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Cultura 13 de marzo de 2017

Ubicados y desubicados

por Gabriela Urrutibehety

El lector que escribe un diario sigue en la línea de escrituras que se asientan en la especial geografía de la pobreza de Buenos Aires y el conurbano. Así, pone a “El origen de la tristeza” y “La ley de la ferocidad” de Pablo Ramos en diálogo con “Oscura monótona sangre” y “La fragilidad de los cuerpos” de Sergio Olguín y construye un mapa donde las coordenadas no son solo –parece obvio y seguramente lo es, piensa el lector que escribe un diario- topográficas sino básicamente económicas.
Las cuatro transcurren en la zona sur de la metrópolis, en torno al Riachuelo que si bien actúa como límite para la demarcación administrativa, es el núcleo concentrador del mapa de las carencias, ubicándose en los sectores obreros de Avellaneda o Lanús, los barrios pobres o las villas del lado de la capital. En ese sector circulan los que cruzan desde los barrios ricos hacia esos lugares y, en principio, los que cruzan son los que están volviendo.
Ramos hace que Gabriel, en “La ley de la Ferocidad” vuelva al barrio que marcó el origen de la tristeza, una magnífica novela de crecimiento. No es el mismo sino el que ha sido y eso habilita en el mundo de la novela tanto para marcar las diferencias entre ayer y hoy, como para trazar la línea de la permanencia.
En “Oscura monótona sangre”, el que vuelve se llama Julio Aranda. Todos los días recorre el camino hacia Lanús desde su departamento de Recoleta: su historia es la del camino inverso, luego de heredar una fábrica que ha sabido llevar por caminos prósperos que lo han autorizado para salir del barrio e instalarse en donde viven los ricos.
Pero también cruzan los que no deberían haberlo hecho: los cartoneros se imponen al paisaje coqueto y refinado algo que no puede aceptarse tan livianamente. Julio, como su familia o sus vecinos, no pueden aceptar la movida del tablero geográfico que traslada a las calles de su barrio lo que debería estar lejos, en otro sector de la ciudad.
Sin embargo, Julio realiza una movida desleal a esta lógica al tratar de sacar de su entorno a Daiana, una prostituta de 15 años que vive en una villa, y llevarla a un departamento en un sector acomodado. Previamente, él ha ingresado en el espacio villero, una disrupción que tendrá que pagar de la misma manera que la paga el policía que se mete allí: la sorpresa de los compañeros de la fuerza está marcada precisamente por la pregunta sobre qué hacía él ahí, que no era su sector.
La trama de la novela parece construida a partir del lema “no te metas donde no debes estar” y su estructura, a partir de las consecuencias que la violación a esa ley no escrita trae encadenadas. Como una versión divergente del “efecto mariposa”, lo geográfico es absolutamente válido en la concatenación de hechos. Todo está perfecto mientras Aranda sigue el mismo camino de cada día laboral: detenerse a almorzar en una parrilla de mala muerte es el punto de partida de la cadena inexorable de acciones que constituyen la historia.
En “La fragilidad de los cuerpos”, la primera de la serie de policiales que tienen como protagonista a Verónica Rosenthal, Olguin retoma esta idea de los peligros de no estar donde se debe estar. También Rosenthal se maneja en el eje sur-norte, con la línea del tren Sarmiento como tajo trazado de oeste a este, un cruce que la protagonista –, al fin y al cabo, una chica de Recoleta, aunque en rebelión- realiza de la mano de algunos cuantos mediadores, incluyendo a Lucio y Rafael, protagonistas de otras historias paralelas a la central.
La metáfora de los peligros que entraña “cruzar las vías” se cae de madura, piensa el lector que escribe un diario pero no encuentra nada mejor. Algo así como el viejo juego infantil de caminar sin pisar raya. La raya que es el agua en el capítulo sobre el incendio del arroyo en “El origen de la tristeza”, particularmente en lo que el lector cree la mejor escena de la novela, o la de los rieles, en “La fragilidad de los cuerpos”. Y seguramente no será casual que la clave para descubrir el misterio de los chicos en las vías sea, por un lado, un mapa y, por el otro, la incógnita de por qué estaban tan lejos de sus barrios los accidentados del Sarmiento.
El lector que escribe un diario piensa que tal vez, en ambos autores, se pueda hablar de una poética de la “ubicación”, en la que el valor espacial de la palabra se engrose para abarcar muchas más dimensiones que las habituales. Novelas que narran desde una teoría de la relatividad que permitiera –como en los mapas de Google- colocar capas, flechitas, fotos, gráficos y un número no determinado de marcadores en lo que, a simple vista no es más que un punto coloreado en un cruce de caminos.

(*): gabrielaurruti.blogspot.com.ar