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Opinión 9 de mayo de 2018

Noticias de ayer

Mauricio Macri empujó a la Argentina de regreso al fmi. Era el paso lógico, acorde al modelo económico político que se está implementando. 

por Agustín Marangoni

Está en los libros de historia. Desde que se fundó el fmi, en 1945, hubo distintos acercamientos del organismo hacia la Argentina. El entonces presidente J.D. Perón se negó a ingresar bajo el argumento que era una entidad creada para oprimir a las economías en vías de desarrollo y restarles independencia política. Dicho y hecho, Perón no ingresó. Y también la pagó: entre otras infamias, le bombardearon Plaza de Mayo como método para derrocarlo. La mal llamada Revolución Libertadora, una vez que se hizo con el poder, ingresó al fmi. Fue su primera acción de gobierno. Antes del actual período democrático, en Argentina hubo cuatro presidentes que no tomaron deuda externa: Yrigoyen, Perón, Illia e Isabel Martínez de Perón. Llámese casualidad, los cuatro fueron derrocados por golpes militares.

Los golpes de Estado, después de tanto genocidio, perdieron legitimidad. Fue una conquista mundial. Pero la derecha, que trabaja a largo plazo y sabe de reinventarse tanto como de fuga de capitales, armó nuevas estrategias. Anónimas, complejas y sin plomo explícito. La lógica corporativa multinacional consiguió ubicar en el poder a un equipo de empresarios que defiende desde el Estado los intereses del capital concentrado. He ahí el neoliberalismo. Cualquiera me retrucará, bueno bien, quiénes son los que manejan esos hilos, dónde están, cuánto ganan, cuánto tienen. La respuesta no es posible, porque no se sabe. Ni siquiera hay periodismo sobre ricos, no se puede hacer. Los ricos no están a la vista. Se ocupan de solventar un periodismo sobre pobres y trabajadores que necesitan mostrarse para no disolverse en el aire. De aquellos que tienen peso específico en las decisiones estructurales, sólo quedan en evidencia sus políticas económicas. Y cada vez menos. Ese proceso llamado blindaje mediático es muy efectivo en su ensamble social de silencio y distracción. Se invierten millones para lograr ese efecto.

Con un empresario en el gobierno, la única opción es atajarse. Va a reducir inexorablemente el gasto público, los salarios, las jubilaciones y los derechos, en especial la educación. Su objetivo va a ser que se trabaje por el ticket del supermercado. Y a veces por menos. Antes eran armas de fuego, ahora son campañas de marketing. La política corporativa es el festival del eufemismo. Por ejemplo, el flamante concepto denominado Financiamiento preventivo. Eso, a pesar de los dibujos, significa deuda externa generada por una gestión de gobierno que favorece a una minoría que tiene sus activos en el exterior. Es cuestión de mirar lo que propone este gobierno, es matemático: conviene más la especulación financiera que producir. Es fija, el trabajador pierde.

Va más allá de los Macri, Vidal, Aranguren, Dujovne, Sturzenegger, Peña o Caputo. De los nombres propios se encargará la historia o la justicia según corresponda. La lectura tiene que ser sistémica: la negociación con el fmi generará ajuste y una tasa de interés impagable. El resultado de ese endeudamiento va a ser el mismo de siempre, porque el proceso es el mismo de siempre.

Costó pero se logró: la democracia es un conquista inamovible. Ahora es momento que el neoliberalismo tenga la misma condena social que las dictaduras.