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Cultura 22 de abril de 2025

Con tener talento no te alcanza: Una serie de eventos increíbles (pero verídicos)

Capítulo 45 de la columna de Marcelo di Marco.

Giuseppe Verdi. Ilustración de Jorge Estefanía.

Por Marcelo di Marco (*)

—¿De dónde sacaste lo de Eladia Blázquez, Pukkas? —Tío Marce despedía por el costado de la boca arabescos de humo, pipa mediante, mirando con curiosidad a su fiel discípulo—. Tu Sombra parecía sabérselo de memoria al tango aquel.

Francisco Javier no contestó enseguida: inspeccionaba con la mirada el estudio del máster, como queriendo cerciorarse de que los pilones de libros por leer que cubrían el escritorio eran reales, como así también las bibliotecas y las fotos y los diplomas que tapizaban las paredes. Después de la pesadillesca aventura a las orillas de ese mar sin nombre en que los había cruzado aquella versión monstruosa de sí mismo, los dos habían vuelto a La Anita de igual modo en que habían aterrizado en ese escenario infernal. Todavía tenía Pukkas en las palmas de las manos restos de la gelatina de cristal o lo que fuese que facilitó su parto hacia la playa tenebrosa, y se los sacudió antes de decir:

—Durante mis vacaciones, después de mi transición a persona, me tocó escuchar discusiones muy significativas entre dos vecinas temporarias, madre e hija por lo que pude entender, que alquilaban el departamento de al lado. Más de una vez la madre le decía a la chica porquerías tales como que jamás vas a llegar a nada en la vida, que sos una perfecta fracasada, que nunca vas a poder despegar y que lo mejor para vos es conseguirte un tipo con guita que te mantenga. Y una vez le dijo, textualmente, “A vos te falta piolín, pichona, como dice el tango”. Googleé el tango ese, lo escuché, y de alguna manera se me quedó impreso en vaya a saber qué rincón de la mente.

—Intensa la letra, eh.

—Tremenda, Tío. Al conocerla, terminé de entender la enormidad que le había dicho esa mujer a su propia hija. ¿Puede haber madres así, máster?

—Puede, Pukkitas, puede. Y padres también.

—A lo mejor lo hacen para fortalecerlo a uno, ¿no?

Tío Marce lo miró con un gesto de suficiencia que decía no-seas-ingenuo-pedazo-de-coloquíntido. Quitó de la cazoleta de la pipa los restos de ceniza y dijo:

—Hay gente que no puede ver triunfar a los demás sin que el gusano del rencor les corroa el alma. Y debo decirte que los padres de uno no son la excepción.

Pukkas lo miró, interesado.

—En la historia de la música —siguió Tío Marce— se da el caso de Verdi y el padre. El padre de Verdi hizo lo posible para que el futuro genio que revolucionaría la historia de la ópera estudiara música. Incluso le compró una espineta…

—¿Una espineta, dice, como el Flaco Spinetta?

—Pegaste en el travesaño. La espineta se llama así porque la inventó un veneciano llamado Spinetti. Spinetti, no Spinetta. Es una especie de pianito, para hacértela corta. En un viaje que hicimos con Nomi por el norte de Italia, en Busseto tuvimos la oportunidad de babearnos delante de esa misma espineta con la que aprendió Verdi de chiquito. Pero mejor no me interrumpas.

—Dele.

—La cuestión es que el padre de Verdi hizo todo lo posible para despertar en el hijo la vocación por la música. Pero, cuando el pibe, que ya no era tan pibe, empezó a triunfar, después de unos cuantos desastres personales y profesionales, el viejo se enculó.

—Increíble.

—Increíble pero cierto. Y esa animosidad que sufrió Verdi por parte del padre lo marcó para toda la carrera. En los argumentos de la mitad de las casi treinta óperas que compuso se repite un conflicto típico: un viejo posesivo y autoritario hace pelota al hijo o a la hija, impidiéndoles su independencia afectiva. Sin ir más lejos, ese tema se da en su maravillosa trilogía: “Rigoletto”, “Il Trovatore” y “La Traviata”. Esas las compuso una atrás de la otra, y en la mitad de su carrera. Pero el conflicto papi malo versus hijo salame también aparece en sus últimas óperas, como por ejemplo en “Aida“. Es notable. Si los psicólogos escucharan ópera más seguido, capaz que hubieran escrito unos lindos papers sobre este asunto. No viene mal de vez en cuando darse una vuelta por el Colón.

—Terrible.

—Terrible qué.

—Digo que es terrible que haya gente así. ‘Padres’ así.

—Ojo, que cuando el viejo de Verdi era muy mayor se reconciliaron. Pero vos fijate que el tipo, vaya a saber si por envidia, por ignorancia o qué, durante gran parte de la carrera del hijo hizo en cierto modo las veces de la Sombra. A vos tu Sombra te venía acechando en más de una página de este libro. Acordate de la biblioteca infinita. Hasta en la cocina de Anna Leah te topaste con la Sombra. Fueron episodios muy traumáticos.

