Daniel Balmaceda: “La viveza criolla no es tan criolla”
En los márgenes de la historia es donde el escritor y periodista argentino sabe buscar esos episodios de color y volumen del pasado argentino que completan la imagen de nuestra sociedad. En "Historias de la Belle Époque argentina", de editorial Sudamericana, Balmaceda, con su estilo amable, aporta algunas piezas del rompecabezas nacional.
Por Dante Galdona
El historiador y periodista Daniel Balmaceda tiene una amplia bibliografía que suele encontrar espacios desconocidos de la historia argentina. No apunta a contar una vez más la historia consagrada, sino aquellos pequeños episodios que hacen una diferencia grande, le dan color y le aportan piezas fundamentales al rompecabezas nacional.
En una entrevista exclusiva con LA CAPITAL, nos habla de su pasión por la investigación y cómo logra atraer a los lectores, una vez más. “Historias de la Belle Époque argentina”, su nuevo libro, es la excusa para esta charla.
-Van alrededor de quince libros en los que te metés en los márgenes de la historia argentina. ¿Cómo se hace para ser tan prolífico?
-Ya el primer libro, “Espadas y corazones”, me llevó por ese camino de no ir directo a los temas que podemos conocer, sino, como bien dijiste, yendo por los márgenes, tratando de encontrar esos espacios, esas piezas que le falta al rompecabezas que queremos armar de nuestro pasado. Obviamente, yo no puedo armar todo ese cuadro pero quizá algunas piezas puedo aportar.
-¿Cómo es tu proceso de escritura e investigación?
-El proceso de investigación es el más arduo; el ejercicio de escritura, ya con muchos años de la gráfica, el periodismo y después con los libros, ya está bastante aceitado. Te diría que la parte de investigación es la que me genera mayor atención. Y a la vez te diría que yo, que amo escribir, si tuviera que elegir solo una posibilidad de acción, elegiría la investigación. Si vos me dejás encerrado en un archivo todo un fin de semana como “Mi Pobre Angelito”, yo soy el hombre más feliz del mundo. La parte de investigación es la que más atención me genera. Y el otro tema que para mí es muy importante es que cuando escribo tengo que divertirme, tengo que sentir que me mejora el humor lo que estoy escribiendo. Y cuando eso ocurre, cuando estoy escribiendo con entusiasmo y humor, es evidente que tengo que parar en algún momento para buscar otro material porque descubrí algo, encontré algo, un camino distinto, entonces es como una aventura.
-Te dejás llevar por lo caótico del proceso.
-Exacto, totalmente, porque siempre vas a encontrar. A veces vas empantanado, con pasos lentos, y sin prosperar demasiado.
-¿Tenés algún método para destrabarte ahí?
-Sí, en general, si no surge, hay que dejar de escribir. Por ahí te despabilás un poco, te ocupás en otros temas y de repente la puerta que había que abrir te aparece y fluye todo con mucha más facilidad. Hay que trabajar todo el tiempo, hay que moldear el texto, el texto es una arcilla que tenés que trabajar y no es que tu primer esbozo ya está completo, que ya el capítulo se cerró. El primer capítulo que escribo de un libro es el que más sufre, no el primero que sale en libro, sino el primero que escribo que por ahí termina por la mitad, pero esos textos se trabajan muchísimo porque son los que más tiempo tienen.
-¿Ahí trabajás con tu editora, le das cabida para que te ordene el libro?
-En general, con la experiencia de tantos años de trabajo con la editora, ya ella me da mucha libertad, por ahora le vengo respondiendo. Obviamente, yo le entrego el manuscrito completamente escrito, no es que entrego de a partes, entonces prácticamente ella lo lee y va. Le doy poco trabajo a mi editora y ella me da poco trabajo a mí. Por ahora, no he recibido sugerencias pero por supuesto las tomaría porque ella tiene mucha capacidad. Nos llevamos bien, es una linda combinación, lo digo como escritor y como editor, porque me ha ocurrido por supuesto estar del otro lado del mostrador.
-Pasaron ciento cincuenta años de la Belle Époque. ¿Qué encontraste de esa época que esté hoy exactamente igual?
