trama humana y periodística interesantísima. En simultáneo, en las páginas del diario había textos que hoy nos parecerían revulsivos”. El periodista Sebastián Lacunza, director periodístico del diario Buenos Aires Herald entre 2013 y 2017, es contundente en su extensa charla con LA CAPITAL. Acaba de publicarse “El testigo inglés. Luces y sombras del Buenos Aires Herald (1876-2017), libro de su autoría editado por Paidós, lo cual constituye un motivo más que valedero para conocer la “cocina” de lo que fue uno de los medios más influyentes del país, especialmente durante la dictadura militar.

Como bien lo señala el escritor Sergio Olguín en el prólogo, “la postura del Herald tiene claroscuros. Lacunza -sostiene- no se queda con la mirada santificada, hagiográfica, que propios y ajenos construyeron del Herald en los años de plomo, sino que derriba mitos y estima en su justo valor actos realmente meritorios”.
“El Herald -admite Lacunza en su entrevista con LA CAPITAL– apoyó todos los golpes, desde 1930, y fue un diario más bien oficialista, incluso en democracia, salvo períodos excepcionales. Tuvo períodos radicalizados y otros de mayor sosiego”.  Y ante otra consulta, no duda en afirmar que la guerra de Malvinas “fue probablemente el momento de mayor conflictividad en la vida íntima del Herald”.

Con una rica experiencia en medios nacionales e internacionales, el autor de “El testigo inglés” refiere que “con una redacción tan reducida, a veces el Herald podía marcar la diferencia tan solo parando la pelota y ver cómo pasaban las operaciones de ida y vuelta, y luego aplicar un toque propio” Y sobre la realidad del periodismo argentino en este nuevo tiempo de redes sociales y tecnología, estima que los medios “tienen que dar cuenta de ese territorio digital que marcha con sus lógicas, dialogar con esa realidad, integrarse, pero no imitar a los streamers, no dejarse editar por el clickbait”. Y advierte: “Ser absorbido por la monotonía de internet en la que todos informan lo mismo porque da clicks es una amenaza letal para un medio”.

– ¿Cuáles fueron los motivos que te impulsaron a escribir “El testigo inglés”, Luces y sombras del Buenos Aires Herald (1876-2017)?
-El camino fue de menor a mayor, de lo más reciente a lo más antiguo. En un primer momento, la propuesta editorial fue para escribir sobre mi experiencia como director del Herald, entre 2013 y 2017. En ese tiempo, había tenido acceso a documentos, hemeroteca y charlas con Andrew Graham-Yooll, Robert Cox y otros integrantes de la redacción que daban cuenta de una historia muy rica que merecía ser contada. Entendía que había que ir mucho más allá de lo que se conocía sobre el Herald durante la dictadura, que era cierto, pero estaba lejos de ser todo. Así que me animé a investigar la vida de un testigo inglés de la historia argentina durante 141 años.

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– De la lectura del libro, en paralelo a la historia del diario, se resalta con claridad lo que iba sucediendo en el país y en el mundo lo cual contextualiza con claridad. Sin dudas, un gran trabajo también de archivo…
– Soy periodista, no historiador, de modo que traté de manejarme con mucha seguridad y apelar a buenos libros de historia. Me parecía fundamental que el trabajo tuviera respaldo de documentos y, sobre todo, que los conflictos, logros, idas y vueltas del diario hablaran desde sus páginas. Había que permitir que el Herald hablara por sí mismo para doblegar un relato canonizado que resultaba conveniente a ciertas miradas, pero no siempre era cierto, o al menos estaba incompleto. Por supuesto que los entrevistados aportaron mucho, pero habría sido insuficiente quedarse en ello. Más allá del apego a la verdad, el testimonio puede ser parcial o puede tener el sesgo del punto de vista.

