CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres
Cultura 6 de mayo de 2024

Con tener talento no te alcanza: Stevie y los destornilladores del abuelo Fazza

Entrega número 20 de la columna de Marcelo di Marco. En esta oportunidad, una referencia al genio del terror, Stephen King, y su libro sobre el oficio de escribir: Mientras escribo. María Moliner aparece para aportar lo suyo.

María Molinier. Ilustración de Jorge Estefanía.

A la hora en que la hija de la mañana, la aurora de rosados dedos, hacía girar de luminiscencias el polo de la peluquería de Daniel, despertábase Pukkas, el sufrido discípulo de Tío Marce. Pukkas se levantó de la cama, se duchó, se vistió, colgó del hombro la mochila con su notebook dentro, y semejante a un dios salió del cuarto y encaminose a desgastar con las suelas de sus borcegos el umbral de la casa de su personal trainer literario.

-¿Ponemos manos a la obra, Tío Marce? -urgiolo, una vez instalado en su pupitre-. Quiero ver ya mismo las herramientas que prometió mostrarme. La vez pasada usted habló de “paleta de colores”, pero veo que al final tituló la columna como “Entreabriendo la caja de las herramientas”.

-Las dos metáforas son aplicables, Pukkas, aunque “caja de herramientas” resulta mucho más expresiva.

-¿Entonces lo de paleta de colores fue?

-Lo de la paleta de colores viene bien porque evoca la idea de un pincel que va creando mundos y texturas. Pero los escritores usamos mayoritariamente el concepto de “herramientas”, referido a nuestros recursos. “Intentamos comprender, en profundidad, los textos narrativos. Y trabajar herramientas concretas”, dice Mariano Taborda sobre el Taller de Narrativa que dan desde hace años con Emilio Teno en mi amada ciudad adoptiva.

-Claro, maestro, la palabra “herramientas” evoca trabajo, oficio, carpintería. Vengo de releer el final del prólogo de La cocina de la escritura, de Daniel Cassany. Vea, acá tengo el libro. Le propone al lector: “Contempla las herramientas expuestas y escoge las que más te gusten”.

-¿Le propone al “lector”, decís? Qué raro. ¿A la “lectora” no?

Francamente no, máster. Mire acá, en las primeras páginas. ¿Ve? Cassany habla sólo de “lectores”. Expresiones como “cualquier persona puede ser un lector” o “me gustaría animar a mis lectores a escribir” salpican el principio del libro. Mire acá en esta otra página, cuando habla de ciertos textos “que requieren más tiempo, atención y esfuerzo por parte del lector”. Seguramente no está hablando sólo del lector varón.

Qué duda cabe, Pukkas. Cassany quiere decir que ese tiempo, esa atención y ese esfuerzo también le son requeridos a la lectora. A nadie se le pasa por la cabeza que él considera al lector varón carente de una velocidad de comprensión que sí tendría la lectora mujer. Como excelente escritor y experto lingüista, debe de saber que desdoblar los sustantivos en masculinos y femeninos entorpece tanto la expresión de lo que se escribe como la interpretación de lo que se lee. Y también debe de saber que esa instrumentación, antieconómica en cuanto a los recursos expresivos, se fundamenta sobre todo en objetivos sociopolíticos, al margen de cómo quiera expresarse cada cual; y “cada cuala”, como decía hace casi setenta años una canción muy cómica de Pepe Iglesias “El Zorro”.
-Pero mire, maestro, que Cassany de esa distinción habla bastante, y además la aconseja, en el apartado “La escritura respetuosa”. Acá lo tiene: página 20.

-Guau, Pukkitas, es tal cual.

-Y eso que él mismo asegura, más adelante, que “en los países anglosajones, y sobre todo en EE.UU., es donde se ha desarrollado con más interés, fervor y hasta fanatismo esta tendencia a erradicar del lenguaje cualquier tipo de discriminación”. Y también reconoce que todo esto parte de aquellas Recomendaciones para un uso no sexista del lenguaje que impartió la Unesco en 1991.

Y acaso sin ignorar, Pukkas, por ser una persona culta y comprometida, que las Naciones Unidas vienen llevando adelante un plan estratégicamente armado para dar vuelta como a una media los valores eternos de la civilización occidental, con vistas a ejecutar la Agenda 2030. ¿Habrá implementado Cassany, en alguna edición posterior, los cambios políticamente correctos, siguiendo las “recomendaciones” del reglamento del Nuevo Orden Mundial? Veo que vos tenés la primera edición de La cocina, de 1993. ¿Sabés si en las últimas cambió algo?

No lo sé, maestro. Pero lo cierto es que, en todos los videos que subió a YouTube de un mes a esta parte, Daniel Cassany saluda diciendo “bienvenidos” en lugar de “bienvenidas y bienvenidos”, y para referirse a las alumnas y los alumnos, y a todas y a todos, y a las jóvenas y a los jóvenes, dice, simplemente, “los alumnos”, “el alumno”, “todos” y “el joven”. Insisto: eso sucede en todos los recientes videos.

