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Cultura 20 de agosto de 2020

Sexteame: lo nuevo de Luciana Peker para pensar qué pasa con el sexo y el deseo

LA CAPITAL publica un fragmento del nuevo libro de la autora.

Sexteame (Paidós) cuyo subtítulo es “Amor y sexo en la era de las mujeres deseantes” es el nuevo libro de Luciana Peker, periodista especializada en género, quien entre 1998 y 2019 escribió para Las12, el suplemento feminista de Página/12.

La autora regresa a hablar de amor, un hecho que considera político y lo hace encuadrada en el feminismo, ese movimiento que considera la gran y única revolución actual.

En esta nueva publicación, tras otras como “Putita Golosa” y “La revolución de las hijas”, Peker se detiene en analizar cómo funciona el sistema amoroso actual y lo hace convencida de que es necesario dejar de usar al amor en contra de las mujeres.

Entiende que existe un monopolio hegemónico masculino que reprime el deseo femenino. Y que por eso, la clavada del visto, el sexo carilina, el desprecio y el desgano son formas de humillación (si bien no equivalentes a la violencia) que generan un dolor y una culpabilización nueva.

A continuación, LA CAPITAL publica un fragmento de la introduccón, titulada “La sociedad del distanciamiento sexual”:

“El distanciamiento sexual no empezó con la cuarentena ni se terminó con el fin del aislamiento. Sin embargo, mirarnos sin poder salir puso en crisis el machismo hogareño: la violencia doméstica de la inseguridad puertas adentro. Y la soledad como salvavidas de los insultos, golpes, clavadas de vistos y desprecios.

La revuelta feminista cuestiona la violencia machista y la desigualdad de tareas, sueldos y tiempo en el inequitativo reparto de género. El abuso ya no es tolerado y se combate con la palabra liberada. Pero la violencia recrudece en revancha y toma nuevas formas: la indiferencia, la humillación y el desprecio a las mujeres y diversidades deseantes.

La reacción a la revolución feminista es castigar el deseo. Por eso, el sexo, el amor y el texto (la palabra) –sexteame– son armas de esa revolución que no se disciplina aunque quede encerrada. Por eso, el feminismo deseante promete encuentros y escribe su propia novela erótica mientras se conecta para no perder el latido que implica seguir viviendo.

El confinamiento obligatorio de más de la mitad del planeta a causa del Coronavirus mostró que los hogares –azotados o desolados– son una muestra de la violencia o de la soledad a quienes no dejaron de salir a las calles para protestar o pelear por un mundo más justo. El aislamiento nos presenta frente al desafío de revalorizar el amor y el hogar sin un formato conservador, sino de cooperación, calor y compañerismo.

El erotismo fugaz dejó desoladas a tantas y a tantos sin otras manos y cuerpos para compartir el desamparo multiplicado de la mitad de la población mundial encerrada en su propia inconveniencia por miedo a la convivencia.

¿Qué vimos cuando no nos vimos? La sobredosis de soledades, desacuerdos, deslealtades y desidias. La falta de amor no es una excepción, sino el marco de un mundo en el que amar es tan fácil que se volvió difícil, es tan alta la vara que nadie se agacha, son tantas las posibilidades que todas son descartadas. Y es tan simple tocarse que se desintengró el esfuerzo por llegar a encontrarse.

El desafío es que no se fuerce ningún amor a la fuerza, pero sí que el esfuerzo sea tan simple como transpirar después de saltar a la soga o de comer ñoquis y quedarse quitando la harina de la mesa. Porque llegar a la cocción justa necesita de ganas y la sobremesa (como la sobrecama) una postal que no puede anularse para que no seamos pacman sexuales, sino cortesanas de nuestras fantasías.

El placer no es un sorbo insaciable de satisfacción, sino una construcción que no puede devorarse tan rápido como un combo de comida rápida. El fast food baja sus acciones en cuarentena y gana el pan –aun con la semilla del retroceso– poniendo su postal ancestral, como imán y como un lingote de ajos para el espanto. El pan no tiene que ser igual a lo que nos enseñaron, a la normalidad que ya no se quiere, sino que puede ser una receta nueva. Pero la necesidad de más sogas queda a la vista cuando ya no nos podemos esconder de tanto salir y el adentro nos encierra con el engaño de tener mucho y no tener nada.

¿Por qué el sexting le ganó al sexo y el texto al cuerpo?

En una historia que nunca antes estuvo escrita (no poder salirnos ni entrarnos) escribirnos es sino la forma de estar vivos frente a la amenaza de la muerte en medio de un encierro global que quitó lo que estaba a la mano –conocerse– y nos volvió desconocidos de nuestro propio hambre.

Fuimos más mansos de lo que creímos, menos blindados de lo que suponíamos, mucho menos autosuficientes de lo que nos proclamábamos. Y esa barrera despertó –tal vez como un Aleluya más fuerte que el amén que no derramó ni caridad ni fe desde las Iglesias más preocupadas en reprimirnos que en redimirnos– el encuentro con una voracidad gloriosamente subversiva. Un empujón a que el deseo deje de ser mecánico y vuelva a ser una rebelión a salir sin permiso de circulación. Este libro se llama Sexteame después de pensar en decirlo de forma más tajante: Cogeme. Así se escribe un libro y un chat hot en el que tenés ganas de dejar las inhibiciones y entregarte. Con dudas. Con miedos. Con pulsión de pedir y de dar. De dar y pedir. De no medir y de confiar. No es una demanda, no es una súplica, no es una humillación, no es una forma de dominación. Es decisión: escribir como una pancarta de deseo.

Una noche del final del verano, quien diría que del final de la libertad, en Montevideo, me llegó una amenaza al teléfono. Defender a víctimas de abuso sexual deja atenta a los pasos que traen pesadillas antes de llegar.

El sexo puede ser un arma contra nuestras palabras. Por eso nombrarlo es tan o más liberador que ejercerlo. No se trata de lo que se hace, sino de lo que se desea. Escribir es tan liberador como provocador.

El río moja aunque no se llegue ni a la punta de los pies. En la mañana de café, dulce de leche y frutas, el filósofo Darío Sztajnszrajber me dijo que no hiciera lo que no quisiera temer y me dijo más cosas de las que dijo con risas, con preguntas y con cuidados a punta de chocolate rojo y castañas endulzadas en una vista que ahora parece recortada apenas por recuerdos de barcos que no amarran ni esperan”.