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Cultura 9 de septiembre de 2019

Atrapado en el laberinto

por José Santos

Martín sigue en la oficina, atrapado en su laberinto, cuando ingresa un mensaje de Sofía.

– Quiero el divorcio.

Queda suspendido mirando la pantalla del teléfono. Esta sin reaccionar y pensando que escribir, cuando aparece un mensaje por el grupo de Morando, de Burt Thomas, el jefe del área Inversiones a futuro.

– Reunión en mi despacho.

– En 25 minutos.

Están citados Martín, Pablo y cuatro agentes más. En unos minutos están todos, menos Pablo McCarthy que llega media hora tarde. Martín lo ve ingresar inquieto, con los ojos exorbitados. Le hace un gesto, levantando la barbilla y las cejas pero Pablo toma asiento en el otro extremo y lo ignora. Durante la reunión el único que habla es Burt Thomas. Lo hace con gestos y voz suave, en una mezcla de español e inglés, que los demás entienden solo por estar habituados a sus quejas. Detalla un nuevo joint venture con el Bank Trade CBJ de las Islas Caimán. Enviarán remesas por barco de 4 a 6 millones de dólares. Luego los moverán a fondos de inversión en Calabria y Niza.

– El que no le guste puede dejar su cargo.

Thomas insiste con su amenaza en tono suave y armonioso. Martín siente un peso abrumador sobre sus párpados, solo la cefalea lo mantiene despierto. Burt Thomas sigue. No hay descansos. No hay respiros. Ganancias, dinero y más ganancias. Se los dice en una mezcla de idiomas, inglés, español y a veces algo en portugués, pero sobre todo, se los dice en un tono enfático y seguro que no admite quejas, ni objeciones.

– ¿Saben qué hace la brecha entre dar el mínimo imprescindible y el máximo posible? La actitud que pongan. Quien no traiga fuentes de blanqueo…

Burt hace una pausa y agrega en perfecto inglés: – Game Over boys.

Luego sonríe a todos y da por concluida la reunión. Cuando Martín se dispone a abandonar el salón, Burt Thomas le hace un gesto para que se quede. Recién cuando están a solas, le dice:

– Martín, estás distraído.

– Necesito un descanso.

– Tus necesidades no son las mías. Quiero esos fideicomisos. Hoy.

Son las 17.30 cuando Martín se retira. Pasa por la oficina de Pablo McCarty y pregunta:

– ¿Qué mierda te pasó en la cara?

– Un gato-. Hace una mueca de sonrisa.

Martín ríe y le contesta:

– ¿Un gato? Me imagino…. Me voy a comer algo. Nos hablamos después.

Martín deja las oficinas, pero en vez de ir a comer, concurre a Medici. Tiene el turno asignado para la RMN de cerebro. El estudio dura 35 minutos. Debe esperar para los resultados, opta por hacerlo en Los Sorianos frente a la clínica. Cuando el mozo le trae un tostado de jamón y queso, a través del vidrio, ve pasar lento un Nissan azul. Fija su mirada en los dos ocupantes, observa sus movimientos, aunque no comprende ni le interesan quienes son. Lo hace, sin dejar de repiquetear con la punta de sus dedos en la mesa. La escena le parece un dejá vú. ¿Ya vio ese auto, en otro lugar, en otro momento? No puede recordarlo. Tiene la vaga sensación de que vio ese Nissan azul, pero no sabe cuándo. Rendido y molesto, piensa que es otro síntoma de su tumor. Mientras insiste con recordar, ingresa un mensaje de Sofía.

– No volveré a casa. Estoy en lo de mamá. Pasa a ver a Fran por acá.

Otra vez, el dolor de cabeza lo perturba lo suficiente para no poder pensar ninguna respuesta a Sofía. Toma otro café, esperando su RMN, revisa los mensajes. Finalmente escribe a Sofía, que no contesta. En cambio, ingresan cuatro mensajes de su padre.

– Capo, hablé con el tío Hilario, quiere verte urgente.

– ¿Cómo va todo con Sofi?

– ¡No te olvides de revisar el pen!

– Te veo mañana, en el aeroclub. Saltamos desde 13.000 pies.

Hay, además, dos mensajes de Pablo.

– Es un hijo de puta, quiere que reventemos o que renunciemos-. Entiende que se refiere a Burt Thomas.

– ¿Te arreglaste con tu jermu?

Enciende su Mac Air y finaliza las últimas correcciones al resumen sobre petróleo y mercado de futuros. Tarea cumplida. Se lo envía a Burt Thomas. Al final añade un párrafo:

“Los acuerdos, entre caballeros, se rigen por leyes que no varían ni antes ni después del éxito, y por tanto, ni el ascenso ni la declinación modifican la esencia de quienes somos”.

