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Cultura 25 de septiembre de 2021

Un mundo sin jerarquías y una mujer enamorada de un perro, las claves de la novela “Kaidú”

La protagonista de la novela "Kaidú" se enamora del perro de su novio, un hecho que le permite a la autora Paula Pérez Alonso criticar las relaciones de dominio que establece el ser humano con el entorno, incluidos los animales.

"No me gusta la palabra 'mascota'", dice la autora. Entiende que "cosifica" a los animales.

Por Paola Galano

 

No le sobra ni le falta nada: en ciento quince páginas relata con un ritmo intrépido la historia de una mujer que se enamoró de Kaidú, un perro educado, libre, anclado en el presente, que disfruta de lo improductivo y que vive con Juan en un departamento de Buenos Aires.

La escritora Paula Pérez Alonso desanda los por qué de esa relación tan íntima en “Kaidú”, la novela que acaba de editar Tusquets. Debajo de la anécdota, plantea temas que se alimentan de esa historia central formada solo por tres personajes: la mujer, el perro y Juan.

Por ejemplo, afloran ricos aspectos como la relación con los animales y lo que tienen para enseñarnos, critica las jerarquías que establecieron los humanos y las humanas del mundo para decir que la suya es la especie superior y habla de la necesidad de encontrar nuevas formas de organización que nos hagan definitivamente más felices y más libres. Porque la libertad no es un tema menor en este libro.

 


 

portada kaidu


 

“Kaidú” es también una novela política, a la que vez que intimista, profunda y que se lee con la voracidad con la que se degusta un bocado exquisito.

“En la novela hablo de que no me gusta la palabra mascota, porque pienso que los cosifica (a los animales), los pone como objetos, funcionales a uno, te hacen compañía, hacen sus monerías, hacen su gracia, están en un grado más bajo que uno. No, son seres“, defiende la escritora, en una entrevista con LA CAPITAL.

“Si se borraran las jerarquías y no estuviera presente la cuestión del dominio en las relaciones sería tanto más lindo, más habitable el mundo, más vivible”, agregó y definió a su novela como una “historia chica pero que te lleva a pensar en muchas cosas”.

-¿Kaidú es una historia de amor?

-Sí, totalmente, es una historia de amor. Apareció porque conocí a Kaidú como un perro de departamento, yo nunca había tenido una relación con un perro de departamento, siempre los perros habían estado al aire libre, en un lugar con jardín o en una chacra. Y cuando conocí a Kaidú me llamó muchísimo la atención porque fue encontrarme con un perro que cada día para mi tenía más expresividad en un departamento de Buenos Aires. Me di cuenta de que era algo a explorar, como una indagación de algo que no podemos descifrar. Habitaba otra esfera, como otro espacio que desconocemos y era una impotencia total tratar de entender. Tenía que abandonarme a eso que sucedía. Tenía que escribir sobre eso, porque era una experiencia muy intensa y ahí fue cuando empecé a escribir, porque Kaidú es un perro muy particular, muy expresivo.

-Aparece una relación de simetría entre el perro y los personajes humanos de la novela.

-Lo lindo fue empezar a pensar en cómo sería un mundo sin jerarquías, como sería un mundo en el que el ser humano no está en el centro, sino que es algo más. Con Kaidú me di cuenta de eso: la relación que Kaidú tiene con Juan era así, como de dos pares, dos personas que habitan una casa, cada uno en su territorio, en su espacio pero que al mismo tiempo comparten un espacio. Ellos caminando por la calle, Kaidú sin correa, como si fueran amigos. En las primeras páginas, cuando Juan la invita a ella a pasear el perro el le dice: “Salimos muy temprano esta mañana”. No le dice “Lo saqué”. Es de de un mundo que no fuera jerarquizado me generó muchísimas preguntas. Me parecía que el hombre no es el punto máximo de la evolución sino algo más.

