Un libro de amor a la Costa Atlántica, escrito con humor y poesía
Matías Moscardi charla con LA CAPITAL sobre “Guía maravillosa de la Costa Atlántica”, un libro escrito en conjunto con Andrés Gallina que capta el espíritu de nuestra región, atravesado por “la lógica del multiverso”.
“Guía maravillosa de la Costa Atlántica”
Andrés Gallina y Matías Moscardi
Ilustraciones de Aruki
Sudamericana
2022
189 páginas
Por Rocío Ibarlucía
La Costa Atlántica es un universo heterogéneo, asociado en el imaginario colectivo con las olas, el viento, las sombrillas voladoras, las cuatro estaciones en un mismo día, los lobos marinos, la bailanta de la Rambla, los jingles de Norbert Degoas, los cantos de los vendedores ambulantes, la zunga flúor del patinador de La Perla. Es también el Torreón del Monje, las ramblas, los misterios del Hotel Boulevard Atlántico, los gnomos del bosque energético, los fantasmas del Unzué, el Trencito de la alegría o el Paseo de las Estrellas. En la costa de la provincia de Buenos Aires rige “la lógica del multiverso” antes que Marvel la inventara, dice Matías Moscardi en una charla con LA CAPITAL, porque en su territorio pueden convivir los contrastes: lo extranjero con lo local, lo culto con lo popular, lo viejo con lo nuevo, lo solemne con lo ridículo.
Todos estos lugares comunes de las ciudades balnearias argentinas aparecen en “Guía maravillosa de la Costa Atlántica” (publicado por Sudamericana), escrito por Andrés Gallina y Matías Moscardi, con ilustraciones de Aruki, autor del Tarot marplatense. El libro abraza los clichés, “como a un osito de peluche”, en palabras de Moscardi, pero para desarmarlos y describirlos como si fuera la primera vez que alguien los ve.
Moscardi y Gallina.
Los escritores, docentes e investigadores del Conicet Moscardi y Gallina -oriundos de Mar del Plata y Miramar, respectivamente- buscan encontrar el espíritu de la Costa Atlántica desde una mirada extrañada, que contemple con la ingenuidad y la curiosidad de la infancia tanto la naturaleza y los animales como los personajes, objetos y lugares emblemáticos de la zona. Este punto de vista asombrado por todo lo que ve es lo que hace que sea “una especie de guía para extraterrestres, porque llevamos la Costa a un grado cero, la escribimos de nuevo, tratamos de refundarla a través de la escritura”, dice Moscardi.
Como los niños, los textos que forman parte de este volumen ecléctico se asombran y se preguntan por todo: ¿Cómo llegaron los lobos marinos, con su apariencia grotesca y olor nauseabundo, a convertirse en el emblema de Mar del Plata, a figurar en los suvenires de la Costa y en la estatua más fotografiada de la Rambla? ¿Cómo es posible que de vez en cuando aparezcan en las noticias animales de lugares remotos, como medusas gigantes, delfines y tiburones, en las orillas de esta zona? ¿Será la costa un portal dimensional? ¿Qué llevó a Spiderman a bailar “El meneaito” junto a Peppa Pig convulsionando al ritmo del trap en el Trencito de la alegría? Estos interrogantes, aparentemente ingenuos, nos invitan a desarmar los estereotipos y las prácticas naturalizadas de nuestra región para desautomatizar nuestra mirada y repensar el sentido de las cosas.
La literatura sobre la Costa Atlántica no abunda y si la hay, no ha predominado esta perspectiva del hincha apasionado. “Guía maravillosa…” seguramente se transforme en un libro central sobre las playas bonaerenses, por su calidad poética y por su invitación a reencontrarnos con lo nuestro, a redescubrir nuestra región como el “turista intergaláctico”, diría Moscardi, a volver a enamorarnos de ella.
-¿Qué los motivó a crear este libro sobre la Costa Atlántica? ¿Surgió de alguna necesidad particular de los dos, tal vez de una voluntad de encontrar una poética para esta región?
