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Arte y Espectáculos 4 de septiembre de 2020

Rubén Montoya, el músico que convirtió en disco un antiguo ritual de sanación

Una experiencia en las montañas de Ecuador disparó varias búsquedas. El disco "Natem" involucró el charango, el violín y la guitarra, los sonidos electrónicos y hasta una palabra que conoció de boca de un chamán: "Kakaram".

Por Paola Galano

Si toda obra de arte sintetiza una búsqueda, el disco “Natem”, de Rubén Montoya, está guiado por su complemento: la experimentación. Para ello, el músico tuvo que salir al mundo y, en simultáneo, meter la cabeza para adentro, inspeccionarse, mutar. Ese doble proceso incluyó varios viajes: a las profundidades de la América india y a Europa, también experiencias de sanación con la Ayahuasca y el uso de nuevas herramientas digitales.

Esas experimentaciones le dejaron como saldo un hermoso EP de tres canciones, que aparecen dentro de su proyecto musical en solitario -paralelo a su trabajo en la banda Luzparis-, que llamó “Sin Ruido”.

Todo “Natem” invita a escuchar y a escuchar las muchas capas que lo componen y a vivenciar ese viaje interior que parece no tener fin y que empieza por la canción Quirúrgica, sigue por Cuatrero y termina en Kakaram.

“En este disco, lo compositivo lo agarré de un lado muy diferente a como lo podría haber agarrado con una banda como Luzparis, que es la banda con la que estoy laburando desde hace muchos años –cuenta a LA CAPITAL-. Acá laburé solo y es la primera vez que lo hice desde una producción del tipo de música electrónica”.

No dudó en aprender el programa Ableton Live. Y, en su casa, donde armó su pequeño laboratorio sonoro, empezó a coser el disco con el hilo de “unas estructuras básicas”: “Presentaba una armonía y un beat que me representara un humor en particular de la canción, después armé una estructura de un motivo en particular para la historia y en esa base le iba ensamblando los distintos instrumentos que quería que estuvieran”.

Para darle un sonido más “orgánico”, que refiriera a la tierra, al folklore y a la música latinoamericana, no podían faltar el charango, la guitarra y el violín. “Son timbres más conocidos al oído”, explica y concuerda en que “Natem” fusiona lo terrenal con el mundo “de los beats y de los sintetizadores”.

“Todo parte de la experimentación, más allá de las herramientas que eran nuevas para mí. Aunque ya había trabajado con ellas, acá tomé el control absoluto de esas herramientas por primera vez, después con los instrumentos orgánicos que es un terreno más fácil para mí también hay experimentación, porque hay cosas que surgen de la improvisación, era ponerme a rolar y ver qué me surgía o qué me pedía la canción. Hay algo de laboratorio”, argumenta Montoya, que tiene 36 años.

Rubén encaja en la matriz de artista marplatense en una ciudad que apoya poco a sus creadores: se las ingenió con cualquier trabajo pago para subsistir mientras intentó pasar el mayor tiempo posible del lado de la música.

“Es una decisión importante querer dedicarte exclusivamente a la música y que te de rédito, ponés en la balanza cuáles son los pro y los contra, qué perdés, qué ganás. A mi me dio por algo que sentí que me hace bien y amo y en lo que me involucro mucho que es la música, bajo nuestras circunstancias socioculturales. Nos toca vivir lo que es el arte en general para esta ciudad, para este país, para el mundo. Nos toca vivir en una ciudad que culturalmente no está muy avalada desde los organismos oficiales, y desde un montón de lados”, entiende.

Por eso trabajó en cocinas de restaurantes durante diez anos, mientras estudiaba violín, después de egresar del Polivalente de Arte. Además, fue cadete de oficinas, trabajó en una gráfica, construyó muebles. “Cada viaje que hice fue un movimiento muy grande, implica dos meses afuera, no es que viajo quince días de vacaciones y me vuelvo. Dejás muchas cosas, trabajos y cuando regreso tengo que agarrarme de lo que pueda para poder asentarme un poco, viajás como podés y a la vuelta también”, cuenta, aunque dice estar más estable ahora, a partir de ser docente de la Orquesta Infanto Juvenil de Pinamar.

