Archive for the ‘Fotos’ Category

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Tuesday, June 3rd, 2014

Esta foto es del año 1947 quería compartirla con ustedes gracias – Leonardo Cornide

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Tuesday, June 3rd, 2014

Haydeé Fuloni de Romairone y Norma Fuloni de Magrini. Enviada por Norma Magrini

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Tuesday, June 3rd, 2014
La escritora Claudia Piñeiro junto a su padre durante uno de los veraneos de su infancia. La foto, compartida por la propia escritora, ilustró un artículo editado en el suplemento aniversario de La Capital del 25 de mayo de 2014. Lo transcribimos a continuación:
Claudia Piñeiro
“Es inevitable invadirme de recuerdos”
La relación entre la escritora Claudia Piñeiro y Mar del Plata se remonta a los años de su infancia, cuando pasaba las vacaciones con sus padres. Ya más grande la siguió visitando con sus hijos. E incluso la incorporó en sus ficciones.
Claudia Piñeiro es la escritora contemporánea más exitosa de la Argentina. Y es además una de las más vendidas en todo el mercado de habla hispana, pese a que como suele decir tiene tres irreparables defectos: es mujer, novelista policial y best seller. Y aunque sus libros más encumbrados ocurren en los exclusivos countries de Buenos Aires, un  mundo casi ajeno a Mar del Plata, tiene con esta ciudad un vínculo muy estrecho. Tan así es que su última novela, “Un comunista en calzoncillos” tiene como foto de tapa una imagen suya, cuando era una niña, acompañada por su padre en Punta Mogotes.
“Mar del Plata está en todos como una construcción imaginaria muy cercana. Es parte de los argentinos y es parte de mi infancia, sin dudas”, avisa por teléfono cuando se la consulta. Y lo sostiene con firmeza porque fue Mar del Plata el lugar de veraneo de su familia desde siempre.
-¿Cuál es el recuerdo más remoto que tenés de Mar del Plata?
-Una discusión muy fuerte entre mi papá y mi mamá en un chalet que alquilábamos en el bosque de Peralta Ramos. Mi abuela y yo nos encerramos en mi habitación y empezamos a armar algo con las piezas de algo parecido a un Lego haciendo como que no escuchabamos los gritos, aunque las dos estábamos atentas a ellos.
-¿Cómo entendés a Mar del Plata desde su aporte a la nostalgia de los argentinos?
-Yo veranee todo mi infancia y mi adolescencia, en Mar del Plata, no había ningún otro lugar posible para ir, a mi padre le gustaba la playa con ciudad, ver gente, que haya movimiento, y bañarse en el mar. Con mi familia de origen mi vínculo fue ese.  Con mis hijos hemos ido varias veces pero a pasar fines de semana fuera de temporada, huyendo del gentío de verano. Con mi pareja actual Mar del Plata es el primer viaje que hicimos juntos y volvemos siempre que podemos.
-¿Qué te sugiere Mar del Plata fuera de temporada?
-La época más linda, para caminar por la rambla de Playa Grande al Torreón y viceversa.
-Los íconos culturales de Mar del Plata hacen de esta ciudad una ciudad popular más que exclusiva. ¿Lo ves de esa manera?
-Puede ser, pero también era el lugar donde veraneaban Silvia Ocampo y Bioy, y fue destino de veraneo de muchas familias aristocráticas, creo que Mar del Plata de para todo, es inmensa en muchos sentidos.
-En tu etapa de contadora pública, tuviste alguna trabajo en la ciudad?
-No, ninguno, pero hace un año me invitaron a dar una charla en el Coloquio de Idea y allí me encontré con muchos amigos que trabajan conmigo en Arthur Andersen, un estudio de auditoría que hoy es Ernst and Young
-¿Tus visitas más recientes se vinculan a la literatura solamente?
-Presenté casi todas mis novelas en Mar del Plata, fui a las ediciones del festival Azabache pero también la elegí como destino turístico de fin de semana, con mi pareja, con amigas, con mis hijos. Para ni generación representa las vacaciones en familia, las primeras vacaciones solos, la primera vez en el casino, la primera vez en un boliche, demasiados recuerdos llenos de nostalgia y cariño como para no quererla
-¿Cuál es la anécdota que más recordás?
-En una de las primeras vacaciones solas con amigas, quisimos hacer dedo para que alguien nos llevara a la playa Guillermo donde la familia de otra amiga tenía carpa. La calle  estaba dura y nadie paraba, era como las once de la mañana. De pronto una de mis amigas, la más mandada, se da cuenta que el auto que se detuvo en el semáforo de avenida Colón y Buenos Aires era el del cómico Mario Sanchez: “Mario somos admiradoras tuyas, nos  llevas?” . Y Mario nos llevó, a pesar de que estábamos muy lejos de su destino. El chabón y su cara indicaban que para él recién terminaba la noche. A poco de andar nos dimos cuenta que estaba un poco perdido, nos preguntaba dos o tres veces las mismas cosas, estaba cansado, no coordinaba,  el volvía a dormir a su departamento céntrico y nosotras lo llevamos casi hasta el Faro. Se metió por el bosque de Peralta Ramos para cortar camino, los reflejos no funcionaron con tanto sueño y chocamos. Mario quedó allí, esperando un remolque y nosotras nos fuimos caminando, silbando bajito, desde el medio de bosque hasta Mariano, imaginándonos cuánto se habrá acordado de nosotras Mario cuando descansara y volviera a tener consciencia de sus actos.
Un texto
Fragmento de un texto escrito por Claudia Piñeiro para Telam en ocasión de venir a Mar del Plata a participar del Congreso Iberoamericano de Cultura:
Cada vez que llego a Mar del Plata quedo atrapada en la evocación.
Es que en los veranos de mi infancia y de mi adolescencia, si mis padres nos podían llevar de vacaciones, el destino siempre era ése.
Recuerdo que las primeras veces, cuando teníamos una situación económica más holgada, mi padre alquilaba una casa en el bosque de Peralta Ramos, llevábamos a mis abuelos maternos y tomábamos una carpa en algún balneario cerca del faro.
Después de que mi padre lidió con algunos tropiezos laborales, y fue vencido, seguimos yendo a Mar del Plata pero a departamentos de dos ambientes, en el centro, con camas y vajilla para cuatro, que él alquilaba recorriendo meticulosamente los avisos clasificados.
A los cuatro, mis padres, mi hermano y yo, nos preocupaba qué podíamos encontrar al ver el lugar alquilado en vivo y en directo.
Pero aunque la decepción fuera extrema nunca decíamos nada. Cuando empezamos a alquilar en el centro, además del tipo de vivienda cambiamos las playas de Punta Mogotes por La Bristol, una playa que mi padre siempre había despreciado por la falta de espacio o el exceso de gente o ambos.
Seguramente la despreciaba también cuando íbamos, pero ya no lo dijo más; parte constitutiva de su cultura de inmigrante era ponerle el pecho a la adversidad sin quejarse.
El primer día, después de que llegábamos y nos instalábamos, mi padre compraba una sombrilla barata, una lona, y allá íbamos, como si nos gustara.
Después de cruzar la rambla, mi hermano y yo bajábamos las escaleras y nos adelantábamos por el camino angosto de listones de madera para buscar un lugar libre, algo que no era fácil.
Mirábamos a un lado, al otro y como cuando Rodrigo de Triana gritó ¡Tierra!, así nosotros gritábamos: ¡Allá!, y señalábamos el lugar a colonizar.
Un cuadrado de arena de un metro por un metro, donde mi papá clavaba la sombrilla con una técnica muy estudiada (clavar, inclinar, girar en el sentido de las agujas del reloj, enderezar, tapar) que garantizaba, según él, que la sombrilla recién comprada no se volaría con el viento.
Luego extendía la lona, se sentaba en la sombra con las rodillas replegadas y miraba el mar. Callado.
Su cara no era de placer sino de deber cumplido, no decía nada pero era como si de alguna manera nos estuviera diciendo: “Ahí está, ahí tienen su arena, ahora jódanse y disfruten”.
En Mar del Plata me es inevitable invadirme de este tipo de recuerdos. Y que esos recuerdos se instalen alrededor de mí y me vengan una y otra vez hasta el día en que me voy.
A veces me persiguen por la ruta 2 y, aún de regreso, se quedan conmigo un tiempo más.

La escritora Claudia Piñeiro junto a su padre durante uno de los veraneos de su infancia. La foto, compartida por la propia escritora, ilustró un artículo editado en el suplemento aniversario de La Capital del 25 de mayo de 2014. Lo transcribimos a continuación:

Claudia Piñeiro

“Es inevitable invadirme de recuerdos”

La relación entre la escritora Claudia Piñeiro y Mar del Plata se remonta a los años de su infancia, cuando pasaba las vacaciones con sus padres. Ya más grande la siguió visitando con sus hijos. E incluso la incorporó en sus ficciones.

Claudia Piñeiro es la escritora contemporánea más exitosa de la Argentina. Y es además una de las más vendidas en todo el mercado de habla hispana, pese a que como suele decir tiene tres irreparables defectos: es mujer, novelista policial y best seller. Y aunque sus libros más encumbrados ocurren en los exclusivos countries de Buenos Aires, un  mundo casi ajeno a Mar del Plata, tiene con esta ciudad un vínculo muy estrecho. Tan así es que su última novela, “Un comunista en calzoncillos” tiene como foto de tapa una imagen suya, cuando era una niña, acompañada por su padre en Punta Mogotes.

“Mar del Plata está en todos como una construcción imaginaria muy cercana. Es parte de los argentinos y es parte de mi infancia, sin dudas”, avisa por teléfono cuando se la consulta. Y lo sostiene con firmeza porque fue Mar del Plata el lugar de veraneo de su familia desde siempre.

-¿Cuál es el recuerdo más remoto que tenés de Mar del Plata?

-Una discusión muy fuerte entre mi papá y mi mamá en un chalet que alquilábamos en el bosque de Peralta Ramos. Mi abuela y yo nos encerramos en mi habitación y empezamos a armar algo con las piezas de algo parecido a un Lego haciendo como que no escuchabamos los gritos, aunque las dos estábamos atentas a ellos.

