Con tener talento no te alcanza: Intentalo, acordate de arriesgar siempre
Capítulo 61 de la columna de Marcelo di Marco.
Rosario Castellanos. Ilustración de Jorge Estefanía.
Por Marcelo di Marco (*)
—¿Y cómo piensa avanzar ahora, Tío, en este asunto de mejorar mis textos y los de nuestros lectores? Ya desde el principio fue al fondo del asunto proponiendo una definición práctica de la literatura, que hasta yo pude entender. Después mostró cómo el lector percibe con mayor intensidad acciones y descripciones, en la medida en que el autor le estimule los sentidos bombardeando el sistema sensorial de los personajes. Además, nos enseñó a detectar en nuestros borradores zonas informativas y palabras naranjas, y cómo exprimirlas. Y también demostró que el lenguaje poético es el cimiento de toda creación, y explicó que la precisión de la escritura puede lograrse trabajando con las palabras que signifiquen menos cosas. Y lo hizo apoyándose en aquellos conceptos de nombres tan raros. ¿Cómo era que se llamaban?
—Los hiperónimos y los hipónimos, Pukkas. Hablando de precisión, debo felicitarte porque casi sin darte cuenta hiciste un repaso muy puntual de los principales temas de este libro. Un resumen que completa el que hice yo mientras estabas de vacaciones, allá por la columna 34, en el comienzo de esta segunda parte. Ni por asomo creo estar agotando en estas columnas todo lo que se refiere a la creación literaria, pero sí me parece que en ellas vengo desarrollando los dos o tres conceptos básicos que pueden servirles a quienes quieran embarcarse en este arte. Todo lo demás, tanto vos como nuestros lectores podrán aprenderlo por sí mismos, y leyendo mucho y leyendo bien.
—Como diría el Bambino, la base está.
—Exacto, y mucho más no me queda por enseñarte. Salvo que…
—Salvo que, para reforzar la enseñanza, me imagino que ahora vendrán ejemplos de cómo aplicar en la práctica todo lo que fuimos aprendiendo. ¿Acerté?
—Acertaste, Pukkitas. Aunque no es que “ahora vendrán” dichos ejemplos, porque ya han estado viniendo, y a rolete. Más bien, el último tramo de este libro se caracterizará por una fértil abundancia de muestras de cómo pueden aplicarse en la práctica las nociones teóricas que fuimos compartiendo. Y, si aparecen en nuestra órbita más de esas nociones, no tendré ningún empacho en sumarlas también, con sus respectivos ejemplos. ¿Te parece bien?
—Me parece fantástico, máster. Aunque es una lástima que vayamos cerrando el portón. Pensé que esto no iba a terminar nunca.
—“Esto no se acaba hasta que se acaba”, como solía decir aquella leyenda del béisbol que fue Yogi Berra. Lo bueno de toda esta coda es que, cuando terminemos nosotros, les tocará empezar a nuestros lectores.
—Si es que no han empezado ya, máster.
—Seguramente que sí. Y, hablando de empezar, me gustaría citar un texto que podría funcionar como epígrafe de este libro; pero prefiero sumarlo ahora, en esta especie de “epílogo práctico” que durará algunos capítulos más, pues aleja de toda mecanización y de todo facilismo. Aquí va, y me gustaría que vos y nuestros queridos lectores lo fotocopien y lo plastifiquen para tenerlo bien a mano. Me lo facilitó tu novia, Anna Leah.
—¡Epa, máster! ¿Y cuándo usted y Anna Leah…?
—Yo me entiendo, zascandil. No me hagas recordarte aquel proverbio oriental tan certero como malicioso: “Cuando el sabio señala la luna, el imbécil mira el dedo”. Lo que realmente debería interesarte es el texto, que está tomado de “El escritor y su público”, el impresionante discurso que dio Rosario Castellanos al recibir el Premio Chiapas de Literatura en 1958. Y dice así:
“Para el escritor auténtico, escribir es una disposición de la naturaleza a la que se añade un hábito de la voluntad. Y este hábito es una conquista del trabajo arduo, un resultado de la paciencia lúcida. Detrás de cada página tersa, de cada texto ordenado, deleitoso, nítido, se ocultan las infinitas tachaduras, los borrones inconformes, los cestos llenos de papeles desechados. El aprendizaje consume tiempo, exige sacrificios y muy frecuentemente rinde fracasos.
Porque ¡cuántas veces la aplicación, el esmero, no obtienen más resultado que la obra mediocre o, lo que es peor, ninguna obra! El idioma de que el escritor se sirve, como todo ser viviente, tiene sus caprichos, sus reticencias impredecibles, sus bruscos abandonos. No es una cosa que se nos haya enajenado en propiedad y por la que pagamos un precio; es una persona que se nos entrega en amor. Cada acto de donación amorosa es único y no crea derechos en quien lo recibe. Así ni el mañana es seguro ni el ayer es impositivo. Por eso el escritor está, en relación con su obra, como se dice en el verso de López Velarde: al día y de milagro”.
—Qué fragmento tan inteligente, máster. Por un lado, está eso de la “disposición de la naturaleza”. Digamos las ganas, el entusiasmo y la facilidad para inventar algo y además redactarlo.
—El talento, digamos.
—Digamos. Pero ya sabemos que con tener talento no nos alcanza. Por eso Castellanos suma el “hábito de la voluntad”.
