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Cultura 18 de julio de 2017

Cazadores urbanos

por Cristina Larice de Roura

– ¡A esa!

Dio la orden el que va mirando, como si en cada ojo tuviera un buscahuellas, esos faroles que usaban de noche los vehículos cuando salían los hombres en su aventura preferida. O, tal vez, tengan un zum automático que se activa con el deseo de superar la marca y va indicando la fragilidad, el lugar donde actuar, los posibles caminos de huida, como acorralar y vencer.

– ¡A esa! – repitió y el otro ya sabía su accionar, el camino más seguro. Estaba todo bajo control.

Me sentí una presa huyendo del cazador.

El instinto de conservación que aún tenemos en nuestra recóndita memoria ancestral me dio la señal y huí.

Cuando convivíamos en el mundo natural y los más fuertes, por supervivencia, deseos o ambición de poder, sacaban vida, robaban, esclavizaban, torturaban, los que se salvaron pudieron contar, decir como querían vivir y así posiblemente se fueron mejorando algunas costumbres.

Me sentí una presa muy débil ante el cazador, por eso de salvar el pellejo, escapé, pero fue en vano, en un instante, ya tenía el león encima. Estos leones urbanos que no atacan para comer sino buscan dinero, elementos, tecnologías…

Para usar el recurso humano del amor, le dije:

– Querido, los documentos no.

Se llevó la cartera con los documentos, las tarjetas, las llaves, el celular, mi libreta con poemas y la cámara que me costó comprar y tenía la memoria con más de seiscientas fotos.

Con el botín en mano, el conductor de la moto, el que señala y da la orden y se queda de campana, le dijo:

– Vamos che, dale.

Desde el suelo miré la luna, las copas de los árboles iluminados y con un fuerte dolor en la pierna izquierda, fruto de la caída sobre una piedra, pensé: “Menos mal que los cazadores urbanos buscan elementos para vender y dinero, que no se les ha dado, todavía, por la carne”.