-¿Cómo entendés a Mar del Plata desde su aporte a la nostalgia de los argentinos?

-Yo veranee todo mi infancia y mi adolescencia, en Mar del Plata, no había ningún otro lugar posible para ir, a mi padre le gustaba la playa con ciudad, ver gente, que haya movimiento, y bañarse en el mar. Con mi familia de origen mi vínculo fue ese.  Con mis hijos hemos ido varias veces pero a pasar fines de semana fuera de temporada, huyendo del gentío de verano. Con mi pareja actual Mar del Plata es el primer viaje que hicimos juntos y volvemos siempre que podemos.

-¿Qué te sugiere Mar del Plata fuera de temporada?

-La época más linda, para caminar por la rambla de Playa Grande al Torreón y viceversa.

-Los íconos culturales de Mar del Plata hacen de esta ciudad una ciudad popular más que exclusiva. ¿Lo ves de esa manera?

-Puede ser, pero también era el lugar donde veraneaban Silvia Ocampo y Bioy, y fue destino de veraneo de muchas familias aristocráticas, creo que Mar del Plata de para todo, es inmensa en muchos sentidos.

-En tu etapa de contadora pública, tuviste alguna trabajo en la ciudad?

-No, ninguno, pero hace un año me invitaron a dar una charla en el Coloquio de Idea y allí me encontré con muchos amigos que trabajan conmigo en Arthur Andersen, un estudio de auditoría que hoy es Ernst and Young

-¿Tus visitas más recientes se vinculan a la literatura solamente?

-Presenté casi todas mis novelas en Mar del Plata, fui a las ediciones del festival Azabache pero también la elegí como destino turístico de fin de semana, con mi pareja, con amigas, con mis hijos. Para ni generación representa las vacaciones en familia, las primeras vacaciones solos, la primera vez en el casino, la primera vez en un boliche, demasiados recuerdos llenos de nostalgia y cariño como para no quererla

-¿Cuál es la anécdota que más recordás?

-En una de las primeras vacaciones solas con amigas, quisimos hacer dedo para que alguien nos llevara a la playa Guillermo donde la familia de otra amiga tenía carpa. La calle  estaba dura y nadie paraba, era como las once de la mañana. De pronto una de mis amigas, la más mandada, se da cuenta que el auto que se detuvo en el semáforo de avenida Colón y Buenos Aires era el del cómico Mario Sanchez: “Mario somos admiradoras tuyas, nos  llevas?” . Y Mario nos llevó, a pesar de que estábamos muy lejos de su destino. El chabón y su cara indicaban que para él recién terminaba la noche. A poco de andar nos dimos cuenta que estaba un poco perdido, nos preguntaba dos o tres veces las mismas cosas, estaba cansado, no coordinaba,  el volvía a dormir a su departamento céntrico y nosotras lo llevamos casi hasta el Faro. Se metió por el bosque de Peralta Ramos para cortar camino, los reflejos no funcionaron con tanto sueño y chocamos. Mario quedó allí, esperando un remolque y nosotras nos fuimos caminando, silbando bajito, desde el medio de bosque hasta Mariano, imaginándonos cuánto se habrá acordado de nosotras Mario cuando descansara y volviera a tener consciencia de sus actos.

Un texto

Fragmento de un texto escrito por Claudia Piñeiro para Telam en ocasión de venir a Mar del Plata a participar del Congreso Iberoamericano de Cultura:

Cada vez que llego a Mar del Plata quedo atrapada en la evocación.

Es que en los veranos de mi infancia y de mi adolescencia, si mis padres nos podían llevar de vacaciones, el destino siempre era ése.

Recuerdo que las primeras veces, cuando teníamos una situación económica más holgada, mi padre alquilaba una casa en el bosque de Peralta Ramos, llevábamos a mis abuelos maternos y tomábamos una carpa en algún balneario cerca del faro.

Después de que mi padre lidió con algunos tropiezos laborales, y fue vencido, seguimos yendo a Mar del Plata pero a departamentos de dos ambientes, en el centro, con camas y vajilla para cuatro, que él alquilaba recorriendo meticulosamente los avisos clasificados.

A los cuatro, mis padres, mi hermano y yo, nos preocupaba qué podíamos encontrar al ver el lugar alquilado en vivo y en directo.

Pero aunque la decepción fuera extrema nunca decíamos nada. Cuando empezamos a alquilar en el centro, además del tipo de vivienda cambiamos las playas de Punta Mogotes por La Bristol, una playa que mi padre siempre había despreciado por la falta de espacio o el exceso de gente o ambos.

Seguramente la despreciaba también cuando íbamos, pero ya no lo dijo más; parte constitutiva de su cultura de inmigrante era ponerle el pecho a la adversidad sin quejarse.

El primer día, después de que llegábamos y nos instalábamos, mi padre compraba una sombrilla barata, una lona, y allá íbamos, como si nos gustara.

Después de cruzar la rambla, mi hermano y yo bajábamos las escaleras y nos adelantábamos por el camino angosto de listones de madera para buscar un lugar libre, algo que no era fácil.

Mirábamos a un lado, al otro y como cuando Rodrigo de Triana gritó ¡Tierra!, así nosotros gritábamos: ¡Allá!, y señalábamos el lugar a colonizar.

Un cuadrado de arena de un metro por un metro, donde mi papá clavaba la sombrilla con una técnica muy estudiada (clavar, inclinar, girar en el sentido de las agujas del reloj, enderezar, tapar) que garantizaba, según él, que la sombrilla recién comprada no se volaría con el viento.

Luego extendía la lona, se sentaba en la sombra con las rodillas replegadas y miraba el mar. Callado.

Su cara no era de placer sino de deber cumplido, no decía nada pero era como si de alguna manera nos estuviera diciendo: “Ahí está, ahí tienen su arena, ahora jódanse y disfruten”.

En Mar del Plata me es inevitable invadirme de este tipo de recuerdos. Y que esos recuerdos se instalen alrededor de mí y me vengan una y otra vez hasta el día en que me voy.

A veces me persiguen por la ruta 2 y, aún de regreso, se quedan conmigo un tiempo más.

