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La Ciudad 23 de diciembre de 2019

Vidas en ruinas, el drama detrás del incendio de Torres y Liva

Departamentos destruidos por el fuego, recuerdos hechos trizas, familias arrancadas de sus casas y una angustia que no les permite dormir ni comer. El relato de quienes hasta el domingo pasado tenían un hogar y hoy solo les queda un desafío obligado: empezar de cero.

Pasan los días y la angustia no cesa. El hambre no vuelve. El sueño no aparece. Cada vecino, vecina y comerciante de la manzana destruida por el incendio de magnitudes históricas de Torres y Liva siente el vacío, el desarraigo y el no saber cómo continuar, con las imágenes del fuego y las corridas del domingo pasado impregnadas en la memoria.

No parece haber contención que alcance. Entre la puja por los seguros, reubicados en habitaciones de hoteles y casas de familiares, aquellos que perdieron todo y quienes quedaron “a la deriva” y a la espera de poder volver a entrar a sus departamentos sin luz, gas ni agua y llenos de hollín- tienen el llanto a flor de piel y la cabeza a mil revoluciones por segundo.

Aferrados a sus recuerdos, agradecidos por la solidaridad y la ayuda de la comunidad, desesperados y con la angustia en carne viva, algunas de las víctimas de voraz incendio de la distribuidora compartieron con LA CAPITAL sus historias de desolación, tristeza y desesperación a horas de cumplirse una semana de una tragedia que de milagro no tuvo víctimas fatales, pero que sin dudas ya forma parte de la historia de Mar del Plata.

La búsqueda de valiosos documentos y las secuelas de la tragedia

Con los escombros todavía tibios, a Liz Benítez (37) le cobraron el alquiler y le avisaron sin reparos que su relación contractual había finalizado. Su contrato de 24 meses caducó en el séptimo mes (diciembre) debido al incendio.

Sus cosas están dentro del departamento en el tercer piso del edificio junto a Torres y Liva, pero ya no es inquilina y por ahora no puede entrar. Desde entonces, junto a sus dos hijos menores, se aloja en el Hotel “Regidor” que cedió la Municipalidad a algunas familias afectadas por el incendio tras un acuerdo con sus administradores. Pide recuperar valiosos documentos de una delicada causa judicial que involucra un caso de abuso sexual y la urna con los restos de su hijo fallecido.

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Liz y sus dos hijos quedaron alojados en un hotel junto a otras familias afectadas por el incendio.

Su hijo mayor (13) no puede dormir. Esta con “un estado de shock terrible”, durmiendo en una habitación de hotel. El lunes debía rendir la última materia, pero la tragedia lo dejó sin su material de estudio. El menor (5) “está aceleradísimo” y repite “se prendió fuego la casa de mamá”.

Liz afirma estar “eternamente” agradecida con el colegio Loris Malaguzi y con Leonardo Cabrera del Ministerio de Trabajo, donde trabaja como administrativa desde que llegó a Mar del Plata, hace un año, tras la peor tragedia: la muerte de su bebé. Esta vez quería pasar “una Navidad diferente”, más unidos, más alegre, ya que “en los últimos dos años mi familia se hizo trizas”, confesó a LA CAPITAL.

Liz está “muy enojada” con Torres y Liva y “dolida con la falta de humanidad” de la inmobiliaria que le rescindió el contrato: en 45 días le mandarán las últimas facturas de luz y gas, para descontarlas del depósito en garantía. Como si nada hubiese ocurrido. No preguntaron por su salud ni la de sus hijos. “Siento que me dieron un cachetazo“, sostuvo desde el hotel ubicado en Yrigoyen al 1300 donde se encuentra “muy bien contenida” desde el incendio, aunque desde ese día prácticamente con come ni duerme.

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La mujer acompañó su relato con fotos y videos del incendio publicados en LA CAPITAL

La noche del domingo 15 de diciembre de 2019 ya es inolvidable. “Rivadavia era una lava de fuego. Veo los policías, los bomberos: ‘Incendio, bajen; incendio’. Bajé descalza, encontré a una abuelita, la agarré a ella y a mi hijo y los cargué en el auto por 20 de Septiembre. Eran llamas, llamas y llamas. Todo el mundo gritaba. Me va a estallar el vidrio, pensaba. Era una película de terror”, relató.

Pegada a su teléfono celular, Liz piensa en cada recuerdo y objeto de valor dentro de su casa. Su trabajo no le alcanza para vivir y sostener a sus hijos, por lo que además vendía ropa y zapatillas. “Tenía más de 600.000 pesos en mercadería. Pero los inquilinos estamos a la deriva. En una reunión de consorcio nos dieron que el 51% del seguro es para Torres y Liva y el 49% para los 24 departamentos de este edificio. Al dividir, el monto da el valor de un departamento pelado, sin nada de lo que está adentro”.

