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Interés general 28 de septiembre de 2020

Catriel Fierro, entre los “Diez jóvenes sobresalientes de la Provincia de Buenos Aires”

Por Catriel Fierro (*)

Fui distinguido recientemente como uno de los “Diez jóvenes sobresalientes de la Provincia de Buenos Aires” por mis “logros y liderazgo académicos” otorgado por la Junior Chamber International.

Nací en 1992 e ingresé a la carrera de psicología de la Universidad Nacional de Mar del Plata en el año 2010. Egresado como bachiller en ciencias naturales en el Colegio Don Bosco en 2009, sabía que mi vocación estaba vinculada con la ciencia. O más bien, con alguna actividad que involucrara leer, escribir, investigar y discutir (y la ciencia es una forma institucionalizada y algo paga de eso mismo). De las carreras que me interesaban me decanté por psicología, suponiendo que siendo psicólogo podía investigar sobre cosas interesantes (“lo interesante” es casi siempre mi Norte).

Una vez dentro de la carrera, fui descubriendo progresivamente que había tomado la decisión correcta. Tuve (los estudiantes tenemos) que leer muchísimo. A lo largo de mi carrera me encontré con docentes que, por la positiva o por la negativa, me inspiraron y me impulsaron notablemente. En particular, profesores como Gustavo Salerno, Pablo Santángelo, Jorge Visca, Gustavo Fernández Acevedo, Jorge Iacovella, Leonardo Toselli, Vanesa Baur y María Carolina Grossi, entre otros, me acompañaron y estimularon lo que ellos creían era una carrera promisoria. Lo cual es doblemente loable para ellos porque en la universidad mantuve hábitos molestos que ya traía del secundario: una predisposición a la discusión acalorada, una negativa rotunda a callarme, comparaciones crónicas con el dibujo animado “Iván el terrible”.

El 14 de Febrero del 2011 conocí a María Cristina Di Doménico, la profesora adjunta a cargo de la asignatura “Historia Social de la Psicología”, quien me tomó el examen final, quien me dejó hablar una hora de corrido como excelente psicoterapeuta que es, y quien me instó a que me presentara a concurso de adscriptos de la cátedra. Así lo hice dos meses después; desde esa fecha soy parte del equipo docente, y desde el año 2016 soy ayudante regular a cargo de comisiones de trabajos prácticos. Gracias a mis colegas tuve la oportunidad de aprender mucho sobre la función docente en la universidad. Lo que me inspiran mis alumnos da para una nota aparte; baste decir que a ellos les dediqué mi tesis doctoral.

Me gradué en marzo de 2015, y tuve el honor de dar el discurso de apertura de mi acto de colación, en diciembre de 2015. Entre citas de profesores como Ricardo Maliandi y Alberto Vilanova, les recordé a los otros graduados -y me recordé a mi mismo- que el desafío que se nos abría a continuación, independientemente de cuál fuera nuestro campo, era conducirnos en nuestros respectivos campos con honestidad intelectual, con autorización humilde (“soy humano pero creo saber de lo que hablo”), y con una actitud crítica inclaudicable.

Las autoridades de la universidad, micrófono en mano, no dejaron pasar el hecho de que me recibí con un promedio general de calificaciones de 9.91. Es un bello número, pero las calificaciones no son indicadores claros de casi nada. Me enorgullece, pero es sólo un número: lo que realmente importa es el camino que uno hace (y que lo hace a uno).

-Investigación, producción científica y CONICET

Lo que más me interesaba de una carrera académica era la investigación. Gracias al impulso cálido pero nunca forzoso de Cristina comencé a presentarme a becas de investigación en el año 2012. Fui becario de investigación del Consejo Interuniversitario Nacional (2013-2014) y becario de investigación de la propia Universidad local (2014-2016). Bajo la dirección de Cristina y de Ana Ostrovsky hice mis primeras publicaciones científicas.

En 2016, logré una de mis metas más deseadas al ganar una beca doctoral de cinco años de duración en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Gracias a esa beca, hice mi doctorado en la Universidad Nacional de San Luis, entre los años 2017 y 2019. Hasta 2017, mis investigaciones eran sobre historia y formación universitaria en psicología. Para el doctorado, llevé adelante un estudio sobre la historia y el estado actual de la formación universitaria en psicología en Argentina. Dirigido por Cristina y codirigido por el Dr. Hugo Klappenbach, defendí mi tesis en Diciembre de 2019, obteniendo la máxima calificación y siendo recomendada su publicación como libro.

