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El Mundo 27 de marzo de 2022

Sin palabras para huir de la guerra

El testimonio de dos familias ucranianas sordas de Chernigov, donde resistieron una semana sin agua, luz, ni manera de comunicarse.

En la imagen de pie, de izquierda a derecha, Bagdan Tovkach y Nastia Nadutaye con su hija Milana, y el hermano de Bagdan, Taras. Agachado, Sergei Ziza, con su mujer Alina y su hija Laura. Foto: EFE | Manuel Bruque.

PorMaría Traspaderne

ODESA, Ucrania.- Contemplar a una persona que no puede hablar relatando la guerra, asusta. Las bombas son movimientos de manos y la desesperación, gestos con los ojos. Es el testimonio de la huida de dos familias ucranianas sordas de Chernigov, donde resistieron una semana sin agua, luz, ni manera de comunicarse.

Son dos parejas con sus dos hijas y el hermano veinteañero de uno de ellos. Todos sordos menos una de las niñas y el chico. Los siete han acabado en Odesa, donde se quedan por ahora en un centro social transformado en hogar para refugiados, y desde donde, sentados en un sillón hombro con hombro, sacan todo el horror y la frustración vivida.

“Todo empezó a temblar”

Alina, al lado de su marido Sergei, explica a EFE con los ojos de su niña Laura fijos en sus manos cómo consiguieron escapar de una de las primeras ciudades en las que entraron las tropas rusas, situada al norte de Kiev y separada tan solo por 60 kilómetros de la frontera bielorrusa.

Ella, cuenta a la intérprete, trabajaba en un supermercado cuando los rusos iniciaron la invasión el 24 de febrero. Enseguida comenzaron los ataques. “Estaba cocinando cuando todo empezó a temblar”, explica Sergei, para quien “las explosiones eran tan fuertes que podía ‘oirlas'”.

Los tres se cobijaron primero en el refugio del supermercado y luego en otro debajo de una fábrica con más personas sordomudas, una comunidad que en Ucrania se mantiene permanentemente conectada por grupos de Telegram.

Dentro, recuerda Alina, “todos los juegos de los niños eran de disparar” y allí tuvieron que resistir una semana sin agua, luz, ni manera de comunicarse. La gente, explica su marido, cocinaba en las calles valiéndose de hogueras.

Si moverse por la ciudad era difícil para cualquiera, para ellos aún más. “No podíamos preguntar a dónde ir, ni siquiera dónde estaban los rusos. Nada”. Recurrían a la escritura para hacerlo en momentos donde un gesto puede ser interpretado como una amenaza por un soldado nervioso, pero muchos sordomudos, dice Alina, ni siquiera tienen eso. “La mitad de los sordos de Chernigov no sabe escribir”.

Seis dormidos aún atrapados

Una mujer llamada Svetlana se convirtió en su salvadora. Hizo algo tan sencillo como explicarles dónde ir un día a una hora y aprovechar un corredor humanitario abierto para que los civiles salieran de la ciudad.

Con esas instrucciones, salieron del refugio el 17 de marzo junto a Nastia y su marido Bagdan, acompañados de su hija Milana y el hermano de él. Corrieron hasta conseguir montarse en un minibus. Haciendo una excepción, los soldados ucranianos permitieron a los hombres huir con sus mujeres.

Detrás del autobús, recuerda Alina, vieron correr al hijo de Svetlana, a quien subieron en el último momento antes de atravesar un puente que los ucranianos hicieron luego explosionar para impedir el avance de los rusos.

En Chernigov, ahora tomada por las fuerzas rusas y que registra protestas contra los ocupantes, quedan todavía seis sordomudos en un refugio. “No pueden salir solos y nadie los ayuda”, explica Nastia mandando de cuando en cuando callar a su hija sentada a su lado. Cuenta cómo a un amigo suyo, también sordo, le dispararon en la pierna cuando intentaba llegar a un taxi.

Está en contacto con él por un grupo, en el que estas personas especialmente vulnerables intentan ayudarse unas a otras para hacer frente a un conflicto con recursos aún más limitados.

Pasados cuarenta minutos del silencio más intenso, acaba la entrevista, pero Alina sigue creando palabras con sus gestos para sacar todo lo que lleva dentro. “Todavía me tiemblan las manos“, reconoce esta mujer que no puede evitar llorar al recordar lo vivido e imaginar su hogar. “Todo está destruido”.

EFE.