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Interés general 6 de mayo de 2018

Los cambios en la vida moderna y el cerebro del futuro

El impacto de las nuevas tecnologías en el cerebro y una reflexión profunda acerca de las problemáticas sociales actuales y el rol de la ciencia para alcanzar su resolución constituyen el eje del nuevo libro de Facundo Manes y Mateo Niro.

Facundo Manes y Mateo Niro, autores de "El cerebro del futuro". ¿Cambiará la vida moderna nuestra esencia?".

¿Tendrá sentido preguntarse cuándo fue que empezó el futuro? ¿Cuál será la respuesta definitiva de este oxímoron, en el que el verbo se conjuga en pasado cuando se habla de algo que está por venir? Quizás en estas contradicciones aparentes se encuentre la clave, porque aquello que se esperaba ya está entre nosotros: la hiperconexión, el presente continuo en donde se fusionan todos los tiempos, lo digital y lo biológico, la vida larga y a prisa, los avances tecnológicos que de tan asombrosos ya no asombran. Y ahora que llegó, nos preguntamos qué vamos a hacer con ese futuro y qué va a hacer ese futuro con todos nosotros.

Sea como sea, sabemos que deberemos atravesarlo con el mismo cuerpo y el mismo cerebro que hace miles de años. Preguntarnos sobre la ocurrencia de esa relación entre los seres humanos y los tiempos que corren como nunca han corrido es el objetivo principal del libro “El cerebro del futuro. ¿Cambiará la vida moderna de nuestra esencia? que en próximos días presentarán el internacionalmente reconocido neurocientífico Facundo Manes y Mateo Niro.

Se trata de un sólido y minucioso trabajo en el que se analizan los aspectos más relevantes que tendremos que afrontar de cara a un mañana que ya está entre nosotros, y aquellos a los que deberemos atender sin excepción para alcanzar una sociedad en la que el bienestar sea general. De este modo, desarrollan temas fundamentales como el lugar de las neurociencias y el trabajo interdisciplinario; cómo será el cerebro del futuro; el impacto de la tecnología en el comportamiento; la neuroética y los límites que deberán establecerse frente a los avances científicos; la incidencia y los posibles tratamientos de las enfermedades mentales cada vez más propagadas; el impacto de las nuevas tecnologías en el cerebro y una reflexión profunda acerca de las problemáticas sociales actuales y el rol de la ciencia para alcanzar su resolución.

Luego del enorme éxito de “Usar el cerebro” y “El cerebro argentino”, Manes y Niro invitan en su nuevo libro a dar un paso más allá en esta magnífica aventura que significa entender nuestro presente, para vivir una “vida moderna” plena, desarrollada, humana.

A continuación, un extracto de uno de los capítulos del libro.

Lo que viene

La complejidad de nuestro cerebro no solo nos permite reflexionar sobre nosotros mismos en el presente, sino que podemos revisar los pasos que nos llevaron hasta aquí e interrogarnos por aquellos que no hemos dado aún. De esta manera, intentamos reducir la incertidumbre sobre lo que vendrá. Entonces nos planteamos: ¿cómo será nuestro propio devenir?, ¿cómo seremos nosotros mismos en el futuro? Y si, como se dice comúnmente, somos nuestro cerebro, ¿qué será de ese órgano tan complejo y fascinante que nos hace humanos?

Nuestro cerebro no está aislado del mundo exterior; por el contrario, forma parte de un cuerpo que se desarrolla y madura en un contexto específico, interactuando con seres sociales y objetos inanimados. El desarrollo y funcionamiento del cerebro no está determinado únicamente por la carga genética, sino que el ambiente cumple un rol esencial. Existen mecanismos epigenéticos que alteran la transcripción o expresión de los genes en partes específicas del cuerpo o cerebro, y se cree que son justamente estos mecanismos los que permiten la gran adaptabilidad del organismo al entorno. Se ha mostrado, incluso, que las experiencias en el desarrollo temprano, como la nutrición, el cuidado parental y el estrés, pueden inducir mecanismos que alteran la estructura y el funcionamiento del cerebro, y estos cambios pueden influenciar la expresión genética y persistir a través de las generaciones. Por lo tanto, el estudio del cerebro requiere de la comprensión del ambiente donde se desarrolla.

Entonces, para intentar predecir cómo será nuestro cerebro dentro de cientos de años, necesitamos tener en cuenta el entorno en el que nos encontramos, los cambios físicos que vivenciamos.

El impacto de la tecnología

Nuestro presente está marcado por la revolución del desarrollo tecnológico. Esto, junto con la ampliación y profesionalización del campo de investigación científica, y sus consecuentes descubrimientos, potenciaron el recorrido de las neurociencias.