– Siempre se hizo referencia al rol desempeñado por el diario durante la dictadura, en la defensa de los derechos humanos y las denuncias sobre desapariciones cuando todos callaban. Sin embargo, al mismo tiempo, el diario apoyó a lo largo de su historia prácticamente todos los golpes de estado y con respecto al último gobierno militar había cierta expectativa y respaldo. ¿Cómo se vivía desde la cocina del diario esa dicotomía?
– El Herald, como decís, apoyó todos los golpes, desde 1930, y fue un diario más bien oficialista, incluso en democracia, salvo períodos excepcionales. Tuvo períodos radicalizados y otros de mayor sosiego. A veces, los editores decidían explicitar la sumisión al gobierno de turno o el desapego por los temas argentinos para que no pusieran al Herald en la mira, porque al diario le interesaba, sobre todo entre 1876 y mediados del siglo XX, la defensa de los intereses británicos. Así llega al golpe de 1976, con el Herald bastante en línea con la prensa liberal-conservadora argentina, que asumía las dictaduras como un paso necesario para conquistar la verdadera democracia, en lo posible, sin el peronismo. Allí se anotó el Herald. Robert Cox, el director, vio a Videla como la carta democrática civilizatoria ante lo que observaba con horror: Montoneros y la Triple A. Ese respaldo a la dictadura se extendió por largo tiempo. En el plano económico, el apoyo a Martínez de Hoz llegó hasta avanzada la década de 1980. De modo que el Herald vivió años de enormes tensiones y contradicciones durante la dictadura, porque al tiempo que Cox fue tomando nota del accionar del terrorismo de Estado, seguía creyendo en Videla. El director tuvo actitudes muy valientes y lúcidas para salvar vidas; los casos tienen una trama humana y periodística interesantísima. En simultáneo, en las páginas del diario había textos que hoy nos parecerían revulsivos. Un editorialista y posterior director, James Neilson, que también cuestionaba los métodos de la dictadura, creó un seudónimo para firmar en la revista Somos, de Editorial Atlántida, a favor de la lucha contra el marxismo. Y el principal periodista político, Andrew Graham-Yooll, marchó al exilio a Londres en septiembre de 1976 sospechado por parte del entorno del diario por sus conexiones políticas. Parte del entorno del Herald acusó a Andrew de tener afinidades “terroristas”. Que un diario nacido en 1876 como una hoja informativa para las actividades del puerto termine teniendo un protagonismo durante los años más oscuros de la Argentina habla de por sí de su historia singular.

– A la distancia, ¿cómo definís a Robert Cox y a Andrew Graham-Yooll, las plumas sin dudas más valorizadas del Herald?
-Sin dudas, son los dos periodistas más importantes de la historia del Herald. Entre ellos, a su vez, tuvieron un vínculo muy cercano, familiar, que trasuntó luego en un distanciamiento que duró décadas. Andrew Graham-Yooll era un argentino nacido en Ranelagh, Gran Buenos Aires; tuvo una infancia dura. Desde niño, pateó las calles de Buenos Aires, Montevideo y Londres. A fines de los sesenta era un joven de su época, con amistades politizadas. Entró al Herald en 1966 y se volcó a la cobertura de las noticias y las crónicas de la sociedad en la que vivía. De eso, en el Herald, había poco hasta entonces. Aunque se lo sindicó como de izquierda, Andrew no se refirió a sí mismo en esos términos. La historia de Cox fue muy distinta. Se crió bajo las bombas del blitzkrieg sobre Londres, terminada la guerra, falleció su padre, debió combatir en la Guerra de Corea, y un poco sin destino en el mundo, emprendió un viaje en barco a Buenos Aires, en 1959. Sin hablar castellano, se cargó el Herald al hombro. A los diez años estaba dirigiendo el diario. Se codeó con la élite económica, la crema de los apellidos ingleses, el mundillo diplomático. Se casó con una mujer, Maud, de familia acaudalada. Tenía un abordaje anclado en el clivaje de la Europa de la II Guerra. Forjó una mirada antiperonista, podríamos decir liberal-conservadora, aunque no agresiva. Es un humanista.