-Nosotros escribimos juntos desde que nos conocemos, como un juego, un divertimento. Y veníamos de publicar nuestro primer libro escrito a cuatro manos, que se llamó “Diccionario de separación: de amor a zombie”, que salió por Eterna Cadencia en 2016. Desde entonces, no volvimos a hacer nada juntos, después vino la pandemia, cada uno fue padre, pero siempre estábamos con ganas de volver a escribir otro libro. Y el proyecto empezó medio tangencialmente, como un libro sobre el mar, estuvimos más o menos un año y medio con un grupo de WhatsApp tirando audios, textos, referencias, discusiones sobre cómo pensamos el libro. De ahí fue como un proceso de tamiz, de decantación, en donde el objeto que en principio era enorme, como el mar, empezó cada vez a ser más chiquito. Los primeros textos que iban apareciendo eran textos más bien asociados al territorio: Mar del Plata y Miramar, que son las ciudades de las cuales somos nosotros. Yo soy de Mar del Plata, vivo en Mar del Plata; Andrés es de Miramar y vive en Buenos Aires. Son las dos ciudades de referencia que tenemos nosotros. Ahí empezamos a pensar que este es un libro sobre la Costa Atlántica. Y a la vez tenía como un grado de generalidad alto también porque empezaron a aparecer olas, nubes, arena. Entonces, de alguna forma, el proyecto reinventa un poco la costa, la escribe desde un grado cero, porque tiene que definir todo de nuevo, desde qué es la arena hasta qué es el Torreón del Monje. La pregunta ‘¿qué es?’ atraviesa todo el libro, aparecen de alguna forma definiciones de cada cosa, por eso también decimos que es una guía para turistas extraterrestres o para cualquier persona que vive en una nube. La idea se fue dando sola, como un proceso de decantación.
-¿Tuvieron en cuenta lo escrito sobre la Costa Atlántica hasta el momento? ¿Consultaron textos literarios, periodísticos o históricos, sea para distanciarse o acercarse?
-Sí, nosotros fuimos obviamente consultando mucha bibliografía, viendo lo que había escrito sobre la costa y lo que aparecía todo el tiempo era el libro de historia sobre Mar del Plata y sobre cada uno de los pueblitos de la costa o de las grandes ciudades. También encontramos libros más asociados al relato, a la narración, libros de cuentos asociados a Mar del Plata, que tenían mitos. Pero no encontramos un libro de alguna manera de amor, de canto de alabanza o de oda a la Costa Atlántica, no está eso y con este libro quisimos ir por ahí.
-Al descubrir que no existía un homenaje artístico y amoroso hacia nuestra región, ¿hacer entrar en el arte, en la poesía los estereotipos de la Costa Atlántica es un gesto político? ¿De darle otro prestigio a la costa, de darle una fundación poética?
-Sí, lo poético está. Y hay en el libro como una especie de efecto doppler de lo político que es volver a pasar por el cliché. No quisimos ir a una zona B, alternativa, más under de la Costa Atlántica. Nosotros nos propusimos volver a pasar por los clichés, porque lo que abraza el libro, como si fuera una especie de osito de peluche, es el cliché. Lo adora al cliché y, a la vez, en ese gesto de volver al cliché, el cliché se desarma, porque al imprimirle esa mirada extrañada, cada objeto es como si lo viéramos por primera vez. Hace poco comentábamos con Andrés un poema que nos gusta mucho de César Fernández Moreno (“Las palabras”, 1963), que dice: “ustedes qué harían si vieran descender un plato volador/ correrían a contárselo a todos/ cualquier cosa que ve el poeta le parece un plato volador/ todas lo son”. Para nosotros, hay algo de eso en el libro, una mirada que está asombrada desde la arena hasta el Torreón del Monje o desde una banana inflable o un llavero hasta una playa nudista. No es asombroso el objeto, sino la mirada, ese punto de vista.
-Esa mirada extrañada, que ve todo como si fuera la primera vez, como los niños, ¿ustedes se la propusieron desde el comienzo?
-Yo venía personalmente de escribir “¡El gran Deleuze! Para pequeñas máquinas infantes”, entonces ya tenía el tono infantil en la cabeza. Además, veníamos con la experiencia muy reciente de ser padres y algo de eso se nos pegó. De hecho, hay momentos naif, como ingenuos o frases rimbombantes. Eso lo fuimos detectando tempranamente y entonces trabajamos con esto.
-Eso se ve en la escritura, al contemplar las cosas como si todo fuera nuevo y relevante, aparecen exclamaciones y muchas preguntas: ¿por qué? ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene?
-Sí, es un libro exclamativo y preguntón, se asombra por todo y a la vez curiosea. ¿Eso será así? ¿Todas las nubes son iguales o las nubes de la Costa Atlántica tendrán algo en particular? Eso es un gesto de la curiosidad infantil. A la vez, la pregunta te abre algo. Un atardecer en Neuquén y Chubut con las montañas y un atardecer en la costa no son lo mismo. Las nubes pueden ser iguales, pero hay algo de la singularidad. El libro, por un lado, todo el tiempo va a buscar esa singularidad y, por el otro, la Costa Atlántica parece como un espacio universal, como que está en todos lados.