9112

Tuesday, June 3rd, 2014
Esta fotografía -que ya habíamos publicado con el número 6458 y que fuera enviada por el periodista Nino Ramella- nos muestra a María Aurelia Paula Martínez Suárez (luego Silvia Legrand), José Antonio Martínez Suárez, Rosa María Juana Martínez Suárez (luego Mirtha Legrand) en enero de 1935 paseando por la antigua rambla.
La imagen ilustró una entrevista en que Mirtha y su hermana relatan sus veraneos en Mar del Plata. Fue publicado en el suplemento por el 109 Aniversario de La Capital y lo transcribimos a continuación:
Mirtha y Silvia Legrand
Desde Villa Cañás en caravana
Las vacaciones eran en familia y con amigos del pueblo santafesino donde las hermanas gemelas nacieron y se criaron. Las costumbres de aquellos veraneos y el recuerdo de años muy felices.
Por Paola Galano
“Ibamos en el auto. Papá manejaba. Eramos tan felices”. Como el follaje otoñal, los mismos recuerdos se deshojan y las hermanas Legrand, Mirtha y Silvia, hacen gala de su vasta memoria. Van para atrás y, como si de una regresión se tratara, se detienen en la primera infancia. Entonces, la familia entera dejaba los veranos tórridos en el sur de Santa Fe por el ambiente húmedo y fresco de una Mar del Plata “maravillosa”, apunta Mirtha.
“La nuestra no era familia de clase alta, no, mi padre era comerciante y mi madre era maestra, después llegó a ser directora del colegio 178 de Villa Cañás. No nos hacían faltar nada: buena educación, muy buena casa, buena comida, buena ropa, más no se puede aspirar cuando uno es chico, nos cuidaban, nos protegían”, contextualiza Silvia, que accedió a charlar con LA CAPITAL gracias a la amable gestión de su famosa hermana gemela.
Dos días de viaje
Para los Martínez Suárez -verdadero apellido de las actrices-, las vacaciones eran en verano, nunca en invierno, y duraban tres meses, religiosamente. El punto inicial era cuando José Martínez ponía en condiciones el auto y, junto a su esposa Rosa, sus hijas y su hijo Josecito y otras familias amigas del pueblo, salían en caravana hacia el mar.
“Mi papá era de Ford, las otras familias eran de Chevrolet, pero no era una competencia. El camino era muy angosto, no había autopista”, dice la conductora. “Es que era muy solidario el pueblo, si a algún auto le pasaba algo el otro podía auxiliarlo -sigue Silvia o Goldie, como la llaman en su entorno-, era lindísimo el viaje. Nos llevaba casi dos días llegar a Mar del Plata y lo hacíamos en dos etapas. Parábamos cerca de Luján”. O, ya de más grandes, las hermanas también se detenían en Chascomús para “tomar el té y comer algo”.
Días de sol
Mirtha recuerda: “Nos instalábamos enero, febrero y marzo, porque antes la gente veraneaba toda la temporada. Ibamos al hotel Nogaró (Luro y Corrientes), era buenísimo, y después a un hotel de la familia Dartiguelongue, que se llamaba De familia”. Y Silvia completa: “También nos alojábamos en el Hotel Ostende”.
La playa durante la mañana (“la arena era muy blanca, muy agradable de pisar”, suma Mirtha) y las salidas al cine, al circo, las caminatas por la prestigiosa calle San Martín o los paseos por los barrios más tradicionales de la ciudad formaban parte de las rutinas familiares. Primero fue la playa Bristol, más tarde, cuando las vacaciones eran sólo con mamá -José murió tempranamente- se trasladaron a Punta Mogotes, donde también alquilaban sombra.
“Al mar íbamos a la mañana -actualiza Goldie-, desde las diez a la una, cómo nos broncéabamos, regresábamos al hotel, nos bañábamos, íbamos a almorzar, los hoteles tenían unos restoranes en los que se comía fantásticamente bien, y después ya nos quedábamos en el hotel tranquilos, descansábamos un rato. Era usual que a la tarde fuera a la playa la gente del servicio. Nosotros a la tarde salíamos a pasear en auto, al Faro, a la Copelina, a la rambla o a ver las casonas de las familias más tradicionales”.
Al faro, de traje
Una imagen de su padre, siempre elegante, parece estar grabada a fuego en los recuerdos de las hermanas. “Cuando íbamos al Faro mi papá se ponía chaleco, corbata, traje y un sombrero panamá blanco, tenía una elegancia brutal”, rememora Silvia. El buen vestir era parte de los códigos de la familia. “Hay una foto en la que estamos los tres hermanos parados en la rambla Bristol con una paquetería única, en la rambla había unas confiterías paquetas, nosotros estamos hasta con boinas que hacían juego con el tapado y teníamos un cuellito de piel…”, resalta Silvia y apunta que esa imagen es la misma que tiene su hermana en el escritorio del estudio donde propone todos los domingos su tradicionales almuerzos televisados.
Ya más adolescentes, fue la misma Mirtha la que, al volante, llegó al balneario en su flamante Citroën. “Ya había empezado a trabajar. Recuerdo que tenía un permiso especial para poder manejar, entonces nos fuimos con mi mamá y mi hermana”, agrega. Silvia confirma que sus quince años los celebraron un 23 de febrero en estas tierras, en una confitería “preciosa” que miraba al océano.
Amor a primera vista
“Llamábamos la atención porque éramos muy monas. En esa época empezamos a vestirnos distintas, porque si no nos vestíamos iguales”, dice.
Sin embargo, los posibles pretendientes no tuvieron suerte con la menos conocida de las Legrand. Sigue Goldie: “Hacía poco que había conocido al que después fue mi marido, hacía como unas dos semanas y yo estaba enloquecida, me había impactado, fue amor a primera vista, él me escribía cartas a Mar del Plata”. Ese amor terminó en casamiento y en un matrimonio que dio dos hijas. Para conservar ese amor, justamente, que concretó junto a Eduardo Lópine -militar del Ejército- dejó el cine, el teatro y la televisión. “Cuando vos te casás con una persona que no es del ambiente es muy difícil seguir una carrera, porque los horarios son diferentes. A la hora en que yo venía de hacer teatro mi marido a lo mejor se tenía que levantar para cumplir con sus obligaciones. Teníamos un desfasaje muy grande y eso se reflejaba en la felicidad de la pareja. Entonces un día dije: ‘Yo trabajo, gano bien pero es una plata amarga la que gano’. Y preferí tener paz en mi casa, que la familia se mantuviera bien unida y en buenas relaciones, criar bien a mis hijas y opté por la familia en lugar del espectáculo. Hoy no me arrepiento, tuve una vida hermosa”.
Con Tinaire y mamá al lado
Los festejantes que pudo haber tenido Mirtha tampoco tuvieron suerte. “No tuve amores de verano. Cuando me puse de novia con Daniel (Tinayre) me dijo que como yo me venía a Mar del Plata él se iba a Punta del Este. Entonces yo dije: ‘Esto no camina’. Pero a los dos días apareció en Mar del Plata. Eso quiere decir que estaba enamorado. Y ese verano salimos a bailar, fuimos a restoranes, íbamos a la playa con mi madre, por supuesto, porque en esa época uno siempre tenía a la mamá al lado. Me casé y seguí yendo a Mar del Plata. No te digo que soy marplatense porque no me gusta arrogarme un título que no tengo pero la llevo en el corazón”.
“Después de que murió Eduardo no fui más a Mar del Plata porque me causa mucha tristeza, ya no voy a los lugares a los que íbamos juntos, me duele, estoy llena de recuerdos”, se disculpa Silvia pero, a la vez, quiere agradecerle a la cálida ciudad de su infancia: “He pasado momentos tan lindos, cuando estábamos todos juntos, con mamá, papá, mis hermanos. Son cosas inolvidables de la vida”.
Cariño popular
En Mar del Plata selló para siempre el cariño del público. En sus almuerzos que durante varios veranos realizó desde estas playas -en el Hermitage Hotel y en otros sitios-, la conductora Mirtha Legrand alcanzó a sentir un amor sincero por parte de su seguidores, los mismos que desde todo el país calientan el rating de sus almuerzos con famosos. “La gente se transforma cuando está en Mar del Plata, se pone afectuosa, cariñosa, quiere ver a sus actores conocidos, es una relación muy especial, muy linda, muy placentera”, afirma.
Sus actividades en esta ciudad también incluyeron lo solidario. Se puso al frente de desfiles de modas para recaudar fondos para el Hospital Materno Infantil. “Soy la presidenta honoraria de la Fundación del Materno, siempre colaboro y todos los años hacemos una gran comida en la que recaudamos muchísimo dinero, compramos aparatos que necesita el hospital”, cuenta.
Como actriz, desembarcó en diferentes veranos con obras como “Rosas rojas”, “Constancia”, “Cuarenta kilates” y “Potiche”. “Cuando hice Potiche viví todo un verano en la casa que Carlos Di Doménico y su mujer (ambos diseñadores de moda) tienen en Los Troncos”, evoca y no puede eludir su paso como estrella del séptimo arte durante los viejos festivales internacionales de cine de Mar del Plata, evento anual que en la actualidad preside su hermano José Martínez Suárez.
Declarada Visitante Ilustre en 1998, la actriz y conductora tiene por costumbre recorrer todos los teatros del verano. Ahí vuelve a encontrarse con sus fanáticos. “No le escatimo mi presencia al público, al contrario, me gusta estar y saludarlos y que me besen, me dicen cosas lindas. Al ego hay que alimentarlo”, ríe.

Esta fotografía -que ya habíamos publicado con el número 6458 y que fuera enviada por el periodista Nino Ramella- nos muestra a María Aurelia Paula Martínez Suárez (luego Silvia Legrand), José Antonio Martínez Suárez, Rosa María Juana Martínez Suárez (luego Mirtha Legrand) en enero de 1935 paseando por la antigua rambla.

La imagen ilustró una entrevista en que Mirtha y su hermana relatan sus veraneos en Mar del Plata. Fue publicado en el suplemento por el 109 Aniversario de La Capital y lo transcribimos a continuación:

Mirtha y Silvia Legrand

Desde Villa Cañás en caravana

Las vacaciones eran en familia y con amigos del pueblo santafesino donde las hermanas gemelas nacieron y se criaron. Las costumbres de aquellos veraneos y el recuerdo de años muy felices.

Por Paola Galano

“Ibamos en el auto. Papá manejaba. Eramos tan felices”. Como el follaje otoñal, los mismos recuerdos se deshojan y las hermanas Legrand, Mirtha y Silvia, hacen gala de su vasta memoria. Van para atrás y, como si de una regresión se tratara, se detienen en la primera infancia. Entonces, la familia entera dejaba los veranos tórridos en el sur de Santa Fe por el ambiente húmedo y fresco de una Mar del Plata “maravillosa”, apunta Mirtha.

“La nuestra no era familia de clase alta, no, mi padre era comerciante y mi madre era maestra, después llegó a ser directora del colegio 178 de Villa Cañás. No nos hacían faltar nada: buena educación, muy buena casa, buena comida, buena ropa, más no se puede aspirar cuando uno es chico, nos cuidaban, nos protegían”, contextualiza Silvia, que accedió a charlar con LA CAPITAL gracias a la amable gestión de su famosa hermana gemela.

Dos días de viaje

Para los Martínez Suárez -verdadero apellido de las actrices-, las vacaciones eran en verano, nunca en invierno, y duraban tres meses, religiosamente. El punto inicial era cuando José Martínez ponía en condiciones el auto y, junto a su esposa Rosa, sus hijas y su hijo Josecito y otras familias amigas del pueblo, salían en caravana hacia el mar.

“Mi papá era de Ford, las otras familias eran de Chevrolet, pero no era una competencia. El camino era muy angosto, no había autopista”, dice la conductora. “Es que era muy solidario el pueblo, si a algún auto le pasaba algo el otro podía auxiliarlo -sigue Silvia o Goldie, como la llaman en su entorno-, era lindísimo el viaje. Nos llevaba casi dos días llegar a Mar del Plata y lo hacíamos en dos etapas. Parábamos cerca de Luján”. O, ya de más grandes, las hermanas también se detenían en Chascomús para “tomar el té y comer algo”.

Días de sol

Mirtha recuerda: “Nos instalábamos enero, febrero y marzo, porque antes la gente veraneaba toda la temporada. Ibamos al hotel Nogaró (Luro y Corrientes), era buenísimo, y después a un hotel de la familia Dartiguelongue, que se llamaba De familia”. Y Silvia completa: “También nos alojábamos en el Hotel Ostende”.

La playa durante la mañana (“la arena era muy blanca, muy agradable de pisar”, suma Mirtha) y las salidas al cine, al circo, las caminatas por la prestigiosa calle San Martín o los paseos por los barrios más tradicionales de la ciudad formaban parte de las rutinas familiares. Primero fue la playa Bristol, más tarde, cuando las vacaciones eran sólo con mamá -José murió tempranamente- se trasladaron a Punta Mogotes, donde también alquilaban sombra.

“Al mar íbamos a la mañana -actualiza Goldie-, desde las diez a la una, cómo nos broncéabamos, regresábamos al hotel, nos bañábamos, íbamos a almorzar, los hoteles tenían unos restoranes en los que se comía fantásticamente bien, y después ya nos quedábamos en el hotel tranquilos, descansábamos un rato. Era usual que a la tarde fuera a la playa la gente del servicio. Nosotros a la tarde salíamos a pasear en auto, al Faro, a la Copelina, a la rambla o a ver las casonas de las familias más tradicionales”.

Al faro, de traje

Una imagen de su padre, siempre elegante, parece estar grabada a fuego en los recuerdos de las hermanas. “Cuando íbamos al Faro mi papá se ponía chaleco, corbata, traje y un sombrero panamá blanco, tenía una elegancia brutal”, rememora Silvia. El buen vestir era parte de los códigos de la familia. “Hay una foto en la que estamos los tres hermanos parados en la rambla Bristol con una paquetería única, en la rambla había unas confiterías paquetas, nosotros estamos hasta con boinas que hacían juego con el tapado y teníamos un cuellito de piel…”, resalta Silvia y apunta que esa imagen es la misma que tiene su hermana en el escritorio del estudio donde propone todos los domingos su tradicionales almuerzos televisados.