—Y todo lo que eso implica, Pukkas: el tiempo que lleva esa “paciencia lúcida”, los sacrificios que impone y los fracasos a los que uno queda expuesto. Acordate de cómo pudiste vencer a la Sombra en esa zona de este libro que más se parece a una novela que a un ensayo. Lo importante es, en medio de la inseguridad del mañana, poner el cuerpo siempre. Donarse. Y donarse por amor, como dice Rosario Castellanos, sabiendo que esa entrega no implica derechos. ¿Sabés cuál es mi palabra mágica, Pukkas?
—¿Avada Kedavra?
—¡No me vengas a correr con Harry Potter, soplagaitas, que no te estoy hablando de ninguna maldición mortífera! Mi palabra mágica es INTENTALO. Si lo unís a aquel ‘Memento audere semper’ del que te hablé hace cuarenta capítulos, tendrás toda una enseñanza de vida que te servirá en cualquier situación: Intentalo, acordate de arriesgar siempre.
—Una pregunta, máster.
—Adelante.
—¿Rosario Castellanos es un hombre o una mujer?
—¿Por qué lo preguntás?
—Porque sé que, en muchos países, “Rosario” sirve tanto para llamar a un hombre como a una mujer. Es un nombre unisex, digamos.
—Rosario Castellanos fue una escritoraza, Pukkas, y muy adelantada a su tiempo.
—Ya me parecía, porque el nombre Rosario se usa muchísimo más en las mujeres que en los hombres.
—¿Y a dónde querés llegar con todo esto de los hombres y las mujeres, qué es lo que te preocupa?
—Lo que pasa es que noté que, en el fragmento que usted me mostró recién, Rosario Castellanos usa por lo menos tres veces la palabra “escritor” para referirse a ella.
—¿Y?
—Y…, que ella es una escritora y no un escritor.
—Parece que ya te olvidaste de lo que hablamos en el capítulo 20. Si querés, podemos verificar enseguida cuántas veces usa en su discurso completo esa nefanda palabra, “escritor”. Mirá, asomate a la pantalla: treinta y cinco veces la usa. Treinta y seis, si consideramos que la palabra “escritor” aparece en el título mismo del discurso. En cuanto a la palabra “escritora”, adiviná cuántas veces aparece.
—…
—Ninguna, Pukkas.
—Se ve que esta mujer no era feminista, máster.
—¡Ja, ja, ja! ¿No oíste que recién te dije que Castellanos era una adelantada a su tiempo? Fue una figura pionera del feminismo en México y en toda Iberoamérica. Y era tan consciente de lo que hoy se conoce como “desigualdad de género” que actuó en consecuencia como escritora, periodista y política. Ya casi diez años antes de haber recibido el Premio Chiapas se había graduado en Filosofía con una tesis titulada “Sobre cultura femenina”. Con eso te digo todo.
—¿Y por qué se refiere a sí misma como “escritor” entonces?
—Tal vez porque conocía perfectamente algo que hoy los ideólogos pretenden olvidar: el extraordinario poder que tiene el lenguaje de transmitir la máxima información con el mínimo esfuerzo. Y tal vez, como excelente escritora que era, por aprovechar esa inclusiva capacidad de las palabras en masculino de abarcar el femenino en casi todos los contextos. Por idéntica razón, palabras como “idiota”, “trompetista” y “víctima”, que parecen femeninas, incluyen a los dos sexos.
—Se los llama epicenos a esos sustantivos, ¿verdad?
—¡Tal cual, Pukkas, bien por vos! “Epicenos” viene del griego ‘epíkoinos’, literalmente “común”: la misma palabra para los dos géneros. Fijate que antiguamente, cuando la gente no era tan susceptible como ahora, se usaba con toda naturalidad la palabra “poetisa” para designar a la mujer que escribe poesía. “Soy una poetisa argentina de dieciocho años (escribió en una carta de 1955 Alejandra Pizarnik). La más joven y la más fuerte de las poetisas”. Era muy clara la distinción entre el poeta y la poetisa. En cambio, ahora…
—Es cierto, máster. Ninguna de mis amigas poetas quieren que las llamen así. La palabra “poetisa” vendría a usarse para hablar de ciertas poetas… de estilo anticuado, ¿no? Como que Pizarnik, al madurar, pasó a ser “poeta”. A decir verdad, a todos (y a todas también, je) nos copa usar el aparentemente masculino “poeta”.
—Paradojas de estos tiempos de ‘political correctness’, Pukkitas. Y ya que dejamos hace rato de ver el dedo en lugar de la luna, pasemos entonces a los ejemplos prometidos. Siempre tengo mi dedo índice bien dispuesto para mostrarte lo esencial por encima de lo superfluo.
(*) Los capítulos anteriores de Con tener talento no te alcanza pueden leerse haciendo clic acá.
Lo más visto hoy
- 1Colectivo escolar que iba en cortejo fúnebre chocó el arco del cementerio « Diario La Capital de Mar del Plata
- 2Robos en casas: una problemática grave resumida en el accionar de una banda « Diario La Capital de Mar del Plata
- 3Recuperan tres camionetas que fueron robadas en los últimos días « Diario La Capital de Mar del Plata
- 4Cómo estará el clima este domingo en Mar del Plata « Diario La Capital de Mar del Plata
- 5Quilmes campeón marplatense, la vuelta de un grande « Diario La Capital de Mar del Plata