Cómo se nota la gran distancia que hay, siempre, entre la ideología y la realidad! ¿No viste que a muchos hablantes de esta jerigonza les cuesta sostenerla durante una charla o alguna entrevista? Les cuesta bastante, lógicamente, y terminan volviendo a la lengua de todos los días, ya inclusiva de por sí.

Objeción, máster: ¿no dicen los lingüistas que la lengua es algo vivo que siempre cambia?

Claro que sí, Pukkas, pero nunca cambia de arriba para abajo, por imposición de algún decreto dictatorial o alguna “recomendación” internacionalista. La lengua no tiene dueño, porque nos sirve a todos. Nos une a todos, como la gran herramienta de comunicación que es.

Volviendo al tema herramientas, Tío Marce, recuerdo que usted mismo tituló una de las notas de Taller de corte y corrección como “El cajón de las herramientas”, refiriéndose a los principales recursos de la literatura. Eso me hace acordar de alta anécdota que cuenta Stephen King en Mientras escribo, aquel gran manual de escritura que usted mencionó hace unos meses, y que salió después del de Cassany.

Y después del mío, aclaremos. Taller de corte y corrección es de 1997, y Mientras escribo fue publicado en 2000. Lo puntualizo porque, cuando salió el de King, hubo gente que me dijo, entre contenta, asombrada y admirada: “¡Marce, los dos dicen lo mismo!”.

Y eso no es nada raro, según usted explicó en nuestro anterior encuentro al hablar del concepto de “colega”. Pero déjeme abrir la compu, y le muestro la anécdota de King, cuando de chico ayudó al tío a cambiar un mosquitero. La sección del libro, en traducción de Jofre Homedes Beutnagel, se titula casi igual que su capítulo de Taller de corte y corrección: “Caja de herramientas”.

Conozco esa historia, Pukkas, y la uso en mis talleres. Y vos hacés muy bien en traerla acá, pues les vendrá fantástica a nuestros lectores. Y la próxima arrancamos con lo que viniste a buscar hoy, ¿eh? Total, nadie nos apura.

De acuerdo, máster. Abramos la caja del tío Oren, que antes había sido propiedad del abuelo del pequeño Stephen:

“Había un martillo, una sierra, alicates, dos llaves inglesas fijas y otra graduable, un nivel (con su mágica ventanita amarilla en el centro), un taladro (cuyas diversas brocas estaban perfectamente ordenadas en las profundidades) y dos destornilladores. Mi tío me pidió uno.

—¿Cuál? —pregunté.

—El que sea —contestó.

[…] El tío Oren retiró los tornillos (un total de ocho, que me dio a mí para tenerlos a mano) y quitó la mosquitera rota. Luego la dejó apoyada en la pared y levantó la nueva. Coincidían perfectamente los agujeros de los dos marcos, el de la mosquitera y el de la ventana. Al comprobarlo, el tío Oren soltó un gruñido de satisfacción. Entonces fui dándole uno a uno los tornillos, los metió en los agujeros y los apretó por el mismo procedimiento de antes, insertando el destornillador y haciéndolos girar.

Cuando la mosquitera estuvo fija, el tío Oren me dio el destornillador pidiéndome que lo pusiera en la caja de herramientas y la cerrara. Yo obedecí, pero estaba perplejo. Le pregunté por qué había llevado la caja de Fazza por toda la casa si sólo necesitaba un destornillador. Podría habérselo metido en el bolsillo trasero de los pantalones.

—Ya, Stevie —dijo él mientras se agachaba para coger las dos asas—, pero es que no sabía si tendría que hacer algo más. ¿Entiendes? Siempre es mejor llevar todas las herramientas, porque corres el riesgo de encontrarte con algo que no esperabas y dejar a medias la faena.

Es una manera de decir que para sacar el máximo partido a la escritura hay que fabricarse una caja de herramientas, y luego muscularse hasta poder llevarla. Quizás entonces, en lugar de dejar una faena a medias, se pueda coger la herramienta indicada y poner manos a la obra de manera inmediata.

La caja de herramientas de mi abuelo tenía tres niveles. La tuya debería tener al menos cuatro”.

-¡Al menos cuatro niveles, maestro! ¿Su caja tiene tantos?

Te aseguro que muchísimos más, y juro y recontrajuro que empezaremos a trabajar con ellos en la próxima reunión.

-Le tomo la palabra, Tío Marce.

Y ahora, mi querido Pukkas, y ya que tratamos el tema herramientas, me encantaría poder dedicar la presente columna a la memoria de la gran María Moliner, quien, según Gabriel García Márquez, “escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana”. Habla del incontrastable Diccionario de uso del español, una obra monumental. En lo personal opino que es la más maravillosa herramienta de consulta para todo escritor consciente de que “Con tener talento…

-… no te alcanza”.