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Cultura 13 de junio de 2020

Historias de Barrio: Disc Jockey

Entre olor a humedad, se juntan ellos: para recordar un oficio olvidado.

Por Enriqueta Barrio (*)

 

Habían juntado peso sobre peso para alquilar esa oficina triste en esa galería casi abandonada, detenida en el tiempo. Locales vacíos, muchos de ellos con cajas abiertas y sobres cerrados en las alfombras con notificaciones urgentes que nadie vería. Olor a humedad y una sensación devastadora. Algunos otros locales con rubros insólitos: José María Herida, rezaba uno en cursiva dorada, Arrendatario de Hacienda. Y un viejo de cabello amarillento por el humo del cigarrillo, abría cada mañana la puerta y se sentaba a leer el diario hasta el mediodía, cuando se levantaba del sillón de oficina desvencijado, estirando los músculos entumecidos para irse a casa a almorzar. Por lo menos zafaba de escuchar romperle las pelotas a la vieja, decía siempre. Hacía años que no tenía ningún trabajo, pero el escritorio conservaba sellos y almohadilla seca en una punta y hojas con membrete ensortijado en otra, en las que a veces dibujaba flechas y laberintos sin sentido.

Una Empresa de Viajes baratos en otro local, con afiches de playas paradisíacas descoloridas por los años, donde una mujer mayor se empeñaba en continuar el emprendimiento que inició su amado treinta años atrás, cuando el turismo y la galería eran una zona de promesas de un futuro venturoso. Más allá, junto a un mural de diseño geométrico espantoso, el local de venta de una fábrica de camisas, atiborrado de suelo a techo, con modelos completamente fuera de moda, al que de tanto en tanto entraba algún cliente de dudoso gusto.

Otro local con el frente tapado de negro y un cartel de neón al que le faltaban letras, anunciaba la privacidad de un sex shop. Y en ese ambiente poco estimulante, se realizó la Primera Reunión Interzonal de Disc Jockeys Profesionales, en el localcito que ahora era la Sede Oficial de Disck Jockeys Profesionales de la Costa Atlántica. Todo eso rezaba el cartel que pusieron en la puerta. No eran precisamente la idea de discjockeys bananas que tenemos en la cabeza; no eran un Hernán Cattaneo ni un Carlos Alfonsín; no frecuentaban modelos ni tomaban tragos con albahaca; no musicalizaban after beachs ni juntaban miles de seguidores.

No habían probado el éxtasis. Adoraban las cabinas espaciales de los ’70 y ’80, los boliches de culto a los que no se podía entrar en zapatillas; cuando había un respeto, mentendés, cuando a las minas se las cuidaba, se las hacía pasar primero, se les compraba flores, y se hacían respetar y toda esa perorata de un pasado perfecto que llevó a este presente insoportable. Eran seis. Por ahora, afirmaban con optimismo. Treinta o cuarenta años atrás habían musicalizado cumpleaños de 15, casamientos, alguna fiesta de egresados.

Rapatto, uno de los más respetados del grupo, había pasado música en un boliche bastante emblemático, no me acuerdo si Enterprisse o Xanadu, o alguno de ese tipo. Alberto Rapatto, nuestro Diamante en Bruto, como la púa de diamante!!! decían, y largaban la carcajada, chochos con el hallazgo. El susodicho se reía con orgullo mal disimulado y se acomodaba la colita rala que aún se hacía, a pesar de estar casi pelado por delante y con cuatro pelos por detrás.

Se reunían todos los jueves, a las 21 horas. Llevaban discos que aún tenían es sus bateas, y se referían a su historia, se diparaban los recuerdos. Te acordás del Pata Santoro, ese que llegaba siempre con la carterita bajo el brazo, el que se casó con la gorda Marta?… Cómo no me voy a acordar de la Gorda Marta, si le habré metido mano en la cabina, tenía más puestas de espalda que Karadajián!!!, risotada general, y, allá, al rato, retomaban el hilo y Ché, que le pasó al Pata Santoro entonces?… Y siempre lo que pasaba era que había muerto, y no te puedo creer!!!.. Pero cuántos años tenía el Pata????… Y un debate enorme sobre la nada misma, con referencias coyunturales, relaciones tiempo espacio imposibles, y, cuando se agotaban del esfuerzo intelectual, que barbaridá….y a otra cosa.

En las primeras reuniones tuvieron intenciones masomenos serias; que un libro de actas, que una fiesta a beneficio de alguno que le haya pasado una desgracia (más que nada porque nadie les iba a pagar, y esta era la manera de disimular, bajo la aparente sensibilidad social, este hecho irrefutable), personería jurídica, vocales suplentes, subcomisión de algo… todas palabras que se fueron diluyendo en el fondo de la galería despoblada; en la que destellaba un Frentibrill de éxito siempre inexplicable…

Y se juntaban por juntarse nomás. Saludaban a la vieja de la agencia y sonreían azorados al pasar por el sexshop. Y en ese lugar detenido en el Tiempo, los Musicalizadores de ese Tiempo desempolvan anécdotas y reviven; porque ellos aún están allá, cuando eran facheros, cuando las minas se llamaban Mabel o Hilda, cuando fumaban Jockey Club, la pura verdad. Y, por sobre todas las cosas, están allá, en ese lugar en el cual no existe el regguetón, graciasadió.
(*) En Facebook: Enriqueta Barrio Escritora,
[email protected]



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