Con tener talento no te alcanza: Sangría de Tetra y naranja
Capítulo 50 de la columna de Marcelo di Marco.

Jorge Nieva. Ilustración de Jorge Estefanía.
Por Marcelo di Marco (*)
—¡Felices cincuenta, Tío Marce!
—¡Epa, Pukkas! Recién llegás a La Anita, y me disparás una edad que no tengo. Al margen de que hoy no es mi cumpleaños, en este 2025 cumpliré sesenta y ocho. Otra que cincuenta.
—No me refería a su edad, máster, sino a que este nuevo capítulo de “Con tener talento no te alcanza” es el número 50.
—¡Ah, el 50, tenés razón! Como siempre, el contexto manda: me faltaba información para entenderte. Igual, ya es hora de que vayamos cerrando el libro, porque creo que andaremos tranquilamente en las trescientas páginas.
—¿Y qué problema hay, máster? Le recuerdo que su “Hacer el verso” supera largamente las trescientas cincuenta.
—De nuevo debo darte la razón, Pukkas. Tenemos margen para unos cuantos capítulos más. Y cuerda no nos falta.
—Piolín, querrá decir, en atención a lo del barrilete de los capítulos referidos a la Sombra.
—Ni me la nombres. ¿Vos cómo andás en relación con ese tema?
—Más libre, máster. Lo que hablamos la vez pasada me hizo entender, entre otras cosas, que no importa cuánto tiempo le lleve a uno crear su “pequeña flor”. Lo importante es tratar de alcanzar la expresión más exacta y adecuada que se pueda, según el estilo de cada uno.
—Y siempre recordando, Pukkitas, la conveniencia, si no la necesidad, de que el lector se mueva con toda facilidad por tu escritura, como decía Pérez-Reverte la vez pasada. Lograr eso lleva tiempo, claro, pero pronto vas a ir notando que con este método mío ganarás cada vez más velocidad.
—De movida, me hizo ganar mucho tiempo comprender que nuestros borradores son más bien informes a los que después nos tocará sacarles el mejor jugo.
—Exactamente, Pukkas. En varios momentos de este libro fuimos mostrando cómo pueden exprimirse las zonas y las palabras naranjas.
—El asunto es saber cuáles son esas palabras naranjas, y así poder encontrarlas. Después, todo se mejora. Y en muy poco tiempo.
—Al instante, diría yo. Depende del talento y la formación que ponga cada cual al aplicarlo, pero mi sistema de corrección mejora al instante al escritor en formación. Aunque suene estúpido, pretencioso y facilista, eso es absolutamente literal y verdadero, y puedo demostrarlo en los hechos. Ya lo venís comprobando vos mismo: en cuestión de minutos, gracias a este método sencillo que fui inventando con la experiencia en los talleres y al enfrentarme a mis propios problemas a la hora de escribir, tu escritura “funcional” empezó a crecer, a cobrar cuerpo, a volar hacia las altas regiones de la escritura literaria. Y eso habla claramente acerca de las bondades de la técnica que estoy exponiendo en este nuevo libro.
—Hay que reconocer que, desde la pura estadística, sus alumnos son legión y no paran de publicar y ganar premios.
—Esa es otra gran verdad. Pero lo importante es disfrutar de lo que uno hace, y este método mío asegura ese disfrute.
—Me parece que se viene una anécdota de las suyas, máster.
—Cómo me conocés, Pukkitas. Aquí va. En abril de 2012, trabajábamos con Fernando Bravo Vocos el estilo de su excelente novela “Balcones”, que años después, en 2019, publicó Bärenhaus. En cierto momento del proceso debí detenerme ante una línea que despertó mi admiración. En una oración muy breve, Fernando había logrado caracterizar el alma bella y bondadosa de uno de sus personajes:
“A Inés le latía un cálido corazón en el cuerpo y en las palabras”.
»¿Te gusta?
—Se trata de una expresión personal, Tío Marce, muy rica en matices.
—Diste en la tecla, Pukkas. Esa imagen provoca asociaciones que la hacen ir mucho más allá de lo que enuncia (aquello que apunté recién sobre “el alma bella y bondadosa”). Gracias a esa imagen, uno sospecha que hay algo aun más bello y bondadoso en Inés. La dueña de un corazón capaz de latirle en las palabras debe de contar siempre con las palabras justas para sus interlocutores. Uno puede imaginar la dulzura de esta mujer al decirlas. Es indudable que el autor eligió cuidadosamente sus propias palabras para pintar a Inés. Y, además, cargando con un alto riesgo: si me pidiesen que redactara alguna frase que contuviera la palabra “corazón”, enseguida pensaría incluirla en un contexto anatómico o fisiológico que me alejara de lo afectivo.