Ya más adolescentes, fue la misma Mirtha la que, al volante, llegó al balneario en su flamante Citroën. “Ya había empezado a trabajar. Recuerdo que tenía un permiso especial para poder manejar, entonces nos fuimos con mi mamá y mi hermana”, agrega. Silvia confirma que sus quince años los celebraron un 23 de febrero en estas tierras, en una confitería “preciosa” que miraba al océano.

Amor a primera vista

“Llamábamos la atención porque éramos muy monas. En esa época empezamos a vestirnos distintas, porque si no nos vestíamos iguales”, dice.

Sin embargo, los posibles pretendientes no tuvieron suerte con la menos conocida de las Legrand. Sigue Goldie: “Hacía poco que había conocido al que después fue mi marido, hacía como unas dos semanas y yo estaba enloquecida, me había impactado, fue amor a primera vista, él me escribía cartas a Mar del Plata”. Ese amor terminó en casamiento y en un matrimonio que dio dos hijas. Para conservar ese amor, justamente, que concretó junto a Eduardo Lópine -militar del Ejército- dejó el cine, el teatro y la televisión. “Cuando vos te casás con una persona que no es del ambiente es muy difícil seguir una carrera, porque los horarios son diferentes. A la hora en que yo venía de hacer teatro mi marido a lo mejor se tenía que levantar para cumplir con sus obligaciones. Teníamos un desfasaje muy grande y eso se reflejaba en la felicidad de la pareja. Entonces un día dije: ‘Yo trabajo, gano bien pero es una plata amarga la que gano’. Y preferí tener paz en mi casa, que la familia se mantuviera bien unida y en buenas relaciones, criar bien a mis hijas y opté por la familia en lugar del espectáculo. Hoy no me arrepiento, tuve una vida hermosa”.

Con Tinaire y mamá al lado

Los festejantes que pudo haber tenido Mirtha tampoco tuvieron suerte. “No tuve amores de verano. Cuando me puse de novia con Daniel (Tinayre) me dijo que como yo me venía a Mar del Plata él se iba a Punta del Este. Entonces yo dije: ‘Esto no camina’. Pero a los dos días apareció en Mar del Plata. Eso quiere decir que estaba enamorado. Y ese verano salimos a bailar, fuimos a restoranes, íbamos a la playa con mi madre, por supuesto, porque en esa época uno siempre tenía a la mamá al lado. Me casé y seguí yendo a Mar del Plata. No te digo que soy marplatense porque no me gusta arrogarme un título que no tengo pero la llevo en el corazón”.

“Después de que murió Eduardo no fui más a Mar del Plata porque me causa mucha tristeza, ya no voy a los lugares a los que íbamos juntos, me duele, estoy llena de recuerdos”, se disculpa Silvia pero, a la vez, quiere agradecerle a la cálida ciudad de su infancia: “He pasado momentos tan lindos, cuando estábamos todos juntos, con mamá, papá, mis hermanos. Son cosas inolvidables de la vida”.

Cariño popular

En Mar del Plata selló para siempre el cariño del público. En sus almuerzos que durante varios veranos realizó desde estas playas -en el Hermitage Hotel y en otros sitios-, la conductora Mirtha Legrand alcanzó a sentir un amor sincero por parte de su seguidores, los mismos que desde todo el país calientan el rating de sus almuerzos con famosos. “La gente se transforma cuando está en Mar del Plata, se pone afectuosa, cariñosa, quiere ver a sus actores conocidos, es una relación muy especial, muy linda, muy placentera”, afirma.

Sus actividades en esta ciudad también incluyeron lo solidario. Se puso al frente de desfiles de modas para recaudar fondos para el Hospital Materno Infantil. “Soy la presidenta honoraria de la Fundación del Materno, siempre colaboro y todos los años hacemos una gran comida en la que recaudamos muchísimo dinero, compramos aparatos que necesita el hospital”, cuenta.

Como actriz, desembarcó en diferentes veranos con obras como “Rosas rojas”, “Constancia”, “Cuarenta kilates” y “Potiche”. “Cuando hice Potiche viví todo un verano en la casa que Carlos Di Doménico y su mujer (ambos diseñadores de moda) tienen en Los Troncos”, evoca y no puede eludir su paso como estrella del séptimo arte durante los viejos festivales internacionales de cine de Mar del Plata, evento anual que en la actualidad preside su hermano José Martínez Suárez.

Declarada Visitante Ilustre en 1998, la actriz y conductora tiene por costumbre recorrer todos los teatros del verano. Ahí vuelve a encontrarse con sus fanáticos. “No le escatimo mi presencia al público, al contrario, me gusta estar y saludarlos y que me besen, me dicen cosas lindas. Al ego hay que alimentarlo”, ríe.

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Monday, June 2nd, 2014
El periodista Horacio Pagani (centro) junto a dos amigos de su juventud durante uno de sus veraneos en Mar del Plata. Foto suministrada por Horacio Pagani.

El periodista Horacio Pagani (centro) junto a dos amigos de su juventud durante uno de sus veraneos en Mar del Plata. Foto suministrada por Horacio Pagani.

