Un laberinto de 400 kilómetros debajo de Mar del Plata
Bajo la superficie hay 400 kilómetros de túneles y conexiones por los que se puede cruzar a pie la ciudad entera sin ver la luz del sol. Personal de Obras Sanitarias cuida y limpia todo lo que por allí fluye y desemboca en el mar. Increíbles hallazgos, insólitos rescates, riesgo constante y adrenalina a flor de piel en las profundidades.
Grandes columnas de ladrillo a cuatro metros de profundidad entre los túneles debajo de la Torre Tanque.
Por Gonzalo Gobbi
Existe a la vista de pocos una Mar del Plata subterránea, oscura, zigzagueante y húmeda bajo el transitado asfalto, el verde, los edificios y los barrios. No es un gran conducto, sino una laberíntica ciudad paralela con calles, columnas, arcadas y compuertas por la que literalmente es factible caminar, sin ver la luz del sol, desde Aquasol hasta el Alfar. Kilómetros de túneles por donde fluyen las lluvias, lo perdido y lo insólito, y que desembocan, con encantos y miserias, en la inmensidad del mar.
Construcciones de principios de siglo XX, a fuerza y talento de obreros y virtuosos ingenieros, se mantienen en pie bajo la superficie terrestre y permiten almacenar millones de litros de agua administrados y suministrados por Obras Sanitarias Sociedad de Estado. Son sus hombres y mujeres, profesionales y operarios apasionados por su trabajo, guardianes invisibles para la comunidad, quienes mantienen en funcionamiento a esta gigante urbe bajo tierra.
Debajo de la ciudad, hay unos 400 kilómetros de pluviales interconectados, algo así como la distancia que separa a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires de Mar del Plata. Por allí drena y corre hacia el mar el agua cada vez que llueve. Pero allí también, a través de las bocas de tormentas, caen por descuido preciados objetos (billeteras, llaves, celulares, tarjetas, patentes, joyas), al igual que todo tipo de basura arrojada que termina tapando las bocas de tormenta.
Bajo la superficie marplatense parece no haber límite para lo que los operarios de OSSE pueden hallar. “Una vez encontramos una moto”, asegura aún sorprendido uno de los trabajadores del área de pluviales. “¿Y te acordás cuando encontramos el sillón?”, rememora otro. Sí, una moto y sillones en el pluvial, bajo la superficie. También tubos de gas, televisores, calefactores, heladeras, animales -vivos o fallecidos-, armas… literalmente de todo.
De hecho, durante la recorrida de LA CAPITAL por algunos de los túneles céntricos, uno de los operarios -con dos décadas de servicio- regresa a la superficie en Boulevard Marítimo y Las Heras con un par de lentes de sol (y su estuche) rescatado de las profundidades, un prendedor y un pato. Sí, un pato vivo, mojado y asustado que desde algún punto había ingresado al laberinto bajo tierra y terminó en Las Toscas. El personal de OSSE, una hora después, lo liberó en las lagunas de Punta Mogotes.
Mario Cortés, Juan de la Torre, Fabio Darguibel, Gabriel Barabino y Mario Sayueque, parte del equipo de OSSE a cargo de los pluviales.
La cloaca es diferente, otro mundo. Mientras que el pluvial “es más lento”, todo lo que entra al conducto cloacal “sigue su curso y no se puede rescatar nada”. Pese a eso, los operarios acumulan decenas de historias en base a pedidos por “cosas” que se fueron por el inodoro, desde dinero y joyas hasta dentaduras postizas. Lo insólito, queda claro, no distingue conducto.
Pertenecer a la profundidad
Los “guardianes” aseguran conocer “mejor” la ciudad por debajo que en la superficie. Ubican rincones del distrito por sus tuberías más que por las esquinas y los negocios. Esa sabiduría se gesta a través de los años, a veces toda la vida.
Hace 35 años un joven buscaba insistentemente trabajo en Obras Sanitarias. Pasó tantas veces por una antigua oficina de la empresa frente al Hospital Materno Infantil que terminó logrando su cometido. “Empezás hoy”, le dijeron.
Comenzó como dibujante. Debía reconstruir los planos de esa Mar del Plata subterránea que hoy, luego de trabajar en todas las áreas, se encarga de cuidar.