—Porque la palabra “corazón”, usada en sentido sentimental, es mandada a hacer para condenarnos al lugar común, ¿no es cierto?
—Bien lo dijiste, Pukkas. Y si encima le sumamos la idea de calidez, podemos perpetrar vulgaridades como “Un cálido sentimiento surgió en su corazón”. O bien “Los reveses amorosos fueron enfriando su cálido corazón”, o alguna otra carajada por el estilo.
—Pero este no es el caso.
—No, porque acá estamos ante una estudiada naturalidad. Releyendo el párrafo en que se inserta la frase de Fernando, comprobamos su eficacia poética para retratar al personaje:
“Por su parte, La Vieja de Agua, a pesar de su fealdad, tuvo suerte de entrada y formó una familia. Una vez llegó a nuestros frecuentes asados con un bebé en brazos: un pececito idéntico a él. Al año siguiente, nació otro. Y, después, nuestro amigo nunca más vino solo: lo acompañaban su esposa Inés, una gordita clásica que lo quería de verdad, y sus dos bichitos de río. A Inés le latía un cálido corazón en el cuerpo y en las palabras”.
»Pasado el impacto inicial, una feliz sospecha me hizo preguntarle a Fernando:
»—Acá en una primera redacción habías escrito “Inés tenía muy buen corazón”, ¿no es cierto?
»—Efectivamente, Marce —dijo Fer Bravo—. Eso es lo que había escrito en un primer borrador.
»—Y al pasarle el Tetra descubriste el verbo naranja “tener”, y empezaste a exprimirlo como a una naranja.
»—Tal cual. Y así llegué a “A Inés le latía un cálido corazón en el cuerpo y en las palabras”.
—Impresionante, máster. Pero… ¿qué es eso del “Tetra”? No me diga que un día me va a hacer tomar vino en caja.
—Sigo constatando que no te falta imaginación, pendejerete. El Tetra se llama Tetra gracias a ese tipazo que fue Jorge Nieva, un gran cuentista que hoy debe de estar leyendo este libro desde el cielo y con una sonrisa. En un principio, y a medida que íbamos aplicando el método en el taller, a Jorge se le ocurrió llamarlo el Tetracolori. ¿Sospechás por qué?
—Ni idea.
—Pensá en Wagner y su tetralogía, sus cuatro mal llamadas “óperas” que integran “El anillo de los nibelungos”. Tetra significa cuatro.
—Ahora caigo, máster. Se refiere a aquello de “Un color para los sustantivos, otro para los adjetivos, y así con lo demás”.
—Chico astuto. Y fue así que, con el uso, Tetracolori terminó en Tetra. Aludíamos con tal nombre a este sistema de cuatro pasos que puede aplicársele a cualquier borrador, una vez que la estructura del texto funciona como su autor quería que funcionase: como un poema, una prosa poética, un cuento, una nouvelle, una novela o un ensayo. En una época llamábamos al Tetra “El Método de los Circulitos”. Y en su origen nació de un sencillo y eficaz sistema que Horacio Salas empleaba con sus alumnos, y que me fue revelado hacia fines del pasado milenio por Vicente Battista. Teniendo en cuenta la proliferación de adverbios terminados en “mente” que pululan en los borradores de todos nosotros, Horacio proponía que el escritor marcase con un círculo cada uno de los “rápidamente”, los “acertadamente”, los “democráticamente”, los “audazmente”, etcétera, para después ver cómo sacarles el jugo, ya sea eliminándolos, modificándolos o dejándolos como están.
»Me dije que era un método excelente, por lo práctico y simple: armado con un resaltador y un poco de dedicación y paciencia, cualquier hijo de vecino vería mejorado su texto de un momento a otro. Era como ir a la farmacia a pedir una caja de Objetivol®, un paso más en el proceso de ver los textos de uno como si hubiesen sido escritos por otro.
»Empecé a aplicar el método en mis talleres y en mis propios escritos, con muy buenos resultados. Entonces un día me pregunté qué pasaría si en lugar de aplicarle este método a una sola categoría morfosemántica, se lo aplicásemos a otros tipos de palabras. ¿Qué pasaría si marcáramos con circulitos o resaltadores todos los sustantivos, todos los adjetivos, todos los verbos, además de los adverbios?
—La verdad, estoy fascinado por la simplicidad del método. Se anticipó en unos veinte años a los programas que hoy hacen esto automáticamente.
—Tal cual, Pukkas. Y, si me tenés paciencia, dejame contarte otra anécdota. Con ella les daré una nueva muestra, a vos y a nuestros lectores, de lo bien que les hace el Tetra a los autores que lo aplican.
—Dele nomás, Tío, que ya me puso más que ansioso.
(*) Los capítulos anteriores pueden leerse haciendo acá.

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