-También las preguntas nos hacen desarmar las imágenes que tenemos naturalizadas sobre la costa, hasta por momentos el libro devela ciertas prácticas cotidianas como un absurdo o un sinsentido al ponerlas como preguntas.
-La idea es justamente eso, al volver a pasar por cada cliché, por cada lugar común, creo que se rehabilita algo ahí. Yo, que vivo por el sur, al pato de Punta Mogotes lo veo todos los días. En un momento, tener que frenar ahí, mirarlo, buscarle una historia al pato, me hizo decir ‘wow, mirá qué loco’. Al final, me parece que el libro genera esto, que las cosas que las personas ven todo el tiempo ya sin destello, como cosas que están muy adiestradas, muy metidas en el hábito, de pronto necesites volver a parar para volver a verlas y leerles ahí con el libro en la mano. Por ejemplo, yo hice el ejercicio de ir con el libro y leer frente al pato o frente al Hotel Boulevard Atlántico del Mar del Sur y se generan cosas raras.
-¿Hicieron un trabajo de archivo y de campo?
-En principio hay un trabajo de archivo, mucho googlear, mucho libro. Nosotros tenemos amigos del palo del surf, guardavidas, carperos y fuimos preguntándoles. Tengo un amigo que es íntimo amigo del patinador sagrado de La Perla, entonces de pronto estábamos llamando a esa gente para recolectar información. Con Andrés viajamos de Bahía de Samborombón hasta Nueva Atlantis por dos noches y ahí fuimos mapeando cosas que teníamos más borroneadas. Por ejemplo, yo a San Clemente no iba desde que era muy chico, entonces volvimos a esos lugares y ahí apareció la carabela de Santa Teresita y así un par de cosas que nos fueron llamando la atención. Cuando nosotros buscábamos información, no queríamos que apareciera de manera directa. Este tema de la data también fue todo un tema, porque, de lo contrario, hubiese sido una guía convencional; en cambio, el dato tiene que aparecer nombrado de una forma que sea como un destello, como un resplandor. El dato está siempre tamizado por la poesía. Eso genera que la información aparezca siempre como un hallazgo, como una especie de dato de color o incluso de trivia. En un momento se dice que un niño encontró un diente de dinosaurio en la costa, en el libro quisimos hacer un poco eso, que el dato aparezca como un hallazgo paleontológico para un niño. Lo mismo con los descubrimientos sobre el Torreón del Monje, sobre las playas nudistas de Moria y así vamos encontrando informaciones, que ingresan en la lógica de la poesía.
-¿Cuál fue el criterio para seleccionar los temas, los personajes, los animales, los lugares de la Costa Atlántica?
-Al principio estábamos escribiendo bastante a mansalva, entonces tuvimos que quitar cosas, pero el criterio, en principio, se dio de la forma más orgánica posible, escribíamos sobre las cosas que teníamos ganas. Después ya evaluando cómo iba a ser este criterio, ese mapeo, lo que queríamos captar era una cosa más esencial de la Costa Atlántica, o sea, no una cosa hiperlocalizada, sino encontrar cuál sería el espíritu. Entonces, poníamos las cosas que nos parecían representativas de ese espíritu, que es un espíritu multiversal, decimos nosotros en el libro, es decir, del multiverso para robarle al cómic, porque vos podés encontrar objetos de todos lados.
-Entonces, ¿cuál es ese espíritu de la Costa Atlántica? Si bien es algo que se despliega a lo largo de todo el libro, una de las cuestiones que más resuenan es esa lógica del multiverso, el cambalache, el licuado de frutas.
-Sí, de pronto los objetos que aparecen en el libro pueden ser leídos desde la seriedad, pero también desde el humor o o desde lo melancólico y a la vez desde cierta revitalización kitsch. El barrido viene un poco por ahí y a la vez no quisimos representar el todo de la Costa Atlántica, sino más bien un espíritu y en ese espíritu hay algo como difuminado, nebuloso. No es que decimos la Costa Atlántica empieza acá y termina acá. Es una Costa Atlántica más bien difusa y quisimos representar los objetos que generan ese efecto de condensación multiversal, que une extremos por momentos.
-Sí, en la costa y en el libro se mezcla lo feo y lo bello, lo viejo y lo nuevo, lo culto y lo popular, lo extranjero y lo local.
