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Cultura 10 de octubre de 2016

Gabriel Manzo, el marplatense que reinterpretó “la máquina del fango”

El enunciado del famoso autor de “Gomorra” detonó una búsqueda artística imparable. En “La máquina del fango” entran esculturas vinculadas con la geografía de Extremadura, armas medievales y un acercamiento al color y a la textura.

Gabriel Manzo.

Dijo el italiano Roberto Saviano, el autor del libro de investigación “Gomorra”: “De un tiempo a esta parte vivo como una especie de obsesión, una obsesión que concierne a la máquina de fango, el mecanismo con el que es posible difamar a cualquier persona.

Y tengo esta obsesión porque nací en una tierra en la que cualquiera que haya decidido obstaculizar al crimen organizado ha sufrido siempre esa clase de deslegitimación total. Incluso los que son asesinados, los que han muerto y caído por enfrentarse a las mafias, son difamados. Y por lo tanto soy sensible, tengo los nervios a flor de piel frente a ese mecanismo”.

Sus palabras están cargas de un indisimulable tono político. El concepto de la máquina del fango -o “macchina del fango”- le viene a la perfección para denunciar un sistema de manipulación y extorsión del que se vale la mala política y el circo mediático italianos. Sin embargo, no es la única acepción de esa frase.

También con “los nervios a flor de piel”, el artista visual Gabriel Manzo, marplatense y docente de arte, detectó que existen otras “máquinas del fango” en el mundo de las relaciones interpersonales. Y no dudó en indagar en esas variables. Antes, claro, le pidió permiso al mismo Saviano. El italiano, que vive amenazado de muerte por la mafia, tampoco dudó: “Volentieri”, le contestó en un escueto correo electrónico, algo así como “de buena gana”, “es un placer”.

“Le conté que cuando me encontré con su discurso de ‘la máquina del fango’ me conmovió y le pregunté si tenía inconveniente en que usara ese nombre. La contestación fue muy breve, supongo que su idea es que ese concepto se vaya trasladando a otras cosas”, cuenta Manzo, marplatense, 47 años, docente de la Escuela de Artes Visuales Martin Malharro, de la Escuela de Cerámica y del Puam (Programa Universitario de Adultos Mayores).

Con esa idea de que el hombre es capaz de fabricar una máquina para ensuciar, nació su obra que lleva la impronta del cruce de varias disciplinas artísticas. Flotan en armonía la instalación, la escultura, el dibujo, la búsqueda de textura, el color, más elementos que encontró en las armas medievales y en la geografía de Extremadura, España, donde vivió ocho años, antes de pasar por Italia e instalarse en Venecia. Ya expuso en galerías europeas y, a su vuelta a la Argentina, mostró su arte en Mar del Plata y hasta dejó ver los estudios preliminares que lo condujeron a armar esta obra, en una reciente muestra realizada en agosto.

Instalado ya en su ciudad natal, Manzo encontró que el concepto de “la máquina del fango” es una frase viva, que late al ritmo de su vida y que va adaptándose a sus propios procesos personales. “¿Qué tienen que ver las palabras de Saviano con mi discurso? Desde lo político, nada, porque en realidad yo nunca hablé desde ese lugar en mi obra -aclara Manzo-.

Toda mi obra trabaja desde la cuestión de las relaciones interpersonales o de las relaciones humanas a nivel social, pero ese discurso me conmovió. Por eso me dije ‘Saviano está hablando desde otro lugar de algo que yo también retomo desde lo social’. Y a partir de ahí hice un nexo entre este discurso y algo que yo venía dejando de España, me iba de Extremadura. Porque en Cáceres conocí la orografía de Extremadura, que tiene que ver con la flora, la fauna, la vegetación, y además Cáceres, donde yo vivía, es una ciudad medieval. Me llamaron la atención las armas medievales”.

– ¿Qué te impactó de Extremadura?