Gabriel Barabino (59), próximo a jubilarse, padre de ocho hijos y abuelo de ocho nietos, se ganó el cargo de gerente operativo de Producción de la empresa y conoce, como pocos, el laberinto bajo tierra de los pluviales, los 2400 kilómetros de agua, los otros 2400 kilómetros de cloacas y los 5000 sumideros que tiene la ciudad. “La conozco más por abajo, por arriba me pierdo”, confiesa a LA CAPITAL.
Los túneles, por dentro, a la altura de Boulevard Marítimo y la costa.
“El laburo es sacrificado, tenés que tener sangre y pasión. Si hay una tormenta, a las 3 de la mañana tenés que estar. Pero lo mejor es la gente, la mayoría tiene la camiseta puesta”, afirma Gabriel en la puerta de la Torre Tanque, a metros de una joven que cuenta con orgullo ser tercera generación de trabajadores de OSSE. “Yo me curtí con los abuelos de estos chicos, es muy fuerte el sentido de pertenencia”, asegura el gerente y destaca a su vez la tarea articulada con Bomberos y Defensa Civil.
A su espalda, sobre la Torre Tanque, inaugurada en 1943, una de las mejores vistas panorámicas de la ciudad. Debajo, en el parque, millones de litros de agua entre túneles de cuatro metros de profundidad mucho más antiguos, de principios del siglo pasado, entre enormes columnas de ladrillo, caños y paredes curtidas por el agua, el óxido y el paso del tiempo. Más que túneles, al bajar, son verdaderas catacumbas que abren paso al laberinto subterráneo hacia todos los puntos cardinales.
Adrenalina y riesgo inminente
Los operarios de OSSE más experimentados, sabios conocedores de cada tramo -dicen-, ya no temen. Disfrutan la adrenalina de bajar y recorrer a oscuras hasta solucionar el problema, detectar y tapar conexiones clandestinas, rescatar animales y objetos perdidos.
“La gente debe saber que si se cae algo al pluvial, lo podemos buscar y generalmente lo recuperamos”, cuenta uno de los guardianes de los túneles. La tarea, sin embargo, está atravesada por las inclemencias meteorológicas y toda emergencia conlleva riesgos.
“Une vez un compañero se desmayó en una cloaca del Parque Industrial a diez metros de profundidad por los gases que quedan concentrados”, recordó uno de los trabajadores. Otro, enseguida, rememoró la vez que a un vecino de la avenida Jara se le ocurrió “vaciar una garrafa en la boca de tormenta”. Parte de la ciudad pudo haber explotado en pedazos. Hubiese sido una tragedia de dimensiones incalculables. Los operarios lo evitaron.
A su vez, a menudo se encuentran con los desperdicios de las tantísimas pesqueras clandestinas. Muchas de estas improvisan conexiones ilegales y desechan sin escrúpulos fluidos o restos de pescado en los pluviales. Todo, una vez más, termina en el mar. Por suerte, muchas son detectadas a tiempo: “De abajo se ven clarísimas las conexiones. Las tapamos y denunciamos”.
Los pluviales de Mar del Plata son un laberinto de 400 kilómetros que un grupo de hombres conoce a la perfección, con todos sus misterios.
“La gente tira basura y no piensa que todo termina en el mar. Pero antes se mete en las bocas de tormenta. Cada vez que llueve y una parte se inunda, la gente llama a OSSE. El problema es que la boca de tormenta está sucia. Al limpiarla, enseguida empieza a escurrir”.
Las zonas más peligrosas son “las más bajas, donde se inunda”, pero cada túnel tiene su desembocadura, siempre en el mar. El Arroyo del Barco desemboca detrás de los silos. Las Chacras, atrás de los Molinos del Paseo Dávila. De estos trabajadores y de toda la comunidad depende qué y cómo lo que cae al pluvial llegue al océano que bordea nuestras playas.
A pesar de todo, hay disfrute. Recorrer esos túneles, el no estar “encerrados” en una oficina y los desafíos que crea la labor generan cierta adrenalina al adentrarse en las profundidades. Hay trabajo y responsabilidad. Hay esfuerzo y compromiso. Hay un equipo de guardianes que cuida y limpia lo que la ciudad desecha desde la superficie hacia esa desconocida Mar del Plata subterránea.
Uno de los operarios de OSSE rescata a un pato hallado en el pluvial en pleno centro de la ciudad.
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