-Exactamente eso, todos esos polos mezclados, mixeados y a la vez tampoco sentimos que había algo que tenía que entrar sí o sí, o sea, la lógica que arma el libro no te remite a ‘esto tiene que estar’ y ‘por qué falta esto’. Por ejemplo, el Torreón del Monje, que sería un ícono, está con la banana acuática. Entonces, en ese armado de serie ya te da la pauta de que no hay algo canónico y algo alternativo, sino que la mirada maravillada lo funde todo, vos pasás de la arena a un monumento gigante, de algo como el Trencito de la alegría a la Rambla, algo más canónico o representativo. La diferencia entre lo secundario y lo primario no existe en el libro, es todo primario. Por eso también es un libro que invita un poco a completarlo en términos imaginarios, podría entrar esto, podría parecer esto, pero nunca se da como falta, porque no instala esa dinámica.
-¿Tuvieron como punto de referencia otros textos o autores para escribir este libro?
-Como habíamos empezado con libros sobre el mar, leímos en esa dirección, pero después entramos en un torbellino de lecturas. Me acuerdo que había textos de Walter Benjamin, de Auden, de Goethe, barajamos un montón de cosas. Pero tomar una referencia así concreta, no. Después encontramos, por ejemplo, la “Guía fantástica de Mar del Plata” de los Balmaceda, que tiene que ver justamente con la narración, con lo mítico, pero nosotros queríamos alejarnos de eso. Quisimos hacer un pasaje de la palabra fantástico, que te remonta a los textos de Borges, Cortázar y la literatura fantástica, a la maravilla, que para nosotros es “Alicia en el País de las Maravillas”. Porque por momentos nuestra guía es un texto casi lisérgico, con una mirada extasiada, psicodélica de Mar del Plata y la zona, pero solo por momentos, porque todo el libro así sería obviamente insostenible. Entonces, no tuvimos ningún texto preciso porque en la dinámica de escribir de a dos, están las lecturas de los dos.
-¿Cómo fue el proceso de escribir a cuatro manos?
-Cada uno escribió sobre lo que tenía ganas y después nosotros nos íbamos leyendo y a veces el otro entraba en lo que habías escrito y lo retocaba, metía una oración, ya llegaba un momento que se fundía todo. Te contaba que habíamos ido de viaje por Nueva Atlantis, mientras uno iba manejando, el otro iba leyendo el libro en voz alta y corrigiendo las entradas. Me parece que esta escena ilustra bien la dinámica de nuestra escritura en colaboración: uno tiene que manejar y el otro mientras va haciendo cosas, sacando fotos, diciendo el libro en voz alta, pero siempre uno lleva cierta línea, una guía y el otro se deja llevar. Se van cambiando los roles, con Andrés dialogamos un montón y discutimos un montón, pero nunca hay trabas, o sea, si uno no está de acuerdo, dice sí y seguimos adelante y al revés. Entendemos que la dinámica es esa, cada uno hace un trabajo. Imaginate que los dos quieran manejar el mismo auto, chocaríamos.
-Volviendo a lo que decías de la palabra “maravilla”, además del universo psicodélico de Alicia y del asombro infantil, el término también remite a las leyendas o hechos insólitos que sucedieron y siguen sucediendo en la Costa Atlántica, que se incluyen en “Misterios y rarezas”, en el que conviven fenómenos paranormales con sucesos históricos rarísimos como la última vez que nevó en Mar del Plata. ¿También eso es maravilloso?
-En esta sección de “Misterios y rarezas”, está el cable que sale de Las Toninas con Internet a todo el país, al lado de un ovni, al lado de un tsunami, al lado de un barco fantasma, al lado de la última vez que nevó. Entonces, ahí se ve bien la operatoria del libro, o sea, lo natural es sobrenatural. Lo cultural, lo natural y lo sobrenatural empalman, no son contrarios. Para nosotros, Internet es un misterio, por decirlo de alguna manera, es tan sobrenatural como un fantasma. La imagen surrealista de un cable saliendo del mar de Las Toninas, que se puede ver en un video en Youtube cómo lo instalaron, parece una película de Werner Herzog, “Fitzcarraldo”, no se puede creer. En esta parte tampoco es que vamos al misterio sobrenatural, sino que aparecen como una cosa entre lo sobrenatural y lo natural. Lo que la mirada maravillada no puede entender o no da crédito, lo increíble está ahí. En ningún momento se da un pleno, no está nunca un pleno de lo sobrenatural, siempre hay mezcla.
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