Antes de retirarse de Los Sorianos, nota que el Nissan azul ya no está. Sigue sin recordar donde lo vio. Si es que alguna vez lo vió. Después retira el informe médico de la RMN. El radiólogo, lo deriva de inmediato al neurocirujano de guardia, que lo está esperando.

– Tiene un tumor meníngeo con extensión hacia región frontal.

El neurocirujano explica que la única opción es operarse. Es una urgencia. De hecho, propone dejarlo internado por riesgo de más convulsiones o sangrado. Martín se niega una y otra vez. El neurocirujano explica la cirugía. Alto riesgo. Pueden quedar secuelas. Y el posoperatorio y recuperación son varias semanas. Incluso meses hasta que se reincorpore a su trabajo. Meses. Piensa Martín y pregunta cuánto tiempo puede posponer la cirugía. Nada, dice el neurólogo. Acuerdan que, pasado el fin de semana, la semana entrante se hará la intervención quirúrgica.

Camino a su casa en su Camaro repasa cuántas cosas le han salido mal en este día. Por una cuestión meramente estadística la mala racha, estima, ya debe haber concluido. Le extraña que aún no haya bebido ni un whisky o ni un clonazepam para poder sobrellevarlo. Cuando llega, la Land Rover no está. Comprueba que Sofía y Francisco tampoco. Como un autómata, camina por su casa, entra a la cocina, va al baño, vuelve al comedor, y de repente se ve sentado en la pieza de su hijo emprolijando los cordones de sus zapatillas, con la vista puesta en sus pinturas de animales hechas con témpera. Deja correr el tiempo. Necesita de ese lugar. Quizá también necesite recuperar valor. Después de unos minutos vuelve a la cocina. Abre la heladera. Está repleta. Saca unos bifes de lomo. Luego saca hamburguesas congeladas. Revisa una bolsa con pechugas. Guarda todo nuevamente y prepara un sándwich de jamón crudo y queso. Y otro café negro. Encuentra un mensaje no leído. Es de su padre.

– No envíes los fideicomisos de petróleos.

Ya lo hizo. La mala racha persiste. Lo llama a su padre. Salta el contestador. Prefiere no dejar mensajes. Mañana en el aeródromo, le contará todo. Lo del tumor, la neurocirugía. Se acuerda del pen drive. Toma el pocillo de café y vuelve al escritorio con el sándwich en la otra mano, mordiendo bocados en el camino. No es que tenga hambre, es que no ha comido en todo el día y se siente débil y un tanto mareado.

Se sienta frente a su Mac y pone el pen drive que le entregó su padre. No son fotos ni videos. Tablas de Excel. Muchas. Análisis del movimientos de flujos de fondos de inversión. Triangulaciones con Liechtenstein, el Cititrust de Wall Street, el Líbano y un estudio jurídico de Ámsterdam. Transferencias electrónicas encriptadas, compra y ventas de acciones múltiples. Resultado final: una gran estafa a los fondos peruanos. Burt Thomas y otros dos directores de Morando Investement están preparado el escenario para ocultar los fideicomisos. Más de sesenta millones de dólares. La jugada incluye que Burt Thomas salga limpio y caigan los agentes menores en la mira de la justicia y de los peruanos. Las pistas falsas ya están sembradas. Y la primera cabeza apuntada será la de Martín, que pagará por ser el ideólogo de los fideicomisos y luego culparan a su padre Lorenzo, por cómplice necesario. Entiende que están en una ciénaga. Y cuanto más se muevan, más se hundirán.

Cuando termina de leer el dossier siente con más intensidad el dolor de cabeza punzante. Maldito dolor de cabeza. Maldita mala racha. Se levanta de la silla. Vuelve a sentir un vahído y siente que volverá a desmayarse. Se apoya sobre la biblioteca y caen unos libros. Se siente mareado y a punto de perder el conocimiento. Camina trastabillando hasta el baño. Abre el maletín de primeros auxilios. Toma unos comprimidos de klosidol. En unos minutos, siente el golpe del dextropropoxifeno. Puede sentir que el dolor cede.

Pasa la tormenta del klosidol y se siente horrible de nuevo. Siente el cosquilleo en su rostro y en su hemicuerpo izquierdo. Es el aura. El sabor metálico en su boca, le anticipa que sobrevendrá una nueva convulsión. Se afloja la camisa. Se recuesta en el sofá, de costado, para no morirse ahogado con su propio vómito.



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