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– La muerte del fiscal Nisman también puso al Herald en el foco a partir de la revelación o primicia del hecho por parte del periodista Damián Pachter, periodista del sitio web del Herald. En lo personal, ¿cómo viviste la cobertura de este caso, cuál es tu análisis de lo que sucedió y qué sentiste cuando Pachter eligió a Twitter para lanzar esa “bomba” informativa?
-Que eligiera Twitter para difundir la noticia un domingo de franco y cerca de la medianoche me pareció comprensible; un signo de época. No fue lo mejor desde el punto de vista informativo, porque siempre edifica más, especialmente para el autor, la publicación de una noticia, que no es sinónimo de un tuit. Como la web no estaba bajo la misma dirección del diario impreso, no tenía con él una relación fluida ni correspondía que le pidiera explicaciones. Más allá del tuit sobre lo que Pachter definió en ese momento como un probable suicidio de Nisman, luego le insistimos para que aportara cualquier otra información. No apareció nada nuevo, ni entonces, ni después. El Herald tenía una cobertura muy sólida de la denuncia de Nisman. Resumidamente, el enfoque era que la denuncia contra Cristina y Timerman era muy precaria, una maniobra oscura, pero que ello no eximía al Gobierno por haber convivido con y usado a esos servicios de inteligencia durante una década. Ocurrió que los servicios se le dieron vuelta. A los cuatro días de la publicación del tuit, de buenas a primeras, Pachter dijo sentirse amenazado, viajó a Mar del Plata, apareció una persona con un vínculo antiguo con los servicios de inteligencia que lo ayudó a salir del país, se sumaron actores tóxicos que armaron una puesta precaria para darle alguna épica a su salida. En el medio, la agencia oficial Télam y Aerolíneas difundieron su ruta aérea, un sinsentido absoluto. Todo esto está desarrollado en un par de capítulos para que cada uno concluya si se trató de una tragedia o una farsa.

– ¿Cómo evaluás el rol desempeñado por el diario durante la guerra de Malvinas? En esos tiempos, se traduce de tu libro, hubo una interna muy grande entre las principales plumas y responsables del Herald…
-En efecto, porque allí se condensan muchas tormentas. El contexto, sin Malvinas, ya era de por sí turbulento para el Herald. Graham-Yooll llevaba seis años exiliado; Cox, dos y medio. Meses antes, Cox escribió que se había sentido traicionado por quienes habían quedado a cargo del Herald, dado que él tenía intenciones de volver. Y luego, el lectorado núcleo del Herald, las familias de habla inglesa, se venía reduciendo drásticamente desde mediados del siglo. Entre quienes habían quedado a cargo del diario surge el debate sobre a quién le debían lealtad, si al Reino Unido o a la Argentina. En las guerras anteriores del siglo, el Herald se había vestido de fervor nacionalista británico. Sumado a ello, el clima malvinero fue utilizado por ultras vinculados a la dictadura para apuntarle al Herald. El diario sufrió un boicot y no pudo ser vendido en los kioskos por un par de días. En esa situación, James Neilson, director, se sintió perseguido y partió a Uruguay. Malvinas fue probablemente el momento de mayor conflictividad en la vida íntima del Herald.

