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Cultura 23 de mayo de 2024

Con tener talento no te alcanza: vividez sugestiva versus telegrafía explicativa

El Tío Marce y su alumno Pukkas analizan la zona naranja en un fragmento de “Los ojos del infinito”, un relato de Cristian Rondoletto.

Gabrielle D'Anunzio. Ilustración de Jorge Estefanía.

Por Marcelo di Marco

A la hora en que la hija de la mañana, la aurora de rosados dedos, hacía resonar de broncíneos matices el campanario de Cristo Rey, despertábase Pukkas, el sufrido discípulo de Tío Marce. Pukkas se levantó de la cama, se duchó, se vistió, colgó del hombro la mochila con su notebook dentro, y semejante a un dios salió del cuarto y encaminose a desgastar con las suelas de sus borcegos el umbral de la casa de su personal trainer literario.

—¿Empezamos de una, máster? —apremiolo, una vez instalado en su pupitre—. Ni hace falta que le diga qué vine a hacer acá hoy, y además estoy ansioso como ave de presa. ¡Quiero lanzarme de una vez a clavar el pico en sus trucos, tips, consejos o como cazzo quiera llamarlos!

—¿Ni siquiera me dejás que te cuente cómo me fue en la Feria la semana pasada, aguilucho? No sólo tuve el placer de presentar en el stand de Perú la impresionante novela “Un maníaco homicida a la vez”, de mi hermano limeño Mario Zegarra, sino que en la firma de mis libros en el stand que Hecate in Urbis preparó para Ediciones Bucanera conocí en persona a dos compañeros tuyos de taller, autores de un par de textos que hoy te servirán bárbaramente.

—Perfecto, máster, ha logrado captar mi atención. ¿Cómo se llaman esos pibes? ¿Los conozco?

Se trata de Cristian Rondoletto y Juan Pablo Arrufat, quienes algún día irán a la Feria como autores y no sólo como lectores. Resultaron ser un par de personas maravillosas, y confirmé que su entusiasmo y las agudas intervenciones que aportan al taller provienen de un montón de gozosas y aprovechadas lecturas. Pero dejame que te muestre esos escritos suyos, que en ellos está la clave de cómo hacer que el lector se meta en nuestros textos. Vas a ver que estos dos escritores en formación le suman, a la calidad humana, la calidad literaria.

—Dele, Tío Marce.

—Primero les voy a mostrar a vos y a nuestros lectores un fragmento tomado de una de las primeras versiones de “Los ojos del infinito”, un relato de Rondoletto que terminamos de trabajar hace muy poco. Y a ver quién de ustedes me señala en él una zona naranja. Es decir, en nuestros términos, una zona exprimible. Acá te conviene recordar aquello que Georg Philipp Friedrich von Hardenberg decía en las primeras columnas.

—¿Y ese coso quién es, maestro?

—En una sola palabra: Novalis. Con tal seudónimo pasó a la historia de la literatura ese “coso”. Pensé que, con todo lo que me dijiste haber experimentado con Richard Wagner y la música sinfónica alemana ya habías superado la etapa del menosprecio del arte de verdad.

—Bueno, máster, no empiece a verduguearme. Uno no cambia de un día para el otro, y además reconozca que el esfuerzo lo hago. Lo más importante ahora es que yo me acuerdo perfectamente de lo que dijo el… El Novalis ese. Y mire lo que le digo yo: de tanto que usted machacó y machacó con aquel asunto, más que recordarlo lo tengo asimilado. Novalis decía que hay palabras que le corresponden al lector, y no al autor.

—Tal cual, Pukkas. Pero una cosa es citar textualmente lo estudiado, y otra muy distinta aprehenderlo.

—Póngame a prueba entonces, a ver si aprendí y aprehendí.

—Perfecto. Mostrame en este texto de Cristian palabras de esa clase. Palabras naranjas. El contexto es muy simple: un editor –Pilkington– recibe la visita de un extraño escritor –Jladik– que lo subyuga con la mirada. Aquí va el momento en cuestión, y contame cuál es la zona naranja que encontrás:

Los ojos negros del hombre se clavaron en la figura cada vez más achicharrada de Pilkington: aquella mirada se fue cerrando igual que las garras de un águila sobre su presa. Unos dedos fríos alrededor de su garganta. Arroyos de sudor corrieron por su frente; más presión, más dolor. El delirium tremens se presentó en todo su esplendor.
Y ese extraño hombre enjuto, Jladik, seguía frente a él, sin siquiera inmutarse y las manos sosteniendo su propio manuscrito.

—Creo que acabo de descubrirla, Tío Marce. La zona naranja es…

—… ¿qué te parece si dejamos en suspenso tu respuesta, y los invitamos a participar también a nuestros lectores, a ver si han acertado? Como ya sugerí más arriba, el desafío también se los lanzo a ellos.

—De acuerdo, máster. Me callo.

