Sergio “Checho” Dal Lago: “Leer en voz alta no es otra cosa que encender una luz en medio del ruido”
El conductor radial trae su espectáculo de lectura en vivo “A voz te cuento” el sábado 8 de noviembre en Villa Victoria. Y ese mismo día, a las 20, recibirá el Premio Nacional Faro de Oro en el teatro Radio City.
Sergio “Checho” Dal Lago llega a Mar del Plata desde Santa Fe con su espectáculo de lecturas en vivo.
El sábado 8 de noviembre, la Villa Victoria volverá a recibir a Sergio “Checho” Dal Lago con su espectáculo “A voz te cuento”, una experiencia de lectura viva donde los cuentos se transforman en emoción. Ese mismo día, a las 20 en el teatro Radio City, el conductor de Chechoslovaquia recibirá el Premio Nacional Faro de Oro a la mejor conducción masculina en radio. Dos momentos que, más que una coincidencia, resumen su camino entre la palabra, la voz y la emoción compartida.
A propósito de su visita a Mar del Plata, “Checho” cuenta acerca de su recorrido lector que lo llevó a desarrollar su programa radial y su espectáculo.
-¿Recordás el primer cuento que te conmovió?
-Sí, aunque en realidad lo primero que me atrapó no fue un cuento, sino un baúl. En mi casa apareció uno viejo, lleno de libros de la colección Billiken, esas de tapa amarilla que parecían traer un mundo entero adentro. Pasaba horas con eso, maravillado por los dibujos, las historias, la sensación de que el tiempo se detenía entre las páginas. Mucho más adelante llegaron los escritores, los que te marcan el tono de la mirada. Recuerdo a Borges, como faro de todos los escritores; al gordo Soriano, con su ternura futbolera; a Benedetti y Galeano, nuestros vecinos uruguayos del alma; y a Paul Auster, que me voló la cabeza con el guion de “Cigarros” y con lo que para mí es lo más de lo más: la “Trilogía de Nueva York”. Todos ellos me enseñaron que contar no es adornar la realidad, sino descifrarla un poco.
-Tu espectáculo se llama “A voz te cuento”. ¿Qué significa leer en voz alta para vos?
-Es un acto de presencia. Cuando leo, no estoy interpretando un texto, estoy respirando con él. La voz le devuelve carne a la palabra, la saca del papel para que vuelva a ser humana. Leer en voz alta tiene algo de ceremonia antigua: un regreso al fuego, al fogón, a ese momento en que uno hablaba y otro simplemente escuchaba. Hay algo profundamente sanador en eso. La voz, cuando se entrega de verdad, se convierte en puente. Y a veces, del otro lado, hay alguien que necesitaba cruzar.
-Tu recorrido es extenso: Rosario, Córdoba, el sur santafesino y ahora Mar del Plata otra vez. ¿Qué te deja cada lugar?
-Cada ciudad tiene un clima emocional, un tipo de silencio distinto. En marzo estuve también en Villa Victoria y fue como entrar a un sueño: ese jardín, esa historia, esa luz que parece quedarse suspendida entre los árboles. En el Teatro Astengo de Rosario, la acústica era tan perfecta que sentías cómo el cuento flotaba en el aire. En Córdoba el público escucha distinto, hay una atención más íntima, casi religiosa. Y en los pueblos del sur de Santa Fe, siempre hay alguien que se acerca y me dice: “Gracias por leer, me hiciste acordar a algo que creía olvidado”. Eso, para mí, vale más que cualquier aplauso.

-En tus lecturas se nota una fuerte influencia de ciertos autores. ¿Cuáles te acompañan?
-Son una especie de familia elegida. Fontanarrosa me enseñó que el humor también puede ser ternura. Dolina me mostró que la inteligencia no está reñida con la emoción. Soriano me acercó a la humanidad de los derrotados, esos que siguen jugando aunque el partido esté perdido. Benedetti y Galeano me hablaron del amor y de la dignidad de lo pequeño. Y Apo, claro, fue mi gran escuela de la radio como relato. Lo escuchaba y entendía que leer podía ser un acto de amor. Cada uno me dejó una brújula distinta, y con todas navego todavía.
-¿Qué buscás que sienta el público cuando te escucha?
-Que se olvide de sí mismo un rato. Que viaje. No busco provocar lágrimas o risas, sino abrir una ventana. Cuando alguien cierra los ojos y escucha, entra en un territorio donde lo visible deja de importar. La literatura es eso: un espacio de libertad imaginaria. Si logro que alguien se quede pensando en una frase o se lleve un recuerdo que no tenía, siento que la historia cumplió su misión.
-Tu programa de radio, Chechoslovaquia, también tiene mucho de relato. ¿Sentís que la radio y la lectura se conectan?
-Totalmente. La radio es una extensión de la palabra dicha. En Chechoslovaquia, que va de lunes a viernes de 16 a 19 por Radio Casilda 91.1, la información convive con las historias, la música, el humor y esa cercanía que solo la radio permite. Es un laboratorio sonoro: ahí pruebo tonos, pausas, silencios. Aprendí que la radio y la lectura son hermanas. Una trabaja con lo que se dice; la otra, con lo que se sugiere. Pero ambas buscan lo mismo: acompañar.
-Este noviembre tiene un sabor especial: presentación y premio en el mismo día. ¿Cómo lo vivís?
-Con una mezcla hermosa de gratitud y vértigo. A la tarde estaré leyendo cuentos en Villa Victoria, y esa misma noche, en el Radio City, recibiendo el Faro de Oro. Siento que todo lo que soy –el que habla, el que lee, el que escucha– se junta en un mismo punto. La radio me enseñó a mirar con los oídos, y los cuentos me devolvieron la voz. Son dos caminos distintos que terminan abrazándose.
-Si tuvieras que definir lo que hacés en una frase…
-Leo para que otros recuerden. O tal vez, para que se animen a imaginar. Porque en el fondo, leer en voz alta no es otra cosa que encender una luz en medio del ruido.
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