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Opinión 6 de abril de 2020

Cuarentena con derechos

La imagen hegemónica que circula en torno a cómo se vive este proceso de aislamiento social preventivo y obligatorio, e involuntariamente terminamos incorporando, nos muestra imágenes de una familia tipo con conexión a internet, múltiples dispositivos digitales, la heladera llena y una sorprendente cantidad de tiempo libre. No hace falta ahondar en detalles estadísticos para comprender que esa no es la realidad de la mayor parte de las familias argentinas. 

El sector informal vio mermados sus ingresos, los denominados servicios esenciales trabajan más que nunca, y todos los procesos de producción que podían ser adaptados a la modalidad de teletrabajo convirtieron al hogar en la múltiple oficina de quienes lo habitan.

El oportunamente considerado derecho de permanecer en el hogar, pasando cuando fuera posible a la modalidad de teletrabajo, para quienes tenemos responsabilidades de cuidado, pasa por alto las tensiones que emergen de esta combinación inesperada. ¿Realmente es posible trabajar y cuidar al mismo tiempo? ¿A costa de quién/es? ¿Del agotamiento de quienes cuidamos? ¿De la desatención de niños y niñas? Quizás un poco de todo. Sabemos que estas soluciones son de emergencia y el mal menor, pero no asumamos con naturalidad que cuidar es sencillamente estar en el mismo espacio.

En una maratón de sobreexigencia que presiona a todas las partes involucradas, preocupa especialmente la continuidad pedagógica, que puso a docentes bajo presión de inventar en menos de una semana formas de trasladar a lo virtual lo que era presencial, cuando apenas había visto el rostro de sus estudiantes, a adultos responsables a asumir roles pedagógicos para los que no están ni tienen por qué estar preparados -mientras cumplen todas las funciones antes mencionadas- y a niños y niñas a completar actividades descontextualizadas, sin explicaciones calificadas y en una instancia del ciclo lectivo en que apenas si estaban conociendo el espacio donde iban a transitar el trabajo del año.

Propietarios de establecimientos, inspectores y directivos presionan a docentes por mantener e incluso aumentar la productividad, ahora que están totalmente borradas las fronteras entre el trabajo y el no trabajo. Las familias oscilan entre el desborde por no poder cumplir con las exigencias y el exceso de exigencias que justifiquen los salarios docentes y, en la educación privada, la cuota que deberán pagar de todos modos. Los docentes buscan actividades que puedan ser compartidas de manera digital, pero que si hace falta imprimir, para muchos es imposible resolver en el ámbito del hogar. Niños y niñas ven sumado a la sobrecarga del encierro, una agenda más compleja que nunca, en tanto se espera que aprendan a administrar su tiempo con autonomía cuando estaban aprendiendo a atarse los cordones de las zapatillas.

Pensemos en lo que hacemos cuando nos comunicamos con nuestros afectos en estos días de abrazos imposibles. ¿Les prescribimos actividades virtuales que reemplacen la presencialidad, como si ello fuera posible? ¿O procuramos un intercambio afectivo que mantenga vivos los lazos, exprese nuestra presencia y nuestra compañía aún en la infranqueable distancia? La principal función de la continuidad pedagógica en estos días de desconcierto, donde muchas familias no saben si comerán mañana, si los salarios serán depositados y si el puesto de trabajo esperará una vez que pase este trance, es mantener vivo el lazo entre quienes integran las comunidades educativas.

Ninguna “continuidad pedagógica” debiera sumar incertidumbre. Las instituciones educativas deben transmitir la tranquilidad de que el bienestar de las familias es el objetivo prioritario, y a les estudiantes la confianza de que cada quien avanzará en lo que pueda y como pueda, ofreciendo estímulos diversos y factibles de ser autogestionados. ¡Qué mejor momento para alentar la lectura libre, placentera y lejos de las obligaciones de esos chequeos que tanto tientan a googlear resúmenes y tan poco a leer!

No asumamos ni que las familias son incapaces de ofrecer estímulos variados a sus niños y niñas, ni que pueden incorporar en una semana los saberes que se aprenden en una carrera terciaria o universitaria. Tanto las actividades como los medios en que son ofrecidas deben tender a la accesibilidad y a la simplificación, contemplando las diversas disponibilidades de dispositivos electrónicos, periféricos de entrada y salida y calidades de conectividad, que en la mayoría de los casos se reducen a un teléfono móvil con datos limitados. En virtud de esta realidad, no puede haber ninguna plataforma virtual, ni actividad, que exceda lo factible en dichas condiciones. Todas las que exijan y requieran más -una impresora, un papá o mamá con estudios superiores, una computadora o un espacio de trabajo disponible durante tiempos prolongados- poco acompañará a sobrellevar las múltiples dificultades e incertidumbres a las que nos expone esta pandemia, y mucho a profundizar la ya existente brecha educativa. En suma, a profundizar la desigualdad. Por ello, desde cada uno de los lugares que nos toca tomar decisiones pedagógicas, pensemos antes de desarrollar cada propuesta, en si sumará bienestar o incertidumbre. Y decidamos aportar lo que en estos tiempos escasea.

(*) La nota fue elaborada por el Proyecto de Extensión Crianza con Derechos, de la Facultad de Ciencias de la Salud y Trabajo Social de la Universidad Nacional de Mar del Plata.



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