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Policiales 17 de mayo de 2019

El traicionero crimen de un médico que conmocionó a toda la ciudad

El caso ocurrió el 17 de marzo de 2017 cuando el médico cardiólogo Roberto Tortorella (72) fue asesinado en su casa de Colinalegre. Tres mujeres, una de ellas policía en ese momento, fueron acusadas de participar en el crimen. ¿El móvil? El robo. Historia de una trama oscura y perturbadora.

Tortorella, en la foto que se difundió para intentar ubicarlo horas antes de que su cuerpo fuera descubierto.

por Fernando del Rio

“Holis, estoy afuera, abrime”. Eran las 9.37 de la mañana del 17 de marzo de 2017 cuando la policía Rosa Saino se comunicó al teléfono fijo de la casa que el cardiólogo Roberto Tortorella (72) poseía en Colinalegre. Había llamado minutos antes pero al haber sido atendida por el médico había cortado. En el segundo intento reconoció la voz de su amiga Débora Faijós y entonces le dijo dónde estaba. Era cierto, allí. Y estaba para cumplir con aquello que, hacía unos días, le había dicho palabras más palabras menos: “Ustedes salen con un viejo de guita, me dijo Eric, y yo tengo una deuda como de 50 lucas. Le quiero robar”.

Rosa Saino (31), Débora Faijós (30) y Eric, que en realidad es Erica Córdoba (34) irán a juicio por el brutal asesinato de Tortorella, cuyo cuerpo apareció semienterrado en un camino próximo a Sierra de los Padres.
Acaso con aspiraciones de conmiseración ajena, Faijós solicitó que su caso fuera tratado por un jurado popular, en cambio la ex policía Saino y Córdoba se someterán a un juicio oral y público en los primeros días de febrero del año próximo.

Lo que ocurrió con este episodio criminal fue que, además de la perturbadora conmoción que produjo el hecho en sí, dejó a la vista un entramado oscuro, de traiciones, de aprovechamiento y, por qué no, de descuido por parte de la propia víctima, quien se introdujo en soledad en un submundo tóxico y asesino.

También de la convivencia amistosa de una persona miembro de la policía con otras vinculadas a delitos o, como mínimo, a la adquisición de estupefacientes.

El Robert

Tortorella tenía 72 años y era un médico cardiólogo que, en un momento de soledad de su vida, optó por relacionarse con algunas mujeres, entre ellas una a la que conoció en la calle. Era Débora Faijós, por entonces 44 años más joven que él. Faijós tenía una figura delgada que atrajo al médico, más allá de su aspecto naturalmente desaliñado y su adicción a las drogas. Ella le decía “El Robert”.

El trasfondo que en un principio probablemente desconocía era que Faijós tenía una relación de noviazgo con Erica Córdoba, a quien el barrio Centenario y algunas cuestiones vecinales las habían hecho primero cercanas, luego íntimas. Tanto una como otra integraban familias conflictivas según los informes judiciales y policiales.

Faijós se convirtió en algo así como una protegida de Tortorella y éste, sin pudor, lo comentaba. Incluso lo narró a la secretaria de su consultorio y también a un hijo. Quince días antes de ser salvajemente asesinado, Tortorella les dijo a ambos que la relación con esa mujer se había terminado, porque ella no podía superar sus problemas de adicciones. Una tarde, cuando Faijós ya pernoctaba en la casa de El Zorzal al 400 de Colinalegre, el médico la llevó hasta el barrio Centenario a comprar cocaína.

En verdad, Tortorella “ayudaba” económicamente a Faijós a cambio de ser acompañado, con todo lo que aquello implicaba. Un estudio genético sobre un preservativo hallado en el lugar confirmó la presencia de ADN de los dos, lo que corroboró la hipótesis de una actividad sexual preexistente.

Sin embargo, esa relación afianzada desde las necesidades mutuas entre Tortorella y Faijós provocaba, según la hipótesis fiscal, cierto celo en Córdoba, componente este de conflicto que terminó por detonar los vínculos.

Llegado el mes de marzo de 2017 el médico decidió terminar la relación con Faijós, pero nadie le advirtió que no sería sencillo. El frenesí de la juventud, la intrepidez de la aventura, por un lado, y el dinero, el cobijo, por el otro, funcionaron como carnadas tan tentadoras que siguieron viéndose. Hasta la noche del 16 de marzo.

El crimen

Saino conocía a Córdoba; Córdoba era novia de Faijós; Faijós hablaba seguido con Saino. Las tres tenían en sus teléfonos celulares agendadas a las otras dos. Compartían la pasión barrial de Alvarado y hasta Saino había llegado a ser algo parecido a una fotógrafa oficial del club de la avenida Jara.