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Monday, June 2nd, 2014
El joven de la izquierda no es otro que el popular periodista deportivo Horacio Pagani, quien nos proporcionó esta foto que fue publicada en el suplemento aniversario de La Capital editado el 25 de Mayo de 2014. A continuación, el artículo completo:
Horacio Pagani
De visitante a local
Hoy logra que a través de sus debates la imagen de Mar del Plata en el verano llegue a televisores de todo el país. De niño venía con sus hermanas, y en su primera juventud con “la barra”. Como periodista, en los comienzos de Passarella y Vilas. Y ahora lo unen con la ciudad amistades y un inesperado lazo familiar.
por Vito Amalfitano
Años atrás, el estío porteño y el del resto del país recibían un refresco imaginario de Mar del Plata a través de la pantalla gracias a Mirtha Legrand o Juan Alberto Mateyko. Los programas en directo desde aquí eran una caja de resonancia que invitaba a hacer lo imposible por venir de vacaciones a la ciudad.
Desde la radio, en otros tiempos, lo hicieron también voces emblemáticas como las de Julio Lagos o Juan Alberto Badía. Eso alimentaba la imaginación. Pero la fuerza de las imagenes provocaban el deseo de mojarse los pies en el mar. Miles o millones armaban las valijas. Otros tantos se quedaban con las ganas para siempre.
Discusiones calientes
En el nuevo siglo, los almuerzos de Mirtha o los cantantes de Mateyko, fueron reemplazados por las discusiones calientes de Horacio Pagani, siempre con el mar de fondo. Las transmisiones de Estudio Fútbol desde Punta Mogotes se transformaron, efectivamente, en un clásico de los últimos veranos, con Horacio Pagani como la gran figura para proponer e impulsar el debate.
Se transformó en la figura saliente, al influjo de una “fama” que, el propio Horacio admite, le llegó “tarde”.
En efecto, Horacio Pagani es, desde hace décadas, uno de los periodistas deportivos más importantes de Argentina, probablemente el más importante y el de más fuerte permanencia en la gráfica, con gran prestigio en el medio merced a sus comentarios, coberturas y columnas en el diario Clarín. En ese marco, cubrió 150 peleas por el título del mundo como enviado especial en el exterior para Clarín, y lleva 8 mundiales (el noveno será el de Brasil) y 2 Juegos Olímpicos.
Clarín y El Gráfico
Pero recién cuando llegó a la radio,-sus comienzos en Mitre fueron hace unos 14 años-, y mucho más a la tele, se transformó primero en un periodista conocido, después en un famoso y más adelante en el tiempo en una celebridad. Por su verborragia, porque no se pone “el cassette”, porque dice lo que otros periodistas no, por su defensa convincente de un estilo de juego que es el que hizo grande al fútbol argentino y que ahora la mayoría no protege o desestima su valor. También, claro, por las discusiones bien fuertes, por sus cruces con Alejandro Fabbri, Marcelo Palacios o Gastón Recondo, por ejemplo. Y por un manejo de cámaras, tiempos y show televisivo que supo aprender rápidamente aunque este género le haya llegado “tarde”.
Horacio Pagani se transformó, entonces, en una figura de la televisión, más allá de su condición de periodista con prestigio pero sin fama que podía ostentar de toda su carrera en Clarín y antes en El Gráfico.
Pagani y Mar del Plata
Aquí en Mar del Plata, además, en los albores de esa “fama”, Horacio Pagani presentó en Punta Mogotes su primer libro, “El fútbol que le gusta a la gente”. Y para ello eligió que lo acompañen dos amigos de la época en la que ni siquiera se lo conocía por la tele, Juan Carlos Morales y el autor de esta nota.
Más acá en el tiempo, también en Mar del Plata, por primera vez Horacio se subió a las tablas, para una desopilante participación en una obra de teatro, Dejame hablar amor, de Daniel Dátola, que quedó trunca rápidamente por una desgracia familiar de su compañero Nacho Viale.
Antes de este tiempo de reconocimiento masivo, e incluso antes de los inicios de su trayectoria periodística, Horacio Pagani tiene una historia de enlace muy particular con Mar del Plata.
“Mínimamente, cien veces”
“El otro día me lo preguntaba en charla con mi mujer, ¿cuántas veces habré venido a Mar del Plata en mi vida?. Por lo menos, mínimamente, cien veces….”, apunta primero Horacio en su recuerdo con LA CAPITAL.
“Y esas cien veces antes de esta continuidad que venimos teniendo con el programa en los veranos, todos los eneros desde 2008”, agrega.
“Mar del Plata es muy importante para mí por todas las reminiscencias que tiene con mi infancia,-apunta y se emociona  Horacio-. Cuando era pibe, un muchacho, calculo no mucho más de 18 años, venía con un ‘barrita’ de pibes…Veníamos a jugar al Casino, que estaba prohibido porque era para mayores de 22. Como yo tenía poco pelo, me peinaba a la gomina para atrás para poder pasar. Y además había que entrar con corbata al Casino en aquel tiempo, estamos hablando del año ‘del corcho’ eh…” “Entonces,-sigue rememorando-, nos íbamos a un boliche que estaba enfrente del Casino a las cuatro de la tarde, empilchados de negro, con traje cruzado, corbata y peinados para cuando abriera el Casino, y así cruzar y entrar a esa hora, que era cuando menos se controlaba”.
El viaje con “la barra”
-En esos tiempos, todavía nada de periodismo…
-No, yo laburaba en el banco, entré cuando tenía 17. No era periodista… Fue antes de la colimba. Nunca nos pararon en esas entradas al Casino, pero entrábamos como si cometiéramos un delito máximo. Y entrábamos y jugábamos a la segunda docena, los mismos números que elijo ahora…
-¿En qué venían con “la barra”?
-A menudo nos veníamos a Mar del Plata en un micro. Viajábamos toda la noche del viernes, llegábamos el sábado a la mañana, íbamos a Playa Serena, nos jugábamos un partido de fútbol, nos quemábamos mucho… Eran partidos terribles ahí en la arena. Y luego íbamos al hotel, que quedaba en La Perla, sobre Hipólito Yrigoyen, y ahí esperábamos la noche para salir y dar una vuelta, y también probar entrar al Casino, cuando no íbamos a la tarde temprano… Y lo que más añoro de aquella época era la figura que tenía, fíjense… (foto)
La infancia con Pichi y Mari
-¿Hay recuerdos anteriores a esos o no vino a Mar del Plata en la infancia?
-Sí, sí, vine de mucho más pibe. Yo ya venía de muy chico con dos hermanas mías, Pichi y Mari, que fallecieron. Tendría 10 años, era pibe. Veníamos a un hotel, sobre la calle Belgrano… El hotel “California”. Veníamos con una familia vecina, la familia Palmieri, que estaba constituida por un amigo de la infancia, su hermana y sus padres. Alguna vez pudimos traer a mi vieja, que nunca había venido a Mardel…Y en la calle Belgrano, dos o tres cuadras hacia adentro del Casino, recuerdo que se alquilaban caballos para dar la vuelta a la manzana, y eso que ya estaba asfaltado…Hablo de los años 50. Ha cambiado todo en la vida, en el fútbol, en todo. Recuerdo también que en ese tiempo se veían películas de Chaplín en la Rambla.
-Y después vinieron esos fines de semana con “la barra”, ya no con tanto candor…
-Sí, recuerdo mucho esos viajes con los pibes, porque salíamos el viernes a la tardecita y después nos volvíamos sin dormir los lunes, que entrábamos a las 12 menos cuarto al banco en esa época.
Periodismo en Mar del Plata
-¿Y cuáles son los primeros y más importantes recuerdos como periodista en Mar del Plata?
-Me acuerdo, por ejemplo, cuando le mangábamos entradas al Gordo Martínez para los partidos del fútbol de verano y sacaba un toco del bolsillo. Nos llevaba a comer a su casa de Los Troncos cuando yo laburaba en El Gráfico.
-¿Alguna anécdota de ese tiempo?
-Una vez alquilábamos en Punta Mogotes una casa todos los muchachos de Clarín que estábamos para la cobertura del fútbol de verano. Resulta que para hacer un asado necesitábamos una chapa para el reparo del fuego y fuimos a pedir a una casa de enfrente. El que salió a la puerta fue nada menos que Amadeo Carrizo. Nos prestó la chapa pero nos pidió sumarse al asado y trajo…¡dos chorizos! para poner en la parrilla. De eso hace más de 30 años. La noche fue larga y bien rociada. La discusión se hizo fuerte y nadie se guardaba nada. Se debatía si él era el más grande arquero o no, pero lo agarramos con Juan De Biase y le dijimos que se cagaba en la cancha de Boca. Así se lo dijimos, directamente. Y lo increíble es que lo aceptó.
Boxeo y hasta tenis…
-Fue enviado de Clarín a todo el mundo para la cobertura de 150 peleas por el título del mundo. ¿También cubrió boxeo en  Mar del Plata?
-Sí, sí, algunas recuerdo. Del Zurdo Vázquez, del Gordo Domínguez…. También una vez viajé para una pelea para El Gráfico, que ahora no me acuerdo cuál era, y resulta que una vez acá me mandaron de urgencia a hacerle una nota a Guillermo Vilas porque se había peleado con las autoridades de la Asociación Argentina de Tenis, creo que era con Morea la cuestión. La verdad es que le fuí con la verdad: “Mirá pibe, yo de tenis no entiendo nada”, le dije. Me ayudó, me empezó a explicar sobre el Circuito del Río de La Plata, el resto salió con oficio….
-Y de los partidos del fútbol de verano, cuál es el que más le queda…
-Seguramente el clásico del debut absoluto de  Passarella, con Pipo Rossi de DT. Ese día lo puso de 3…
Familia en Mar del Plata
-Y ahora Horacio, después de tanta historia con Mar del Plata, después de tantos años, le vino a aparecer un lazo familiar también por aquí…
-Sí, fijate vos como se cierra la parábola. Este fue mi primer lugar de veraneo de muy pibe. Era una emoción venir a Mar del Plata, ya lo palpitábamos, me acuerdo, cuando parábamos en Cevigne, en la ruta. Pero también me acuerdo y me pega mucho que mi viejo no llegó a conocer Mar del Plata. Pero después de aquellos viajes de la infancia, de esas escapadas con “la barra”, de la amistad con ustedes, y de tantos años de hacer periodismo aquí, gracias a este tiempo de la tele, de reconocimiento más masivo, me reencontré con un sobrino que casi no conocía y que vive en Mar del Plata, Miguel, con quien en los últimos años restablecimos una relación muy linda, y ahora vine a la ciudad especialmente para su cumpleaños 50. Fijate que se me apareció en la presentación del libro, en Mogotes, y al final de la charla, de escucharla toda, vino a saludarme tímidamente y me dijo ‘Horacio, yo soy su sobrino’. Me contó cómo era el vínculo familiar, de parte de mi vieja, y cómo las vueltas de la vida los habían llevado hasta acá. A partir de ahí entablamos una relación muy linda, con él, con mi otro sobrino Marcelo, con sus hijos… Como verán, cada vez más estoy pegado a Mar del Plata.

El joven de la izquierda no es otro que el popular periodista deportivo Horacio Pagani, quien nos proporcionó esta foto que fue publicada en el suplemento aniversario de La Capital editado el 25 de Mayo de 2014. A continuación, el artículo completo:

Horacio Pagani

De visitante a local

Hoy logra que a través de sus debates la imagen de Mar del Plata en el verano llegue a televisores de todo el país. De niño venía con sus hermanas, y en su primera juventud con “la barra”. Como periodista, en los comienzos de Passarella y Vilas. Y ahora lo unen con la ciudad amistades y un inesperado lazo familiar.

por Vito Amalfitano

Años atrás, el estío porteño y el del resto del país recibían un refresco imaginario de Mar del Plata a través de la pantalla gracias a Mirtha Legrand o Juan Alberto Mateyko. Los programas en directo desde aquí eran una caja de resonancia que invitaba a hacer lo imposible por venir de vacaciones a la ciudad.

Desde la radio, en otros tiempos, lo hicieron también voces emblemáticas como las de Julio Lagos o Juan Alberto Badía. Eso alimentaba la imaginación. Pero la fuerza de las imagenes provocaban el deseo de mojarse los pies en el mar. Miles o millones armaban las valijas. Otros tantos se quedaban con las ganas para siempre.

Discusiones calientes

En el nuevo siglo, los almuerzos de Mirtha o los cantantes de Mateyko, fueron reemplazados por las discusiones calientes de Horacio Pagani, siempre con el mar de fondo. Las transmisiones de Estudio Fútbol desde Punta Mogotes se transformaron, efectivamente, en un clásico de los últimos veranos, con Horacio Pagani como la gran figura para proponer e impulsar el debate.

Se transformó en la figura saliente, al influjo de una “fama” que, el propio Horacio admite, le llegó “tarde”.

En efecto, Horacio Pagani es, desde hace décadas, uno de los periodistas deportivos más importantes de Argentina, probablemente el más importante y el de más fuerte permanencia en la gráfica, con gran prestigio en el medio merced a sus comentarios, coberturas y columnas en el diario Clarín. En ese marco, cubrió 150 peleas por el título del mundo como enviado especial en el exterior para Clarín, y lleva 8 mundiales (el noveno será el de Brasil) y 2 Juegos Olímpicos.

Clarín y El Gráfico

Pero recién cuando llegó a la radio,-sus comienzos en Mitre fueron hace unos 14 años-, y mucho más a la tele, se transformó primero en un periodista conocido, después en un famoso y más adelante en el tiempo en una celebridad. Por su verborragia, porque no se pone “el cassette”, porque dice lo que otros periodistas no, por su defensa convincente de un estilo de juego que es el que hizo grande al fútbol argentino y que ahora la mayoría no protege o desestima su valor. También, claro, por las discusiones bien fuertes, por sus cruces con Alejandro Fabbri, Marcelo Palacios o Gastón Recondo, por ejemplo. Y por un manejo de cámaras, tiempos y show televisivo que supo aprender rápidamente aunque este género le haya llegado “tarde”.

Horacio Pagani se transformó, entonces, en una figura de la televisión, más allá de su condición de periodista con prestigio pero sin fama que podía ostentar de toda su carrera en Clarín y antes en El Gráfico.

Pagani y Mar del Plata

Aquí en Mar del Plata, además, en los albores de esa “fama”, Horacio Pagani presentó en Punta Mogotes su primer libro, “El fútbol que le gusta a la gente”. Y para ello eligió que lo acompañen dos amigos de la época en la que ni siquiera se lo conocía por la tele, Juan Carlos Morales y el autor de esta nota.

Más acá en el tiempo, también en Mar del Plata, por primera vez Horacio se subió a las tablas, para una desopilante participación en una obra de teatro, Dejame hablar amor, de Daniel Dátola, que quedó trunca rápidamente por una desgracia familiar de su compañero Nacho Viale.

Antes de este tiempo de reconocimiento masivo, e incluso antes de los inicios de su trayectoria periodística, Horacio Pagani tiene una historia de enlace muy particular con Mar del Plata.

“Mínimamente, cien veces”

“El otro día me lo preguntaba en charla con mi mujer, ¿cuántas veces habré venido a Mar del Plata en mi vida?. Por lo menos, mínimamente, cien veces….”, apunta primero Horacio en su recuerdo con LA CAPITAL.

