Con tener talento no te alcanza: Estaba. Siempre estaba
Capítulo 48 de la columna de Marcelo di Marco.
Bruce Sterling. Ilustración de Jorge Estefanía.
Por Marcelo di Marco (*)
Tío Marce se sentía complacido: dejado atrás el combate que Pukkas acababa de entablar contra su lado oscuro, el pibe se mostraba más entusiasmado que nunca. Triunfante sobre la Sombra, liberado de ese lastre hecho de impaciencia, pereza, codicia, envidia, derrotismo y endiosamiento que muchos escritores pueden llegar a cargar a lo largo de toda la vida, Francisco Javier Pukkas lo había comprendido perfectamente: el amor por la literatura y el gusto y la pasión que se necesitan para crearla son el reino en sí, y todo lo demás viene –si viene– por añadidura.
Y quién te quita lo bailado en el durante, estaba pensando Di Marco, cuando se dio cuenta de que su fiel discípulo le señalaba algo en la pantalla.
—Mire, máster. Marqué algunas palabras en la primera versión del comienzo de mi cuento para que se noten mejor los cambios que introduje en la segunda. Eran diferencias que nos quedaban por ver.
Primera versión
—Qué cosa más impresionante —exclamó Tony. ESTABA acuclillado en el piso y con la cabeza asomada a la pileta de la cabaña que habían alquilado para las VACACIONES. Recién habían termindo de comer—. PARECEN como larvas, ¿no?
—Nunca vi nada PARECIDO. ¿Qué son, Tony? —preguntó Marla, CURIOSA—. ¿Renacuajos?
NINGUNO DE LOS DOS DE LA PAREJA PODÍAN CREERLO, pero el agua ESTABA tan transparente que les dejaba apreciar perfectamente LA COSA AQUELLA: la pared del lado del sol de la pileta de la cabaña ESTABA plagada por unos bichos negros que ninguno de los dos había visto hasta ahora, en los cuatro o cinco días que llevaban de VACACIONES en la CABAÑA CON PILETA en el Atuel —en realidad, desde que habían nacido no vieron jamás bichos como estos que ahora PARECÍAN HERVIR en la pileta—.
Segunda versión
—Impresionante —dijo Tony, acuclillado sobre el piso de cantos rodados y con la cabeza asomada al borde de la pileta. Recién habían terminado de almorzar, y por la posición le vino a la gargant un reflujo de acidez—. Parecen larvas, ¿no?
—Nunca vi nada parecido. ¿Qué son, Tony? ¿Renacuajos?
Ni Marla ni Tony podían creerlo, pero la transparencia del agua permitía apreciar perfectamente aquel fenómeno, incluso amplificándolo por el efecto lupa: la pared del lado del sol de la pileta de la cabaña estaba plagada por unos bichos negros que ninguno de los dos había visto hasta ahora, en los cuatro o cinco días que llevaban de vacaciones en el Atuel —en realidad, desde que habían nacido no vieron jamás bichos así, como estos que ahora bullían en la pileta—.
—¿Vio, máster, lo que hice con esas zonas exprimibles que aparecían en la primera versión?
—Indudablemente lograste algo muy productivo, Pukkas, porque la segunda versión corre mucho más fluida. Siempre hay que tener en cuenta que todo trabajo de edición y corrección de estilo está en función de lograr que el lector no despierte.
—¡Epa, Tío, qué me está diciendo! Yo no quiero poner a dormir a nadie con mis narraciones. Eso lo superé ya en los primeros capítulos de este libro.
—Tranquilo, Pukkitas. Hablo en sentido figurado, al recordar palabras de Gabriel García Márquez. ¿Te acordás de lo de la “carpintería” que mencionamos hace un montón de capítulos? En una entrevista, Márquez explica que el buen autor somete a sus lectores a una especie de hipnosis. Trabajando el lenguaje y aplicando recursos propios de la escritura literaria, consigue imponerle al lector un ritmo respiratorio. ¿No recordás lo de “los clavos y tornillos”?
—¡Cierto, máster! Nunca lo explicitamos, pero yo tengo visto ese video que usted dice. Márquez lo explica muy clarito: a veces hay momentos en que cierta palabra mal puesta hace que el lector salga de esa hipnosis inducida por el autor. Y dice que entonces es necesario meter en el texto una o dos palabras que, si bien no son necesarias para el significado, logran que no se interrumpa el ritmo respiratorio establecido entre el estilo del autor y la sensibilidad del lector.
—Tal cual, Pukkas. Y él en ese reportaje lamentablemente no brinda ningún ejemplo, pero en el taller leo todos los días prosas plagadas de elementos que “despiertan” al lector. Los errores de puntuación son verdaderos “despertadores”. Vos me entendés.
—Claro, Tío. Una cosa es decir “No es una boludez”, y otra, muy distinta, “No, es una boludez”.
—Buen ejemplo, Pukkitas. Y las rimas, por poner un caso, son fatales. Si son molestas cuando se dan en una conversación común y corriente, imaginate lo desastrosas que resultarán cuando se cuelan en un ensayo, en un cuento o en una novela.