– James Neilson fue otro de los grandes periodistas que pasaron por el Herald. Sus columnas marcaban agenda. De hecho, a menudo Cox, Graham-Yooll y el mismo Neilson parecían aun más grandes que el mismo medio en el que se desempeñaban. Este último fue contemporáneo del renacer democrático en la Argentina. ¿Cómo fue la relación del diario con los primeros gobiernos democráticos?
-Hacia el final de la dictadura, el Herald ya había alcanzado fama mundial como el diario que había denunciado al terrorismo de estado. Ello valió, como decía antes, para que parte del entorno cultural del diario y de sus lectores acusaran a Cox y al medio hasta de ser comunistas. Una locura, pero fue así. Es decir, pasó algo muy difícil de afrontar para un medio que es el cambio de parte de su lectorado, y hasta algunos de los viejos lectores se sintieran ofendidos. Entonces surge un período, que diría que duró décadas, sobre a quién había que escribirle. Si a las familias inglesas, o a los que se habían acercado desde el mundo de los derechos humanos, o al público que usaba el Herald para estudiar inglés, al turista, al hombre de negocios, a las embajadas… Muchos mundos, ninguno preponderante. Uno de los motivos de la ruptura entre Robert Cox y James Neilson fue que el primero fue distinguido por Alfonsín, volvió a Buenos Aires para su asunción, en tanto que el segundo rápidamente retomó el eje conservador, muy crítico del Gobierno radical. En la mirada de Cox, Neilson se desentendió de la agenda de los derechos humanos y no comprendió el momento que vivía la Argentina. Hay, no obstante, coberturas del Herald bajo Neilson sobre el Juicio a las Juntas y reclamos de juzgamiento.

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– El 26 de octubre de 2016 se editó el último ejemplar diario del Buenos Aires Herald, siendo vos el director, después de 140 años. ¿Cómo “capitán del barco” cómo recordás ese triste e histórico día?
-Sin dudas, es el momento más difícil que puede enfrentar un director de un medio. No solo profesional, sino personal. La sombra del final acompañaba al Herald desde hacía muchos años, pero el rumbo se había acelerado desde 2015. Ese año, el Grupo Indalo compró el medio, y de inmediato transmitió que no lo veía viable. No estaba en su radar. La contracara, dado el desinterés, fue que tuve mucha libertad editorial para hacer un diario “liberal”, en sentido inglés, que es bastante distinto al argentino. Debíamos mantener un diario digno, de pie, para que nadie usara al contenido como excusa para el cierre. Después ocurrió que Macri ganó las elecciones, él y sus funcionarios decían abiertamente que pretendían que los directivos de Indalo fueran presos, de modo que ya no quedaban tormentas por aparecer en el horizonte. Me quedó la lección de que un director del medio no es el “capitán del barco”. Dirige la redacción, propone los objetivos, orienta la agenda, pero la empresa periodística es otra cosa, tiene sus dueños, que son los verdaderos capitanes que deciden abrir las compuertas. Después del cierre del diario, tras el despido de 75% de una redacción ya de por sí reducida, el Herald sobrevivió nueve meses como semanario, con el mismo espíritu. Por supuesto que nunca confundí mis objetivos profesionales con los intereses de los dueños. Un día de agosto de 2017, me llamaron de Indalo y me dijeron que el número del viernes anterior había sido el último. No sería siquiera informado al público. En cambio, el cierre del Herald dio la vuelta en los medios del mundo.

– Hoy la prensa gráfica atraviesa una durísima situación en el mundo entero. Las audiencias se han volcado masivamente a lo digital. ¿A tu entender seguirá teniendo el mismo peso el periodismo en este contexto?
-En algún sentido, al comprobar algunas realidades, siento que viví una historia por anticipado, aunque la situación del Herald era particular y no descarto algún escenario optimista. Sigo siendo un lector de diarios impresos. Hay contenidos que se presentan mejor y son leídos con otro interés si aparecen en papel. No solo hay un proceso de cambio del soporte analógico al digital, sino que se presenta un territorio por fuera de lo que consideramos “medios”: los streamers, la circulación autónoma de las redes, etcétera. Es una historia con final abierto, de ninguna manera hay que decretar defunciones antes de tiempo. Sí estoy convencido de algo. Los medios tienen que dar cuenta de ese territorio digital que marcha con sus lógicas, dialogar con esa realidad, integrarse, pero no imitar a los streamers, no dejarse editar por el clickbait. Ser absorbido por la monotonía de internet en la que todos informan lo mismo porque da clicks es una amenaza letal para un medio.