—…

—…

—Listo, Pukkas, ya les dimos un tiempo razonable. Ahora te toca a vos.

¿La zona naranja es aquella que dice “El delirium tremens se presentó en todo su esplendor”?

—¡Bien ahí, Pukkitas, bingo y rebingo! Pero la próxima no me “preguntes” tu respuesta. Afirmala, sin dudar. Aunque la respuesta, al final, resulte haber sido incorrecta, sé asertivo de acuerdo con tu leal saber y entender. Acordate del lema de Gabriele D’Annunzio, aquel gran escritor italiano admirado por Joyce y que llegó a ser amante de la legendaria diva Eleonora Duse, y que para colmo fundó su propia república, integrada por soldados, músicos, poetas y artistas: Memento audere semper.

—¿Memento audere semper era el nombre de esa república, maestro? Ni idea.

—No, Pukkas, la república que fundó D’Annunzio se autoproclamó como Regencia italiana de Carnaro, y su historia es extraordinaria. El lema Memento audere semper significa, en latín, “Acordate de arriesgar siempre”. Lo que sí, me alegra mucho que hayas recordado tu entrenamiento. Todo lo medular que vimos en nuestras primeras notas puede sintetizarse con estas palabras, que convendría imprimir y plastificar:

buscá en tu borrador zonas informativas,
y después procurá ponerlas en acción.

—Me bastó con releer el texto de Rondoletto bajo esa óptica para descubrir la zona exprimible. Lo que hay que hacer ahora es exprimir la idea, ponerla en acción.

—Eso es justamente lo que hicimos en su momento con Cristian, en plena tarea de corrección de estilo. Te muestro cómo le sacamos el jugo a aquella oración que informaba que “El delirium tremens se presentó en todo su esplendor”:

Los negros ojos de aquel que dice llamarse Jaromiro Jladik se clavan más profundo en los de aquel que dice llamarse Ed Pilkington, farsante que se contrae y se encoge cada vez más: esa filosa mirada se va cerrando sobre él, y unos dedos invisibles y fríos le atenazan la garganta, igual que las garras de un águila se cierran sobre su presa, y el sudor del pecho le impregna la camisa. Y la nariz aguileña de “Jladik” se estira por encima de “Pilkington” como un amenazante estoque, y ahora se ensancha y se vuelve el pico de un ave colosal. Y él en su terror advierte que se asoma por detrás de los hombros de su victimario un par de negras alas a punto de desplegarse. Y, envuelto en ese delirio, se cuestiona si acaso no habrá dejado entrar en su despacho al mismísimo cuervo de Poe: posado sobre el busto de Palas de su alma, el avechucho ahora lo atormenta y se burla de sus últimos días, del recuerdo de su vida pasada y del efímero y tonto sueño de fingir ser un simple editor que huye de un destino de muerte.

Y ese pico infernal le sentencia:

—¡Nunca más!

—¡Impresionante laburo, máster!

—Debo reconocer que tanto Rondoletto como yo y todos los compañeros del grupo de los lunes a las 17 quedamos bastante conformes.

—¿“Bastante conformes”, dice? ¡Quedó de 10 el fragmento!

—Mi querido Pukkas, jamás olvides aquellas sabias palabras que el terrorífico pelado de la película “Whiplash” le dispara al joven baterista: “No hay dos palabras, en lengua inglesa, más perniciosas que ‘Buen trabajo’”. En suma, vos tampoco te la creas nunca. Si te la creés, vos mismo estarás poniéndote el techo. Pero mejor volvamos al trabajo y estudiemos por qué el texto resulta tan efectivo. ¿Qué es lo primero que te llama la atención?

Que el lector va asistiendo, desde el punto de vista del editor Pilkington, a fenómenos imposibles. No se nos “explica”, cómo antes, que se está produciendo un delirio.

—Vos lo dijiste: sin ese aviso, el lector queda abismado en una zona de terrible irrealidad. La experiencia del personaje se convierte en la suya, y él también alucina. Vive el delirio del personaje.

—Sin embargo, se le dice “envuelto en ese delirio”. ¿Por qué?

—Porque con esas palabras se nos muestra la situación desde el narrador, no sea cosa de que nos confundamos suponiendo estar ante elementos fantásticos: la verdad del cuento, al menos en ese momento, pasa por lo psicológico y no por lo fantástico. Pero hay algo más. Algo que tiene que ver con… Pero mejor lo vemos la próxima.

—Epa, maestro, qué misterioso.

—Ya por hoy tuvimos suficiente, Pukkas. En nuestro próximo encuentro le agregaremos una herramienta clave al sistema de detección de zonas naranjas, te lo prometo.

—¡Me quedó debiendo el ejemplo del otro autor, Arrufat!

—Lo veremos, Pukkitas, perdé cuidado. Y también seguiremos trabajando en el de Rondoletto. Hasta tanto, por ahora quedate con la certeza de que “Con tener talento…

—… no te alcanza”.