Pero tras ser detenidas, se desconocieron. Dice Saino en su declaración que ella no mató a Tortorella. Que ni siquiera lo enterró en Sierra de los Padres. Dice Faijós que la asesina fue Saino, que la obligó a conducir la camioneta de “Robert” hasta Sierra de los Padres para abandonar el cadáver. Córdoba dijo que Faijós le contó primero que había matado a Tortorella y luego que quien lo había hecho había sido Saino. Las tres quisieron limpiarse la sangre de sus manos pero no contaron con la prueba acumulada: peritajes, huellas, testigos, rastreos telefónicos y cámaras de seguridad.

“Holis, estoy afuera, abrime” le dijo Saino a Faijós aquella mañana. En su declaración la expolicía indicó que había ido hasta Colinalegre porque Faijós le había pedido ayuda para internarse por su adicción a la droga. Pero luego su relato fue mendaz y aunque no estaba obligada a decir la verdad, la verdad se resintió.

Lo cierto es que entre las 9.37 y las 11.10 de la mañana, el interior de la casa de calle El Zorzal fue el escenario de un violento crimen. Quedó acreditado que Saino y Faijós estuvieron allí, y se duda de la presencia de una tercera persona. De todos modos, de haber entrado alguien más, no se pudo probar hasta el momento.

Para el fiscal Arévalo, las dos mujeres participaron del robo de dinero, de dos computadoras, de un reloj, de una linterna, de un teléfono y de las tarjetas bancarias de Tortorella. Y además una o ambas lo golpearon para obligarlo a revelar las contraseñas de dichas tarjetas, de manera de poder utilizarlas para extraer dinero en los cajeros.

Rosa Saino, la expolicía acusada de participar en la autoría del crimen junto a Débora Faijós.

Rosa Saino, la expolicía acusada de participar en la autoría del crimen junto a Débora Faijós.

La autopsia aseguró que Tortorella sufrió un tortuoso final: tenía politraumatismos en todo su cuerpo, fractura de cuatro costillas, infiltración hemática de cara posterior del esternón e infiltración hemática del pulmón derecho traumática, golpe compatible con un culatazo en la cabeza y luego, para asegurase la muerte, le obstruyeron con medias la boca.

Faijós dijo que todo eso lo hizo Saino sola, pero un estudio científico señaló que una mujer no pudo haberlo hecho sin ayuda.

El video captado por la cámara de seguridad de una vivienda cercana mostró la camioneta Chery Tiggo de Tortorella cuando se retiraba.

La codicia

Cuando se celebre el juicio en febrero, el Tribunal N°4 revisará la hipótesis del fiscal Arévalo que sostiene que ambas mujeres se retiraron del lugar con Tortorella maniatado y agonizante. De allí fueron hasta el camino Los Ortiz y a poca distancia del ingreso al barrio Sierra de los Padres lo semienterraron.

Al mediodía del 17 de marzo, el cuerpo de Tortorella quedó abandonado junto al curso de un arroyo y para la Justicia ambas mujeres regresaron a la ciudad. Apenas unas horas después, a las 16.18, Faijós utilizó las tarjetas de Tortorella para extrajer 2.000 pesos de un cajero de Luro e Independencia, un minuto después otros 700 pesos, luego otros 500 y finalmente otros 100.

A las 21.30 Faijós volvió a retirar dinero, pero esta vez consiguió solo 300, más tarde 2.000 y 200. Razones de monto superado impidieron que siguiera extrayendo.

Al día siguiente un hijo de Tortorella radicó la denuncia por averiguación de paradero, al no saberse nada de su padre. Algunos compromisos laborales no cumplidos generaron el alerta. La policía autorizó difundir por los medios la imagen del médico.

A las 18.45 el cadáver fue descubierto por una mujer que conducía una camioneta por el camino Los Ortiz, pero recién una semana más tarde pudo resolverse, inicialmente el caso: el vehículo de Tortorella apareció abandonado cerca del predio del club Kimberley. Horas después fueron detenidas Saino y Faijós.

La acusación contra Córdoba fue la de partícipe necesario del crimen, por haber aportado información sobre la víctima que permitió a Saino actuar. Además los peritos forenses pudieron levantar una huella digital de Córdoba de una botella de vodka marca Hiram Walker.

La pena que se prevé para Saino y Faijós es la prisión perpetua, por configurarse el delito de homicidio criminis causa. Es decir, mataron a Tortorella para ocultar el robo, la traición, la codicia.