– Que es una flora árida. En Cáceres la vegetación está formada por encinas, alcornoques y vegetación montañosa, es una orografía de hondonadas, con piedras precámbricas que parecen huevos, que se han erosionado durante años. A partir de ahí empiezo a jugar con mis armas medievales, armas que conocí en el museo de Cáceres. Le sumo el discurso de Saviano y caprichosamente empiezo a trabajar con estas piedras de las que empiezan a surgir unas espinas. Hago un paralelo con esta idea del arma medieval, armas lacerantes, piedras con cintas de metal y esas cintas de metal tienen puntas, juego con eso y armo un discurso. Ese discurso es muy duro pero por otro lado aparece algo que para mi es interesante en la obra, que es esto de no ser literal ni lineal, porque juego con el color. Muestro cosas mucho más benévolas, más amables o incluso si se quiere elegantes o seductoras. Aparece el color de la tierra y del metal, cosas ancestrales en las paletas de color. En el 2013, cuando regreso a Argentina “la máquina del fango” cambia. Acá me encuentro con un país más agresivo. Entonces, junto a Graciela Zuppa (crítica e historiadora del arte) hacemos una relectura de qué pasaba con mi proceso de vida, yo estaba recomenzando (en Mar del Plata).

– ¿Y de qué manera muta “la máquina del fango”?

– El fango, el barro te da la posibilidad de ensuciarte y te da la posibilidad de amasarlo y de generar una nueva forma. Lo que te va marcando “la máquina del fango” es una experiencia de vida, una situación de vida que de alguna manera te deja marcado, tatuado, lacerado, sellado o como cada uno lo pueda percibir.

– ¿”La máquina del fango” funciona como un gran concepto que vos vas trasladando a diferentes soportes?

– Sí, ahora llega a la piel humana, toda mi obra es así, empieza desde adentro hasta que empieza a escupirse, “la máquina del fango” es una cosa absolutamente emocional, qué nos pasa a nosotros emocionalmente, cómo nos relacionamos, y de a poco voy descubriendo cosas.

– Para combinar tantos elementos en una misma obra tenés que estar muy abierto al momento de percibir esos elementos y usarlos como detonantes…

– Yo siempre digo que la cabeza de un artista es como una olla a presión en la que uno empieza a poner de todo, y de acuerdo a la capacidad que tenga ese artista puede empezar a hacer que eso explote. A mí me pasan esas cosas, yo soy un tipo que va permanentemente por la vida sumando cuestiones que me afectan, lo que tiene que ver con las relaciones humanas, el trato, el amor, el desamor.

“Entre tijeras”

Amante del cine, Manzo se define como una persona “torturada” que no deja de buscar en su propia identidad detonantes o líneas de trabajo que nutran su arte. Hijo de un tapicero de automotor fino y de una madre escritora y modista, ahijado de un sastre (“uno de los más importantes de Mar del Plata”), dice que se crió “entre tijeras”.

Recuerda que de chico descubrió la moldería y junto a ella la fascinación por “las telas y las herramientas de la costura”. “Todo eso para mi es comida, y de alguna manera quedó en mi trabajo. Hoy hago mis esculturas con moldes, como si fuera la moldería de un corset. Mis sistemas de composición tienen que ver con la moldería”, confía. Ese primer amor lo llevó a estudiar escenografía y a incursionar en la alta moda. Ese camino lo condujo hasta Roberto Piazza.

“Estar en la moda me implicó un conflicto, porque después de recibirme en Mar del Plata (de la Escuela Malharro) me fui a estudiar escenografía y terminé trabajando en una escuela de modas, enseñando historia de la moda, diseño y figurinismo. Ahí empieza mi conflicto: me decía ‘soy artista plástico y estoy diseñando moda, vestuarios’. Es un mundo aparentemente frívolo, pero absolutamente profundo si se quiere también. Y hoy por hoy mi obra es una cosa escenográfica. Hago instalaciones y me muevo en la pintura que es mi gesto más espontáneo”.



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