“Y esas cien veces antes de esta continuidad que venimos teniendo con el programa en los veranos, todos los eneros desde 2008”, agrega.

“Mar del Plata es muy importante para mí por todas las reminiscencias que tiene con mi infancia,-apunta y se emociona  Horacio-. Cuando era pibe, un muchacho, calculo no mucho más de 18 años, venía con un ‘barrita’ de pibes…Veníamos a jugar al Casino, que estaba prohibido porque era para mayores de 22. Como yo tenía poco pelo, me peinaba a la gomina para atrás para poder pasar. Y además había que entrar con corbata al Casino en aquel tiempo, estamos hablando del año ‘del corcho’ eh…” “Entonces,-sigue rememorando-, nos íbamos a un boliche que estaba enfrente del Casino a las cuatro de la tarde, empilchados de negro, con traje cruzado, corbata y peinados para cuando abriera el Casino, y así cruzar y entrar a esa hora, que era cuando menos se controlaba”.

El viaje con “la barra”

-En esos tiempos, todavía nada de periodismo…

-No, yo laburaba en el banco, entré cuando tenía 17. No era periodista… Fue antes de la colimba. Nunca nos pararon en esas entradas al Casino, pero entrábamos como si cometiéramos un delito máximo. Y entrábamos y jugábamos a la segunda docena, los mismos números que elijo ahora…

-¿En qué venían con “la barra”?

-A menudo nos veníamos a Mar del Plata en un micro. Viajábamos toda la noche del viernes, llegábamos el sábado a la mañana, íbamos a Playa Serena, nos jugábamos un partido de fútbol, nos quemábamos mucho… Eran partidos terribles ahí en la arena. Y luego íbamos al hotel, que quedaba en La Perla, sobre Hipólito Yrigoyen, y ahí esperábamos la noche para salir y dar una vuelta, y también probar entrar al Casino, cuando no íbamos a la tarde temprano… Y lo que más añoro de aquella época era la figura que tenía, fíjense… (foto)

La infancia con Pichi y Mari

-¿Hay recuerdos anteriores a esos o no vino a Mar del Plata en la infancia?

-Sí, sí, vine de mucho más pibe. Yo ya venía de muy chico con dos hermanas mías, Pichi y Mari, que fallecieron. Tendría 10 años, era pibe. Veníamos a un hotel, sobre la calle Belgrano… El hotel “California”. Veníamos con una familia vecina, la familia Palmieri, que estaba constituida por un amigo de la infancia, su hermana y sus padres. Alguna vez pudimos traer a mi vieja, que nunca había venido a Mardel…Y en la calle Belgrano, dos o tres cuadras hacia adentro del Casino, recuerdo que se alquilaban caballos para dar la vuelta a la manzana, y eso que ya estaba asfaltado…Hablo de los años 50. Ha cambiado todo en la vida, en el fútbol, en todo. Recuerdo también que en ese tiempo se veían películas de Chaplín en la Rambla.

-Y después vinieron esos fines de semana con “la barra”, ya no con tanto candor…

-Sí, recuerdo mucho esos viajes con los pibes, porque salíamos el viernes a la tardecita y después nos volvíamos sin dormir los lunes, que entrábamos a las 12 menos cuarto al banco en esa época.

Periodismo en Mar del Plata

-¿Y cuáles son los primeros y más importantes recuerdos como periodista en Mar del Plata?

-Me acuerdo, por ejemplo, cuando le mangábamos entradas al Gordo Martínez para los partidos del fútbol de verano y sacaba un toco del bolsillo. Nos llevaba a comer a su casa de Los Troncos cuando yo laburaba en El Gráfico.

-¿Alguna anécdota de ese tiempo?

-Una vez alquilábamos en Punta Mogotes una casa todos los muchachos de Clarín que estábamos para la cobertura del fútbol de verano. Resulta que para hacer un asado necesitábamos una chapa para el reparo del fuego y fuimos a pedir a una casa de enfrente. El que salió a la puerta fue nada menos que Amadeo Carrizo. Nos prestó la chapa pero nos pidió sumarse al asado y trajo…¡dos chorizos! para poner en la parrilla. De eso hace más de 30 años. La noche fue larga y bien rociada. La discusión se hizo fuerte y nadie se guardaba nada. Se debatía si él era el más grande arquero o no, pero lo agarramos con Juan De Biase y le dijimos que se cagaba en la cancha de Boca. Así se lo dijimos, directamente. Y lo increíble es que lo aceptó.

Boxeo y hasta tenis…

-Fue enviado de Clarín a todo el mundo para la cobertura de 150 peleas por el título del mundo. ¿También cubrió boxeo en  Mar del Plata?

-Sí, sí, algunas recuerdo. Del Zurdo Vázquez, del Gordo Domínguez…. También una vez viajé para una pelea para El Gráfico, que ahora no me acuerdo cuál era, y resulta que una vez acá me mandaron de urgencia a hacerle una nota a Guillermo Vilas porque se había peleado con las autoridades de la Asociación Argentina de Tenis, creo que era con Morea la cuestión. La verdad es que le fuí con la verdad: “Mirá pibe, yo de tenis no entiendo nada”, le dije. Me ayudó, me empezó a explicar sobre el Circuito del Río de La Plata, el resto salió con oficio….

-Y de los partidos del fútbol de verano, cuál es el que más le queda…

-Seguramente el clásico del debut absoluto de  Passarella, con Pipo Rossi de DT. Ese día lo puso de 3…

Familia en Mar del Plata

-Y ahora Horacio, después de tanta historia con Mar del Plata, después de tantos años, le vino a aparecer un lazo familiar también por aquí…

-Sí, fijate vos como se cierra la parábola. Este fue mi primer lugar de veraneo de muy pibe. Era una emoción venir a Mar del Plata, ya lo palpitábamos, me acuerdo, cuando parábamos en Cevigne, en la ruta. Pero también me acuerdo y me pega mucho que mi viejo no llegó a conocer Mar del Plata. Pero después de aquellos viajes de la infancia, de esas escapadas con “la barra”, de la amistad con ustedes, y de tantos años de hacer periodismo aquí, gracias a este tiempo de la tele, de reconocimiento más masivo, me reencontré con un sobrino que casi no conocía y que vive en Mar del Plata, Miguel, con quien en los últimos años restablecimos una relación muy linda, y ahora vine a la ciudad especialmente para su cumpleaños 50. Fijate que se me apareció en la presentación del libro, en Mogotes, y al final de la charla, de escucharla toda, vino a saludarme tímidamente y me dijo ‘Horacio, yo soy su sobrino’. Me contó cómo era el vínculo familiar, de parte de mi vieja, y cómo las vueltas de la vida los habían llevado hasta acá. A partir de ahí entablamos una relación muy linda, con él, con mi otro sobrino Marcelo, con sus hijos… Como verán, cada vez más estoy pegado a Mar del Plata.

9109

Monday, June 2nd, 2014
Una reliquia: el autógrafo de Astor Piazzolla en el programa de una de sus presentaciones en Mar del Plata. Pertenece al periodista Marcelo Gobello  quien comenta:
“Recuerdo de uno de los momentos más inolvidables de mi vida: la primera vez que vi en directo al genio Astor Piazzolla. ¡Y encima con el Octeto Electrónico!”.
“Es la portada, autografiada por Astor, del programa de la temporada del ’76 en la Botonera”.
El recordado cine-teatro se hallaba en Rivadavia entre Independencia y Catamarca.
Imagen publicada en el suplemento aniversario de La Capital del 25 de Mayo de 2014.

Una reliquia: el autógrafo de Astor Piazzolla en el programa de una de sus presentaciones en Mar del Plata. Pertenece al periodista Marcelo Gobello  quien comenta:

“Recuerdo de uno de los momentos más inolvidables de mi vida: la primera vez que vi en directo al genio Astor Piazzolla. ¡Y encima con el Octeto Electrónico!”.

“Es la portada, autografiada por Astor, del programa de la temporada del ’76 en la Botonera”.

El recordado cine-teatro se hallaba en Rivadavia entre Independencia y Catamarca.

Imagen publicada en el suplemento aniversario de La Capital del 25 de Mayo de 2014.

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Saturday, May 31st, 2014

Astor Piazzolla y su primera esposa, Dedé, en la Rambla Bristol en 1948. La foto, aportada gentilmente por el periodista, escritor y docente Marcelo Gobello, fue publicada en el suplemento que La Capital editó el 25 de Mayo de 2014 al cumplir 109 años. En la oportunidad, el amigo Gobello anticipó en forma exclusiva un capítulo de su libro próximo a editarse -“Astor Piazzolla y Mar del Plata”- donde el hijo del genial músico hace un emotivo relato de sus veraneos en la ciudad.

Astor Piazzolla

El veraneo con los Noninos

El vínculo de Astor Piazzolla con Mar del Plata tiene más relación con sus afectos que con el tiempo que vivió en esta ciudad.

El genial músico nació en Mar del Plata el 11 de marzo de 1921. Fueron sus padres Vicente Piazzolla y Asunta Manetti, integrantes de dos frondosas familias italianas que habían llegado a la incipiente villa balnearia en busca de prosperidad.

Con el mismo propósito, Vicente y Asunta -los “Noninos”- emigraron a Nueva York en 1926 llevándose al pequeño Astor, de apenas 5 años.

Al retornar en 1937, Astor sabía tocar un bandoneón que su padre le había comprado en una casa de empeños de Nueva York. Pero su destino no estaba en Mar del Plata sino en Buenos Aires, donde el tango vivía su época de oro.

Los “Noninos” retomaron su vida marplatense mientras Astor -al tiempo que prosperaba como músico- se casó con Dedé Wolf en 1942. Del matrimonio nacieron dos hijos: Diana (1943) y Daniel (1944).