—¿Y en la poesía, máster? ¿No aparecen rimas acaso?
—Por supuesto, Pukkas. En poesía, la rima es un recurso encantador. Pero yo estoy hablando de la prosa.
—¿Tiene algún ejemplo para tirarme, a ver si empatamos?
—En la primera versión de tu cuento hay una. Había, quiero decir, porque en la segunda versión la eliminaste. Fijate: “pero el agua estaba tan transparente que les dejaba apreciar perfectamente la cosa aquella”. Para que la catástrofe fuese completa, faltaba que hubieras escrito “pero el agua estaba tan transparente que les dejaba apreciar perfectamente la cosa pertinente”.
—¡De terrorrr!
—En cuanto a las otras modificaciones que implementaste, andan muy bien. Cuando estábamos viéndolas sobrevino el terremoto que nos lanzó a la playa, pero ahora podemos analizarlas en detalle. Y encima con el agregado de un párrafo. Veo que en el trabajo que te mandaste de marcar los verbos apareció el verbo ESTAR.
—Es así, máster. No recuerdo en cuál de los “Atreverse” usted y Nomi señalan que el verbo ESTAR es un verbo “comodín”, una palabra que sirve para todo. Tanto es así, que en el borrador yo la uso tres veces.
—Tenés que ver las caras que ponen mis alumnos cuando les hago buscar con el Word la palabra “estaba”. Millones de veces aparece en todo tipo de textos. Y enseguida me apresuro a decirles que eso nos sucede a todos los escritores. Y sucede porque, en el mundo, todo está. En la primera versión decías “el agua ESTABA tan transparente que les dejaba apreciar, etcétera”. Y pronto vendrán otros dos ESTABA, pero no hay muchas objeciones que hacer al respecto, porque la repetición de palabras no es ningún pecado en sí. Y todo eso me recuerda que yo estaba por mostrarte otro sabio consejo de Bruce Sterling. ¿Te acordás?
—Claro, el del lexicón.
—Aquí va:
“Síndrome del detective corpulento”: este útil término proviene de la prima de género de la ciencia ficción, la literatura barata de detectives. Los escritores de pacotilla de la serie de Mike Shayne mostraban un extraño rechazo a usar el nombre propio de Shayne, y preferían eufemismos como “el detective corpulento” o “el sabueso pelirrojo”. Este síndrome se basa en la errónea convicción de que la misma palabra no debe ser empleada dos veces muy seguidamente. Esto es sólo cierto si se trata de palabras fuertes y visibles, como “vertiginoso”. Es mejor usar de nuevo una palabra o frase sencilla que ingeniar engorrosas maneras de evitarla.
—Estoy de acuerdo con Sterling, máster. Podríamos decir que el auténtico problema no es la repetición de ese “estaba”, que a más de un lector de la primera versión le habrá pasado totalmente inadvertida, sino que esa oración sonaba a una simple información. Es como aquello que vimos hace mil, lo de la estación de servicio que “estaba” al borde del camino, y que yo le puse sal al hacer que “agonizara” al borde del camino. Por eso, al margen de que no está mal que se repita ese verbo, “estar”, también esta vez preferí considerarlo como una palabra naranja, digna de ser exprimida.
—Y lo bien que hiciste. Acordate de mi definición de literatura, vista como “la intensidad del lenguaje llevada a su más poderosa expresión artística”. En la segunda versión picaste en ese verbo como si fuese un trampolín, y ganaste en estatura: “Ni Marla ni Tony podían creerlo, pero la transparencia del agua permitía apreciar perfectamente aquel fenómeno”. ¿Ves? La información de que el agua ESTABA transparente queda implícita. Es decir: si se puede hablar de la transparencia de algo, es porque ese algo está.
—Hay más acción, y no tanta información.
—Exacto, Pukkitas, y qué bien que venís llevando a la práctica la teoría que desarrollamos en los primeros capítulos.
—Gracias, máster.
—Y ahora, antes de despedirnos hasta la próxima, dejame que te muestre otro ejemplo de aprovechamiento del verbo “estar”. Verás que en la oración aparece el verbo “ser”, que también es superinformativo. La muestra se la pedí prestada a Ricardo Sosa, quien trabaja en uno de mis talleres. Aquí voy:
La playa ESTABA triste y desierta, el panorama ERA desolador.
Esa información, esa mera descripción estática, puede convertirse en una personificación muy expresiva:
Triste y desierta, la playa reflejaba su propia desolación.
—¡Qué golazo! Como siempre, se trata de buscar en el borrador zonas informativas, y después ponerlas en acción. Y, entre nosotros, cómo la tiene usted con la playa, eh.
—Es que quedé muy impresionado con tu iniciación, Pukkas. Pero mejor miremos para adelante.
(*) Los capítulos anteriores de Con tener talento no te alcanza pueden leerse haciendo clic acá.
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