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Opinión 14 de abril de 2024

Sensación de inflación

Por Gustavo García

La fila de vecinos serpentea en la vereda de la carnicería. Es sábado por la mañana y los negocios del rubro en el barrio ofrecen un 30% de descuento en las compras pagando con Cuenta DNI, hasta $4.000. En una operación de $12.000 el cliente recuperará un cuarto del dinero abonado. Esperan pacientes bajo el sol o soportan las primeras ventiscas del otoño. El esfuerzo vale la pena.

Los martes y jueves hay otra oportunidad: es el turno de las fruterías y verdulerías. El descuento es similar. Los compradores hormiguean entre los cajones, buscan calidad y precio. Algo encuentran. Los lunes, en cambio, es momento de cargar la tarjeta SUBE con Modo, que devuelve el 20% hasta $500 semanales.

Los datos pasan de boca en boca. Ante la crisis, en un escenario de precios liberados y salarios que no reaccionan, los argentinos arman la estrategia para captar ofertas y no avalan una remarcación que se ha vuelto salvaje. El Estado se ha retirado de la plaza, ya no hay árbitro, y el sector empresarial va por todo en su intento por recuperar la renta perdida.

Los que usan el auto para trabajar saben también que hay determinados días para usufructuar el descuento que ofrecen algunas tarjetas y el pago con el formato Modo. El litro de combustible se acerca al estándar mundial -1 dolar- pero acá el problema es que los ingresos no acompañan la normalización de los precios.

No hay comercio que no haya pensado su promo, respaldada financieramente por un banco o bien en la modalidad sui generis. Algunas son verdaderamente bizarras, como aquel que armó el combo compuesto por huevo de pascua y off en aerosol a tan sólo $16.500. Lo mismo hacen las ópticas, heladerías, bazares, peluquerías. Cuando las ventas caen hay que agudizar la imaginación.

La sociedad argentina, sofocada por la inflación y la merma del rendimiento de sus pesos, opta por las compras quirúrgicas. Una lavandina acá, un papel higiénico por otro lado. Desempolva las viejas enseñanzas de Lita de Lázzari, camina y busca precios.

Los comerciantes estimulan las ventas con los descuentos y las ofertas, y se cubren de las micro tajadas que les va sacando el sistema. En los negocios más chicos, donde Ingresos Brutos es una soga al cuello, limitan la compra con débito a operaciones mayores a los $2.000. “El banco me come con las comisiones”, explica una kiosquera a modo de disculpas. Hay que usar efectivo.

Las realidades son diversas pero todas tienen un punto en común: los compradores buscan de cualquier manera la forma de achicar los gastos. Hay familias que, como si viajaran en la máquina del tiempo, vuelven a optar por los pañales de tela. Vienen en la versión renovada con paños absorbentes y abrojo, se lavan en el lavarropas y duran, duran, duran.

El Indice Malaria se advierte con facilidad. Todas las estrategias económicas son defensivas. Nadie se expande. Al menos no la vapuleada clase media -cada vez más chica- ni las personas que hacen equilibrio sobre la línea que divide pobreza e indigencia.

Cuesta abajo

El viernes el Indec difundió el Índice de Precios al Consumidor y confirmó la tendencia decreciente del proceso inflacionario. Fue 11% para el mes de marzo –con un acumulado anual del 51,1%-, estacionalmente difícil por el inicio de clases, el aumento de las cuotas en los colegios privados y el costo de la canasta de útiles escolares.

El Gobierno, mes a mes, presenta los resultados como un éxito. Se apura, casi que se desespera por llegar al dígito mensual que tendría un impacto psicológico con altos réditos en el terreno político. En su afán posterga el aumento de algunos servicios y barre bajo la alfombra ítems que sin dudas le obligarían a postergar su sueño, como la cotización del dólar.

En marzo quedaron por encima del Índice General los rubros Educación, que picó en punta con aumentos del 52,7%; Comunicación, 15,9%; Vivienda, agua y servicios, 13,3%; Transporte, 13%; Bebidas Alcohólicas y Tabaco, 12,3%; y Salud, 12,2%.

Ganado por la euforia, el presidente de la Nación se expone en los medios de comunicación. Triunfal, asegura que “la inflación se está cayendo como un piano”. Y recurre a datos fallidos, a los registros del Jumbo Bot que terminó por ser una cuenta trucha que arrojaba datos falsos sobre la evolución de los precios en ese supermercado.

El ministro de Economía, Luis Caputo, no le va en zaga con el entusiasmo. Muy suelto de cuerpo aseguró en un reportaje televisivo: “No lo vas a creer pero están bajando los precios de los alimentos”. Convocan ambos, sin desearlo, al fantasma de Aníbal Fernández cuando sostuvo ante la ola de delitos que había “sensación de inseguridad”. Bajan los precios en la estadística pero aún no se siente en las góndolas ni en el bolsillo. Hay sensación de inflación.