Recuerdos de la ciudad

En su libro “Astor Piazzolla y Mar del Plata” -próximo a editarse- Marcelo Gobello recoge el testimonio de su hijo Daniel en un capítulo que ofrece a manera de anticipo en este suplemento. A continuación, los párrafos más destacados de su relato:

“De mi bisabuelo Pantaleón Piazzolla, a quien obviamente no llegué a conocer, conservo un baúl de su propiedad que el mismo hizo a mano y donde puso “pantaleo piasolo” porque no sabía escribir. Por la parte de la familia Piazzolla, te cuento que Nonino (Vicente) tuvo tres hermanos: Ruggero (el hermano mayor que había nacido en Italia), la tía Teresa, y la hermana menor de todos, que se llamaba Rosita”.

“Todavía existe en Mar del Plata una peluquería que se llama “Piazzolla” y que pertenece a los descendientes de Ruggero, que también fue peluquero como Nonino”.

Amante de la pesca

“Recuerdo que papá tenía un lugar de preferencia para pescar en Mar del Plata que estaba ubicado en las piedras de Playa Chica (donde muchos años después nos sacamos unas fotos él, Nonina y yo); bajás y hay una piedra plana enorme y ahí íbamos mucho a pescar juntos. También íbamos a cazar a El Boquerón, nos gustaba cazar perdices o lo que hubiera por los caminos, ojo, no nos metíamos en ningún campo”.

“La escollera Sur era otro de los lugares preferidos para la pesca, yo era muy compañero de él. De pibe, era su ladero. A veces –muchos años después- recuerdo que me pasaba a buscar y nos íbamos dos días a pescar a Mar del Plata. Por supuesto que parábamos en la casa de los Noninos en Alberti 1561, donde estaba el chalet donde habían vivido siempre desde que regresaron de Estados Unidos y había dos locales (el 1555 y 1557). En el 1555 estaba la bicicletería y cuando Nonino se cansó de arreglar bicicletas puso una juguetería y durante una época al mismo tiempo funcionaba ahí una recepción de tintorería”.

Veraneo con los Noninos

“Todos los veranos los Noninos venían a buscarnos a mí y a Dianita; era adoración que tenían por nosotros. Recuerdo que Nonino tenía un Citroën 47 (el modelo llamado el once ligero) y nos venía a buscar al otro día que terminábamos las clases. Esa misma noche del fin de clases ya llegaban Nonino y Nonina y al otro día a la mañana ya partíamos para Mar del Plata”.

“Era una fiesta para nosotros, además nos amaban. Y nos pasábamos unas vacaciones bárbaras en Mar del Plata hasta que papá (que por lo general viajaba con mamá los fines de semana que no trabajaba) nos venía a buscar a final de la temporada (un día antes del comienzo de clases) y nos volvíamos con él en micro a Buenos Aires. Nos pasábamos casi 4 meses en Mar del Plata. Recuerdo en el 57 que hubo la terrible epidemia de poliomelitis y que nos quedamos casi hasta junio allí!”.

“No sabés cómo nos cuidaban y querían los abuelos. Papá era hijo único y nosotros éramos sus únicos nietos. Nonina nos pelaba las uvas una por una…”

Los días felices

“Yo no recuerdo haber pasado una temporada de verano en Capital, siempre en Mar del Plata. Ibamos mucho a la Playa Bristol de más chicos, porque no teníamos movilidad, así que bajábamos por Alsina hasta la costa y nos íbamos a la Bristol. Papá era muy amigo de todos los bañeros, ya que le gustaba mucho nadar. Nadie nos molestaba porque a papá no lo reconocía nadie. Ibamos todas las mañanas a la playa, a Astor le encantaba. Al mediodía volvíamos a almorzar a lo de los Noninos y casi todas las tardes salíamos con papá los dos juntos a pescar”.

“Papá después descubrió un lugar maravilloso para pescar, porque salían muchas corvinas inmensas y se llenaba de tiburones, en el norte de la ciudad cerca del vaciadero, al norte de parque Camet. Recuerdo que mi tío Ercolino Provenzano (casado mi tía Argentina, hermana de Nonina) nos retaba porque decía que eso era un asco, que cómo te vas a comer esos pescados que se alimentaban de los desperdicios de la ciudad. Pero seguimos yendo igual porque lo que a nosotros nos gustaba era la emoción de pique, no comernos los pescados”.

La carpa de Nonino

“Otra salida que recuerdo con mucha melancolía y alegría a la vez eran las salidas a El Boquerón, con Astor, Nonino y Nonina y a veces algunos tíos y primos. Nonino llevaba una carpa de lona pesadísima que había fabricado él y se armaban unos asados espectaculares; pasábamos todos el día ahí hasta la noche”.

“Mi papá y mi mamá eran fanáticos de una heladería que estaba en Cabo Corrientes y se llamaba “Lombardero”; se iban a la tarde en una bicicleta tándem que tenían para ellos guardada en la bicicletería de Nonino a buscar helados allí, casi religiosamente. (Diana y yo también teníamos nuestras propias bicicletas guardadas allí durante todo el año, que después usábamos en nuestros inolvidables veraneos.) Eran los mejores helados de Mar del Plata, quedaba cerca del viejo Hotel Amestoy por la zona del parque San Martin”.

Milanesas y Cagnolina

“Ya de más grande, en la época de La Botonera (teatro donde tocaba Astor en la década del 70), ibamos mucho a comer a la parrilla Trenque Lauquen, o al restaurante “Los Platitos” de los hermanos Espósito. Cuando éramos chicos no había tanta plata para ir a comer afuera seguido, además se comía tan bien en lo de Nonino y Nonina… cocinaban tan rico. Las milanesas de Nonina las recuerdo como las más ricas que jamás probé en mi vida y Nonino hacía una sopa de cazón que se llamaba la Cagnolina que era para chuparse los dedos”.

Astor nadador

“A papá le encantaba ir a la playa, sobre todo para nadar, era un excelente nadador, por eso se había hecho muy amigo de los bañeros de las playas del centro, porque se metía 400 o 500 metros mar adentro a nadar con ellos en sus prácticas”.

“También visitaba mucho a sus primos Bertolami, que recuerdo vivían casi todos en una misma cuadra, en la calle Rodríguez Peña entre Santiago del Estero y Santa Fe: Tito Bertolami (ahora ahí vive José Bertolami, un pibe de mi edad), la Negra Bertolami, Aimone Bertolami, lamentablemente ya todos fallecidos. Originalmente en esa zona había estado la quinta del Tio Pepe Bertolami (hermano de Nonina) de más de una manzana, donde recuerdo haber visto de chico una jaula inmensa llena de pajaritos, porque el tío Pepe era uno de los más grandes criadores de canarios de la Argentina en esa época”.

“Después que falleció Nonino en 1959 -tan joven, a los 66 años- Nonina se mudó a un departamento pequeño en la calle Avellaneda y Catamarca”.

“Dianita y yo tuvimos una infancia espectacular, tanto con nuestros padres como con nuestros abuelos, pero nuestra máxima felicidad eran los largos veraneos en Mar del Plata con Nonino y Nonina. Mar del Plata forma parte indisoluble de nuestras vidas, y sé muy bien que mi viejo siempre la quiso mucho.”

9107

Saturday, May 31st, 2014

Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo en playa marplatense. Aproximadamente, 1942. Fuente: Antropos.

La vida de Bioy en Mar del Plata y el reflejo de estas experiencias en su obra fueron el tema de uno de los artículos publicados en el suplemento especial publicado por LA CAPITAL el 25 de Mayo de 2014 con motivo de su 109 aniversario. A continuación, el artículo:

Bioy Casares

Una Mar del Plata de cuentos

Mar del Plata fue uno de los escenarios importantes en la vida cosmopolita del escritor Adolfo Bioy Casares. Algunas de sus obras están ambientadas en esta ciudad. Recorremos en esta nota los sitios que describió con su pluma magistral.

por Gustavo Visciarelli

“En la fría y solitaria Mar del Plata de esta época del año, trabajo, y, mientras tanto, estás, o creo que estás feliz…”, le escribía Adolfo Bioy Casares a Elena Garro el 21 de abril de 1969. El romance computaba veinte años de clandestinidad, un encendido cruce epistolar y apenas tres encuentros en distintas ciudades del mundo. Se sabe que en el final de la relación influyeron la revuelta de Tlatelolco y unos gatos de angora.

El otoño marplatense no era extraño para el escritor ni para su esposa Silvina Ocampo. En 1997, Bioy -que ya llevaba cuatro años de viudez- le confió al escritor Tomás Barla: “Nuestra costumbre era quedarnos en Mar del Plata después de la estación de verano. Nos quedábamos hasta mayo. Hacía mucho frío. Había muchos días de tormenta, entonces nos quedábamos en la casa mucho tiempo, y se nos ocurrió que podíamos escribir esta historia. Fue casi una cosa milagrosa, entre los dos; la escribimos con muchísimo placer, en muy poco tiempo. Y me arrepiento siempre de no haber insistido para hacer otros libros con ella”.

La obra referida es “Los que aman, odian”, novela policial editada en 1949. El número se repite tres veces: en el 1949 de la calle Quintana está la casa mencionada: Villa Silvina, hoy perteneciente al Mar del Plata Day School. En 1949 Bioy inició su relación con la escritora mexicana Elena Garro, esposa del poeta Octavio Paz, premio Nobel de Literatura 1990. Y en 1949, Jovita Iglesias -una joven orensana- llegaba al país y se empleaba como ama de llaves de Adolfo y Silvina.

El fugitivo que no fue

En su carta de abril del 69 escrita en Mar del Plata, Bioy dice: “En los diarios de por acá hay muy pocas noticias de México. Las que puedo darte de mí son demasiado triviales. La vidita de siempre… Menos mal que este año trabajé. Escribí una novela, El compromiso de vivir, que estoy corrigiendo; una Memoria sobre la pampa y los gauchos; un cuento, “El jardín de los sueños”, y ahora un segundo cuento [ilegible]: uno y otro, Dios mío, tratan de fugas. ¿Recuerdas que en el Théatre des Champs Elysées, en el 49, la primera noche que salimos, me dijiste que sentías gran respeto por los que huían? Me gustaría

compartir hoy esa convicción. En todo caso no me parece improbable que dentro de poco me convierta en fugitivo”. Si la última frase encerraba una velada promesa, quedó incumplida. El escritor nunca se separó de Silvina Ocampo, quien toleró sus infidelidades y hasta adoptó como propia una hija extramatrimonial de su marido.

