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Opinión 15 de junio de 2017

Belgrano, el primer independentista

por Hugo Muliero

Mientras Mariano Moreno estaba ocupado en conseguir el libre comercio para los ingleses en el puerto de Buenos Aires, Cornelio Saavedra entretenía con simulacros al cuerpo de Patricios, y Castelli accedía a un puesto en el Consulado, gracias a la influencia de su primo, Manuel Belgrano, quien ya pensaba seriamente en la independencia y la libertad de América a la luz de los nuevos acontecimientos de Europa.

Con una extraordinaria anticipación y con el solo antecedente del movimiento independentista de Martín Alzaga, Belgrano veía con meridiana claridad las grandes posibilidades que se presentaban a los criollos americanos. El futuro vocal de la Junta expresaba en un documento:

“…Pasa un año, y he ahí que sin que nosotros hubiésemos trabajado para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España y en Bayona. En efecto, crecen entonces las ideas de libertad e independencia en América, y los americanos empiezan por primera vez a hablar con franqueza de sus derechos”.

Romper las cadenas

En Buenos Aires se hacía la jura de Fernando VII, y los mismos europeos aspiraban a sacudir el yugo de España por no ser napoleonistas. ¿Quién creería que Martín de Alzaga, autor de una conjuración (1° de enero de 1809), fuera uno de los primeros corifeos?, proclamó don Manuel.

Y ampliaba el creador de la bandera que “llegó en aquella razón el desnaturalizado Goyeneche: despertó a Liniers, despertaron a los españoles, y todos los jefes de las provincias; se adormecieron los jefes americanos, y nuevas cadenas se intentaron echarnos, y aun cuando éstas no tenían todo el rigor del antiguo despotismo, contenían y contuvieron los impulsos de muchos corazones que desprendidos de todo interés ardían por la libertad e independencia de América, y no querían perder una ocasión que se les venía a las manos, cuando ni una vislumbre habían visto que se las anunciase”.

“Entonces fue que no viendo yo un asomo de que se pensara en constituirnos y sí a los americanos prestando una obediencia injusta a unos hombres que por ningún derechos debían mandarlos, traté de buscar los auspicios de la Infanta Carlota y de formar un partido a su favor, oponiéndome a los tiros de los déspotas que celaban con el mayor anhelo para no perder sus mandos; y lo que es más, para conservar la América dependiente de la España, aunque Napoleón la dominara, pues a ellos les importaba poco o nada ya sea Borbón, Napoleón u otro cualquiera si la América era colonia de la España”, enfatizaba don Manuel ajeno a todas las intrigas y maquinaciones de la infanta con el almirante Smith, su amante, para apoderarse del gobierno de Buenos Aires y negociar con su esposo Juan de Portugal la entrega de la Banda Oriental.

Como se ve, el improvisado general estaba convencido de que era el momento preciso para sacudirse el yugo español. No sólo hablaba de emancipación, sino que imaginaba el partido que gobernara la nueva Nación. No consideraba siquiera la posibilidad que manejaban algunos de esperar la liberación de Fernando VII, sino que quería un país con su propio monarca (la hermana del ”Deseado”), Carlota Joaquina, esposa de don Juan de Braganza.

Ya en 1807, con gran lucidez, le hacía ver al coronel inglés Crawford que “ciertamente nosotros queríamos el Amo viejo o ninguno”, porque no faltaba mucho para la empresa de la independencia y que aunque ella se realizare bajo la protección de Inglaterra, “ésta nos abandonaría si se ofrecía un partido ventajoso en Europa y entonces vendríamos a caer bajo la espada española”.

Previsores

La Real Audiencia de Buenos Aires se lamentaba de que “el establecimiento de una corte extranjera a las inmediaciones de estos dominios, resentida de la nuestra por los negocios de Europa y auxiliada de otra con fuerzas marítimas”.

Mencionaba otras alternativas y pulsaba el estado de ánimo de la sociedad porteña:” Vacilante estado o diversidad de opiniones en los vasallos de estas Provincias fascinados unos de las “máximas” corruptoras de la revolución fatal de Francia; inclinados otros a una delirante y desatinada independencia influida por los ingleses, y resentidos otros del gobierno anterior dominado por el ingrato favorito que abusaba de las bondades del monarca (se refiere, sin duda, a Manuel Godoy, jefe de gobierno y amante de la esposa de Carlos IV)”.

Otro que previó con bastante antelación los tiempos que se venían, fue Bernardo de Monteagudo, secretario y ministro de San Martín, en Perú, y asesinado con un estilete en una oscura calle de Lima. Este polemista y fanático jacobino, nacido en Tucumán, con gran ascendiente en la juventud porteña aseguraba con autoridad que “en el Congreso de Diputados reunido en Nueva York, la libertad dio el primer grito en el hemisferio que descubrió Colón…La historia de los grandes acontecimientos no nos recuerda un hecho que haya dejado impresiones más profundas ni que haya puesto en más agitación a los hombres que piensan sobre la naturaleza de sus derechos”.

También graficaba con acierto que “aunque el gobierno español hubiese podido levantar en aquel mismo día alrededor de sus dominios una barrera más alta que Los Andes, no habría extinguido el germen de la gran revolución que se preparaba en Sudamérica”. Este episodio grandioso abrevó, sin duda, en la cabeza de Manuel del Sagrado Corazón de Jesús Belgrano.

(*): próxima entrega: “Voz aflautada, voluntad firme”



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