—Nunca sentí tanto miedo, debo confesarle. Salvo cuando pasó lo de recién, en esa playa inmunda. Cuando reconocí en ese monstruo mis propios rasgos todos deformados, pensé que iba a morirme.

—Y no es para menos, Pukkas. El encuentro con la Sombra de cada cual es uno de los momentos más impresionantes que puedan vivirse. Yo la llamo la Sombra por Jung, que forjó el concepto. El arquetipo, mejor dicho.

—¿Jung…?

—Carl Gustav Jung.

—Suena a alemán.

—Suizo. Y era un psiquiatra. Estudiando los procesos inconscientes de la mente, se mandó una buena mezcolanza de gnosis, arte, alquimia, antropología, mitología y demás yerbas. ¿Nunca oíste hablar de su concepto de la sincronicidad? Según él, la infalibilidad del ‘I Ching’ es la demostración fáctica de esa teoría suya.

—Cómo es eso.

Para Jung, el azar no existe. Nada puede atribuírsele a la llamada “casualidad”, porque según él lo que le pasa a la gente exteriormente es un simple reflejo de su interior. Todos los hechos de nuestra vida tienen una explicación posible, que nosotros no podemos darle conscientemente. El mundo nos dispara mensajes todo el tiempo, y en ese sentido pienso que Baudelaire y Jung iban por un carril parecido.

—Recuerdo una idea de Baudelaire, máster. ¿Era él el que decía que el hombre vive rodeado de un bosque de símbolos?

—¡Bien ahí, Pukkas! Y el ejercicio del arte es un modo inconsciente de tender ese puente entre los símbolos que nos dispara el mundo exterior y nuestra interioridad. Cuando uno le formula al oráculo del ‘I Ching’ una pregunta bien concreta y concisa, lanzando al mismo tiempo las monedas chinas o las varitas de junco, es como si se anulara el tiempo. En ese momento se da la sincronicidad que planteaba Jung, y la distancia entre el pasado, el presente y el futuro se anulan. La consulta, digamos, se hace una sola cosa con el acto de lanzar las monedas. Se funden entre sí, por mejor decirlo.

—Y por eso funciona el ‘I Ching’.

—Los antiguos taoístas afirmaban que funciona porque los espíritus “mueven” las monedas para que “salga” tal o cual respuesta. Descartada esa superstición, vino Jung a tratar de entender mejor el fenómeno.

—¿Y usted cree en eso, Tío Marce?

—Una vez, hace más de treinta años, un gerente para quien trabajaba me trajo una consulta muy particular. En ese tiempo, en mis épocas de tirador del ‘I Ching’ (¡y no me pongas esa cara de incrédulo!), yo era supervisor de Comunicaciones y Servicios de Oficina de una petrolera. La pregunta que debía hacerle al libro era muy directa y concisa, porque del éxito o el fracaso de la próxima operación petrolífera dependía el futuro de todos nosotros, tanto empleados como supervisores y gerentes.

—Y la pregunta de su gerente consistía en si iban a encontrar petróleo o no.

—Exactamente.

—¿Y qué pasó, Tío?

—La respuesta del libro fue negativa, y tuve que decirle a mi gerente la verdad. Se iba a encontrar petróleo, sí, y eso se deducía de la tirada. Y ojalá que me equivoque, seguí diciendo, pero será improductivo. Tiempo después, un buen día entró el gerente en mi despacho, eufórico. Y las palabras que me dijo son textuales: “¡Tomá, metete el I Ching en el culo!”. Y enseguida me tiró en mi escritorio un papel. Se trataba de un télex que contenía un anuncio muy claro: ¡los geólogos habían encontrado petróleo, y era de la mejor calidad!

—Qué suerte que usted se equivocó. Zafaron.

—¿Zafamos? ¿Por qué te creés que desde esa época pude dedicarme a full a la literatura? Había petróleo, claro, y era sumamente productivo.

—¿Pero…?

—Pero lo encontrado en el yacimiento hubiera podido entrar, como mucho, en un baldecito de playa. Al poco tiempo se nos anunció que prácticamente todos, desde los empleados a los gerentes, quedábamos de patitas en la calle. Los que vivieron la anécdota y en este momento tienen este libro en sus manos, deben de estar afirmando con la cabeza.

—Increíble.

—Increíble pero cierto.

—¿Se puso un consultorio? Digo, a nivel profesional.

—Lo pensé, Pukkitas. Pero cuando sobrevino mi conversión al catolicismo desistí.

—¿Por?

—Porque hay cosas con las que no conviene lucrar, y tampoco conviene practicarlas.

—¿Y qué es para Jung la Sombra, máster?

Antes de responder, Tío Marce quedó en silencio. Las imágenes de lo vivido en la playa, media hora antes, lo apesadumbraron con todo el peso del poder de las tinieblas. Afortunadamente, su discípulo le había respondido a la Sombra con todo el coraje de que era capaz.


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