Desde abril de 2020 soy becario post-doctoral de CONICET, investigando el surgimiento histórico de la psicología clínica como campo aplicado en Estados Unidos entre 1890 y 1930, en particular a través de la obra temprana de Carl Rogers (1902-1987). Mi intención es hacer una historia epistemológica sobre las ideas normativas y los criterios de cientificidad de quienes inauguraron el campo clínico (campo que no, no fue fundado por Sigmund Freud).

-Distinciones

No me dejan terminar la nota si no hablo de mis premiaciones. Son varias, y siempre se siente raro hablar de ellas, pero las principales serían: el “Premio Gobierno de la Provincia de Buenos Aires” (2015) al mejor promedio de la Universidad Nacional de Mar del Plata, la mención honorífica del premio a jóvenes investigadores “Ignacio Martín-Baró” (2015) de la Sociedad Interamericana de Psicología, el “Premio Antonio Caparrós” (2018) otorgado por la Sociedad Española de Historia de la Psicología al mejor trabajo sobre historia de la psicología por fuera de España en habla hispana, y las distinciones de “Vecino Destacado” de Mar del Plata (2018) y de “Diez Jóvenes Sobresalientes de la Provincia de Buenos Aires” (2020) de la Junior Chamber International.

-Pero lo que realmente importa

Promedios altos y muchos premios suelen despertar sorpresa, admiración y asombro, al menos en la gente buena. Por eso siempre aclaro varias cosas. Las distinciones científicas siempre involucran el trabajo colectivo de muchas personas más allá del premiado: directores, colegas, incluso amigos y parejas. Estos premios tienen escritos por todas partes los nombres de Juan, Lucas, Matías, Fermín, Florencia, Luján, Ornella, Rocío, Victoria, Laureano, Carlos. También involucran suerte y casualidad, créanme en esto.

Por otro lado, no hay que perder de vista que los premios son símbolos de lo que se premia, que es la actividad en sí (la investigación, la novedad de los aportes, el esfuerzo, etc.), y que se premian precisamente para inspirar a otros. La omnubilacion que provocan a veces impide ver más allá. Y lo que hay más allá es sacrificio, esfuerzo, trabajo colectivo y cosas que hacemos todas las personas (no sólo los académicos) día tras día en casi todas las acciones que emprendemos, aunque la mayoría de las personas no son premiadas.

Promedios altos y premios importantes a veces desalientan a quienes lo ven desde fuera (en particular a alumnos y alumnas) porque lo notan imposible, inimitable o sospechan que hay una diferencia cualitativa entre ellos y los premiados. No la hay. Las actividades que se premian son humanas, y todos podemos (y debemos) aspirar a realizarlas independientemente de las distinciones y reconocimientos.

Este es un artículo sobre una trayectoria académica. Y la academia, o la universidad, no es el lugar de premios o de egos, sino el lugar del pensamiento. Lo que allí se ofrece no es una distinción, sino una habilidad muy especial: la de aprender a pensar. En su discurso “Esto es Agua” del año 2005, el escritor David Foster Wallace (1962-2008) lo decía así:

“‘Enseñar cómo pensar’ debe significar: ser un poco menos arrogantes, tener ‘consciencia crítica’ sobre mí mismo y mis certidumbres… porque un buen porcentaje de las cosas que doy por dadas, resultan eventualmente diluidas e incorrectas. […] ‘Aprender a pensar’ realmente significa aprender a ejercer cierto control sobre cómo y qué es lo que pensamos. Significa estar lo suficientemente conscientes para escoger a qué le ponemos atención y decidir cómo vamos a construir significados a través de la experiencia. […] El verdadero valor de la educación [radica en] que no tiene que ver con calificaciones o títulos sino con la simple conciencia –conciencia de lo que es real y esencial, tan escondido a simple vista alrededor de nosotros, que tenemos que recordarnos a nosotros mismos una y otra vez [que esas cosas están ahí a simple vista]”.

A esto creo que debemos apuntar. A esto he apuntado yo, al menos. Y si en alguna medida ser un “joven sobresaliente” impulsa a otros a seguir ese camino, entonces los premios tendrán algún sentido.

(*) Docente e investigador de la Facultad de Psicología – Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP).



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