Sin poesía no hay paraíso: Omar Khayyam, el poeta del vino y la filosofía
Omar Khayyam es uno de los poetas del Medio Oriente más reconocidos que además fue astrónomo y matemático. Sus poemas nos llegan a través de traducciones y versiones que se hicieron para traer a Occidente sus pensamientos, reflexiones y observaciones sobre la finitud y el lugar que ocupamos en la existencia.
Omar Khayyam fue un poeta, matemático y astrónomo persa del siglo XI.
Por Analía Pinto
Omar Khayyam debe ser, junto con Rabindranath Tagore y Khalil Gibrán, el más conocido de los poetas orientales o, mejor dicho, de los poetas de Medio Oriente, si no incluimos la rica tradición poética china y japonesa. Sin embargo, la figura de Khayyam sobresale de la de aquellos por sus variados oficios (astrónomo, matemático, científico, tal vez también músico, filósofo, naturalista) y por la gran difusión de su obra en Occidente, desde que el poeta irlandés Edward Fitzgerald tradujera (parafraseara, en opinión de muchos eruditos) sus cuartetas o “rubáiyát”.
Debo apelar a la benevolencia del lector para que me siga por las ondulantes y movedizas dunas, como si siguiéramos a la larga caravana de la poesía por el desierto, que hoy se adentra en el místico y cincelado verso de Omar Khayyam. En la lejana Persia, actual Irán, en Nishapur, nació Omar; muy pronto, en lugar de inclinarse sobre la ardua tierra, su cabeza se elevó hacia los cielos. La misteriosa danza de los astros en la vastedad de la noche cautivó su imaginación, y luego de estudiar las necesarias matemáticas consiguió retirarse a un observatorio astronómico para intentar descifrarla.
Entre sus compañeros de estudios se encontraban Hassan el Sabbah (nombre que a oídos occidentales nada dice, aunque todo cambia cuando se revela que fue más conocido como el “Viejo de la Montaña”, célebre líder de los temibles “asesinos”) y Nizam al Mulk. Este último, luego de obtener un importante puesto junto al fundador de la dinastía selyúcida, fue quien le brindó la pensión y los medios para que Omar pudiera construir su propio observatorio, y dedicarse a sus rigurosos estudios, ocasionalmente interrumpidos para entregarse a sus otras pasiones: la poesía, el vino, el amor, la filosofía.
En los ratos en los que la obsesiva observación del cielo y sus sortilegios dejaba paso a esas actividades más terrenales, Khayyam escribía sus famosas “rubaiatas”: estrofas de cuatro versos dodecasílabos, con rima en el primero, segundo y cuarto, dejando el tercero libre (aaba). Estos poemas, casi lindantes con los aforismos, procuraban condensar en su brevedad (semejante, aunque no igual ni con el mismo espíritu, a la de los haiku japoneses) un pensamiento, una reflexión, una observación lúcida sobre el devenir del hombre en la Creación. Sus estrofas no componían un poema en sí, aunque se las suele presentar de ese modo, sino que eran como ráfagas de pensamiento que, podemos conjeturar, Omar no deseaba que se escaparan y dejaran apenas un estremecimiento en el polvo, sino algo más duradero. Se supone que apenas un centenar de todas las que se le atribuyen (más de doscientas en general, pero algunos manuscritos recogen muchas más) son realmente suyas. No se publicaron en vida del poeta sino que circularon, como las arenas del desierto en el que nacieron, entre discípulos y admiradores.
Hasta que el bueno de Edward Fitzgerald, atacado de orientalismo como le sucedió a muchos de sus compatriotas, las dio a conocer en Europa en 1859 y las reeditó en 1868, cuando un francés, J. P. Nicolas, publicó otra versión, criticando, como no podía ser de otra manera, la de su colega inglés. Es correcto hablar de “versión” en lugar de traducción: dada la dificultad del idioma persa, la traducción literal al inglés resultaba prácticamente imposible, por lo que Fitzgerald optó por un parafraseo que le valió tanto loas como denuestos a lo largo de los años. Más tarde, el orientalista francés Franz Toussaint tuvo la oportunidad de traducirlas directamente del persa, y se considera que las traducciones derivadas de la suya son las más cercanas al espíritu y a la letra de Omar.
Vale decir que nos llega apenas un hálito de lo que realmente pudo haber escrito el poeta del vino y de la filosofía. Lo que sí queda claro tras su lectura, incluso con todos estos velos que nunca se descorren, es que nos encontramos ante alguien que miró tanto el mundo como las estrellas y comprendió nuestra fugacidad, nuestra finitud, nuestra infinitesimal importancia, y decidió que había que gozar aquí y ahora (como mil años antes ya lo había anticipado Horacio con su ‘carpe diem’). Decidió también dejarnos las perladas gotas de su conocimiento en estos brevísimos versos.