En las últimas décadas, se han logrado una serie de descubrimientos fundamentales que crean la oportunidad de desbloquear algunos de los misterios del cerebro. Estos descubrimientos han dado oportunidades sin precedentes para la integración de diferentes disciplinas. Una gran promesa surge de la intersección de las nanociencias, las imágenes, la ingeniería, la informática y otros campos rápidamente emergentes de la ciencia.

El estado actual de la ciencia nos hace estimar que en los próximos años algunos de los enigmas del cerebro se irán develando. Además de ayudarnos a profundizar nuestro conocimiento, las tecnologías también contribuyen a generar nuevos mecanismos de diagnóstico y tratamiento de diversas enfermedades. La relación entre la biología y la tecnología es posible debido a que los cerebros y las computadoras se comunican en dialectos de la misma lengua. La información que proviene tanto de los oídos, de la visión o de la piel es convertida en señales electroquímicas. Cualquier información que tenga una estructura que mapee el mundo externo, el cerebro intentará decodificarla. Conocer esto nos puede llevar a pensar cosas inimaginables. Por ejemplo, adicionar sentidos a los ya conocidos.

Como esas viejas películas de ciencia ficción que veíamos en nuestra infancia, la tecnología impacta de manera asombrosa en avances para conocer y otorgarle potencialidades a nuestro cerebro.

Podemos decir que hoy el cerebro funciona como el de nuestros ancestros, solo que adaptado a un mundo diferente con reglas diferentes. La tecnología afecta nuestro cerebro de la misma forma en que lo hacen los otros estímulos que nos rodean. ¿Contribuirá entonces a facilitar nuestra vida?, ¿nos permitirá encontrar la solución a nuestros problemas? O, por el contrario, ¿debilitará nuestras mentes?, ¿nos convertirá en hombres y mujeres deshumanizados? Preguntarnos qué pasará con nuestro cerebro en el futuro, al fin y al cabo, es pensar qué pasará con nosotros mismos, los seres humanos.

Como no nos cansamos de ver todos los días, el desarrollo de los avances tecnológicos es impactante. ¿Llegará a competir con nuestras propias habilidades humanas? ¿Nuestros cerebros se volverán piezas obsoletas en relación con el desarrollo de la inteligencia artificial? Los seres humanos somos mucho más que hardware y software. Sabemos que nuestra experiencia modula las conexiones neurales y nuestra genética. Somos también nuestras emociones o pasiones, nuestras frustraciones, nuestros sueños y nuestra esperanza e imaginación. En términos anatómicos el cerebro no cambiará en siglos.

Vale preguntarnos qué transformaciones precisará nuestro cerebro en constante adaptación desde que nos enfrentamos a una nueva manera de procesar la información mediada por la tecnología. Este acceso de la información de manera absolutamente distinta a como resultaba hace cincuenta años también nos lleva a reflexionar hasta qué punto nuestro cerebro puede sostener esa estimulación operativa y esas tareas múltiples. Todavía no hay una respuesta certera para esto.

Quizás el siguiente paso para nuestro cerebro pueda no ser una evolución natural, sino que se relacione con la influencia de la ingeniería genética y la biotecnología para expandir las capacidades. Hay autores que sostienen que la evolución, en términos de selección natural (como la modificación genética en respuesta a factores ambientales y supervivencia del más fuerte) ya no es tan relevante para los humanos modernos en el mundo cultural y tecnológico en que nos desarrollamos.

Actualmente, somos capaces de manipular genes mediante selección artificial y modificar rasgos biológicos. Estudios recientes sugieren que ciertos aspectos del envejecimiento están programados genéticamente, lo cual abre la posibilidad de pensar en su manipulación. La tecnología está permitiendo el desarrollo de tejidos artificiales, como piel construida a partir de plástico, y dispositivos como retinas artificiales o implantes cocleares.

Probablemente, en los próximos cientos de años, sea posible crear o regenerar el tejido neuronal que compone el cerebro, lo cual tendría importantes implicancias en el tratamiento de enfermedades que hoy no tienen cura, como la demencia. Sin ir más lejos, pensemos cómo nuestra sociedad ya cuenta con medicamentos para mejorar el rendimiento en ciertas disfunciones cerebrales. Fármacos como los antidepresivos, el metilfenidato para el tratamiento del déficit atencional y agentes dopaminérgicos para el tratamiento del Parkinson y la enfermedad de Huntington han significado una gran mejora en la calidad de vida de estas personas. Incluso, ya se conocen algunas drogas que podrían ser usadas con el fin de potenciar el funcionamiento cognitivo en personas sanas. Por ejemplo, se ha mostrado que diversas sustancias que alteran el sistema dopaminérgico tienen el efecto de potenciar las habilidades sensoriales, la memoria, el estado de alerta, la atención y el control inhibitorio, por lo que han recibido la denominación genética de “drogas inteligentes”. Sabemos que se trata de desarrollos que requieren más investigaciones sobre la seguridad y potenciales efectos secundarios a largo plazo.