El objetivo de alcanzar un dígito de inflación mensual para abril se ve jaqueado por las propias medidas que toma el Gobierno, como la liberación del mercado de las Comunicaciones –telefonía, internet y cable- y la actualización de las tarifas en los servicios de luz y gas, que ya empezaron a llegar con incrementos de espanto.

En el último informe del Ieral de la Fundación Mediterránea el economista Jorge Vasconcelos recalca que la inflación no bajará de manera sustentable hasta que se recupere la demanda de pesos, y para eso aún falta. El propio Javier Milei, sorprendido, dijo en la semana que se perciben señales de una recuperación económica en V, aunque la proyección parece más hija del deseo que de la realidad.

El variopinto arco de economistas coincide en que el crecimiento podrá generarse el año próximo a partir de tres sectores con perfil exportador: minería, agricultura-ganadería y energía. El consumo interno, que mueve a buena parte de la economía a través de las pymes –principales generadoras de empleo-, experimentaría una recuperación paulatina, como una J inclinada.

Mientras la sociedad apechuga el ajuste, el más severo de la historia, la militancia libertaria fantasea ya con erigir a la figura de Karina Milei como candidata en las elecciones legislativas del año próximo. No advierten que aún no hay resultados significativos en la economía y que la normalización está atada con alambre.

El Gobierno de La Libertad Avanza conserva su mayoría de seguidores, sobre todo porque cuando el votante mira la vereda de enfrente no encuentra alternativas posibles. Sin embargo, en cuatro meses de gestión los libertarios han ido dejando las hilachas del respaldo popular. La andanada de aumentos de precios fue excesiva, salvaje y desconsiderada.

En un nuevo capítulo de Hood Robin, esta vez el equipo económico decidió aumentar la carga impositiva de los niveles más bajos del Monotributo -la categoría A pasaría de $1.047 a $3.000, y la B de $2.018 a $5.700- y relajar al mismo tiempo Bienes Personales hasta 2038. Es decir, le cobra más a los que menos facturan y le perdona impuestos a los que más tienen.

Así las cosas, la Casa Rosada ha sufrido fuego amigo en los últimos días. El propio Domingo Felipe Cavallo, referente económico de Milei, advirtió acerca de la sustentabilidad del plan económico. Recalcó que, contra lo prometido, no se podrá unificar el mercado cambiario este año y señaló que la economía ingresó en “una recesión profunda”. Todo eso no hizo más que provocar la ira del presidente, que no entiende ni acepta las reglas del disenso en democracia. Fue así que Mingo pasó de ser, en palabras de Milei, “el mejor economista de la historia argentina” a convertirse en “un arrogante”.

Los especialistas que miran el dólar recalcan que tampoco será sostenible en el tiempo la política de devaluación gradual del 2%, y estiman que habrá que salir del atraso cambiario más temprano que tarde, lo cual impactaría sobre la inflación y arruinaría el sueño del dígito mensual. El tecnicismo de calcular el tipo de cambio de convertibilidad –la división de los pasivos totales del Banco Central y las reservas brutas- arroja que el billete verde debería cotizar en torno a los $1.700.

Complicado

Más allá de todo, los datos oficiales terminan por darle la razón a Cavallo: la economía está paralizada. El último informe del Indice Construya, que mide la venta de insumos para la construcción, revela una caída del 11,2% mensual en marzo y del 31,6% en el trimestre. Las cifras en rojo se traducen en alza del desempleo y expansión de la pobreza y la indigencia, apenas contenida por los planes sociales.

Una encuesta publicada por CEOP Latam -la consultora que dirige Roberto Bacman- acerca de la percepción que la sociedad tiene sobre el ajuste arroja el siguiente resultado: sobre una base de 1.495 casos, el 75% de los consultados afirma que el ajuste “lo paga la gente”, mientras que sólo un 15,2% sostiene que “lo paga la casta”. Ante la consulta acerca de cuánto tiempo podrían resistir, un 39,1% dijo que “no soporta ni un día más”. Los libertarios, sin embargo, conservan su núcleo duro de adeptos. Un 28% aseguró que está dispuesto a soportar el ajuste “lo que sea necesario”.

Era sabido que la corrección económica, luego del descalabro kirchnerista, iba a ser tan necesaria como dolorosa. Nos hamacamos en diciembre sobre la cornisa de la hiperinflación. Padecemos una economía hace diez años estancada. Harta de la insensatez, la sociedad votó orden y progreso. Está dispuesta a cruzar el desierto caminando pero, de vez en cuando, no estaría mal que le den un poco de agua.



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