-Hay muchas más similitudes de nuestra vida actual con esa época que con las épocas anteriores con las que a veces por tradición nos sentimos mucho más unidos. Conocemos a Belgrano, las empanadas, el locro, la Revolución de Mayo, congresales, y sin embargo la Belle Époque es la puerta de la modernidad, porque nosotros a esta época le tenemos que agregar que solo dos ciudades en el mundo vivieron durante la Belle Époque, es decir, entre 1870 y 1914, que fueron Nueva York y Buenos Aires. Fue el momento de la explosión demográfica, de las grandes oleadas migratorias que cambiaron a Estados Unidos y a Argentina. A la Belle Époque argentina le tenés que agregar ese condimento, ese plato principal, porque empezamos a hablar con un tono que a nuestros abuelos de 1810 les resultaría muy extraño, es cuando se origina el lunfardo, el gusto por las comidas. Comemos más la comida de la Belle Époque que la comida tradicional. Nuestras costumbres, la época del esparcimiento, del deporte nacen entonces. Un país tan deportista, que en estos días vive con muchas expectativas la participación de la Selección Argentina en Qatar, nace en la Argentina de ese tiempo, la Argentina que empezaba a vivir el deporte y el orgullo argentino en el deporte. Un ejemplo es el atletismo, uno de los deportes más practicados en ese tiempo, quizá por el hecho de que los juegos olímpicos de la modernidad habían empezado hacía poco, un deporte con muchos seguidores.
-Ves una simbiosis muy marcada entre la sociedad criolla y lo nuevo que trajo la Belle Époque. ¿En qué se refleja, qué fue lo que vino a cambiar la Belle Époque en la sociedad argentina?
-Además de los deportes y las costumbres culinarias, lo que tenés es la tecnología porque la Belle Époque es la época en la que le queremos ganar, ya no los argentinos sino el mundo, a la geografía, a las distancias y a las comunicaciones, es el momento en que nosotros empezamos a ganar esas batallas. Grandes vapores que cruzan con más rapidez el Atlántico, la llegada de los aviones, los automóviles, el auge del ciclismo, los teléfonos. Nuestros abuelos se creían realmente que estaban ganando todas las batallas y, particularmente, la Argentina estaba muy bien posicionada, una balanza comercial a favor muy fuerte.
“Hay muchas más similitudes de nuestra vida actual con esa época que con las épocas anteriores con las que a veces por tradición nos sentimos mucho más unidos. Conocemos a Belgrano, las empanadas, el locro, la Revolución de Mayo, congresales y, sin embargo, la Belle Époque es la puerta de la modernidad”.
-¿Más allá de la crisis de 1890?
-Más allá de eso, obviamente en esos altibajos, nosotros pudimos emerger rápidamente, después ya no. Pero de la crisis del 90 pudimos salir inmediatamente, convertirnos en exportadores, vendedores de carne a Inglaterra y demás. Eso nos dio una ventaja comercial muy fuerte en aquel tiempo.
-¿Creés que fue parte de la mentalidad que vino de Europa?
-En realidad, ahí lo que nos resolvió todo fue un francés que se llamaba (Louis Abel Charles) Tellier, quien trajo un barco frigorífico, el Frigorifique, que nos permitió empezar a vender carne, algo que antes no podíamos porque se descomponía antes de llegar a puerto. Lo que sí es esa época en que París era el centro del mundo, que irradia hacia todos lados y a nosotros más que a todos, porque comenzamos a tener en Buenos Aires, Rosario, Mar del Plata, Mendoza palacetes muy franceses.
-Acá en Mar del Plata se ven esas réplicas arquitectónicas todavía.
-Claro, fuimos a buscar la Biarritz argentina y la encontramos acá. Llegaron los chefs, empezó a haber un auge de restoranes, por encima de las cantinas italianas y las fondas españolas, el restorán se impuso con el menú francés. Eso pasaba en todo el mundo, se unificaron los platos, es decir, que todos los platos tuvieran el mismo nombre en todo el mundo pero en francés. Por eso, el nombre Belle Époque, era un momento en que París irradiaba algo y todos, todo el mundo iba detrás de ese mundo, en el que además por las comunicaciones vos te enterabas de lo que había ocurrido en Europa a los tres días.
“Es esa época en que París era el centro del mundo, que irradia hacia todos lados y a nosotros más que a todos, porque comenzamos a tener en Buenos Aires, Rosario, Mar del Plata, Mendoza, palacetes muy franceses”.
-¿En qué momento creés que abandonamos ese auge y ese ímpetu de la Belle Époque? ¿Lo abandonó Argentina o no?
-Nosotros estábamos muy convencidos de que ese era el camino. La Primera Guerra Mundial nos sacudió y nos mostró que cuando al mundo le va mal, nosotros no vamos a sobresalir. Ahí comenzó un decaimiento acompañado de crisis institucionales internas y esas crisis hicieron que nuestras instituciones, que hasta ahí iban camino a formarse como sólidas, perdieran esa rigidez y entonces las instituciones débiles, como la historia lo confirma siempre, no permiten que el Estado realmente se preocupe por los temas que debe tratar. En esa época se decía que un centavo de impuestos mal gastado era malversación de fondos. Yo ciudadano te doy un centavo a vos Estado, no lo podés malgastar, no importa si es un centavo o mil dólares, no lo podés malgastar, era fantástica la idea. En ese momento, había una necesidad de emprolijar todo eso, dentro de todo se logró, pero las instituciones débiles se resienten.