“Las probabilidades de tener que hacer otros trabajos que no tengan nada que ver con la música siempre están y van a estar y siempre que sea positivo para las circunstancias los voy a hacer, es la vida misma”, opina.

-¿Cuál es el aspecto místico de este disco?

-El disco se llama Natem, nombre de una planta medicinal que nosotros conocemos como Ayahuasca. A ese término lo conozco en Ecuador, en uno de los primeros viajes que hice y cuando tuve la posibilidad de ir a la comunidad shuar, en la selva del Ecuador a realizar un ritual de sanación con esta planta. El disco completo conceptualmente representa un poco eso, ese viaje de introspección en donde uno se mira mucho a sí mismo y donde ve absolutamente todas sus cosas, todos sus componentes, lo bueno, lo malo, lo que le gusta, lo que no le gusta. La sanación no tiene que ver con que te cures o no te cures, tiene que ver con que te muestres y ya una vez que estás expuesto tomes una decisión sobre esa exposición, qué querés seguir, si querés seguir repitiendo cosas o no, si querés cambiar. Esa línea se sigue durante todo el disco.

-¿La idea del disco estaba en tu cabeza al momento del ritual?

-Surge mucho después, hice este ritual en el primer viaje a Bolivia, Perú y Ecuador. Ni siquiera lo hice como una búsqueda musical, fue hace muchos años con una búsqueda más personal, si bien siempre viajé con un instrumento en la mano porque termina siendo una herramienta muy útil a la hora de trabajar. En ese momento no tenía ni siquiera mi proyecto solista. Después de eso sí vino una búsqueda que tiene que ver con involucrarme solo en la música que quería hacer. Vinieron también otros viajes por América Latina, en esos viajes toqué en la calle, en bares, en festivales barriales, en centros culturales, dormí en escuelas, empapándome un poco de la cultura de cada lugar. Llegué hasta Colombia y me impregné de todo eso. De lo latino.

-Y de Europa, ¿qué te quedó?

-Tuve la posibilidad de irme a Europa a realizar una residencia artística en Berlín en la que estuvimos seleccionados con mi pareja (Catalina Sánchez Palacios) que es bailarina. Realizamos una obra audiovisual de música y danza. Ahí me fui con la misma búsqueda pero cruzando el continente. Absorbí lo que pasaba allá. Fui con el violín, la guitarra y el proyecto Sin Ruido y después de hacer la residencia me fui a tocar y me encontré con un montón de lugares, conocí mucha gente, conocí mucha música del lado de lo electrónico, ese costado me lo dio ese viaje a Europa.

-Este disco fusiona un montón de búsquedas.

-Sí, tal cual, personales casi siempre y termina siendo consecuencia de una búsqueda que no era por encontrar algo sino que era por experimentar algo, ir a empaparme de otras culturas y de otras músicas. Vivirla diferente, porque hoy cualquiera que esté conectado a una red puede escuchar música de otro lado, tenemos esa posibilidad y está buenísimo. Pero a mi me cabe la idea de poder vivirla, esto de poder tocar en festivales en Bolivia, en Perú, en Holanda, eso me enriquece desde otro lado lo musical porque lo absorbés, lo estás viviendo desde adentro. A mi me sirvió a la hora de hacer el disco, no importa si alguien cuando lo escucha percibe eso, me sirvió para desarrollar mi disco y ya es super válido.

-¿Qué significa Kakaram, el nombre de tu última canción?

-Es un término shuar. Los shuar son los reducidores de cabezas, es la única tribu que resistió la dominación Inca y la llegada de los españoles. El ritual lo hice con un chamán en la montaña. El me presenta este término que significa “se valiente y resiste, no tengas miedo”. Es un significado que nos lo mantenía presente en todo el ritual. El venía y mediante un par de posturas nos decía “kakaram, resiste, sin miedo, se valiente”.

-¿Lograste sanar?

-Me sirvió muchísimo, te muestra muchas cosas y después tenes que seguir decidiendo. Es un encuentro con vos mismo bastante fuerte. Cuatro años después saco un disco con el nombre de la planta y una canción lleva un término que me quedó grabado. El ritual me dio todos esos conceptos que son nuevos para mi y que los pude hacer música.

Podés escuchar el disco Natem acá: