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Cultura 21 de noviembre de 2016

Tormenta

Por Marilú Sánchez Martínez

Acomoda el papel sobre la mesa, la lapicera a la derecha, la taza con café a la izquierda. Se sienta. Se levanta. Agarra el atado de cigarrillos y el encendedor; de los dos que quedan enciende uno y camina hacia la ventana. Mira el cielo nublado. Regresa y vuelve a sentarse.

Observa la hoja en blanco. La imagina llena de dibujos en tinta negra, esas palabras que no vienen. El deseo está, lo siente, lo ve en la gota de café que se escurre por el pocillo hasta el plato, en los listones oblicuos que forman las tablas de madera del piso. Una hoja. Cien palabras. Otra hoja. Mil palabras. Hojas. Palabras. Nada. Movimiento. Lo que necesita es moverse. Se levanta. Aplasta la colilla en el cenicero y camina hacia la ventana. Mira el cielo nublado con manchones violetas. Regresa pero no se sienta.

Acaricia la hoja en blanco. Agarra las llaves y sale a comprar cigarrillos, no vaya a ser que se le acaben mientras está escribiendo, la calle está vacía y los ojos del barrio cerrados, apenas unas pocas ventanas dejan ver luz en el interior, alguna sombra que pasa de un lado al otro, los destellos cortos y rápidos de una televisión encendida.

Camina. En la esquina, un perro revuelve la basura desparramada. Le molesta la suciedad y el mal olor que se han vuelto característicos de una ciudad en que todo es culpa del otro, ese ente extraño que nadie conoce ni identifica. Pero más le perturba descubrir, junto al perro, un niño descalzo que también revuelve la basura desparramada.
¿Qué busca? ¿Comida? ¿Zapatillas para sus pies ennegrecidos? ¿Algo que vender al comerciante de despojos? Mira el cielo nublado con manchones violetas y nubes negras.

En la esquina decide doblar hacia la izquierda e ir a la avenida. Todos los negocios están cerrados. Ve una pareja de ancianos que caminan lento, tomados del brazo. Hacen el paseo de la tarde para eludir el tedio de la espera de los nietos que nunca vienen; para disimular el miedo a la noche cada vez más próxima. Pasa rápido y los deja atrás. Veloz y sin compañía, sin bastón, casi sin recuerdos.

En el único quiosco abierto que encuentra compra los cigarrillos y una botella de agua. No siente sed pero bebe un sorbo, otro y otro más. Necesita el agua para tragar. En el cielo las nubes adquieren formas monstruosas mientras comienzan a caer las primeras gotas. De pie bajo la lluvia ve la calle en blanco, la hoja desierta. Camina. Llueve con mayor intensidad. Corre. Sonríe. Regresa. Se sienta. Ya no mira el cielo nublado, la tormenta es muy fuerte. Escribe.



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