“Estoy reclamando cosas que no me paga un seguro: el cofre de mi bebé, la documentación de una causa por abuso, comprobantes de una deuda, recuerdos de un nene al que le salvé la vida, una pulserita que unos chicos le hicieron a mi hijo cuando nos mudamos; necesito que me permitan sacar mis cosas”, siguió.

“Como inquilina no me ampara nada. La única ayuda que tenemos es este hotel, la habitación limpia, la buena atención de la gente y el desayuno hasta el jueves. Nada más. El 27 estoy en la calle con dos chicos. No se qué hacer, a dónde ir. Estamos en un gris insoportable, porque mis cosas están en el departamento, pero siento que perdí todo y que mi vida se volvió un desastre”, sostuvo.

 

“Mi hija terminó el jardín, empezábamos las vacaciones”

Con el barbijo entre las manos frente a su edificio -detrás de Torres y Liva- Daniela no puede contener la angustia. Debió alojarse en lo de su madre junto a su esposo y sus dos hijas, sin saber si podrán volver al departamento que su abuelo compró hace 50 años y donde vivió la última década.

“Hay sectores muy afectados y otros totalmente prendido fuego. Estamos todos en una situación que… si hay alguien que pueda prestar o alquilar un departamento… en el mío el fuego llegó hasta la puerta, pero arruinó todo. Los bomberos entraron por acá”, relató con la voz entrecortada.

El viernes, dos días antes del incendio, Daniela vivió con la emoción a flor de piel el acto de colación de su hija de cinco años, que recibió el diploma al terminar el jardín. “Íbamos a empezar las vacaciones, pero todo esto…”, dijo sin poder terminar la frase, con la puerta del edificio lleno de vecinos en la misma situación, con la angustia de sus propias pérdidas.

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Daniela no puede contener su angustia, horrorizada por la tragedia.

El domingo Daniela estaba en su departamento, en el segundo piso. Antes de acostarse bajó a pasear a su perro. Escuchó una explosión. Como muchos, pensó que eran fuegos artificiales, hasta que “una humareda negra, un olor muy intenso” y el calor en una de las habitaciones la llevó a preocuparse, hasta que al ver un “gran resplandor de llamas” corrió desesperada con lo puesto.

“Vamos, vamos, vamos. Pónganse las zapatillas. Los bomberos, la policía, nos llevaron a la esquina. Había que agarrar la partida de nacimiento de las nenas, los documentos. Llamé a mi mamá: ‘Estamos bien ma”, pero a los cinco minutos la llamé de vuelta: ‘Vení a buscar a las nenas, esto es un desastre’. No sabíamos qué íbamos a perder. Escuchábamos el ruido de los pedazos cayéndose. Nos fuimos para Plaza Rocha, no se veía nada. A las 3 de la mañana nos fuimos y volvimos a las 6. Al ver el ventanal mío abierto pensé que habíamos perdido todo. No tuve fuego adentro, pero hay que hacer un montón de reparaciones, no sé qué va a pasar, cómo seguir”, expresó.

Daniela trabaja en un call center y su marido en un banco. Una vida bien establecida, en familia, de pronto la encuentra volviéndose beneficiaria de donaciones y gestos de ayuda de toda la comunidad. “Yo no quiero molestar, pero me dijeron: dejate ayudar. Lo intento, es muy difícil todo, esto fue una catástrofe. Ojalá si hay gente que pueda, ayude a los vecinos que se quedaron sin lugar para vivir, somos todas personas trabajadoras, pero hay mucha gente grande, sola, estamos viviendo una locura”, completó.

“Entré a recuperar la foto de mi marido fallecido”

Margarita duerme una o dos horas por día desde el incendio. Apenas come. Cuida a sus dos hijos de 16 y 19 años y está alojada en un hotel céntrico cedido por la Secretaría de Desarrollo Social, pero elige quedarse a metros del edificio donde vivió los últimos cinco años. Su departamento, en planta baja, fue levemente alcanzado por el fuego, pero no puede volver a habitarlo por ahora: no tiene luz, gas ni agua y muchas de sus cosas no sirven más.

“Veo cómo los vecinos lloran, están con con un ataque de nervios. Entonces me quedo acá, escuchando, ayudando, cuidando las cosas, cebándoles un mate”, contó sentada en una reposera a la vuelta de las ruinas de Torres y Liva, sin poder contener las lágrimas.

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Margarita fue alojada en un hotel pero a diario regresa a la cuadra de su edificio alcanzado por el fuego.