– ¿Cómo evalúas hoy la situación del periodismo argentino y qué peso le asignás en relación a la tan promocionada grieta?
-Estudiar la historia de la prensa sirve para ratificar que la polarización, las fake news, las operaciones, los contubernios con el poder político y económico, y la mala praxis son constitutivas del periodismo. Estuvieron siempre, desde que los diarios son diarios, tanto como las páginas gloriosas, el papel del testigo de la historia, la cuna de grandes escritores. Hubo momentos de mayor o menor intensidad del periodismo abyecto, los períodos pregolpe fueron de los primeros, pero siempre se cocieron habas. Es cierto que se acumulan crisis económicas, de soporte tecnológico. La rutina de la vida familiar cambió, está el celular como extensión del cuerpo. Es bueno que los diarios y los medios hayan perdido el trono en el mercado de la opinión pública, hace años, quizás décadas. Era un sitial desmesurado, algo soberbio, pero eso también es lo malo para su sustentabilidad. Lo que mencionábamos anteriormente en cuanto a las articulaciones del mundo digital por fuera de cualquier medio tal como lo conocemos hasta ahora es sin duda un desafío enorme. Por supuesto que hay que actualizarse, buscar lenguajes, no ser necio ante los usos y costumbres, pero la forma de afrontar este panorama no es sumarse a la ola. Hay que construir legitimidad a mediano plazo. Lo más fácil hoy es polarizar la agenda: brinda audiencia y probablemente contratos y publicidad. Un plato ya cocinado. El desafío de la coherencia implica más esfuerzo, mayor lealtad al derecho del público a ser informado, y el respaldo de un empresario o una fuente de sustentación. Desde ya que no estoy hablando de Corea del Centro, que a veces es un lugar de equilibrio edificante, pero con bastante frecuencia es una treta para un equilibrio acomodaticio.

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– ¿El hecho de que en un marco de crisis económica como la que vive Argentina, la publicidad oficial se convierta en el único sostén de muchos medios periodísticos no condiciona a los medios en su línea editorial?
-La debilidad económica condiciona y torna a los medios dependientes, ya sea de la publicidad oficial, de un negocio con un privado o el Estado, o de la conformación de un oligopolio con intereses en áreas clave de la economía. Pesa la ausencia de formas alternativas de sustentación fomentadas por el Estado, lo cual no significa que sean solventadas por el Estado. Tener medios públicos ejemplares, conducidos con políticas que trasciendan gobiernos, como en Alemania o Reino Unido, también ayudaría a un sistema informativo más sano. Es obvio que la concentración de la propiedad de los medios provoca un daño, y no estaría permitida en ninguna economía desarrollada del Norte del Europa.

– ¿Qué significó en tu vida el Buenos Aires Herald y qué fue lo mejor y lo peor que viviste mientras fuiste parte de ese reconocido medio?
-Dirigir un medio, perfilar su línea editorial, dialogar con las audiencias, fomentar firmas, es una experiencia cumbre en la vida profesional. Paradójicamente conlleva, en cierta forma, el alejamiento de la práctica periodística concreta, porque el manejo de cuestiones logísticas, recursos humanos y relaciones públicas requiere mucho tiempo. En el caso del Herald, se sumaba que el idioma era un aliado en tiempos de polarización. La necesidad de traducir la vida de un país que transcurre en castellano es una desventaja, pero también brinda el beneficio del tiempo y la distancia. Con una redacción tan reducida, a veces el Herald podía marcar la diferencia tan solo parando la pelota y ver cómo pasaban las operaciones de ida y vuelta, y luego aplicar un toque propio. Me parecía que el Herald tenía que encontrar su rumbo como un medio que dialogara con el mundo de los negocios y la elite cultural, y al mismo tiempo, ser un diario de avanzada progresista y plural en derechos civiles, sociales y políticos. Ese fue el objetivo que me propuse y, de a ratos, en medio de dificultades y errores propios, lo pudimos conseguir. El trago amargo fue que nunca se pudo dar el salto a tener una web con recursos, que era el destino lógico para una propuesta de este tipo. El proceso de cierre que duró un año y medio fue largo y traumático.