CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres
Cultura 16 de septiembre de 2017

“El anarquismo promovía el amor libre pero condenaba la homosexualidad”

En "Amor y anarquismo", Laura Fernández Cordero recupera experiencias libertarias que hace más de un siglo desafiaron formas de la intimidad afianzadas por el Estado o la Iglesia.

Laura Fernández Cordero. Foto: Télam / Daniel Dabove.

por Julieta Grosso

En su ensayo “Amor y anarquismo”, la socióloga Laura Fernández Cordero revisa las experiencias anarquistas que hace más de un siglo jaquearon los protocolos de intimidad y familia fijados por el Estado y la Iglesia para contraponerlas con las actuales discusiones en torno al matrimonio, la identidad sexual y la violencia de género.

La efervescencia anarquista que acompañó el surgimiento del movimiento obrero en la Argentina durante 1890 y 1930 no se limitó a discutir los métodos de la huelga y la inequidad de clases: también hubo margen para plantear debates sobre la crisis del matrimonio burgués -bajo la convicción de que era una institución que implicaba grados de sometimiento y prostitución- y la conveniencia de promover una sexualidad sin restricciones.

En realidad, el ideario de amor libre y mujeres emancipadas -otro de los bastiones del discurso anarquista- mantuvo un núcleo subversivo pero no logró escapar del signo de los tiempos y terminó atrapado en la paradoja de la libertad sexual al mismo tiempo que rechazaba la homosexualidad y no reconocía para el género femenino un modelo alternativo a la maternidad.

En “Amor y anarquismo” (Siglo XXI Editores), Fernández Cordero explora estas contradicciones y traza un recorrido por algunas experiencias que, sumergidas en la promesa de una revolución social en marcha, buscaron reformular la noción de amor y erotismo -como lo evidencian las situaciones de sexo múltiple que tuvieron lugar en una colonia anarquista en Brasil- al mismo tiempo que denunciaban la secuencia de violencia en las fábricas y en el ámbito doméstico. Eran los años de “la Patagonia trágica”.

Socióloga e investigadora del Conicet, Fernández Cordero coordina actualmente el programa de Memorias políticas feministas y sexogenéricas que lleva adelante el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDin) de la Universidad de San Martín.

– ¿Cómo se explican las consignas de amor libre enarboladas por agrupaciones anarquistas que al mismo tiempo combatían la homosexualidad?

– El libro profundiza en el anarquismo pero sus temas, como la preocupación por la sexualidad o el lugar de la mujer no son exclusivos de este movimiento sino que son compartidos por muchas expresiones libertarias utopistas y emancipatorias. Es cierto: el anarquismo promovía el amor libre pero al mismo tiempo condenaba la homosexualidad. Igualmente el anarquismo dialoga y discute con un contexto. Y es así como comparte esa marca de época que se visibiliza en el acento heterosexual y el combate de la homosexualidad como una aberración. El siglo XX es el momento en el que se construye la noción de que el homosexual es una persona y está orgulloso de esa identidad, mientras que entre el XIX y las primeras décadas del XX la homosexualidad había estado atravesada por la idea de enfermedad. Eso se evidencia también la utilización del vocabulario para referirse a los homosexuales: sodomitas, pederastas, uranistas…

– ¿Qué otras marcas epocales registra el pensamiento anarquista?

– Me hubiera gustado detectar que el anarquismo era libertario en todos los temas. Sin embargo, no fue eso lo que encontré a la largo de la investigación, en la que además de la condena a la homosexualidad aparecen también sesgos moralistas en el discurso de algunas mujeres. Una de las paradojas del anarquismo de estos años es que se da un discurso de la libertad sexual en un contexto donde hay poco desarrollo de los métodos anticonceptivos y donde el aborto está criminalizado. Por otro lado hay una preocupación por la salud antes que por la libertad sexual, que lleva a un proceso de fuerte medicalización. Tal es así que la Argentina ya tiene hacia 1936 una ley de psicoprofilaxis. Estas cosas marcan todo el tiempo la tensión entre el ideario de la libertad sexual y las condiciones de posibilidad para ejercerla.

– ¿En esa época era más difícil agitar consignas sobre la emancipación de la mujer a diferencia de las épocas actuales en las que ha recrudecido la violencia de género?

– No puedo dejar de interponer mi mirada de socióloga para preguntarme dónde están las cifras que permitan hablar de un crecimiento de la violencia de género a través del tiempo, antes que de una visibilización de una problemática que ya estaba presente. Creo que hay un componente de recrudecimiento, pero también es la visibilización del tema la que parece generar una lectura distinta, como de fenómeno novedoso. Esto tiene el agravante de ciertas hipótesis que sostienen que la violencia crece porque las mujeres nos empoderamos, es decir, parece que la culpa siempre es nuestra.

– ¿Las consignas de liberación sexual defendidas por el anarquismo conservan algo de su sustrato subversivo?

– Lo que no envejeció es ese eslogan que tienen las anarquistas de “anarquía, libertad y las mujeres a fregar”. Creo que el trabajo doméstico reverbera como una asignatura pendiente. Y también sobrevive esa tensión entre la teoría del amor libre y el hecho de encontrarse los varones con mujeres deseantes. ¿Cuánto se bancan hoy los hombres a una mujer deseante, que es parte del discurso que ellos mismos propalan? Y eso lleva a otra cuestión: ¿cuánto se banca hoy el varón reconocerse en el lugar del opresor? Toda esa cuestión de la politización del hogar fue en su momento muy instalada por el anarquismo y otros movimientos. Los anarquistas manifiestan muy tempranamente esto de que no habrá una sociedad nueva si no podemos pensar las formas del amor y la familia, claro que con los límites que marcaba la epóca. Otro aspecto que hoy se mantiene tiene que ver con la manera de posicionar a las mujeres: ante todo son madres. El anarquismo, en ese sentido, es fuertemente maternalista.

– ¿En qué medida la discusión sobre el matrimonio burgués y la monogamia puede disociarse de la matriz capitalista?

– El ideario básico plantea que el matrimonio es una institución capitalista, burguesa, que organiza los afectos, la sexualidad, la paternidad, la maternidad y la herencia. Hay sin embargo otras voces dentro del anarquismo que plantean la posibilidad de construir familias libertarias dentro de los límites del capitalismo. Lo mismo en el amor libre, donde se plantean modelos alternativos que hoy se podrían equiparar con lo que se llama poliamor. Todos los experimentos desarrollados por los anarquistas demuestran que no resulta tan sencillo tomar distancia del capitalismo. Nuestra sociedad está muy basada en sistemas de parentesco y en alianzas matrimoniales, alentadas incluso por el Código Civil que se aprobó recientemente.

Télam.