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Opinión 17 de julio de 2016

Odio, promesas en la otra vida y prestigio: los impulsos del yihadista

por Rafael Martínez

Niza fue blanco de último atentado yihadista en territorio europeo. Foto: EFE.

por Rafael Martínez

La yihad como un imperativo religioso, el profundo odio hacia el occidental pero también hacia el musulmán que no siga sus planteamientos radicales, junto a las promesas de recompensas en el paraíso y el supuesto prestigio entre la comunidad impulsan a los jóvenes a enrolarse en las redes yihadistas.

Se tratan de las motivaciones individuales de los 150 presuntos yihadistas arrestados en España desde 2013 hasta mayo de este año, que recoge el informe Estado Islámico en España, elaborado por los investigadores Fernando Reinares y Carola García-Calvo, del centro español Real Instituto Elcano.

“Es una obligación hacer la yihad”, dijo el cabecilla de la Brigada Al Andalus, alineada con el Dáesh. Con esta afirmación categórica, los líderes yihadistas se arrogan para su causa la justificación religiosa y moral de sus actos. No puede haber lugar a la duda o la vacilación. Hay que seducir al aspirante a terrorista.

Pero la justificación religiosa del terrorismo va asociada a otros intereses individuales tanto materiales como espirituales.

“Cuando muere un muyahidin no le hacen un entierro ni le dan el pésame. Al contrario, lo felicitan como si fuera un bautizo, tendrían que decirte felicidades”. Esta frase la escribió un español a su mujer antes de morir en un atentado suicida en Siria en 2012.

No era la única recompensa que esperaba por adquirir la supuesta condición de “mártir”. “Verá su lugar en el paraíso. Estará protegido. Se casará con 72 doncellas en el paraíso y podrá pedir perdón para 70 parientes suyos”, son beneficios de su martirio.

Y es que si algo caracteriza a los terroristas es la absoluta certeza de que actúan correctamente. “Cómo no voy a ir a la yihad si es la cumbre de la creencia en el islam. Combatir por las causas de Alá es la mejor obediencia”, afirmó otro español a su mujer en el correo que la envió antes de suicidarse en Siria.

En ambos casos, los suicidas tratan de hacer ver a sus esposas el prestigio que desde su muerte será asociado a su familia, ya que gozarán de la dignidad de la umma, la comunidad musulmana.

Pero su gesto también se verá recompensado en el más allá. Dicen sacrificarse por Dios y por la comunidad cuando, paradójicamente, son las promesas en la otra vida las que están detrás de sus motivaciones para asesinar.

“Es absuelto de sus pecados desde que derrama su primera gota de sangre y garantiza su lugar en el paraíso en el que gozará de placeres y será coronado con un aura de respeto”, escribió un yihadista en un manuscrito hallado en su casa.

Otro denominador común es el odio a todo aquel que no piensa igual. Occidentales, cristianos, judíos, chiíes y otras aversiones del credo islámico. Todos son objetivos. Nada les motiva más que atacar al “infiel”.

“No era tan mala idea acabar con la lacra de la humanidad, los judíos sionistas mal paridos”, aseguró un reclutador afincado en Palma. “¡Oh Estados Unidos!, no te aceptamos, aumenta nuestro odio hacia ti”, aseveró un marroquí de la ciudad española de Murcia dispuesto a viajar a Siria.

En uno y otro caso, la aversión hacia lo occidental acapara la argumentación de su lucha. Un odio que algunos pueden tener intrínseco y que los reclutadores potencian a lo infinito.

Y este es el mejor ejemplo posible: “El viernes pasado fue uno de los días más felices de mi vida, ver el terror en sus caras no tiene precio”, escribió un yihadista en las redes sociales tres días después de los atentados de París del 13 de noviembre de 2015.

Ahora bien, Occidente no acapara en exclusiva su odio, ya que los yihadistan golpean cualitativa y cuantitativamente de una forma más terrible y más alarmante en su propia comunidad.

“Hay que lapidarlos. Me metería con un palo y los partiría. Mejor con la espada, que haya sangre”. Esta frase de un yihadista no se la dijo a un grupo de occidentales, fue a unos musulmanes sufíes.

El estudio concluye tras el análisis de las motivaciones de los detenidos: el 62,8 por ciento se implicó por motivos ideológicos y utilitarios; el 23,5% tenía razones existenciales e identitarias, y el 13,7% emocionales y afectivas.

EFE.