A Margarita no le alcanzan las palabras para agradecer. “Defensa Civil, los bomberos, la policía, son todos unos capos. Una policía me manda mensajes para ver si estoy bien. Una mujer con cáncer vino a regalarnos una caja navideña. El de la parrilla de acá cerca nos cedió las mesas y las sillas la primera noche. Un hombre apareció con varias docenas de empanadas caseras. No se puede creer”, dijo.

Hace un mes pintó su departamento. El domingo, a Margarita la sacó la policía. Luego de cenar salió al patio y sintió un fuerte olor a quemado. Unas piedras rojas caían sobre el tinglado que cubre el patio “como meteoritos”. Llamó al 911 sin dimensión de lo que ocurría, intentaba echar agua, pero la policía entró y la sacó.

Margarita es viuda. En 2013 perdió a su marido. Al día siguiente del incendio le permitieron entrar a su departamento. No sabía qué llevarse y lo poco que tenía pensado, se le olvidó al descubrir el estado del edificio. Se llevó finalmente una foto de su esposo. “Me olvido de todo, se me fue la cabeza para otro lado. Recién ayer pude descansar. No tengo hambre, no puedo dormir. Tengo toda mi vida hecha acá”, contó.

“Yo no perdí todo, pero estoy en un gris. El departamento está bien, pero no puedo quedarme acá. Estoy en el hotel por ahora. Mi hijo está en lo de un amigo y el otro en lo de su suegra. Esto nos destruyó, es un desastre”, agregó repasando los nombres de cada una de las personas que la ayudó, desde los bomberos y policías hasta Defensa Civil, la Cruz Roja, el Ejército, comerciantes y vecinos desinteresados que acercaron su solidaridad a la manzana del histórico desastre.

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Varios de los departamentos quedaron en estado irrecuperable.

“Sin luz no puedo trabajar”

Desde hace 36 años Viviana trabaja en su local donde repara pequeños electródomésticos, ubicado frente a Plaza Rocha, en la misma manzana de Torres y Liva. Todos los servicios están cortados y sin electricidad no puede hacer funcionar su pequeño local, el cual mantiene abierto.

Desde el lunes debe rechazar trabajo. A los clientes que le llevan procesadoras, licuadoras o aspiradoras para reparar, confiando en el precio y la calidad que brinda Viviana en su trabajo, les dice no poder aceptarlo por falta de energía.
“Solo puedo vender repuestos y accesorios. Desde el lunes estoy rechazando trabajo. Pertenezo al edificio que está todo quemado atrás. Soy una damnificada. Vivo día a día de mi trabajo y necesito ayuda, pero primero está la gente de los departamentos, gente que perdió todo”, sostuvo.

Viviana no tiene aún certezas sobre cuándo se podrá reconectar la luz. Pero casi sin trabajo, se pregunta con más dudas que respuestas qué pasará cuando en enero reciba las facturas de los servicios y demás impuestos. “No voy a tener cómo pagarlos, no sé qué hacer”, dijo angustiada.

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Desde el lunes Viviana rechaza trabajo en su local de reparación de electrodomésticos a metros de Torres y Liva. Viviana, propietaria de un negocio a metros de Torres y Liva.

El hotel que abrió solidariamente
sus puertas a los damnificados

El Hotel “Regidor” de la Unión de Personal de Seguridad República Argentina (UPSRA), ubicado en Hipólito Yrigoyen 1300, abrió solidariamente sus puertas a una decena de familias afectadas por el incendio en Torres y Liva.

En medio del operativo para apagar las llamas, un funcionario de la Secretaría de Salud de la Municipalidad contactó a varios hoteles gremiales para solicitar habitaciones para las personas damnificadas.

“Ni lo pensé y dije que sí. Hablé con las autoridades del sindicato en Buenos Aires y le abrimos las puertas a la gente de manera solidaria”, contó Eduardo Costa, administrador del hotel.

Desde el lunes pasado y al menos hasta después de Navidad -podrán pasar el 24 y 25 en el hotel- las familias que lo necesiten podrán quedarse en el lugar sin abonar un peso. Disponen de habitaciones limpias, desayuno y todos los servicios del establecimiento.

“Llegó gente con los remedios en la mano. Algunos vinieron a traer donaciones. Acá recibimos a todos de la mejor manera que podemos. Personalmente, que la gente esté cómoda me hace bien. Por su puesto no espero nada a cambio. Abrimos las puertas como me gustaría que me pase a mí si me llagara a suceder algo. Si todos actuáramos un poco más de esta manera, estaríamos mucho mejor como sociedad, no podemos no dar una mano”, sostuvo.

LA CAPITAL dialogó con varias de las personas hospedadas en este hotel a raíz de la tragedia en Torres y Liva, y además de compartir sus historias pidieron hacer explícito el “enorme agradecimiento” a los responsables del lugar por el “excelente trato” y la “calidez humana” de todo el personal a cargo.