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Cultura 24 de noviembre de 2023

Con tener talento no te alcanza: Activando el ‘Shit Detector’ de Hemingway

La columna de Marcelo di Marco suma una nueva entrega en la que brinda, en esta oportunidad, herramientas para descubrir en los borradores zonas aprovechables.

Ernest Hemingway. Ilustración de Jorge Estefanía.

Por Marcelo di Marco

A la hora en que la hija de la mañana, la aurora de rosados dedos, resaltaba con sus albores la belleza de la cubierta del libro de relatos No te mueras dos veces, de Lucía Cass, despertábase Pukkas, el sufrido discípulo de Tío Marce. Pukkas se levantó de la cama, se duchó, se vistió, colgó del hombro la mochila con su notebook dentro, y semejante a un dios salió del cuarto y encaminose a desgastar con las suelas de sus borcegos el umbral de la casa de su personal trainer literario.

—Y ahora, maestro —díjole, una vez instalado en su pupitre—, vamos a lo que me prometió hace unos encuentros.

—¿Podrías recordarme en qué consistió mi promesa, Pukkas, si puede saberse?

—Antes de despedirnos en el final de la nota 5, usted me confirmó que mis escritos de principiante se habían convertido en literatura.

—Recuerdo que habías conseguido pasar de la lengua corriente a la lengua literaria. Pero…

—Y enseguida me prometió revelarme el secreto de cómo se logra esa magia. Fue antes de irme. ¿Se acuerda?

—Me acuerdo. Lo primero que necesita todo escritor en formación es conocer qué diferencia al lenguaje funcional del lenguaje poético, y por tal razón estuvimos yendo a la raíz del asunto en nuestros recientes encuentros…

—… en nuestros recientes encuentros, usted me fue explicando cuándo sucede esa jerarquización, cuándo “un escrito alcanza rango de literatura”. Pero lo que no me dijo todavía es cómo se alcanza ese rango. No me dio la receta.

—¡¿“Receta” decís, Pukkas?! ¡¿“Receta”?! ¡Vade retro, apresurado animálculo, que esto no es una escuela de repostería! Si un principiante cree que todo se resolverá exigiéndole a su maestro una fórmula, como quien exige que le entreguen una varita mágica, está frito como el tocino. De llegar a publicar algo, ese textucho será apenas un producto inerte y apenas “correcto”, sin vida ni expresividad. ¡En el arte no hay recetas, Pukkitas, olvidate! Bien vista, una obra de arte auténtica oculta la técnica con que fue creada, pero a la vez nos permite intuir esa técnica; y esa es una cuestión que podríamos desarrollar en otra columna. Pero insisto: si vos pensás que un buen poema, una novela o un cuento se escriben simplemente gracias al estudio de notas y artículos como los que venimos protagonizando vos y yo, o incluso leyendo y trabajando con libros tales como mi “Taller de corte y corrección”, o “El taller”, de Alejandra Laurencich, o “Mientras escribo”, de Stephen King, date por fracasado. La buena literatura no es un cóctel cuyo sabor dependerá de una hábil combinatoria de ingredientes. Si pensás lo contrario, mejor estudiá para llegar a ser un buen bartender.

—A veces usted habla de “trucos”, maestro…

—Lo habré dicho alguna vez en alguna clase, para hacerme entender. Hasta ahora, no mencioné tal palabra en ninguna de estas columnas. Y ahora decime por qué me estás poniendo esa sonrisita irónica, cernícalo.

—Porque se me estaba ocurriendo recordarle que usted mismo acuñó la palabra “trucos” en la bajada de uno de sus libros sobre escritura. Vea, acá lo traigo de casualidad en la mochila. Es uno que escribió con su mujer…, ¡y tomá pa’ vos, Tío Marce! Atreverse a corregir. Trucos y secretos del texto bien escrito.

—Meras concesiones al marketing editorial, porque de algo tenemos que vivir los escritores. Hablando en serio, Pukkas, la que sí prefiero usar es la palabra “herramientas”. A lo largo de estas columnas vamos compartiendo métodos y procedimientos, y te voy mostrando variados recursos que te facilitarán la escritura de obras de distintos contenidos y estilos de expresión. Si vos querés llamarlos “trucos” a esos procedimientos, estás en tu derecho. Pero sólo si dejás de lado cualquier ilusión facilista acerca del arte de escribir, porque eso está fuera de la realidad del acto creativo, y no te conducirá a nada. Y, si ya se te pasó el berrinche, hoy te voy a mostrar una herramienta que complementa naturalmente lo que estuvimos estudiando hasta ahora. Hablando de Nomi, me parece que llegó la hora de pedirle que te sirva un buen té de tilo, ¿verdad? ¿O ya te calmaste un poco?

—Pues…

—Pensá qué vas a contestarme, porque hoy venía con ganas de darte un regalo. O, mejor dicho, pensaba enseñarte que en vos hay un regalo.

—¿Y cuál es ese regalo, maestro?

—Un buen detector de mierda.

—¡¿Cómo dice?!

