El día más frío, el más lluvioso, de mayor sudestada. Fui queriendo estar cerca de ellas con los recuerdos que tiene mi alma. Estaban atentas, firmes, centinelas. Estaban protegiéndose una a la otra recibiendo en sus rostros la lluvia hecha lágrimas. Estaban Juana en la hoguera y millones de heroínas olvidadas. Muchas tenían la piel sangrando por la esclavitud.
Vi monjas padeciendo castigos por ser enclaustradas. Yo pasaba con miedo a molestar porque hasta las calles estaban calladas. Algunas mujeres cantaban soltando la rabia. Otras guardaban un respetuoso silencio. Yo seguí solo, con la memoria de mi vieja, de mis hermanas, de mi hija, de mi mujer.
Cómo no iba a estar si estuve en cientos de marchas. Y me quedé mirando a cada una de ellas pidiendo disculpas porque alguna vez supe ignorarlas y hasta llegué a insultarlas. Yo que supe ver el resplandor de la luna sobre sus espaldas y sentí la tibieza que les resbalaba. Yo también maltraté y supe dañarlas. De pronto sucedió algo extraño; sus rostros se transformaron y esas mujeres eran otras mujeres cayendo en el mar, otras que eran secuestradas; otras abusadas, apuñaladas. Olvidadas. Eran la historia hecha mujer que usaba pañuelo, anteojos y leí celulares.
En realidad escribían cartas que se iban por el aire danzando los mensajes de mil pedidos y mil plegarias. En un instante vi que algunas traían el trozo de una pared donde se leía “Viva el cáncer”. Otras arrastraban el pedazo de un muro con mujeres fusiladas. De golpe aparecieron millones de rejas que se hicieron millones de Milagros. Y llegaron las hembras de los “colonizadores”, y mulatas e indias con senos arrancados.
Y estaban las montoneras del norte. Y las oficinistas, las maestras, las profesoras, las empleadas del banco, las médicas, las enfermeras y las prostitutas. A todas las besaba la impiadosa lluvia. No faltó ninguna y yo con mis ojos a pura nostalgia. Yo, que alguna vez me creí importante, las miré sobre el hombro, y quise domarlas. Yo que vi el resplandor de la luna sobre sus espaldas y sentí la tibieza que les resbalaba. Perturbado prendí mi penúltimo cigarrillo y caminé apartándome. Me fui por una calle cualquiera con la mujer que está dentro de mí. En mi propio cielo. Es mi alma con su antigua tristeza vestida de negro.
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