-Son conocidos los pases de gastos de Sarmiento cuando viajaba al exterior.
-Exacto, la pulcritud de tratar de que no quede nada fuera de la contabilidad. Todavía estamos a tiempo de recuperar esa ética perdida.
-¿Estados Unidos siguió otro camino?
-Ellos inmediatamente en la Primera Guerra Mundial tuvieron una participación, terminó siendo determinante para el final de la guerra, por lo que logró una ventaja que nosotros no supimos ver. Ni en la primera ni en la segunda. En la primera tuvimos acciones, creamos un hospital en Francia, había un apoyo. Pero Argentina estaba muy dividida entre dos bandos que se enfrentaban, eso no ayudó. En Estados Unidos fueron claramente aliados de los aliados, nosotros no. En la segunda le declaramos la guerra a Alemania dos días antes de que se rindieran, nos convertimos en una especie de aliados tardíos.
-¿La grieta de ahora es la misma de antes?
-En general, lo que había eran distintas posiciones, te diría que lo que había como por afuera del camino más institucional, de la constitución, era el anarquismo. Era un temor, los atentados, las bombas, esas situaciones generaron como un ruido en ese tiempo en que todo parecía marchar bien. La vida se vivía con ganas, con alegría y estas situaciones eran realmente complejas. De hecho, los atentados que sufrimos durante la Belle Époque causaron muchísimo estupor en la población. No nos olvidemos que hubo un atentado que generó la Primera Guerra Mundial. Entonces, esos eran los caminos que salían por fuera de lo institucional. También estaba el socialismo, que cuestionaba muchísimo a los conservadores, el camino del liberalismo, pero nunca se alejaba de la constitución. Alfredo Palacios, para lograr el descanso dominical en 1905 y lograr que el trabajador no descansara más que el domingo a la tarde, sino todo el domingo, lo hizo en todos los caminos institucionales que correspondían. Y ese esfuerzo del socialismo le regaló al trabajador todo un día libre que en realidad empezaba el sábado a la tarde. O sea, el domingo libre te permitía que el sábado a la noche salieras. Entonces, los parques se empezaron a llenar de gente, los bailes, las fiestas, empezó un mundo entre todo el grupo migrante, que disfrutaban en sus respectivos clubes, que tenían momentos de esparcimiento, algo que para sus abuelos era impensado.
-En un capítulo que hablás del atentado a Roca no pude evitar pensar, más allá de la diferencias ideológicas, en los elementos tan similares con el atentado a la vicepresidenta.
-Cuando uno revisa la historia, se encuentra con esas situaciones. Es increíble, no puedo ni quiero creer que estemos condenados a repetir eso. Un grupo de chicos a los que les llenaron la cabeza y que terminaron queriendo matar a un, en ese momento, expresidente. Chicos que no entendían la magnitud de lo que estaban haciendo y en eso me parece completamente similar. Y de hecho, como un dato de color, en 1910 con el festejo del centenario, generamos varias exposiciones, entre ellas, la del trasporte, en la que por primera vez nuestros niños conocieron el copo de azúcar. Cuando uno va escribiendo, se encuentra esas cosas.
-Hablamos de las buenas costumbres de la Belle Époque. ¿Hay algo negativo que haya venido de ahí?
-Yo te diría que era europea también la viveza. A lo que llamamos viveza criolla no es tan criolla. Porque esa viveza, el ventajismo, el tratar de obtener o tomar desprevenido a un incauto es muy de esta época, pero también del mundo de los inmigrantes, no sé si del criollo. Yo creo que el criollo era más víctima de esas situaciones, porque era muy inocente. Ahora, de la misma manera que te digo que esa viveza no era tan criolla, te diría que el motor laboral, la fuerza laboral, el me levanto a laburar los seis días y medio o desde 1905 los seis días, y hago todos mis esfuerzos, son más de la inmigración que del criollo ya afincado, que tenía otro ritmo más lento y no ese impulso de querer mejorarle la vida a los hijos. El paisano sabía que su hijo iba a seguir su vida, arriando, trabajando en el campo. El inmigrante sí creía en la movilidad social, en el ascenso social y el mérito. Entonces, desde ahí surge “M’hijo, el dotor”. “M’hijo el dotor” son los inmigrantes, más que los criollos, tratando de que a nuestros chicos les vaya mejor que a nosotros.
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