Invito entonces a los lectores a reparar en las distintas versiones de una misma cuarteta (lo que da cuenta de la dificultad que implica traducir poesía) y que, además, es una viva muestra del pensamiento de Khayyam:
Versión en inglés de Edward Fitzgerald (1868)
Impotent Pieces of the Game he plays
Upon this Chequer-boards of Nights and Days;
hither and hither moves, and checks and slays;
and one by one back in the Closet lays.
Versión yuxtalineal de Joaquín V. González (1919)
Nosotros, –piezas mudas del juego que Él despliega,–
Sobre el tablero abierto de noches y de días,
Aquí y allá las mueve, las une, las despega,
Y una a una en la Caja, al final, las relega.
(González, el fundador de la Universidad Nacional de La Plata, por su parte, como puede verse, introduce una variante en la rima de las cuartetas que pasa a ser abaa, en búsqueda de mayor eufonía en nuestro idioma).
Versión de Franz Toussaint, vertida al castellano en prosa por Félix Etchegoyen (1948)
“He aquí la única verdad: peones somos de la misteriosa partida de ajedrez que juega Dios. Nos mueve, nos para, nos adelanta y nos arroja después, uno a uno, a la caja de la Nada”.
Otras perlas de la sabiduría de Khayyam se traslucen en esta otra cuarteta, también vertida en prosa, en este caso por Alberto Perrone: “Porque sabemos que la bóveda celeste bajo la cual vivimos no es sino una linterna mágica: el Sol es la llama; el Universo, la lámpara; nosotros, pobres sombras que vienen y van”. Sí, podemos afirmar que hay un cierto aire a platonismo en esta cuarteta. Lejos del sufismo al que muchos quieren adscribirlo (y que sí practicaron otros poetas persas como Rumi, Firdusi o Hafiz), Omar era un irreverente, como se observa en esta otra cuarteta, también en versión de Perrone: “Me divorcié de la Fe y la Sabiduría; arrojé de mi hogar la estéril Razón e hice de la hija favorita de la vid mi nueva esposa”.
Cierro este viaje por el desierto de Korasán siguiendo a la caravana poética y filosófica de “Omar el tendero” (según se dice, toma su apellido del oficio de su padre, quien confeccionaba tiendas) con estas palabras de Joaquín V. González: “Desde que Fitzgerald lo arrancó del misterioso Oriente para entregarlo a la contemplación del mundo europeo, ha venido formando su circulo de admiradores, comentadores, exégetas e intérpretes, en cuyas manos aquella exótica gema de la Persia islamita rinde, en su inagotable belleza, el más extraño reflejo que pudiera exigir la inquietud de un cultivador del pensamiento o la emoción. Desde el diletante que sólo busca un amigo cordial capaz de hablarle al corazón, hasta el concienzudo y minucioso erudito que penetra pacientemente y desmenuza con frialdad científica el sujeto de observación, toda suerte de espíritus han gravitado como satélites en la órbita de este astro, venido de otro hemisferio a trazar una magnifica parábola en el cielo del pensamiento occidental. (…) Místico, incrédulo, sensual, anacreóntico, hereje, blasfemo, humorista o lo que se quiera, lo que por sobre todo cautiva en Omar Khayyam es su inquietud de misterio, que rige como un ‘leit motiv’ la armonía recóndita de sus poemas”.
Ese mismo misterio que nos hace comprender, al mirar las estrellas, observar la paciencia de una rosa o degustar la aterciopelada aspereza del vino de la vida, que sin poesía no hay paraíso.
Para seguir curioseando
–“Obras completas, tomo XX”, de Joaquín V. González, en las que se incluye su versión yuxtalineal de las Rubáiyát;
–Comentario sobre una edición ilustrada de las Rubaiatas (en albertogranados.wordpress.com);
-Rubaiatas en distintas versiones de amediavoz.com y circulodepoesia.com;
–Ivo Hernández analiza la obra de Omar Khayyam (y su contexto) en su canal de YouTube;
-Omar Khayyam y su faceta científica en elperiodico.com.
(*) Analía Pinto (1974) es poeta y editora. Estudió Letras en la Universidad Nacional de La Plata y trabaja en su repositorio institucional. Ha publicado tres libros de poesía y uno de reseñas bibliográficas. Integra el equipo pedagógico del Taller de Corte y Corrección, dirigido por Marcelo di Marco, donde coordina el taller de poesía, y es secretaria de Redacción del periódico cultural Fin.
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