En una entrevista para The Paris Review de fines de los años cincuenta, Ernest Hemingway disparó una frase que se hizo bien famosa: “El regalo más esencial para un buen escritor es un detector de mierda incorporado, a prueba de golpes”. La palabra que usó en su lengua fue gift (“don”, “regalo”), de manera que una traducción más contextuada vendría a poner las cosas en su lugar: el shit detector formaría parte de los dones, de los talentos naturales del escritor.

—¿Y cuál sería la mierda a detectar, según Hemingway?

—Buena pregunta, Pukkas, porque muy claro no queda. En esa zona de la entrevista se le preguntaba por sus temáticas, y Hemingway se permitió una generalización acerca del hecho de carecer del sentido de la justicia y de la injusticia. En realidad, no se entiende si hablaba de esa mierda moral que es la injusticia, o bien de esa mierda conceptual que es la generalización. Pero a mí la idea del shit detector me sirve para aplicarla a lo nuestro, a lo de conferirle jerarquía al lenguaje corriente.

—Soy todo oídos, maestro.

Lo primero para lograr eso es procurar descubrir en nuestros borradores, por medio del detectamerdis, zonas aprovechables. Yo en mis talleres las llamo zonas naranjas, porque eso me sirve para considerarlas como naranjas que uno va dejando sin querer en sus textos al correr de la escritura, y que después, si las detecta, podrá exprimir. Paso a mostrarte ejemplos que providencialmente se han dado en algunos de mis talleres virtuales en estas dos semanas en que no nos vimos. Partamos de los más sencillos, en búsqueda de esas zonas de escritura normalita que sólo informa y narra, sin mostrar gran cosa. Y te aclaro que en ninguno de los ejemplos importan los contextos argumentales. El que veremos hoy pertenece a Marto Guagnini, autor del thriller “Master”, quien ahora está escribiendo una novela bien distópica. Dice así:

—¡Son almas débiles, son patéticos! —gritaba Minos, exaltada— Sólo piensan en el placer de la carne. Son incapaces de sentir de verdad, de amar de verdad.

—Releelo un par de veces, Pukkas, a ver si lográs detectar alguna zona naranja. Algo parecido a tu “Era un paisaje marino muy bello” de la vez pasada, antes de que lo convirtieses en “El rumor blanco de las olas se volvió gaviotas en la orilla”.

—¡Eureka! Solamente necesité leerlo una vez más, maestro, y creo que encontré la zona naranja. ¿Quiere que se la diga ya mismo?

—Preferiría que no, porque ahora me gustaría dirigirme a nuestros lectores. A ustedes les hablo, sí, quienes en este momento están sosteniendo el diario, o tienen los ojos puestos en la web de La Capital. Para meterle un poco de emoción a la cosa, les propongo que interactúen con Pukkas y conmigo, de manera que les lanzo el mismo desafío que le lancé a mi fiel discípulo: ¿se animan, queridos lectores, a subrayar la zona aprovechable en el ejemplo de más arriba?

—Más de uno se está animando, maestro, puedo presentirlo.

—Yo también, pero no me los distraigas. ¿Ya está, la han descubierto? Si no, llegó la hora de que Pukkas me diga qué descubrió él.

—Descubrí que la zona naranja es aquella que dice: “gritaba Minos, exaltada”.

—¡Correcto, Pukkas! ¿Y podrías justificar tu respuesta?

—Si bien no estamos ante ningún error, lo más conveniente es mostrar la exaltación de la tal Minos, en lugar de narrarla. Ese adjetivo, “exaltada” es una simple información. Y, para que el lector se meta en la novela, para que la viva con emoción, es necesario transmitir esa exaltación sin mencionarla. Pienso que la palabra “exaltada” es una de esas palabras que le corresponden “decir” al lector, de acuerdo con aquel concepto de Novalis que usted me mostró quince días atrás.

—Te has redimido de tu amotinamiento de recién, Pukkas, porque difícilmente encontraría yo palabras mejores para explicarlo. En la próxima entrega les mostraremos a los lectores cómo aprovechamos con Marto esa zona, cómo la exprimimos. Resumiendo la enseñanza de hoy, se trata de ponerles la lupa a nuestros borradores para descubrir en ellos zonas puramente conceptuales, y después, en consecuencia, sustituir esas zonas por elementos concretos y vívidos. La imaginación, Pukkas, es un animalito que puede educarse.

—Totalmente de acuerdo, maestro. Pero antes de despedirme quiero confesarle algo.

—Vos dirás.

—Recién le dije que yo traía de casualidad en la mochila su libro “Atreverse a corregir”.

—Cierto.

—Bueno, en realidad lo llevo conmigo a todas partes. Se lo dije para chucearlo. El libro suyo viene siempre a recordarme que con tener talento…

—… no te alcanza.

Marcelo di Marco.

Marcelo di Marco.

(*) En 1997, Marcelo di Marco (www.tcyc.com.ar) revolucionó la enseñanza de la escritura creativa al publicar Taller de Corte y Corrección. Vigente desde hace más de un cuarto de siglo, la más reciente edición de esta guía para la creación literaria data de 2022: a finales de junio entró en la Colección Best Seller del sello Debolsillo (Penguin Random House), y se agotó en menos de dos meses.

(**) Jorge Estefanía es dibujante, caricaturista y autor de “La luz que cayó del monte”, libro de cuentos basados en la obra de H. P. Lovecraft.