Cultura

Simone Schwarz-Bart y una novela que le da voz a la cultura creole

En "Lluvia y viento sobre Télumée Milagro", la escritora guadalupeña narra la resiliencia de una mujer y su capacidad para sobrevivir con la ayuda de sus pares,

Por Eva Marabotto

En torno a cuestiones como la cultura creole, la esclavitud y la colonización, la escritora guadalupeña Simone Schwarz-Bart narra en su novela “Lluvia y viento sobre Télumée Milagro” la resiliencia de una mujer y su capacidad para sobrevivir con la ayuda de sus pares, una historia que al mismo tiempo recrea la travesía dramática de los africanos que fueron llevados como esclavos a las Antillas y de sus descendientes.

La novela, cuya traducción acaba de editar Compañía Naviera, es de 1972, 17 años antes que varios autores martiniqueños presentasen su manifiesto “Elogio de la creolidad” (1989) para proponer el redescubrimiento de esa cultura y una búsqueda de la identidad antillana. Pero, a su modo, la autora recoge en el francés en el que escribe los ecos del creole, pero también los ecos de los cantos, los ritos y las historias guadalupeñas.

“Simone hizo su versión de la búsqueda de identidad creole para pervertir el aliento de la lengua francesa. No bastaba con nombrar en esa lengua o minar el francés, sino que había que crear un universo propio que era, no obstante, el de sus antepasados”, analiza Claudia Ramón Schwartzman en el prólogo.

La autora Simone Schwarz-Bart tiene una vida que se asemeja a una novela. Nació con el apellido de “Brumant” en 1938 en Saintes, en el departamento de Charente-Maritime de Francia. Pero también ha dicho que nació en Pointe-à-Pitre, Guadalupe. Sus padres eran originarios de las islas. Su padre era soldado y su madre, maestra. Estudió en Pointe-à-Pitre, París y Dakar. A los 18 años, mientras estudiaba en París, conoció a su futuro marido, el escritor André Schwarz-Bart, quien la animó a dedicarse a la escritura. Se casaron en 1960 y vivieron entre Senegal, Suiza, París y Guadalupe. Él murió en 2006 y ella vive en Goyave, un pequeño pueblo de Guadalupe. Escribió las novelas “Un plato de cerdo con plátanos verdes”, con André Schwarz-Bart y “Entre dos mundos”; la obra teatral “Tu bello capitán” y el ensayo “Homenaje a la mujer negra”.

Para narrar el mundo y la cultura de las Antillas la autora guadalupeña elige como protagonista a Télumée, cuya bisabuela ha sido esclava. Pero la libertad no solucionó la vulnerabilidad de las siguientes generaciones. Son mujeres solas, víctimas de la violencia de género y de la pobreza extrema, que sobreviven, como pueden, a fuerza de ayudarse entre pares y de nombrar su dolor. “Somos siempre prisioneros de nuestro tiempo y de nuestro mundo. Sin embargo, cuando escribo, tengo la impresión de que la prisión estalla”, reflexionó la autora en una de las pocas entrevistas que concedió últimamente en el Festival literario Étonnants Voyageurs que realiza anualmente en la ciudad costera francesa de Saint Malo.

La importancia del mundo circundante está desde el título mismo en que los personajes se funden con la naturaleza que los cobija. A veces están a merced de su entorno que condiciona los tiempos de la cosecha, la necesidad de construir un refugio para las inclemencias del tiempo, pero también los acompaña. En la prosa de Schwartz-Bart los hombres, como los árboles tienen raíces, y las comparaciones y metáforas de los personajes como animales y plantas los asimilan con su entorno. Por eso, describe así a la abuela de la protagonista: “Toussine seguía siendo la misma libélula con alas azules relucientes y Jeremie el mismo caballito de mar de pelaje brillante”.

Así como las personas se asemejan a las plantas y los animales con las que conviven, la naturaleza adopta formas humanas. Por eso, en Fond Zombi, el poblado al que va a vivir Télumée junto a su abuela “la noche tenía ojos, el viento, largas orejas”.

“No tenemos una Biblia ni un libro para los que hemos sido deportados de África. Pero están los cuentos y los cantos que nos remiten a nuestro continente de origen”, define la autora sobre la voz de sus ancestros. Por eso, si bien el creole no está presente de modo directo en la novela, pero sí la impronta de la oralidad, de los refranes, las canciones, las sentencias, las leyendas que se transmiten de generación en generación y que la protagonista recibe mayormente de su abuela Toussine a la que todos llaman “Reina Sin Nombre”. Este personaje es para Télumée no solo una guía, sino también una ayuda en el dolor, cuando sufre violencia doméstica. “A lo largo de sus últimos días, la abuela fabricaba el viento para hinchar mis velas”, cuenta su nieta.

Es que esos lazos de solidaridad entre mujeres constituyen una subtrama en la novela y tejen redes que las ayudan a sobreponerse a la muerte de los hijos, de los padres, a la violencia a las que las someten sus parejas y los patrones y a la pobreza extrema. “Una palabra puede evitar que alguien se rompa”, reflexiona Télumée, quien recibe ese auxilio en la voz de Man Cía, la hechicera del poblado, capaz de convertirse en animales, acercar pócimas y administrar rezos y magia, tan presentes en la cultura antillana. “Serás sobre la tierra como una catedral”, le dice a la joven Télumée y signa su destino de resistencia.

Quizás por esa capacidad de resiliencia y de solidaridad es que el tono de la novela no es elegíaco y los personajes no pasan el tiempo lamentando la pasada esclavitud, la pobreza y la opresión por parte de los patrones y, en el caso de las mujeres, también de sus parejas. Son capaces de sobreponerse al dolor y encontrar poesía en la misma muerte. Por eso, Reina Sin Nombre se ocupa de hacer su propio “aseo mortuorio” cuando siente que le queda poco tiempo de vida y lo mismo hará su nieta muchos años después.

“Como yo luché, otros lo harán y, durante mucho tiempo, la gente conocerá la misma luna y el mismo sol y mirará las mismas estrellas, verán como nosotros los ojos de los muertos”, reflexiona la protagonista en el ocaso de su vida a la que asimila con los ciclos de la naturaleza. También apunta en un momento en la que la abate el dolor: “Solo hay que compadecerse de quien no ha llenado el cántaro de su vida en la estación de las lluvias”.

“El país depende muchas veces del corazón del hombre: es diminuto si el corazón es pequeño y enorme si el corazón es grande. Nunca sufrí por la pequeñez de mi país, pero no por eso creo tener un gran corazón. Si tuviera el poder de elegir, sería aquí mismo, en Guadalupe, donde me gustaría renacer, sufrir y morir”, enuncia Télumée en el comienzo de la historia con ecos de Macondo y otros poblados latinoamericanos donde conviven la magia y la naturaleza exuberante que invitan al lector a recorrerlos y convivir con sus personajes.

“En las Antillas siempre he tenido la sensación de que los hombres eran más grandes que sus cuerpos y que la imaginación hacía posible viajar, pertenecer a todos los siglos, pasados y futuros. Esto es lo que quería elaborar en mis libros”, confesó la autora en Saint Malo, a la vez que definió lo que desea encontrar en sus lecturas, y por eso incorpora en sus textos: “Yo espero de un libro que me ponga en contacto con lo que no conozco, que me presente personajes que me acompañen y me interpelen, a los que yo pueda interrogar a cambio. Pero que lo haga bellamente, para que todo esto pueda agregarse a mi propia historia”.

Télam.

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