-¿Por eso apelás a las palabras de Darwin al momento de reflexionar sobre lo caótico de la evolución y de John Dupré cuando habla de la conciencia de los animales?

-Exacto. Me puse a leer a Darwin porque era algo que me sorprendía y que me asombraba. Hay otros que escriben sobre animales como Dupré, y también leí a una francesa, Vinciane Despret, que escribió “¿Qué dirían los animales si les hiciéramos las preguntas correctas?”. Al conocer a Kaidú la protagonista accede a otra percepción y a otra espera, es una espera no racional, no clasificada, no etiquetada y se abandona a lo inexplicable. Ese es el punto de desconcierto que tiene, ese desacomodo y esa impotencia de querer entenderlo y de querer conocerlo a fondo pasa a ser una potencia, porque ella se abandona y es ahí donde la relación y la comunicación crece muchísimo. Los dos aprenden algo, ella aprende de Kaidú y él aprende de ella y de Juan. Kaidú le enseña a salir de esa cajita en la que estaba, la cajita de la racionalidad, de pensar que las cosas son así o asá como se las conoció en su momento. Trata de pensar en las convenciones en las que vive, y después cuando se da cuenta de que nada de eso le sirve, es una liberación total, es como pasar a vivir en un mundo con mucha mayor libertad.

-La novela se vuelve política cuando contás los viajes de Juan a Mongolia y a Australia para investigar en otras formas de organización social. ¿Coincidís?

-Es así, por eso Juan es muy importante, algunas personas lo leyeron como una historia de amor entre una mujer y un perro y en realidad es una historia de amor de a tres. Juan es muy importante porque marca la forma de educar a Kaidú, lo más libre posible. Es un tipo que tiene intereses de conocer al otro, al otro con mayúsculas porque no es que se va a Europa, o a Estados Unidos sino que se va a Australia, va siguiendo las huellas de los aborígenes, trata de entender el significado que tiene una piedra sagrada pero no como algo exótico, el va a tratar de conocerlo, no de conquistarlo, va con un espíritu de ser parte de eso. Lo mismo le pasa con Mongolia, se confunde con los demás, trata de ser uno más, come la comida que comen los otros, está con ellos. Le sorprende mucho esa cosa de los mongoles que son pueblos que nunca se han sometido, siempre han privilegiado su libertad, es un pueblo nómade y de acuerdo a las estaciones van mudándose, viajando, eso es así hoy y él tiene toda esa experiencia.

-A partir de esta pandemia, ¿palpás la necesidad de pensar un mundo nuevo?

-Sí, es el gran momento de pensar en un mundo nuevo, si no lo hacemos ahora cuándo lo vamos a hacer. Porque es un momento de una gran convulsión y de un gran shock, es algo que está pasando en todo el mundo al mismo tiempo. Es vivir sin autodestruirnos, sin destruir todos los recursos, los recursos no están en función nuestra, sino que tienen que convivir con nosotros, con las especies, los árboles, los mares, los ríos, los animales. Todo, todo tiene que coexistir, y no podemos explotarlos. Somos una partecita más. Después de escribir Kaidú me puse a leer a Donna Haraway, que es una filósofa y geóloga feminista muy piola. Ella da pistas muy interesantes para pensar este momento: piensa que vamos a tener que convivir con el virus, el virus se llame como se llame va a persistir. Habla de parentescos, parentescos con todo y si uno piensa la vida de esa manera, el tramo de vida que nos toca vivir podemos hacer algo mucho más lindo, más habitable, más posible, donde no destruyamos las grandes riquezas que no están para ser explotadas. Esa conciencia de que somos una gotita en el mar o en el océano y nos autodestruimos… Con la pandemia hay mucha gente que tomó conciencia de eso y me parece que hay que aprovecharlo para combatir todo lo que va consumiendo de manera voraz. Tratemos de obligarnos a revisar esas acciones, para que en la vida haya menos desigualdades.



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