CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres
Opinión 24 de julio de 2022

Ya no se puede nadar y cuidar la ropa

Panorama político nacional de los últimos siete días.

La ministra de Economía, Silvina Batakis.

por Jorge Raventos

Silvina Batakis abordó anoche su primer vuelo a Washington como ministra de Economía en un contexto de gran incertidumbre. ¿Podrá el gobierno de Alberto Fernández inducir a los productores rurales que están sentados sobre 14.000 millones de dólares en granos a que los liquiden rápidamente y ayuden así a saciar la sed de reservas del Banco Central? ¿En qué cotización se ubicarán los dólares paralelos cuando ella esté reunida con Kristalina Georgieva, con el staff del FMI, con el de la Reserva Federal o con los grandes inversores que operan en Wall Street? Esas incógnitas constituyen el movedizo suelo sobre el que la ministra estará apoyada en la capital de Estados Unidos.

La última semana “los paralelos” se movieron alrededor de los 338 pesos: el lunes 4 de julio, fecha en que Batakis tomó la brasa ardiente del ministerio que legó Martín Guzmán, la cotización del dólar blue era 93 pesos más baja. En 17 días el incremento fue de 38 por ciento. Ese mercado paralelo (minúsculo por las cifras que opera, pero muy potente por los procesos que desencadena) no ha sido una señal aislada: conjuntamente caía el valor de los bonos emitidos por el país, subía el índice de riesgo y se sumaban malas noticias desde el frente de los precios domésticos.

La confianza extraviada

Para muchos es tentador sostener que los mercados no le han dado crédito a la ministra. Pero la verdad va más allá de ese punto: en estos días no solo se están expresando “los mercados”, sino un amplísimo espectro social que ha perdido la confianza, no en una funcionaria (al fin de cuentas recién llegada a su cargo), sino en el gobierno que debería sostenerla y que, en cambio, no deja de exhibir su impotencia, su inmovilidad, sus tensiones intestinas, su disgregación y su desconcierto.

Alberto Fernández, titular del Poder Ejecutivo, ha malgastado durante dos largos años el capital de autoridad asociado histórica e institucionalmente a la figura presidencial, amagó sin convicción un ejercicio autónomo de sus atribuciones, la composición de una fuerza interna que le diera consistencia y estructura territorial (sindicatos, movimientos sociales, gobernadores, intendentes) y el tendido de puentes hacia sectores dialoguistas de otras fuerzas políticas para capitular una y otra vez ante el embate de las corrientes más intolerantes de su coalición, encarnadas fundamentalmente por la vicepresidenta. Durante cierto tiempo sus reincidentes repliegues quisieron ser leídos como expresiones de tiempismo, como paciencia estratégica, como la espera del momento más oportuno para emanciparse, pero después de usar ese recurso durante más de la mitad de lo que abarca su período el resultado es una supeditación creciente, que suscita la decepción de la mayoría de quienes querían tomarlo como punto de referencia para orientar y ordenar al gobierno y al oficialismo.

El viernes, mientras algunos de los políticos más serenos de su gobierno diseñaban un procedimiento para tender un puente constructivo con los productores rurales reticentes a liquidar el contenido de sus silosbolsa, Fernández entonaba discursos de resonancia épica y contenido anfibológico, que (en alguna de sus posibles interpretaciones) parecían declarar la guerra a aquellos a los que sus funcionarios intentan seducir. El presidente parece extraviado en el misterio de la vida. Y probablemente lo está.

Alberto Fernández.

Alberto Fernández.

El vértigo y la violencia

El vértigo de estas semanas refleja el vacío de poder expresado por una presidencia sin atributos, una vicepresidenta que influye más que el titular del Ejecutivo (y a menudo en un sentido contrapuesto), pero cuyas prerrogativas institucionales no autorizan que ejerza la autoridad máxima (salvo en caso de licencia, viaje, renuncia o muerte del presidente) y cuyas capacidades políticas están fuertemente limitadas por la resistencia que despierta en la opinión pública en general (incluyendo a la opinión pública peronista).

Después de la asunción de Batakis, la vice mantuvo un discreto silencio sobre la situación económica, tanto desde el refugio santacruceño donde se amuralló una semana atrás, como a su vuelta a Buenos Aires, ocasión en la que eligió exponer sobre (contra) la Suprema Corte y, en general, la Justicia. El silencio sobre la economía -soportando posturas de la ministra que su sector íntimamente rechaza- muestra que la señora es conciente de que, ante una sociedad hastiada de las lejanas maquinaciones de la política, no puede “revolear un ministro” todos los días; comprende asimismo que los cañonazos con los que hundió, primero a Matías Kulfas y finalmente a Martín Guzmán también escoraron significativamente al barco del oficialismo en el que ella misma navega (y, si bien se mira, hasta capitanea), razón por la cual debe dosificar con prudencia sus disparos.

Los mercados están inquietos y las hipótesis que hablaban de finales de año se aventuran ya a julio y agosto. En general, se vive una atmósfera de vísperas, con independencia de los movimientos de la ministra, en la medida en que no existe una respaldo explícito de la señora de Kirchner al rumbo dibujado por Batakis y, más bien, flota la idea de que la vice puede en cualquier momento activar nuevamente su letal artillería o que, el conjunto del gobierno se aproxima a un colapso.

Para contribuir a la aceleración de la crisis, comienza a evidenciarse un creciente protagonismo de la calle, es decir, la participación y la acción directa de los ciudadanos en -digamos- la plaza pública.

Hace unos días los productores rurales manifestaron en distintos puntos del país, reclamando por la falta de gasoil y también (pero no lo menos importante) por la presión que se ejerce sobre el campo vía retenciones y diferencia entre el dólar que reciben por sus exportaciones y las cotizaciones “libres”. En el ámbito urbano, y, si se quiere, a contramano del reclamo rural, se producen las marchas de movimientos sociales. Lo novedoso en estas movilizaciones es la confluencia (y en algunos casos, la coincidencia) entre organizaciones ligadas a los trotskismos vernáculos y otras conectadas con el peronismo o con el kirchnerismo.

Resulta significativo que esta semana la figura que se destacó por su acidez oratoria haya sido Juan Grabois, referente de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, miembro destacado del oficialismo e interlocutor frecuente de Máximo Kirchner y de su madre, la vicepresidenta.

Grabois adoptó un tono arrebatado en sus intervenciones y se dirigió retóricamente al presidente. Sembró nuevas inquietudes. En una Argentina con la inflación desbocada, un trasfondo de enormes necesidades insatisfechas y un gobierno maniatado por el desconcierto, las invocaciones a la sangre y los saqueos equivalen a mentar la soga en casa del ahorcado.

 

¿Podrá el gobierno de Alberto Fernández inducir a los productores rurales que están sentados sobre 14.000 millones de dólares en granos a que los liquiden rápidamente y ayuden así a saciar la sed de reservas del Banco Central?

 

Abran los silos bolsa

Entre las sugerencias indirectas que Grabois sembró estuvo una dirigida a reclamar acción contra los productores agropecuarios que conservan sus granos en silos bolsa esperando a que mejoren las circunstancias cambiarias para venderlos: el mismo tema que suscitó las ambigüedades discursivas del presidente. Los que siempre le buscan una quinta pata al gato imaginan que las filípicas de Grabois son parte de una estrategia destinada a presionar al campo. Más bien podría leérselas como un instrumento de presión sobre el gobierno -sobre Fernández y también sobre Silvina Batakis-, en principio para que los recortes de gasto público que la ministra anunció no toquen fondos de las corrientes afines a Grabois.

Batakis y el gobierno tienen que avanzar en ahorros que permitan llegar al examen de septiembre ante el FMI con la mayor parte de los deberes cumplidos. Y eso implica ajustar. Y pisar intereses.

Aldo Rico emergió de su retiro para encarnar otra señal de peligro: en un mensaje dirigido a sus camaradas de las Fuerzas Armadas diagnosticó que “las circunstancias de violencia se van a profundizar”. Cuando las señales son tan diversas e intensas parece claro que se está pisando el umbral de una crisis de envergadura.

Volver al futuro

El oficialismo empieza a entender que su poder no alcanza para afrontar esta crisis. La realidad reclama la necesidad de buscar apoyos más allá de sus propias filas. La desconfianza se trasmite. A medida que las dificultades avanzan cuesta más encontrar socios. Ahora buena parte de la oposición toma distancia y rechaza los acercamientos, no solo los más recalcitrantes.

Hace falta afinar el oído para registrar que, sin embargo, no todos responden del mismo modo. Por caso, Horacio Rodríguez Larreta y Gerardo Morales (dos opositores influyentes que son, además jefes institucionales de sus distritos) no rechazan la posibilidad de un diálogo. Lo que hacen es poner una condición: primero el oficialismo tiene que ponerse de acuerdo internamente.

¿Puede ser que la crisis sea la partera de una coincidencia “del 70 por ciento” para que este período constitucional funcione como transición a una etapa de estabilidad y acuerdos?

La ilusión se alimenta, sobre todo, con la desesperanza que genera un gobierno tan desvencijado que no promete capacidad para cubrir con estabilidad mínima los meses que restan hasta las elecciones de 2023, que todos invocan y ven tan remotas. Parece crecer la certeza de que ese destino puede adelantarse. El vacío impone ritmos a la política y esos ritmos empujan a tomar decisiones. A los que están en el oficialismo y a los que aspiran a llegar. Hay tiempos en que no se puede nadar y cuidar la ropa.

En cualquier caso, la vulnerabilidad de la presidencia no se arregla mágicamente. Menos aún si, como ocurre en este caso, está acompañada por una disgregación funcional del sistema de gobierno. Esto no se solución con un mero cambio de gabinete. Hace falta la reconstrucción de un centro político apoyado en fuerzas más amplias que el actual oficialismo.

¿A qué cotización debería llegar el dólar para que ideas tan peregrinas (que permitirían, sin embargo, evitar un adelantamiento electoral precipitado o una renuncia que deje el sillón de Rivadavia a disposición de la línea sucesoria que encabeza la vice) adquieran factibilidad y hasta utilidad práctica?



Lo más visto hoy