Elena -divorciada de Paz desde 1959- no era feliz como aventuraba Bioy. Tras las sangrientas revueltas de Tlatelolco en 1968 quedó enfrentada con la intelectualidad mexicana y decidió irse a Europa junto a su hija. Fue entonces cuando recurrió a su amado Bioy para que se hiciera cargo de sus no menos amados gatos de angora, que eran ocho.

De jardines y cuentos

La escritora Victoria Ocampo, hermana de Silvina, también prolongaba sus estadías en Mar del Plata hasta entrado el otoño. Buscando una fecha que lo acredite dimos con el 8 de mayo de 1953 cuando la policía allanó Villa Victoria – Matheu 1851- “en busca de armas” y detuvo a la directora de revista Sur.

El 15 de abril de ese año dos bombas habían estallado con saldo trágico durante un acto de la CGT en Plaza de Mayo. Bajo la hipótesis de un complot terrorista contra el gobierno de Juan Domingo Perón, se desencadenó una pesquisa que derivó en decenas de detenciones. Una de ellas fue la de Victoria Ocampo, que a los 63 años purgó 26 días en la cárcel de Mujeres del Buen Pastor.

Aquella historia duerme en el olvido. No así el misticismo de esas casas vecinas donde Victoria y Silvina tuvieron sus villas veraniegas y albergaron a la elite cultural de su tiempo. “No sólo Borges, sino también Carlos Mastronardi, Manuel Peyrou…muchos escritores pasaron por ahí y compartieron mi amor por Mar del Plata”, le dijo Bioy Casares a LA CAPITAL en 1993, cuando anunció “con mucho dolor” la necesidad de vender la casa que habían comprado con Silvina en 1942.

De sus dichos surge que las villas no fueron meros hospedajes de notables. “Ibamos a la playa, almorzábamos en mi casa a las cuatro de la tarde -una hora española para almorzar- y después escribíamos”.

Bioy reveló, también, que aquellas estancias potenciaban sus procesos creativos: “Estábamos más cerca uno de otro que en Buenos Aires, donde cada uno tenía sus obligaciones. En Mar del Plata estábamos viviendo juntos y entonces no es extraño que planeáramos libros y colaboráramos en ellos”.

El relato no confronta, sino todo lo contrario, con la creencia de que Jorge Luis Borges se inspiró en el parque de Villa Victoria para escribir en 1941 “El jardín de los senderos que se bifurcan”, cuento que dedicó a Victoria Ocampo.

Bioy Casares, por su parte, no dejó enigmas: Mar del Plata está en su obra con escenarios reconocibles y personajes que se desenvuelven en una recurrente atmósfera otoñal.

Milagros irrecuperables

“A la tarde tomamos el té en una confitería de Santiago del Estero y San Martín, que voltearon años después”.

La legendaria Jockey Club de Mar del Plata es uno de los múltiples escenarios de “Los Milagros no se recuperan”, cuento fantástico publicado en 1967.

“Cada vez que alguien; para entrar o salir empujaba las grandes puertas de cristal, parecía que se desplazaba hacia el centro del salón un témpano de hielo”.

Los recuerdos con que Bioy construyó la escena deben ser anteriores a 1962, cuando la Jockey -que funcionaba en esa esquina desde 1914- fue cerrada para su posterior derribo. Vino luego su “etapa moderna” que expiró en 1976.

El protagonista del cuento – Luis Greve- figura en otro relato fantástico que Bioy escribió en 1937, cuando tenía 23 años. En la antigua versión, Greve está muerto y aparece en Estación Constitución ante un amigo que se apresta a viajar en tren a Mar del Plata. En el cuento del 67 está tan vivo que se permite una “escapada” de fin de semana junto a la bella y desinhibida Carmen Silveyra.

Turistas furtivos

Luis y Carmen bajan del tren “…en una noche fría y tenebrosa. En una larga fila, a la intemperie, la gente esperaba los taxímetros”. Quebrantando las normas de convivencia, corren “…por la inescrutable oscuridad, hasta el medio de la avenida Luro…” e interceptan un taxi.

Carmen sugiere alojarse en el Hotel Provincial. “Estas loca”….”Hay que buscar un hotelito medio escondido” responde Greve, que “por su condición” no debe dejarse ver. Ella tiene motivos de menor fuste para esconderse. Antes de viajar hizo un llamado telefónico y se declaró “enferma” para excusarse de participar en una colecta de beneficencia. En el acto se ha enterado que la presidenta de la entidad –”…la vieja más respetable y estricta de Buenos Aires”- también guarda cama.

Los amantes se hospedan en un hotel innominado que tiene la cocina clausurada por reformas y la calefacción rota.

“Al otro día brillaba un sol pálido y bajamos a la playa. Echados en lonas, al reparo de una casilla, logramos el calor suficiente para que nuestra mañana fuera agradable”…, relata Greve. Carmen dice: “…fuera de temporada cualquier balneario es poético”.

Por la tarde concurren a la Jockey Club y se topan con “una matrona voluminosa”. Es la presidenta de la Sociedad de Beneficencia, que mira a Carmen y se lleva el dedo índice a los labios en un elocuente pedido de silencio. También ella está aquí furtivamente junto a “un viejito de nariz colorada y bigote húmedo”, síntomas patognomónicos de un resfrío bien marplatense.

Abril en Mogotes

“El mar está lejos, más allá de bañados cubiertos de maleza, que uno cruza por caminitos terraplenados”. En el cuento “La Obra”, Bioy reconstruye el antiguo paisaje de Punta Mogotes, su balneario preferido. No lo menciona explícitamente, es cierto, pero las referencias son inequívocas.

Una embozada referencia nos dice que el protagonista del cuento es el propio Bioy, que viaja a esta ciudad a escribir una novela. “… conviene Mar del Plata porque es pan comido; no andaré alelado, buscando puntos de interés, ni me distraeré de la novela”, argumenta.

El otoño marplatense vuelve a aparecer: “… estábamos en abril, cuando las últimas tandas de veraneantes han vuelto a sus reductos y cuando son más hermosas las tardes. ¿No es abril el mes de los ingleses, de los que saben?”.

En este caso el escritor no se refugia en Villa Silvina, donde la trama hubiera resultado imposible, sino que alquila -¿verdad o ficción?- una vivienda a un joven matrimonio que explota estaciones de servicio “desde la costa hasta el Tandil”, “que gasta menos de lo que gana” y que “todos los años levanta un chalet”. Al conocerlos, se asombra de su “delicadeza notable” porque pensaba encontrar “…prósperos nuevos ricos de una ciudad un tanto materializada. ¡Cruz diablo!.”

El escritor echa una mirada profunda e inmediata sobre la dueña del chalet. Y con el correr de la trama hace lo propio -pero paulatinamente- sobre la empleada doméstica, a quien apoda despectivamente “la Mataca”. No obstante, luego irá descubriendo en ella una sumatoria de atractivos.

Paisajes conocidos

Las referencias marplatenses abundan en el cuento: un artículo sobre la Costa Galana que el protagonista lee en un diario viejo, las casas “con tablones que tapiaban sus puertas y ventanas”, las carpas de un balneario dispuestas “en herradura”, la mención del puerto y el Faro, una casilla montada sobre la arena y la puntual descripción del solitario paisaje costero son algunas de ellas.

Pero resta el tema de fondo. El cuento está inspirado en un personaje marplatense: el bañero Enrique Pucci, cuya historia en la ciudad se remonta a la década del 10. Bioy lo conoció en Mogotes y reparó en su tarea: colocar carpas y sombrillas en la arena, a despecho de la naturaleza que borraba su obra sistemáticamente. El escritor encontró en ello una alegoría del ser humano –y puntualmente del escritor- que procura trascender a través sus creaciones.

Al pie del cuento, Bioy le dejó a Enrique Pucci una dedicatoria que, por su fama de seductor compulsivo, generó erróneas (¿o lógicas?) interpretaciones: (A E.P, tan amistosa como secretamente). Años después admitiría risueñamente: “Mucha gente creyó que era una amiga”.

Las cartas de Bioy

En 1997 -un año antes de morir por su compulsión al cigarrillo, rodeada por gatos de raza en un departamento de Cuernavaca- Elena Garro vendió su archivo a la Universidad de Princeton. Así apareció la correspondencia que durante veinte años le enviara Bioy Casares: dos postales, 13 telegramas y 91 cartas. De las respuestas de Elena nada se supo. Del destino de los ocho gatos, tampoco.

Jovita Iglesias, aquella ama de llaves orensana, trabajó con Silvina y Adolfo hasta que murieron. En 2002 publicó junto a René Arias el libro “Los Bioy”, donde acredita que Elena Garro mandó desde México ocho gatos en dos jaulas para que se los cuidaran. Pepe, esposo de Jovita y chofer del matrimonio, fue a buscarlos a Ezeiza y los llevó al piso de Posadas 1650 –Recoleta- que Silvina había heredado de sus padres.

“Estos gatos aquí no entran…”, dijo Silvina. Y los felinos –que según Jovita “maullaban como locos”- fueron a parar a un albergue gatuno de la calle Gaona. La cuota era onerosa “… y un buen día Silvina se plantó y dijo que ya no pagaría por esos gatos, que los soltaran, que hicieran lo que quisieran con ellos. Bioy le había dicho a Elena que los había llevado al campo, que allí estaban muy bien, para que se quedara tranquila. Pero ella, cuando lo supo, se volvió loca. De los gatos nunca más se supo nada”.

Hasta ese desenlace, Bioy mantenía intactas sus ansias de encontrarse con Elena, a quien no veía desde 1956, cuando se citaron en Nueva York.

“En la fría y solitaria Mar del Plata de esta época del año, trabajo, y, mientras tanto, estás, o creo que estás feliz… En junio o julio o agosto acaso me vaya a Europa. Cómo cambiaría ese desganado viaje si en París, en Roma, en Londres… dónde tú quieras, nos encontráramos”.

Fragmento de la carta 91, la última que Bioy le enviara a Elena.-

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Saturday, May 31st, 2014

Artículo del diario La Razón informando sobre la exposición que ofreció en Mar del Plata el pintor Florencio Molina Campos. Aportre del dibujante e historiador Marcelo Niño.